Si bien la situación es dinámica, al menos hasta aquí, el
gobierno argentino parece haber estado a la altura de las circunstancias frente
a la zozobra que genera la pandemia.
Hubo algo de sobreactuación y radicalidad en las medidas pero
tomando como referencia lo que sucede en Europa e impulsado también por las
decisiones que tomaron otros países, el gobierno argentino se ha anticipado y
ha adoptado decisiones inéditas para nuestra historia democrática. La idea no
es frenar el virus sino “administrarlo” de modo tal que no colapse el sistema
de salud.
Salvo alguna patrulla perdida de izquierda que pretende
decretar cuarentenas a través de asambleas populares o algún exabrupto de
referentes marginales de la derecha que tienen más micrófonos que prudencia,
todo el arco político acompañó e incluso los medios recalcitrantemente
opositores se tomaron una tregua de al menos unas horas.
El tono del presidente es el correcto. Más allá de que desde
la cómoda silla de mi casa y sin responsabilidad alguna pueda advertir pequeños
errores comunicacionales o bravuconadas como las de pretender ir personalmente
a meter preso al imbécil que golpeó al guardia de seguridad, lo cierto es que
esta crisis pone en valor la figura de Alberto. Máxime cuando resulta notoria
la ausencia de CFK. Si a alguien todavía le quedaba alguna duda respecto a
quién gobierna, seguramente esta situación la disipe.
La valorización de la figura de Alberto me recuerda que lo
mejor de la etapa kirchnerista 2003-2015 se vio en momentos de crisis.
Justamente porque en esos momentos pateaba el tablero y doblaba la apuesta. Del
laberinto no salía caminando sino derribando las paredes. Ante la crisis,
sorpresa y audacia. A veces salió mejor y a veces peor pero no se achicaba.
Es muy temprano para determinar si el gobierno de Alberto
tendrá esa característica también pero, por lo pronto, el impensado episodio
del coronavirus puso en movimiento a un gobierno que no terminaba de arrancar y
que había abrazado la peligrosa estrategia de dejar todo para después de una renegociación
de la deuda que venía lenta como el General Alais.
A propósito, no son pocas las voces que exponen que en este
contexto internacional la posibilidad de un default sería preferible al acuerdo
que aceptarían los bonistas. Sin caer en números porque todas las negociaciones
son distintas, ¿repetirá el gobierno de Alberto una oferta con una quita importante
como la que en su momento propuso Kirchner? En aquella época los economistas
del establishment y los editorialistas se burlaban pero la realidad se empeñó
en humillarlos.
Desconozco qué es lo que va a hacer el gobierno e incluso
desconozco si el default es lo mejor pero si lo quiere plantear, éste es el
momento adecuado. Las críticas vendrán del lado de siempre pero el gobierno
podrá justificar su decisión en una situación internacional imprevista y en la
urgencia por volcar recursos para reconstituir una economía que padecerá un
golpe enorme.
Cumpliéndose los famosos primeros cien días, la enorme crisis
de la pandemia le da al gobierno, paradójicamente, un nuevo envión, unos nuevos
cien días, en los que, de no desmadrarse la situación, estará blindado de la
crítica y tendrá un apoyo popular como no volverá a tener en los próximos cuatro
años. Además, el hecho de que en frente haya un enemigo “invisible” que ponga
en juego la salud, disipa cualquier posibilidad de debates en términos de
grieta ideológica. Si hasta hace una semana se hablaba de la maquinita de los
pesos y de la maximización del Estado populista, al tiempo que se discutía si
mi cuerpo era mío o si el Estado era patriarcal, la amenaza contra la salud
sepultó toda discusión por más urgente que pueda ser. Todo, pero absolutamente
todo, acabó postergado frente a la amenaza sobre la vida y ahora se le exige al
Estado que se haga cargo. Lo curioso es que los que más lo exigen son los que,
por derecha o por izquierda, en la calle o en la televisión, afirmaban que era
el enemigo.
Sin proponérselo, entonces, el gobierno se encuentra en un
escenario ambiguo. Por un lado, se enfrenta al abismo de una pandemia. Pero,
por otro lado, tiene la evidencia y el apoyo popular para que su ideología, la
que impulsa la defensa del Estado como motor de la economía y organizador de la
vida en comunidad, tenga vía libre.
Eso sí: esa vía libre no será eterna y el gobierno cometerá
un enorme error de cálculo si supone que los raptos de solidaridad colectiva y
de fortalecimiento del lazo comunitario demuestran el triunfo definitivo sobre
el individualismo. Serán cien días más, un poco más, un poco menos, pero
después de este cimbronazo, la vida de la Argentina volverá a la normalidad, esto
es, volverán todos los conflictos que ya existían pero multiplicados por la
tierra arrasada que dejará el virus cuyo daño será, según entiendo yo, más
económico que sanitario. Aunque resulte paradójico, entonces, el gobierno podría
aprovechar este momento para decisiones audaces y sacar provecho de la
anormalidad. Si los neoliberales siempre han sacado ventajas de los momentos de
shock, quizás sea el momento para que la ventaja la saque un gobierno de
extracción popular. Todos esperamos y necesitamos que la normalidad se restablezca
pronto. Pero cuando eso suceda, el gobierno volverá a enfrentarse con una
coyuntura y unos problemas estructurales que serán muy difíciles de resolver.
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