Las innovaciones tecnológicas y las modas que se imponen en
materia de comunicación se independizan cada vez más de la pretensión de
brindar una información fidedigna. El mejor ejemplo de ello son los denominados
“zócalos”, esas placas de color creadas hace casi una década y que suelen
aparecen en la parte inferior de la pantalla para resaltar determinada frase,
en principio, de alguno de los entrevistados presentes en el estudio de
televisión. Digo “en principio” porque en los últimos tiempos es cada vez más
notorio que su utilización se ha ido transformando para dejar de ser una suerte
de edición en vivo del reportaje y devenir mensaje efectista que, incluso, puede
ni siquiera tener relación con el entrevistado y el tema en cuestión. De hecho,
a veces se utiliza como un textual entrecomillado de alguien que ni está
presente y ni aparece mencionado; otras veces se lo usa para describir la
imagen y en ocasiones se trata simplemente de un juicio de valor que abona la
línea editorial del medio. Eso sí: lo que parece buscar siempre es la agitación
social para lograr que nadie se despegue de la pantalla. Sin ir más lejos, a
horas de la última marcha exigiendo justicia por el chico asesinado en Villa
Gesell, Crónica TV ponía en sus zócalos, mientras el conductor esbozaba todo su
sentido común punitivista: “apareció una selfie después de matarlo”; “compraron
hamburguesas con los nudillos llenos de sangre”; “después de matar se fueron a
comer”. Lo curioso es que estos mismos medios luego se preguntan por qué hay
tanta violencia y, como no podía ser de otra manera, lo coronan poniendo a un impune
con micrófono que, en algún momento, con voz grave, afirme: la culpa es de la
sociedad.
Asimismo, el zócalo que, insisto, no es estrictamente una
novedad sino que se ha ido puliendo con los años, se inscribe en la lógica de
una comunicación que hoy en día debe ofrecernos infinidad de estímulos en una
misma y única pantalla. En ese sentido la televisión intenta, con sus propias herramientas,
reproducir las múltiples ventanas y las múltiples atenciones que dispersan al
usuario de internet. Por ello ofrece, en medio de un noticiero, pantallas varias
veces partidas en las que aparece el loop
del último asesinato; la cara indignada del presentador por un lado; el gesto
de dolor de un miembro de la familia de la víctima por el otro; un cuadradito
en un vértice en el que invitan a mirar el programa que sigue, y un zócalo más
fino debajo del zócalo mayor en el que indican los goles del partido de ayer,
los mensajes de whatsapp de la audiencia y/o el clima para el domingo, etc. De
solo pensarlo ya me resulta asfixiante.
No hay manual para la utilización del zócalo pero sí hay
quienes ya tienen conciencia del impacto que produce. Los que más lo saben son
los propios conductores o participantes de los programas ya que al decir alguna
frase chequean el monitor para observar si los han sacado de contexto o si la
edición los perjudica. No les preocupa tanto que en lo inmediato alguien en la
casa o el bar pueda verse engañado por un zócalo que no refleja el sentido de
lo que se acaba de exponer sino la posibilidad de que exista una captura de
pantalla y que la frase, acompañando su imagen, se viralice para dejarlos
inermes ante el ataque del enjambre cibernético que busca a quién castigar hoy.
Este es un punto importante porque el zócalo, al ser una
herramienta que presuntamente nos permite, en una captura, “traducir” la
imagen, es ideal para la lógica del meme o de la fake news.
Por ello, lejos de ser una herramienta más de la edición
capaz de acercarle al televidente un resumen de los aspectos relevantes de lo
que está viendo, el zócalo ha devenido uno de los modos a través de los cuales
la desinformación crece. Si cada vez son más los casos en los que el titular de
una nota se contradice con el contenido de la misma, no debe asombrarnos que
crezcan los zócalos que emitan mensajes contradictorios en relación a la imagen
en la que se imprimen.
Y pensar que muchos, todavía, por estar atentos a las
noticias, creen estar informados.
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