“En el segundo semestre todo va a
mejorar”; “hemos tomado las medidas más duras para comenzar a salir del pozo”;
“le hicieron creer al empleado medio que podía comprarse plasmas y viajar al
exterior”; “ahora hay que pagar la fiesta populista”; “les pido un esfuerzo hoy
en nombre del futuro”. Se trata de frases e ideas de los últimos años,
pronunciadas por distintos actores, en aras de justificar una política de
ajuste. La lista puede continuar pues simplemente cité de memoria. Incluso le
propongo que pueda agregar usted algunas más pero cuando lo haga notará algo
seguramente: la estructura religiosa subyacente al discurso del liberalismo
económico. Más específicamente, al analizar con cierta minuciosidad este tipo
de discursos y justificaciones usted notará los tres momentos que componen, por
ejemplo, el relato cristiano: un pecado original (populista); un tránsito de
sacrificio (la política de ajuste); y la promesa de salvación (un futuro
estructurado en base a la meritocracia).
El origen, entonces, está en la
tentación populista. Efectivamente, nos dicen que todos hemos comido la manzana
y que hemos caído del Edén. No se atreven a llamarnos “Eva” pero sí nos dicen
“Evitistas” a los que hemos mordido la manzana de la redistribución del ingreso.
Lo cierto es que parece que cometimos un pecado, nosotros, como pueblo, por
dejarnos llevar por la presunta salida fácil que implicaba la demagogia
populista. En términos de la discusión que Platón tenía con los sofistas, se podría
decir que dejarnos llevar por la tentación de creer que podíamos vivir mejor,
consumir más y elevar el nivel de vida, fue apostar por el placer antes que por
el bien, porque el placer supone satisfacción inmediata más allá de las
consecuencias posteriores.
Nos tentamos, nos dicen, y
elegimos realizar una fiesta que no podemos pagar y a la que no tenemos derecho
a asistir; elegimos que el prohombre y el gusano bailen y se den la mano sin
importarles la facha pero, nos advierten ahora, esa fiesta no puede sostenerse
indefinidamente, es momento de ordenar y pagar lo consumido y, sobre todo, “lo
roto”, que no son ni vasos ni platos sino un “orden jerárquico” y una
distribución piramidal del goce. No importa que en la Argentina los populistas
sean los que pagan las deudas y los austeros liberales los que las toman. Lo
que importa es que aparentemente hay que pagar una fiesta popular y en la
puerta hay unos señores que dicen ser los dueños del salón.
¿Cómo se paga? Como indica la
religión, con un tránsito de sacrificio y de culpa. Debemos aceptar que
forzamos las cosas, que viajar al exterior, tener celulares y comer afuera es
algo que no nos corresponde naturalmente. Entonces hay que autoflagelarse;
hacer la penitencia; introyectar la autoridad de una vez y, por sobre todo,
pagar hasta el fin de nuestras vidas con el sacrificio por el sacrilegio
populista que hemos legitimado y hasta defendido. ¿Qué es esto de acostumbrarse
a la moratoria para jubilados, señora? Si a usted no le aportaron o fue ama de
casa jódase y confórmese con una pensión del 80% de la mínima cuando cumpla 65
años. Cualquier queja diríjase a los que le hicieron creer que usted tenía
derechos que no le asisten. Pero el sacrificio será recompensado a pesar de esa
“caída original”, ese desvarío primitivo, esa orgía dionisíaca de de igualarlo
todo (los ricos con los negros; los meritócratas con los zánganos que no tienen
empleo de calidad porque trabajan en el Estado; los pechera-militantes con los voluntarios
oenegistas desinteresados y re-independientes; los corruptos con los indignados).
Efectivamente, habrá recompensa porque el liberalismo económico no solo
diagnostica la culpa y exige el sacrificio de redención sino que además ofrece
un estímulo, como lo hace el cristianismo. Tal estímulo no es el cielo sino
“las inversiones” que llegan gracias a la confianza y a la seguridad jurídica,
eufemismo por el cual debiera decirse “posibilidades legales para realizar
pingües e inmediatos negocios”. ¿Y para cuándo se espera esto? Según el
macrismo, en el segundo semestre, aunque la sensación es que ese segundo
semestre nunca llega, como un calendario obsoleto, un príncipe azul o el
recordado e impuntual General Alais. “Estamos mal pero vamos bien”. En el
segundo semestre subiremos al cielo si hemos hecho las cosas correctamente, si
aceptamos la meritocracia y si podemos pagar la factura de luz del ascensor que
nos permita semejante viaje. Pero lo cierto es que no hay demasiada novedad
respecto de los discursos de los políticos y los economistas del establishment
a lo largo de los últimos años. Comparemos si no, desde Martínez de Hoz hasta
la fecha qué se esgrime cada vez que se busca justificar un ajuste. Pecado,
sacrificio y una salvación que siempre está un paso más allá; que siempre
supone un sacrificio actual más grande y cuanto menos pueden justificar el alejamiento
de la salvación (ese segundo semestre que nunca llega) más grande será la
construcción mítica de ese pecado original, más grande será “la pesada
herencia” del pecado populista. Porque de los tres momentos, todos lo sabemos,
el único que importa es el segundo. En otras palabras, el primero y el tercero
están puestos allí para justificar el segundo que es el único que se hace en el
presente, en este tiempo y en este espacio. El pecado original ya pasó; la
salvación es siempre el futuro que está por llegar. La pelea está en el
mientras tanto y en cómo una minoría le da razones a la mayoría para que acepte
que es correcto que viva peor que como debe vivir al tiempo que instala que las
mejoras que el pueblo había recibido eran un espejismo, un relato ficcional,
como si la guita en el bolsillo hubiera sido alguno de esos contradictorios
objetos existentes solo en los cuentos de Borges. Se trata de convencer a los
muchos de que deben sacrificarse por los pocos. Al fin de cuentas, algo tan
antiguo como la religión.
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