sábado, 4 de junio de 2016

La religión liberal PRO (publicado el 2/6/16 en Veintitrés)

“En el segundo semestre todo va a mejorar”; “hemos tomado las medidas más duras para comenzar a salir del pozo”; “le hicieron creer al empleado medio que podía comprarse plasmas y viajar al exterior”; “ahora hay que pagar la fiesta populista”; “les pido un esfuerzo hoy en nombre del futuro”. Se trata de frases e ideas de los últimos años, pronunciadas por distintos actores, en aras de justificar una política de ajuste. La lista puede continuar pues simplemente cité de memoria. Incluso le propongo que pueda agregar usted algunas más pero cuando lo haga notará algo seguramente: la estructura religiosa subyacente al discurso del liberalismo económico. Más específicamente, al analizar con cierta minuciosidad este tipo de discursos y justificaciones usted notará los tres momentos que componen, por ejemplo, el relato cristiano: un pecado original (populista); un tránsito de sacrificio (la política de ajuste); y la promesa de salvación (un futuro estructurado en base a la meritocracia).
El origen, entonces, está en la tentación populista. Efectivamente, nos dicen que todos hemos comido la manzana y que hemos caído del Edén. No se atreven a llamarnos “Eva” pero sí nos dicen “Evitistas” a los que hemos mordido la manzana de la redistribución del ingreso. Lo cierto es que parece que cometimos un pecado, nosotros, como pueblo, por dejarnos llevar por la presunta salida fácil que implicaba la demagogia populista. En términos de la discusión que Platón tenía con los sofistas, se podría decir que dejarnos llevar por la tentación de creer que podíamos vivir mejor, consumir más y elevar el nivel de vida, fue apostar por el placer antes que por el bien, porque el placer supone satisfacción inmediata más allá de las consecuencias posteriores.
Nos tentamos, nos dicen, y elegimos realizar una fiesta que no podemos pagar y a la que no tenemos derecho a asistir; elegimos que el prohombre y el gusano bailen y se den la mano sin importarles la facha pero, nos advierten ahora, esa fiesta no puede sostenerse indefinidamente, es momento de ordenar y pagar lo consumido y, sobre todo, “lo roto”, que no son ni vasos ni platos sino un “orden jerárquico” y una distribución piramidal del goce. No importa que en la Argentina los populistas sean los que pagan las deudas y los austeros liberales los que las toman. Lo que importa es que aparentemente hay que pagar una fiesta popular y en la puerta hay unos señores que dicen ser los dueños del salón.  

¿Cómo se paga? Como indica la religión, con un tránsito de sacrificio y de culpa. Debemos aceptar que forzamos las cosas, que viajar al exterior, tener celulares y comer afuera es algo que no nos corresponde naturalmente. Entonces hay que autoflagelarse; hacer la penitencia; introyectar la autoridad de una vez y, por sobre todo, pagar hasta el fin de nuestras vidas con el sacrificio por el sacrilegio populista que hemos legitimado y hasta defendido. ¿Qué es esto de acostumbrarse a la moratoria para jubilados, señora? Si a usted no le aportaron o fue ama de casa jódase y confórmese con una pensión del 80% de la mínima cuando cumpla 65 años. Cualquier queja diríjase a los que le hicieron creer que usted tenía derechos que no le asisten. Pero el sacrificio será recompensado a pesar de esa “caída original”, ese desvarío primitivo, esa orgía dionisíaca de de igualarlo todo (los ricos con los negros; los meritócratas con los zánganos que no tienen empleo de calidad porque trabajan en el Estado; los pechera-militantes con los voluntarios oenegistas desinteresados y re-independientes; los corruptos con los indignados). Efectivamente, habrá recompensa porque el liberalismo económico no solo diagnostica la culpa y exige el sacrificio de redención sino que además ofrece un estímulo, como lo hace el cristianismo. Tal estímulo no es el cielo sino “las inversiones” que llegan gracias a la confianza y a la seguridad jurídica, eufemismo por el cual debiera decirse “posibilidades legales para realizar pingües e inmediatos negocios”. ¿Y para cuándo se espera esto? Según el macrismo, en el segundo semestre, aunque la sensación es que ese segundo semestre nunca llega, como un calendario obsoleto, un príncipe azul o el recordado e impuntual General Alais. “Estamos mal pero vamos bien”. En el segundo semestre subiremos al cielo si hemos hecho las cosas correctamente, si aceptamos la meritocracia y si podemos pagar la factura de luz del ascensor que nos permita semejante viaje. Pero lo cierto es que no hay demasiada novedad respecto de los discursos de los políticos y los economistas del establishment a lo largo de los últimos años. Comparemos si no, desde Martínez de Hoz hasta la fecha qué se esgrime cada vez que se busca justificar un ajuste. Pecado, sacrificio y una salvación que siempre está un paso más allá; que siempre supone un sacrificio actual más grande y cuanto menos pueden justificar el alejamiento de la salvación (ese segundo semestre que nunca llega) más grande será la construcción mítica de ese pecado original, más grande será “la pesada herencia” del pecado populista. Porque de los tres momentos, todos lo sabemos, el único que importa es el segundo. En otras palabras, el primero y el tercero están puestos allí para justificar el segundo que es el único que se hace en el presente, en este tiempo y en este espacio. El pecado original ya pasó; la salvación es siempre el futuro que está por llegar. La pelea está en el mientras tanto y en cómo una minoría le da razones a la mayoría para que acepte que es correcto que viva peor que como debe vivir al tiempo que instala que las mejoras que el pueblo había recibido eran un espejismo, un relato ficcional, como si la guita en el bolsillo hubiera sido alguno de esos contradictorios objetos existentes solo en los cuentos de Borges. Se trata de convencer a los muchos de que deben sacrificarse por los pocos. Al fin de cuentas, algo tan antiguo como la religión.    

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