domingo, 19 de junio de 2016

Pensar en (y con) Borges (publicado el 16/6/16 en Veintitrés)

A 30 años de la muerte de Borges, el mejor homenaje será usarlo discrecionalmente. ¿Cómo no hacerlo con quien nos advirtiera que la lengua no es más que un sistema de citas? ¿Cómo no hacerlo con quien no tuvo ninguna pretensión de erigir una filosofía sino que utilizaba los sistemas filosóficos con fines literarios y lúdicos?
Claro que no estoy hablando de usar a Borges tal como hacen aquellos que para lograr un subsidio en la Universidad o poder publicar un librito le sigue adjudicando, forzadamente, virtudes como haber anticipado el desarrollo de una Internet zonza presentada como la panacea de la democratización con Wikipedia haciendo las veces de una Biblioteca de Babel. De lo que se trata, en cambio, es de tomar algunos elementos de sus cuentos para ponerlos al servicio de la creación, en este caso, de la nota que usted está leyendo.
En este sentido, la pregunta que podríamos hacernos es si podemos encontrar en la literatura de Borges algunas categorías e imágenes que puedan ayudarnos a comprender la sociedad en la que vivimos. Y la respuesta debe ser, sin ninguna duda, afirmativa. De hecho, y disculpe la autorreferencialidad, a partir de una pregunta similar construí el libro Borges.com (Editorial Biblos), allá por el año 2010, tomando como punto de partida los cuentos de Borges para pensar la política, la filosofía y los medios. Se trata de uno de los libros que más disfruté escribir y si bien estoy plenamente satisfecho con su resolución, al volver a leer a Borges, siempre acabo pensando que podría agregarle capítulos al infinito. Sin embargo, por razones de espacio, aquí me abocaré solamente a una perspectiva que Borges desarrolla en uno de sus cuentos más reconocidos. El relato al que me refiero es “Funes el memorioso” y se trata de un cuento incomprensible por fuera de la filosofía platónica, aspecto que a estudiosos de Borges como Juan Nuño le permite abonar la hipótesis de una marca indeleble del discípulo de Sócrates en el autor de Ficciones, algo con lo que, claramente, no concuerdo. Con todo, más allá de esta controversia poco relevante en este contexto, lo cierto es que el cuento de “Funes” es perfectamente utilizable como ejemplo de la teoría del conocimiento de Platón.
Repasando brevemente el desarrollo del cuento, el personaje Ireneo Funes sufre un golpe en la cabeza tras caerse de un caballo pero, en vez de sufrir la típica amnesia que vemos en las películas, adquiere una cualidad casi sobrenatural: una memoria total que le permite recordarlo todo. Sin embargo, si bien Borges no lo desarrolla, Funes no solo alcanza esa memoria total sino también una suerte de capacidad omniperceptiva que le permite tener conciencia de todo lo que sucede alrededor, incluyendo el modo en que una bacteria actúa sobre, por ejemplo, una de sus muelas. La conjunción entre una capacidad absoluta para percibir y una memoria total podría parecer, a priori, un beneficio, a tal punto que, solo por citar uno de los elementos que menciona Borges, Funes podía aprender un idioma con solo leer un diccionario.
Sin embargo, Borges hace exactamente la lectura inversa, y la posibilidad de dar cuenta de todos los hechos y, al mismo tiempo, recordarlos, no lleva a otra cosa más que a la “angustia”. De aquí que en uno de los últimos párrafos del cuento Borges indique: “[Funes] Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”.
La analogía con el periodismo actual y con el tipo de sociedad en el que habitamos resulta evidente. Basta dedicarse a leer un portal de noticias, un diario o mirar un noticiero para notar hasta qué punto las noticias verdaderamente importantes resultan silenciadas gracias a la intensa proliferación de nimiedades; por otra parte, si pudiéramos separarnos un poco de nuestro día a día y rememorar cómo vivíamos hace apenas quince años, notaremos el modo en que a través de las diferentes prótesis tecnológicas recibimos una enorme cantidad de estímulos a los cuales debemos responder en simultáneo. Como muchas veces tematizamos en este espacio, la proliferación de estímulos o noticias irrelevantes genera una igualación que eleva la dimensión cuantitativa en detrimento de la cualitativa. Dicho más fácil: todo acaba valiendo lo mismo porque lo importante y lo no importante resultan equivalentes en tanto son simplemente “un” estímulo o “una” noticia. ¿Cuál es la consecuencia de esa igualación? Lo que Borges decía en el párrafo citado: la imposibilidad de abstraer y, por lo tanto, de pensar. Y aquí aparece claramente la herencia platónica pues, para éste, la verdad se alcanzaba en el mundo de las ideas, esto es, el espacio donde habitan las abstracciones y no las cosas concretas que inundan nuestros sentidos. La idea de mesa, la “mesidad”, es una entidad abstracta a la que todas las mesas existentes en el mundo nuestro de cada día, copian o representan. Pero lo central es que esa “mesidad” supone quitar todos los detalles de cada una de las mesas concretas para quedarse con lo importante, con lo que define al objeto. No es relevante, entonces, si es marrón, chiquita, con tres patas o con rueditas. Eso no hace a la idea de mesa sino a las características contingentes de los objetos. Asimismo, un mismo objeto observado desde diferentes perspectivas sigue siendo el mismo objeto porque logramos hacer una abstracción. Si no lo hiciéramos habría tantos objetos y necesidad de nombres distintos para cada una de las perspectivas que adoptamos tal como le sucede a Funes a quien “No solo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente)”.
Más allá de acordar o no con la metafísica platónica y los mundos ideales, lo cierto es que todos los humanos hacemos abstracciones. No solo lo hacemos cuando llamamos “mesa” a un objeto que puede tener cuatro o dos patas, ser cuadrado o redondo, etc. sino cuando, por ejemplo, nos encontramos con nuestra pareja y nos pregunta qué hicimos ayer. Si fuéramos Funes, le contaríamos exactamente todo lo que nos ocurrió las 24hs anteriores pero tendríamos un problema: al no poder discriminar lo relevante de lo irrelevante tardaríamos 24hs en relatarlo lo cual probablemente genere en nuestro interlocutor una bien fundada pérdida de paciencia. 
Por ello, le propongo una actividad: abstráigase de lo cotidiano, apague el celular, la TV y cierre el diario al menos un día para dedicarse a leer a Borges. Realice esa práctica una vez por mes de aquí a fin de año y percibirá un resultado que será asombroso: por un lado notará que alrededor suyo, en el país y en el mundo, nada sustancial ha pasado, que todo sigue igual y que, en el peor de los casos, no hacía falta enterarse primero de aquello relevante que acaba de pasar; y, por otro lado, lo más interesante, es que se dará cuenta que, cada vez que vuelve a ser leído, Borges piensa en (y con) nosotros mientras escribe siempre un poquito mejor.    
   

      

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