Si se le
hubiese prestado la debida atención a lo que le sucedió a Cortázar, hoy
existiría una estrategia de prevención contra los Axolotl y el zoológico ya no
tendría peceras. De hecho, todavía genera escalofrío pensar que a cualquiera de
nosotros le puede pasar lo que le sucedió al escritor de Rayuela quien transmigró hacia un cuerpo de Axolotl pero pudo
volver para describir una experiencia traumática aunque mucho más común de lo
que se imagina.
Algo raro
tenían estas bestias y no casualmente Linneo, en su taxonomía, los ubicó junto
a la mandrágora en tanto ambos comparten formas que recuerdan la del rostro de
un humano, aunque se cuenta que los incluyó a regañadientes sospechando que detrás
de ellos había un fraude.
Los Axolotl verdaderos
viven en cautiverio, en peceras que miden entre 20 y 35 pulgadas, algunas
incluso, con Alta Definición, pero no son virtuales ni mucho menos: son bien
reales. La calidad de las nuevas peceras permite resaltar su colorido si bien
algunos son oscuros y apenas si se apartan del fondo de la pecera.
Indudablemente
su fisonomía genera empatía pero no pueden compartir su hábitat con otros peces
porque son agresivos incluso entre los miembros de la misma especie.
Aunque resulte
increíble, el zoológico que todavía
cuenta con estos especímenes los exhibe periódicamente según una suerte de
rating que surge de tomar en cuenta cuáles son los más aplaudidos y se ha
comprobado que los más exitosos son aquellos que más se parecen a sus
observadores. Pero nadie advierte el peligro de sus rostros tan larvales y tan
humanos a la vez; tan branquiales e irracionales como cualquiera de los que,
como Cortázar, podemos pasar horas viéndolos mostrarse, pelear y reír.
Es verdad que
ellos desafían desde su pecera el tiempo y el espacio y que no tiene sentido
golpearles el vidrio pues es como si allí no estuviesen. También es cierto que se
ha puesto de moda entre grupos de jóvenes visitarlos no para mirarlos sino para
ser vistos por ellos, a tal punto que muchos de estos jóvenes pasan meses
encerrados en el acuario alimentándose y haciendo sus necesidades frente a
estos seres que, por carecer de párpados, pueden ver todo, todo el tiempo.
A diferencia
de los monos, los Axolotl hablan pero no lo ocultan y quizás por ello hay gente
que los idolatra a pesar de que no hay ser humano que admita haberse dejado
influenciar por ellos. Y lo peor: no pararán hasta ser los reyes del zoológico.
1 comentario:
Muy buena analogía dante! somos parte de esta trasmutación aparente entre el observador y el observado; es parte de la relaciones dialògicas de un ser interpelado por un prisma que no es de el, pero lo siente propio!
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