“No se puede
tener 100% de privacidad y 100% de seguridad” aseguró el presidente de los
Estados Unidos Barack Obama y, en ese mismo instante, los que consideraron que
el asunto de los derechos transita por los senderos de los absolutos como un
embarazo o la muerte, quedaron impávidos con la boca semiabierta. Tal
afirmación, por cierto, cruda, pero profundamente verdadera, fue realizada en
el marco de un nuevo escándalo por espionaje que sacude a los Estados Unidos
tras el inolvidable Wikileaks. Se trata de la denuncia realizada por un
arrepentido ex empleado de la CIA quien declaró a los diarios Washington Post y The Guardian que existe un programa secreto (PRISM), implementado
por el gobierno, que permite al FBI y a la Agencia Nacional de Seguridad obtener
información privada de todo aquel que alguna vez ingresó a Internet. Tal
programa actúa a través de los servidores más importantes como Google, Yahoo,
Facebook, Youtube y Skype quienes salieron a desmentir complicidad alguna con
el proyecto gubernamental. Asimismo, en la denuncia aparecen implicadas
compañías como Microsoft y Apple quienes también, por supuesto, han intentado
despegarse del escándalo.
Tras la
denuncia, el Director de Seguridad Nacional James Clapper reconoció que el
programa está vigente desde el 2007 y que fue aprobado por el Congreso.
Asimismo aseguró que no se aplica a ciudadanos estadounidenses ni a residentes
de lo cual se sigue que la Cuarta Enmienda (la que protege la privacidad) parece
el único producto que el gobierno de Estados Unidos ha decidido no exportar al
transformar a todo extranjero que habite allende las fronteras del país del
norte en un potencial enemigo que, en tanto tal, merece ser espiado. Pues gracias
a este programa, los servicios de inteligencia de los Estados Unidos pueden
ingresar a e-mails, fotos, videos y conversaciones que cualquier usuario del
mundo considere de carácter privado.
El temerario
que hizo la denuncia se llama Eduard Snowden, tiene 29 años, y justificó su
accionar aduciendo que, pese a las consecuencias que le sobrevendrán, brindó la
información atormentado por el cargo de conciencia que le conllevaría ser
cómplice de un sistema que violaba un derecho fundamental de las democracias
modernas y que ha sido uno de los pilares del paradigma liberal que los Estados
Unidos siempre afirmaron representar. Por supuesto que el arrepentido tiene
cargo de conciencia pero no es tonto, y dio a conocer su identidad tras salir
de Estados Unidos y pedir asilo en Hong Kong, jurisdicción perteneciente a
China, país que, junto a Cuba, viene siendo objeto de denuncias constantes, de
parte del Occidente capitalista, por presuntas restricciones a los derechos y
libertades básicas. Snowden afirmó en un reportaje brindado a The guardian que “No quiero vivir en un
mundo en el que se graba todo lo que digo y lo que hago” e indicó que en Hong
Kong existe más libertad de expresión que en Estados Unidos.
Si bien podría
afirmarse que este hecho no hace más que confirmar el camino trazado por George
W. Bush en 2001 cuando, ante la tensión muchas veces existente entre privacidad
(uno de los aspectos de la libertad) y seguridad nacional se tomó partido por
la segunda, resulta necesario hacer notar que se está frente a un esquema mucho
más complejo que trasciende la voluntad de un país o un par de
administraciones.
Y el que mejor puede explicarlo sigue siendo,
me parece, el filósofo Gilles Deleuze, a partir de ese pequeño artículo
publicado en 1990 que lleva como título “Post Scriptum sobre las sociedades de
control”.
Deleuze, ante
todo, un gran creador de conceptos y categorías, afirma que estamos frente a un
nuevo tipo de sociedad que él llamará “de control”. Las sociedades de control
vienen a reemplazar paulatinamente a un tipo de sociedad cuya lógica comenzó a
imponerse desde el siglo XVIII y que otro filósofo francés, Michel Foucault,
denominó “sociedades disciplinarias”. “Disciplina” y “control” son términos que
parecen, al menos, emparentados y en este contexto tienen en común su objeto:
los cuerpos. Lo que se busca en los últimos siglos es, entonces, disciplinar y
controlar cuerpos pero los modos y las consecuencias son bastante distintos.
Para disciplinar cuerpos se necesitan instituciones disciplinarias. El emblema
de este tipo de instituciones es el, siempre estudiado en los ciclos
universitarios iniciales, modelo panóptico de Bentham, esa arquitectura que
permite ver sin ser visto y que, en tanto tal, genera una internalización y
autoproducción de la disciplina independientemente de la existencia concreta de
un vigilador. Pero para Foucault no sólo la cárcel disciplina. También lo hacen
otras instituciones, incluso algunas cuya finalidad parece ser bastante
distinta. Entonces la casa disciplina y la escuela, el ejército, la fábrica y
el hospital también. Como se puede observar en este listado, a cada etapa de la
vida de un ciudadano común le corresponde una institución disciplinaria: de
chico la casa; luego la escuela; a los 18 años el ejército y/o la fábrica; y si
la voluntad del sujeto no se adecua del todo, o la enfermedad interrumpe la
continuidad del disciplinamiento, el destino será la cárcel o el hospital
respectivamente. Pero si se observa bien, la particularidad de estas
instituciones es un encierro que actúa en un determinado tiempo y espacio: se
va a la escuela que queda en un espacio
físico y se cumple un horario de clase; lo mismo sucede con la fábrica. Esto
genera ordenamiento y la posibilidad de economizar recursos concentrando a los
sujetos en un lugar y en un momento. ¿Pero acaso no es esta descripción
representativa de la situación actual? No, o si se quiere, sólo lo es en parte
pues hoy en día, para controlar, no hacen falta las instituciones de encierro
en su modalidad tradicional. Si tomamos como ejemplo el trabajo, hoy no es
necesario asistir a una fábrica para producir. De hecho resulta mucho mejor
para el empleador que cada empleado trabaje desde su casa sin contacto alguno
con compañeros lo cual, sin duda, disminuye el sentido de pertenencia y la
capacidad de agremiación; lo mismo sucede en la escuela pues ya no hace falta
asistir a clase para aprender: se puede estudiar a distancia y a través de
programas de autogestión insertados en una notebook. En la misma línea, la
medicalización de la sociedad excede largamente los muros de los hospitales y
es uno mismo, gracias a los laboratorios y a la ignorancia y complicidad de
muchos médicos, quien lleva adelante el vínculo inescindible con el fármaco.
Por último, respecto de la cárcel, se puede decir que el encierro sigue siendo
un elemento distintivo pero existen mecanismos de externalización y control a
través de, por ejemplo, pulseras que son monitoreadas desde una sede central.
La denuncia de Edward Snowden promete seguir
sacudiendo la opinión pública al menos algunas semanas más y el resultado del
escándalo es incierto. En cuanto a los ciudadanos de a pie no parece existir ni
conciencia ni deseo de alterar un proceso que tiene mucho que ver con la propia
dinámica de transformación de un capitalismo que desde hace 40 años ha adoptado
un carácter eminentemente financiero. Quedará, para nosotros, entonces, seguir
viendo programas de TV donde, sin preguntarnos cuánta privacidad estamos
dispuestos a ceder, las cámaras se muestren como prótesis necesarias para
brindarnos seguridad, y continuar pensando que Control es el nombre de la
oficina de un Super Agente 86 al que simplemente, y en este caso, le ha fallado
el cono del silencio.
1 comentario:
Nuestro peor enemigo: nuestras conciencias dormidas...
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