En este espacio hemos catalogado a Javier Milei como un anarcocapitalista
en lo económico, conservador en lo moral y populista en lo
político/comunicacional. De las tres definiciones, quizás la más controvertida
sea la última por al menos dos razones: el propio Milei no la aceptaría (a
pesar de que probablemente aceptaría las primeras dos); y la definición de
populismo es lo suficientemente vaga como para incluir allí tradiciones,
movimientos y referentes diversos.
En la discusión pública en Argentina siempre se tomó cierta definición
estándar de populismo, emparentada con la demagogia y los líderes carismáticos,
si bien durante la época kirchnerista, la popularidad alcanzada por el filósofo
Ernesto Laclau y su cercanía al gobierno de Cristina Kirchner hicieran que, de
repente, la definición deviniera más técnica con términos como “demandas
insatisfechas”, “hegemonía”, “antagonismo”, “significante vacío”, al tiempo que en el
prime time de la TV se discutía en términos de “nosotros/ellos”, “amigo/enemigo”,
“lógica adversarial”, etc. Hasta que, en eso, no llegó Fidel, sino Mauricio Macri,
mandó a parar, y el debate volvió a los nichos académicos que años después ven
con asombro cómo la batalla cultural y la disputa por la hegemonía ahora son
banderas de la derecha.
El (presunto) populismo de Milei puede enfocarse desde distintos ángulos,
pero justo llegó a mis manos el último libro de Antonio Scurati, una
transcripción de una conferencia que diera en 2022, algunos días después del
triunfo de Meloni. Scurati es un profesor de Literatura contemporánea de la
IULM de Milán, autor de varios ensayos pero que saltó a la fama por una serie
de novelas históricas muy bien documentadas que se conocen como la saga de M por referirse a Mussolini. Las novelas
fueron un éxito en Italia y rápidamente fueron traducidas a distintos idiomas lo
cual hizo de Scurati una suerte de superventas mundial y una referencia al
momento de hablar de fascismo.
Scurati es un hombre que añora la formación antifascista de la generación
de sus abuelos y que ve con preocupación el ascenso de las derechas. Sin
embargo, no cae en la tentación de llamar fascismo a todo aquello que no huela
a progresismo como lamentablemente observamos con frecuencia últimamente.
Lo hace aclarando lo obvio: a diferencia del fascismo de Mussolini, ni
Trump, ni Bolsonaro, ni Meloni, ni Milei, etc., han utilizado la violencia para
eliminar a sus adversarios políticos y la violencia es, justamente, la marca
identitaria del fascismo. Asimismo, los mencionados han llegado al gobierno a
través de elecciones libres, administran dentro de los límites flexibles de los
principios republicanos, con tensiones, pero dentro de los límites, y podrán
fustigar a sus parlamentos, pero no han cerrado ningún congreso ni han eliminado
la división de poderes.
Sin embargo, aunque no hayan heredado esa esencia de la violencia política,
la tesis principal de Scurati es que estas nuevas variantes de la derecha
mundial sí han recibido, de manera difusa, quizás indirecta o hasta
inconsciente, la otra invención de Mussolini. Porque, efectivamente, el Duce no
solo fue el creador del fascismo sino que también fue, según Scurati, el
creador del populismo soberanista, esto es, una nueva forma de comunicar y de
liderar. Dicho de otra manera, las nuevas derechas no descienden del Mussolini
fascista sino del Mussolini populista.
Para examinar si esta categorización puede aplicarse a Milei, cabe evaluar
su accionar con lo que para Scurati son 7 reglas o características del
populismo.
La primera es el personalismo y la identificación con el pueblo frente a un
otro. Scurati indica que esta identificación hizo que Mussolini pudiera afirmar
que quien no estaba junto a él, no pertenecía al pueblo y, por lo tanto, era el
enemigo. Si lo comparamos con Milei, quien dice enfrentar a “la casta”, es cada
vez más evidente el modo en que, finalmente, lo que identifica a una persona
como perteneciente o no a la misma no es su historia ni su lugar en la sociedad
sino la cercanía con el presidente, es decir, se trata de un criterio, como
mínimo, bastante arbitrario.
Asimismo, hay que admitir también que, a diferencia de la última
experiencia de un gobierno de derecha en Argentina, el ya mencionado
perteneciente a Mauricio Macri, Milei es un líder popular y ha obtenido muy
buenos resultados entre los sectores más bajos. Será por carisma, por
características de personalidad, por la magia de la televisión o por provenir
de una clase media (a lo sumo media alta), pero lo cierto es que Milei ha
conectado con “los rotos” y hasta con sectores lumpen que tradicionalmente
votaban peronismo.
En relación con esta conexión, otra característica que menciona Scurati del
populismo de Mussolini es un cambio radical en la forma de comunicar, algo que
el líder italiano realizó desde su periódico: siempre en primera persona,
frases cortas, sintácticamente elementales y fácilmente extrapolables a
contextos diversos sin demasiada preocupación por si éstas reflejan o no la
realidad. Para ser buenos con Milei, hay que decir que, en todo caso, si de
pretender describir la realidad hablamos, la izquierda adoradora del
constructivismo lingüístico tampoco está muy apegada a ella. Pero volviendo a
Milei, en ese cambio estilístico de Mussolini, Scurati observa un antecedente
de “los twitts”, aquellos a los que echa mano frenéticamente por las noches el
presidente argentino. Es más, en la línea de lo que hiciera Milei cuando asumió
como diputado, quien comenzó a sortear entre la gente común el dinero de su salario,
una de las primeras medidas que tomó Mussolini cuando asumió la dirección de su
periódico fue bajarse el sueldo.
Milei, a su vez, del
mismo modo que lo hizo el populismo de Mussolini, abreva de toda una larga
tradición de crítica al sistema parlamentarista de las repúblicas democráticas
liberales.
Dice Scurati: “si yo
soy el pueblo y el pueblo soy yo, en tal caso el Parlamento se convierte en una
pérdida de tiempo, en la sede de la corrupción, de la degeneración patológica,
de la inadecuación, de las trapacerías, de los privilegios de casta, en el
centro de un inútil caos crónico”.
Milei suscribiría una
a una esas palabras como también suscribiría a aquella frase del Duce de “yo no
hago política, hago antipolítica”. A propósito, y hablando de curiosidades, al
igual que Milei en la apertura de sesiones legislativas y el día de la
asunción, Mussolini fustiga y humilla fuertemente a su parlamento el día de su
primer discurso y lo llama “una sala sorda y gris”.
Por cierto, y ya que
hablamos de “casta”, Scurati entiende que la utilización que hiciera el
fascismo de esa noción en realidad proviene de Gabriele D’Annunzio de quien
Mussolini abrevó para construir el imaginario fascista y se remonta a más de
100 años atrás.
Donde sí aparece
alguna diferencia con Milei es en la tercera característica que menciona
Scurati, al menos en relación al Mussolini más joven. Es que para nuestro
autor, el Duce plantea un nuevo tipo de liderazgo que no guía desde el frente
sino acompañando la multitud. Mussolini se autodefinía, en este sentido, como “el
hombre del después”, el que llega a los acontecimientos políticos una vez que
estos ya han sucedido. Esto va cambiar con el Mussolini de los años 30 y 40,
cuando ya es capaz de exponer una concepción filosófica del Hombre, del Estado
y un programa articulado, pero, en sus orígenes, Mussolini consideraba que el
líder “no tiene ni debe tener ideas propias, carece de convicciones
irrenunciables, no guarda fidelidad, no guarda lealtad, carece de estrategias a
largo plazo, no guía a las masas hacia una meta lejana y elevada, que él
atisba, pero las masas no ven. Muy al contrario, ese líder solo conoce tácticas
y ninguna estrategia, solo oportunidades y ninguna convicción, solo praxis y
ninguna teoría”.
Milei ha dado
muestras de pragmatismo, pero su liderazgo es mesiánico, con referencias al
antiguo testamento y muchos de sus seguidores hasta lo fundamentan en razones
esotéricas y en presagios de presuntos adivinos. Pero, además, su plan estuvo
claro desde el principio y, en todo caso, la crítica que se le suele hacer es
la inversa, esto es, lejos de estar “vacío” y sin estrategia, el gobierno de
Milei estaría sobreideologizado a punto tal que buena parte de sus errores
podrían hallar en esta característica una explicación.
Scurati refiere
también que en el fascismo original se instauró una política del miedo que
rápidamente devino en un sentimiento mucho más activo como el odio. Esto
encajaría con las críticas que recibe Milei y las derechas actuales en general
cuando se las acusa de fomentar las divisiones de la sociedad, etc. Sin
embargo, hay que indicar que una de las razones por las que Milei sostiene su
apoyo popular es porque, al mismo tiempo, ofrece esperanza de cambio. En otras
palabras, muchos de los que lo votaron lo hicieron como una revancha, un “aun
si me va peor, te voto solo para que acabes con el privilegiado de mi vecino”,
pero no se puede dejar de soslayo que las reformas estructurales prometidas
generan ilusión en un sector del electorado. Quien solo vea en Milei un
generador de odio, puede que esté proyectando algunos sentimientos propios,
respetables, pero incapaces de describir la realidad tal cual es.
Por último, Scurati
entiende que el populismo mussoliniano realizaba una simplificación de la
complejidad de la vida moderna reduciendo todo al problema del extranjero. En
Argentina, a diferencia de Europa, la cuestión de la inmigración no aparece
como preocupación, de modo que, en todo caso, si hay simplificación, opera en
otro orden y con otros enemigos, si bien, una vez más, a favor de Milei, habría
que decir que la simplificación es un clima de época. ¿O acaso no se simplifica
la realidad cuando es acusado de fascista cualquiera que ose al menos discutir
alguna partecita del nuevo canon moral?
Por último, Scurati
refiere a la importancia del cuerpo del líder al momento de lograr una
identificación con el electorado. No se habla de belleza sino de un vínculo
físico-emocional: Mussolini en el campo levantando el trigo, nadando como un
atleta; las fotografías del Putin supermacho y hasta su famoso montaje con el
torso desnudo “domando” un oso. En Milei opera algo de eso, desde el pelo
desaliñado, su gesticulación de rockstar y/u hombre irascible, la carpeta
siempre en sus manos demostrando que es un hombre simple que no malgasta el
dinero público en secretarias, los memes y los filtros en sus fotos que lo
muestran como un león poderoso y “estéticamente superior”, etc.
Argentina sabe bien
la importancia del cuerpo de los líderes. Pensemos si no en el cadáver de
Evita, escondido, mutilado, vejado y sobre el cual se habrían realizado hasta
sesiones de magia negra, o la profanación de la tumba de Perón al cual le
robaron las manos. Cuando se da esa identificación entre el cuerpo de la masa y
el cuerpo del líder, no hay medias tintas: ese cuerpo es adorado y venerado u
odiado hasta ser masacrado. Le ocurrió al propio Mussolini y lo hemos visto en
los últimos años con Saddam Hussein y Muamar Gadafi.
Como indicábamos al
principio, hay muchas maneras de identificar al populismo y la referencia a las
categorías expuestas por Scurati es solo una de ellas. Con todo, las hemos
traído a colación porque distinguir el fascismo del populismo para mostrar que,
en todo caso, es el último y no el primero, el legado mussoliniano que ha llegado
de manera más o menos difusa e indirecta a referentes de las nuevas derechas
como Milei, puede ser un buen aporte para la discusión.
Esto permitirá
criticar lo que haya que criticar y también servirá para aceptar, al mismo
tiempo, que estas expresiones, al menos hasta ahora, han sabido ganar un
espacio legítimo gracias al voto popular y dentro de las reglas democráticas.
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