Cualquier asesor mínimamente avezado sabe que poder
identificar un enemigo (o adversario, en este caso, lo mismo da), es clave para
toda construcción política en tanto marca límites, establece un nosotros y un
ellos. Esta estrategia es particularmente eficaz como construcción política
cuando ese “nosotros” es débil o heterogéneo y es necesario unificarlo detrás
de un liderazgo. El enemigo puede ser una idea, una persona, un símbolo, un
país, lo que fuera… y, claramente, no necesariamente es un enemigo real.
En la Argentina, este tipo de estrategia la utilizaron
todos los últimos gobiernos y parece estar impulsándola la administración de
Milei si bien, al momento de pensarlo ya en términos electorales, los
resultados no han sido siempre los esperados.
Naturalmente, lo ideal es que nuestro candidato se erija
como la contrafigura de un enemigo al que se puede vencer fácilmente en las
urnas. De aquí que Kirchner haya elegido confrontar con Macri. El ingeniero era
los 90, la corrupción, el niño bien que tenía en Boca su berretín, el bruto…
Era imposible que Macri ganara una elección ni local ni nacional. La historia,
evidentemente, dijo otra cosa.
Una vez en el poder, Macri hizo lo propio: persecución a
CFK, esmerilamiento del kirchnerismo y antiperonismo de ese que hacía tiempo
que no se veía. Con escándalos de corrupción, sectores del peronismo ávidos de
romper con ella, y con la propia CFK teniendo que jugar en PBA para encima
perder contra un candidato desconocido como Esteban Bullrich, la elección debía
ser pan comido. Sin embargo, en 2019, ni siquiera tuvo que jugar ella
directamente. Eligió a dedo a quien quiso y lo hizo presidente.
Milei, además de su batalla cultural, decíamos, parece
estar pensando en una estrategia similar a la de Macri: erigir a CFK como su
némesis. Para hacerlo habría muy buenas razones ya que, si lo logra, todo el
voto de Macri lo acompañará y, al mismo tiempo, la CFK de 2024/2025 está
todavía mucho más golpeada que la del 2017 después del grado de responsabilidad
que le compete tras la mala gestión del último gobierno. Con la derecha
encolumnada, la clase media tan tranquila como el dólar, y con CFK en frente
poco predispuesta a revisar los tiempos de los ciclos, Milei puede ser reelecto
en 2027. Así lo calculan en la Casa Rosada y tienen fundamentos para sostenerlo
más allá de que los antecedentes mencionados deberían estimular la
prudencia.
Pero más interesante me resulta otro fenómeno que suele
complementar la estrategia de la identificación del enemigo. Según las
circunstancias, puede darse al mismo tiempo una vez alcanzada cierta robustez o
una mínima hegemonía al interior del espacio. Al fin de cuentas también tiene
que ver con el intento de fortalecer la identidad y me refiero al proceso de
purga/depuración interna por el que todo “Nosotros” atraviesa. El punto viene a
cuento porque me permito arriesgar una hipótesis: tal como se encuentra el
panorama hoy, la administración de Milei debería preocuparse más por la interna
que por el ruido que puedan meter “los de afuera”. Y no me refiero solo al
conflicto con la Vicepresidente, prácticamente un clásico, al menos de la
última era democrática, sino a cómo logrará resolver su relación con el PRO, y a
las disputas intestinas que este modo hipervertical y cerrado de toma de
decisiones conlleva, en tanto genera muchos “heridos” y tensiones por doquier,
incluso en el mundo del poder judicial y los servicios de inteligencia donde
las operaciones y las contraoperaciones están a la orden del día.
Habrá que prestar particular atención a esto, justamente,
porque este tipo de conflictos no aparecen solamente en tiempos de crisis
interna cuando corre peligro la continuidad de un gobierno. A veces,
especialmente en una fuerza que todavía está en proceso de gestación como LLA,
estos episodios aparecen, paradójicamente, cuando los gobiernos están en sus
buenos momentos, es decir, cuando se observa que hay un horizonte limpio para
seguir avanzando. Es más, aunque no estaban administrando, esto fue lo que le
ocurrió a Cambiemos en 2023: tenían la elección ganada, pero fue tal el
destrozo de la interna que acabaron terceros.
Y, en un sentido, algo similar le ocurrió al kirchnerismo
después del triunfo de 2011 hasta exactamente el día en que, tras la primera
vuelta, se dieron cuenta que Macri podía ganar. Antes de ese día, la confianza
llegaba a tal extremo que la especulación era minar a Scioli para que llegue al
poder pero sin tanta fuerza: “Que gane por menos de 10 así no se la cree”.
A propósito de internas, en estos días leía La trampa identitaria, un libro de
Yascha Mounk, quien, a los ojos de un argentino, podríamos denominar “un
cosmopolita socialdemócrata/liberal de izquierda (tal como lo entienden los
estadounidenses)”, es decir, alguien insospechado de ser de derecha. Traigo el
libro a colación porque en el relato que él hace de lo ocurrido en Estados
Unidos tras la primera victoria de Trump, en 2016, se da una suerte de espejo
con la Argentina, incluso en lo que refiere a la temporalidad, porque 2016
marcó aquí la llegada de Macri.
Dice Mounk:
“Cuando las protestas masivas a finales de 2016 empezaron
a amainar y encallaron los diversos planes para obligar al recién elegido
presidente [Trump] a dimitir de su cargo, se instaló una debilitante sensación
de impotencia. En la medida en que los activistas de izquierda fueron conscientes
de que podían hacer poco para protegerse de un presidente que –por razones perfectamente
racionales- les infundía miedo, algunos de ellos redirigieron su atención hacia
aquellas cosas que aún permanecían bajo su control. ‘Quizá no pueda acabar con
el racismo por mí mismo, pero puedo hacer que despidan a mi jefe, o que
destituyan a fulano o mengano, o que alguien rinda cuentas –explicaba un
veterano del movimiento progresista- (…). La gente encontraba el poder donde
podía, y eso suele ser donde trabajas, o a veces donde vives, o donde estudias,
pero siempre en algún lugar cerca de casa’”.
En Argentina no se buscaron resquicios para destituir a
Macri como sí lo intento el progresismo estadounidense al principio, pero
sucedió un fenómeno similar. Una vez aceptado el triunfo del expresidente de
Boca, el “Macri, basura, vos sos la dictadura” era un grito de impotencia
además de una descripción falsa, y toda esa ira de repente devino hacia el
interior del espacio: el kirchnerismo, que hacía ya algunos años que
ideológicamente estaba sin rumbo y que se mostró incapaz siquiera de ungir un
candidato propio, (porque ni Scioli, ni Randazzo, y, más tarde, ni Alberto ni
Massa lo eran), continuó de forma desmadrada esa suerte de purga ideológica que
ya había iniciado siendo gobierno. En este caso, aunque probablemente en
Estados Unidos haya ocurrido lo mismo, el fenómeno se dio ante una total
incredulidad: no era posible que Macri (ni Trump) pudiera triunfar en una elección.
Década ganada, crecimiento a tasas chinas, victoria cultural, Patria Grande, pero
tuviste que poner de candidato a Scioli y perdiste contra quien no se podía
perder.
Continúa Mounk:
“Los profesores que trabajaban en las universidades y
colegios universitarios de artes liberales; los poetas, pintores y fotógrafos
adscritos a sus principales instituciones artísticas, e incluso los empleados
de las organizaciones progresistas de Estados Unidos podían hacer desesperadamente
poco para defender a su nación contra Donald Trump. Pero lo que sí podían hacer
era identificar a cualquiera que, deliberada o inadvertidamente, en la realidad
o en su imaginación, no acatara las nuevas certidumbres políticas con las que
se habían comprometido las comunidades más progresistas del país”.
Mounk pareciera estar hablando de Argentina porque aquí
se dio exactamente igual. Había que buscar culpables: ¿afuera? Magnetto.
¿Adentro? A veces los traidores, a veces el seisieteochismo, a veces los tibios…
alguien tenía que pagar y alguna explicación debía haber para lo inexplicable.
Pero claro, una vez señalados los presuntos culpables de la derrota pasada,
mientras los verdaderos responsables se habían garantizado, parafraseando a
Borges, varios porvenires, hacia adelante se impuso el canon progresista y la
consecuente purga, lo cual no solo quebró la homogeneidad quebradiza que había
dejado la salida de CFK, sino dejó una fractura social que, ayudada por la
conmoción de la pandemia, encarnó en un Joker vernáculo. Es como si, con CFK
afuera del poder, todo ese fervor militante se hubiera quedado sin nada que
militar. En otras palabras, dado que se militaba más a CFK que a un proyecto, o
se suponía que la propia CFK era el mismísimo proyecto, con ella fuera del
poder, solo quedaba la fragmentación antojadiza ayudada por la falta de cuadros
capaces de guiar. De aquí el abrazo a todo tipo de causa, cuanto más
minoritaria, más diferenciada y más radical fuera, mejor. El carácter
sacrificial que siempre exigió el kirchnerismo a sus seguidores se multiplicaba
y el control de calidad lo hacían los pibes para la liberación al calor de los
espacios institucionales que se habían reservado en la salida tumultuosa del
poder, allá por diciembre de 2015.
En todo caso, la diferencia es que, en Estados Unidos, la
avasallante tendencia progresista ya se había impuesto algunos años antes y se
exacerbó con Trump en la presidencia. Pero en Argentina, lo curioso es que todo
ese clima persecutorio pos 2015 llegaba con la promesa de “volver mejores”, lo
cual, evidentemente no ocurrió tal como demuestra haber perdido una elección
contra un recién llegado sin aparato, sin partido, sin fiscales, sin
territorio, sin gobernadores, sin intendentes y sin dinero.
Es imposible imaginar qué le deparará el destino a una fuerza
como LLA puesto que hay decenas de factores que entran en juego. Por lo pronto,
el movimiento de creación del enemigo exterior y purificación interna parece
desarrollarse al mismo tiempo y a mucha velocidad aprovechando el indiscutible
liderazgo de Milei y el sostenimiento del apoyo popular. Sin embargo, como
decíamos, la selección del enemigo no siempre garantiza buenos resultados, y el
fenómeno de purga interna puede ayudar a definir mejor una identidad mientras
produce fracturas irreconciliables con la pretensión de construcción de
mayorías. En la pericia con que se pueda balancear ese movimiento hacia afuera
y hacia adentro, puede que esté la clave para vislumbrar el futuro de Milei.
No hay comentarios:
Publicar un comentario