domingo, 27 de marzo de 2022

¿Moderación en qué? ¿Radicalización hacia dónde? (editorial del 26/3/22 en No estoy solo)

 

Una buena síntesis del debate que se está dando al interior del FDT aparece condensada en dos cartas que estuvieron circulando los últimos días. La primera, llamada “La unidad del campo popular en tiempos difíciles” es una carta “albertista” en el sentido de que cuestiona las acciones del kirchnerismo duro aun cuando lleve la firma de referentes que han acompañado a Kirchner y a CFK durante buena parte de su gobierno. La segunda, titulada “Moderación o pueblo”, ha aparecido como respuesta a la primera y puede leerse como una carta que representa el punto de vista del kirchnerismo duro y es profundamente crítica de la administración de Alberto. Yo no soy de los que crea que la verdad está en un promedio de ambas cartas pero es cierto que en ellas se mencionan aspectos que vale la pena desarrollar.

La primera carta reivindica la moderación, al menos “como opción táctica en una época específica” y agrega que hay momentos en que la “moderación puede ser transformadora y la radicalización impotente”. Se trata de un dardo directo a la actitud del kirchnerismo con Máximo a la cabeza en el marco del acuerdo con el FMI.  Antes de que se los acuse de “posibilistas”, los firmantes indican que se trata más bien de leer los signos de los tiempos y entender que los otros, esto es, los neoliberales, también juegan. Por último, advierten al kirchnerismo duro sin señalarlo abiertamente, claro, que absolutizar las identidades para una eventual próxima etapa puede resultar catastrófico. Dicho más fácil, el precio de una ruptura en pos de salvar una pretendida pureza del ADN kirchnerista, podría generar un daño inconmensurable, tal como se observó tras la derrota de 2015. En este sentido, agregan “esperar a tiempos mejores incluso tomando el riesgo de grandes derrotas no puede ser hecho sin asumir el propio lugar en las consecuencias calamitosas sobre la vida de los trabajadores (…)”. 

La advertencia parece sensata. Como venimos indicando aquí en los últimos meses, el kirchnerismo duro tiene buenos fundamentos para oponerse al acuerdo con el FMI pero su actitud parece desnudar una suerte de pasión por transformarse en una izquierda testimonial. Incluso podría agregarse un error de diagnóstico en cuanto a avanzar en la ruptura de hecho en el sentido de que el actual acuerdo con el FMI no es más que un parche por 30 meses. No va al fondo de la cuestión, no resuelve nada ni condiciona más que lo que había condicionado el acuerdo impagable firmado por Macri. Pero el kirchnerismo no se opone al acuerdo denunciando que lo único que se logró es ganar tiempo para llegar a 2023 sino que dice que lo acordado por Guzmán impone condicionamientos. Y claro que los impone pero van a ser peores los condicionamientos que sobrevendrán después del margen de 30 meses que Argentina ganó. Asimismo, más allá de la discusión acerca de “moderación sí o no”, no queda claro cuál era la opción planteada por el kirchnerismo. ¿No acordar? ¿Ir al default? ¿Había un plan para esa instancia? ¿Cuál sería ese plan? Incluso metiéndonos en un terreno antipático: ¿cómo piensa el kirchnerismo duro bajar la inflación? ¿Cuál es, por ejemplo, la respuesta que da a la enorme cantidad de subsidios que el Estado otorga en materia de energía y transporte? ¿No sería mejor avanzar en un recorte sensato de los mismos antes que generar una crisis que sirva en bandeja el gobierno a una derecha que puede decretar aumentos de hasta 3000%? ¿Bajo los designios de qué ideología se puede sustentar la idea de que un boleto de colectivo en CABA cueste menos de 20 centavos de dólar (oficial) y una familia tipo pague menos de 10 dólares (precio oficial) de luz, agua y gas respectivamente? En otras palabras, ¿desde cuándo el kirchnerismo tomó como parte de su ADN la idea de gobernar con déficit? No hay que tenerle miedo al déficit pero no se puede hacer de ello un dogma. Pregúntenle a Néstor Kirchner si no, que gobernó con superávit gemelos y con la economía creciendo a tasas chinas.

Ahora bien, como les indicaba, hay aspectos interesantes en ambas cartas. En este sentido, la segunda, más allá de un título más anacrónico que provocador, da en el eje en varios aspectos.

Si la primera hablaba de una radicalización que en algunos momentos de la historia puede devenir impotente, en esta segunda carta se puede leer lo siguiente:

“Mientras tanto, la política gubernamental ha llegado a su punto más trágico: la preparación de escenarios de anuncios donde no se realizan anuncios. Es la práctica fallida de anticipar políticas que no se concretan: el mismo gobierno genera las expectativas y la defraudación de las expectativas. Allí irrumpen los instantes crueles en donde la moderación se transforma en impotencia. Deciden bajarle la intensidad a la política y, como efecto no deseado, suprimen a la política. Proponen ir despacio pero terminan inmóviles. Pretenden hablar suave pero se vuelven inaudibles. Todo lo que se presenta moderado termina siendo débil y sin capacidad transformadora. Es necesario recordarlo: los gobiernos no se evalúan por sus intenciones, sino por sus realizaciones”.

Además, si la primera carta advertía que no hay que olvidar que la contradicción principal está con lo que está afuera del FdT, es decir, con Macri y no con Alberto, en la segunda denuncian que “la carta albertista” olvida mencionar el legado macrista y pasa por alto la pregunta de para qué sirve la unidad. Esta pregunta, agregan, resulta central porque si no queda claro que la unidad tiene sentido en la medida en que sea la base de políticas transformadoras, lo que va a terminar ocurriendo es que la unidad de los dirigentes se podrá mantener pero lo que se va a perder es la unidad de la base electoral del FdT. Creo que ese punto es atendible y es algo que venimos advirtiendo desde este espacio también.

Es que la concepción albertista de que la política es asunto de profesionales ayuda a profundizar el hiato entre dirigencia y ciudadanos. En este sentido, adjudicar la despolitización y la desmovilización a la pandemia es una lectura generosa que pasa por alto que, más allá de un virus, es una forma de gobernar. No está ni bien ni mal, o sí, pero es una idea que se apoya en la política entendida como rosca de superestructuras, la política como acuerdos dirigenciales, algo en lo que Alberto parece hábil. De hecho, lo milagroso hasta ahora es que el presidente haya logrado que ninguno de los enojados haya roto el Frente y lo ha hecho con los incentivos propios de la política en el mejor y en el peor de los sentidos: a todos (los dirigentes) algo. El punto es que los ciudadanos se transforman en testigos de las disputas de poder de una dirigencia que no abandona los espacios de poder ni los recursos económicos mientras la vida se precariza siempre un poco más. Así, como se sigue de esta segunda carta, en su afán de lograr que los dirigentes no se enojen, los únicos que van a enojarse son los dirigidos, esto es, los votantes. De hecho no es casual que empiece a aparecer una pregunta incómoda en mucha gente, aquella que se interroga acerca de para qué mantener una unidad e incluso para qué ser kirchnerista. Esa interrogación supone que hoy no alcanza con afirmar las razones por las que se fue kirchnerista. Eso lo tienen claro todos los que apoyan el espacio de CFK. Pero lo que fue una razón en el pasado puede no serlo en la actualidad. En el mejor de los casos la respuesta va por la vía negativa: soy kirchnerista o, al menos, para decirlo menos ampulosamente, voto al oficialismo para que no vuelva la derecha. Ese es quizás el error en el ángulo de la primera carta y aquello por lo que lo allí escrito tiene dificultades para interpelar a una mayoría de los ciudadanos. Me estoy refiriendo a que la primera carta comienza preguntándose cuál es la mejor estrategia para frenar a la derecha y nunca se pregunta cuál es la mejor estrategia para que la gente viva mejor. En otras palabras, solo un grupo particularmente comprometido o ideologizado podría estar preocupado por qué hacer para que no vuelva la derecha pero a la inmensa mayoría lo que le aparece como problema es cómo vivir mejor. No importa si es con un gobierno de derecha o de izquierda; ni siquiera importaría si se trata de un gobierno extraterrestre. Y no están equivocados: tienen razón o al menos tienen derecho a exponerlo en esos términos.

Para finalizar, creo que la segunda carta también acierta en el pasaje donde indica: “no estamos ante un problema de moderación o intensidad. El problema es de orientación de las políticas”.

Es un buen punto porque todo el tiempo hablamos de moderación pero ¿qué significa ser moderado? ¿En qué se está pidiendo moderación? ¿Acaso estamos frente a un gobierno que hace media ley de medios en lugar de una entera? ¿Que otorga una AUH que no es tan universal y que se le da a medio hijo? ¿Se trata de la moderación de subir las retenciones pero un poquito? ¿De televisar dos partidos de mierda en vez de diez? ¿De bajar un portarretrato en vez de un cuadro? ¿De hacer un satélite en vez de dos? ¿De hacer una tecno en lugar de una polis?

Con estos ejemplos lo que quiero decir es que aquí no parece haber un problema cuantitativo, de intensidad o de velocidades. El problema es la agenda del gobierno; el problema es en qué ser moderado porque ese “qué” no coincide con lo que quiere la mayoría de los votantes del FdT ni la sociedad en general.  Entonces no hay un gobierno que por ser moderado hace la mitad de lo que hacía el de Cristina. Hay un gobierno que al no cumplir el contrato electoral se separa de la identidad que tuvieron los gobiernos kirchneristas. Quizás ése sea el plan que tiene Alberto o quizás no; incluso quizás eso puede ser bueno para la Argentina. En todo caso es materia de debate. Pero el descontento es evidente. Si a esto le sumamos que la facción K dentro del gobierno manifiesta sus discrepancias desde una perspectiva testimonial y exige una radicalización pero sin ofrecer respuesta acerca del cómo y hacia dónde radicalizarse, el camino hacia el 2023 es una incógnita o, lo que es peor, es casi una certeza.    

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