El bipartidismo y las elecciones donde los ciudadanos eligen a quien será su representante se han ido con el siglo XX y son materia de libros de historia. Salvo contadas excepciones, los presidentes en Europa o Estados Unidos se suceden pero las plataformas y las políticas se parecen, especialmente porque quienes gobiernan no son esos presidentes ni los representantes del pueblo. En este sentido, la alternancia es solo alternancia de nombres propios.
El escenario no
dista demasiado de aquel diseñado por el escritor de ciencia ficción
estadounidense Philip Dick, en su libro Simulacros,
publicado en 1964. La novela está ambientada a mediados del siglo XXI. Al
frente del gobierno de una nueva entidad política conformada por Estados Unidos
y Europa cuya sede es La Casa Blanca, hay un presidente que pertenece al único
partido existente. Podría decirse que se dejó de lado la hipocresía de afirmar
la pertenencia a distintos partidos. Resultaba más simple asumir que partido
hay uno solo y que la democracia solo era real para un grupo mayoritario de
cándidos. Es verdad que el pueblo mantenía el derecho de elegir sus presidentes
cada cuatro años. El detalle es que estos presidentes son androides. No sabemos
por qué Dick recurrió a la idea de presidentes androides para exponer que los
presidentes humanos elegidos a través de las urnas responden a intereses
fácticos pero convengamos que, como metáfora, es por demás pertinente.
Dejando de lado
el sentido más técnico que el término “simulacro” pudiera hallar en la
filosofía, la idea de simulacro entendida coloquialmente como una puesta en
escena que se hace pasar por algo real, atraviesa toda la historia del
pensamiento occidental y también la obra de Dick. De hecho, probablemente,
junto a la pregunta acerca de qué es y qué será el ser humano, el tema de qué
es real y qué no, es la gran pregunta que está presente obsesivamente, me
atrevería a decir, en casi todos sus escritos.
Asimismo, como
también sucede en el resto de sus novelas, hay varias historias que se van
contando en paralelo pero de ésta yo rescataría con fuerza la cuestión política,
la exposición de la farsa en la que se han convertido las democracias actuales.
De hecho, la idea de un gran único partido muestra que la verdadera competencia
ya no es electoral sino entre empresas. Es el poder real el que saca y pone
estos presidentes androides y que juega su propia interna apoyando o
desplazando a las empresas que, naturalmente, mantienen este secreto de Estado.
Es más, si bien ha sido publicada en 1964, un pasaje de la novela expone que
para mediados del siglo XXI las empresas multinacionales serán más importantes
que los Estados. Evidentemente la realidad fue más ansiosa y llegó antes que
los presagios de Dick, al menos en este punto.
Pero este
simulacro no alcanza y Dick va un paso más allá para poner en el centro a la
primera dama. La primera dama es una suerte de reina y ocuparía algo así como
un cargo vitalicio ya que ejerce ese rol desde hace setenta años, aun cuando
los presidentes androides se reemplazan cada cuatro. Como indica uno de los
personajes, a finales del siglo XX, Occidente derivó en un matriarcado. ¿Pero
es ella también un androide? No. Sin embargo, parece no envejecer. De hecho
está siempre espléndida, luce joven y la gente la adora. La respuesta no está
en las cirugías ni en un prodigio. Es que la primera dama real, joven y bella
había muerto hace setenta años y desde aquel momento ha sido reemplazada, sin
que el pueblo se diera cuenta, claro, por actrices cuya fisonomía era similar a
la de la finada.
En medio de todo
esto aparecen personajes rarísimos como un pianista sin manos que toca gracias
al poder mental; unos marcianos que conviven con nosotros y que tienen la
capacidad de convencer a la gente, y lluvias radioactivas ocasionadas por
bombas lanzadas desde la China popular que derivaron en la esterilidad de
muchas personas. El dato es interesante porque en su novela Dick aclara que los
sistemas políticos prohíben votar a esta horda de estériles.
Además, en Dick
no pueden faltar las colonias en Marte, claro está, y los viajes en el tiempo.
En este caso utilizados para cambiar la historia de un Hitler que habría ganado
la guerra (como en su otra novela, El
hombre en el castillo) y para traer al presente al nazi Hermann Göring, quien
había sido el número dos de Hitler y que sería extorsionado para que aceptara realizar
un trabajo sucio funcional al interés del gobierno actual.
En el plano de
lo político y sociológico no es menor el detalle que marca Dick cuando habla de
una sociedad dividida entre una elite que conoce el secreto de los simulacros y
un vulgo engañado que cree vivir en un sistema democrático. En medio de todo
ello hay unos seres denominados “parias” que no serían producto de una degradación
radioactiva sino neandertales que se vinculan con la realidad a través de la
televisión. Es interesante este punto porque la diferencia entre la elite y el
vulgo no es económica sino vinculada al conocimiento. Son una elite por lo que
saben y no por lo que tienen. Efectivamente, Dick ya lo había visto todo en
1964.
¿Y qué sucede en
la novela? La empresa que creaba los androides presidentes amenaza con revelar
el secreto a la prensa si se le quita el negocio de construir el próximo
androide. El gobierno intenta acallar a la empresa persiguiendo a los
responsables pero la información sale a la luz y hay un conato de golpe de Estado
que enfrenta a la policía federal, de parte de la empresa multinacional, con el
gobierno. Pero cuando decimos “gobierno” hay que aclarar que quien gobierna es,
en realidad, un Consejo muy poco notable que maneja desde hace décadas al país
eligiendo en los castings a la primera dama y poniendo o sacando a los presidentes
robots.
Hacia el final,
uno de los protagonistas plantea la posibilidad de irse a vivir a Marte
mientras observa alrededor la guerra civil desatada y un grupo de neanderthales
bailando sin comprender lo que sucede alrededor.
Quienes
disfrutamos de la literatura entendemos que el agregado del viaje a Marte es un
guiño que hay que agradecerle a Dick. Es que, leída en el año 2020, es la única
parte de la novela que nos permite reconocer que se trata de una ficción.
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