La semana pasada se generó una polémica en torno a una carta
que incluía firmas de miembros del CONICET, políticos, intelectuales y
referentes de la cultura claramente opositores al gobierno y, por qué no decirlo,
encolumnados en un antiperonismo furioso. Tal denominación no es un juicio de
valor sino una descripción. De hecho un antiperonista furioso puede decir cosas
atendibles y hasta puede tener razón. Sin embargo, los conceptos vertidos en la
carta, salvo algún punto que indicaremos a continuación, desplazan para una
próxima ocasión esta posibilidad. De hecho, muchos de los firmantes tuvieron
que retroceder cuando se los invitó a debatir o cuando algún periodista amigo
les llamó la atención sobre la desproporción de algunas de las afirmaciones
allí vertidas. Así apareció la idea de que, en realidad, se utilizaron recursos
estilísticos, cuando no, del marketing, para llamar la atención, como confesó
Luis Tonelli en un reportaje; o Sandra Pitta quien indicó que la idea de
“infectadura” no buscaba afirmar que estamos en una dictadura sino que debe
entenderse en un sentido simbólico, etc. Incluso Juan José Sebreli, que del
mayo francés sólo guardó la polera, días antes había afirmado que en Villa Azul
se estaba reproduciendo el Gueto de Varsovia aunque parece que después dijo que
era una metáfora que él usaba asiduamente. La carta contiene varios exabruptos
más como trazar una equivalencia entre “la hora de la espada” de Lugones y “la
hora del El Estado” de Alberto cuando el presidente hizo referencia a que la
pandemia expone que hace falta una presencia más potente y eficaz del Estado; o
cuando se indica que la democracia está en peligro como nunca estuvo desde el
año 83. Cuesta preguntarse de qué están hablando los firmantes, desde qué
burbuja ideológica se pueden generar semejantes anteojeras. Porque todos
sabemos que la realidad es pasible de ser interpretada pero salvo que caigamos
en un constructivismo delirante, hay allí afuera algo, hay allí afuera hechos
que ponen ciertos límites a las interpretaciones. En buen criollo, no se puede
decir cualquier cosa. O se puede pero entonces es difícil que quien las diga
pueda ser tomado en serio. Lo digo con todo respeto porque me consta que entre
los firmantes hay gente que no es tonta ni mucho menos.
Aclarado esto, hay una serie de aspectos que sí podrían ponerse
sobre la mesa. En la carta algunos de estos puntos aparecen mencionados pero
creo que se pueden expresar con algo menos de mala fe y con ánimo constructivo.
Esto lo indico porque desde los sectores que apoyan al gobierno hay algo así
como un nuevo límite moral: nadie puede oponerse a la cuarentena; oponerse es
estar del lado de la muerte; es Bolsonaro, Trump; quienes se oponen solamente
pueden ser esa Armada Brancaleone que se manifestó en el obelisco la semana
pasada y que en cuestión de minutos podía decir que protestaba porque el virus
no existía, porque las vacunas generan autismo, porque Alberto es un dictador,
porque hace 80 días que no se coge, porque no queremos pagar impuestos, porque
el nuevo orden mundial nos quiere encerrados, porque el comando venezolano-cubano-iraní
asesinó a Nisman, porque Máximo Kirchner es un androide asesino extraído de una
novela de Philip Dick, etc. Había de todo, claro. Y los medios más cercanos al
oficialismo los mostraron una y otra vez para que hagamos consumo irónico de
semejantes imbecilidades.
En lo personal, como lo vengo escribiendo aquí hace semanas,
estoy a favor de la decisión gubernamental y el caso argentino ha sido un
ejemplo en el mundo al menos hasta ahora; Alberto Fernández ha sabido llevar la
situación con sus modos, con la construcción que ha hecho con los gobernadores
y los intendentes. Seguramente que todo es perfectible pero es difícil afirmar
que el gobierno en ese sentido no ha estado a la altura de la circunstancia, al
menos en lo que corresponde a la estrategia sanitaria.
Dicho esto, considero injusto que plantear dudas o preguntas
acerca de los pasos a seguir nos ubique automáticamente del lado de los
exabruptos, la muerte, los “libertarios antipatria” o los dementes.
Porque no es alocado plantear que la cuarentena no puede
seguir indefinidamente y que no se puede ritualizar que cada 15 o 21 días el
presidente y los gobernadores elegidos simplemente nos digan que debemos seguir
en casa. Es posible preguntar si tiene sentido una cuarentena que en CABA y en
el conurbano proyecta extenderse unos 150 días. ¿Por qué no preguntar eso?
¿Podemos hacerlo o algún periodista converso nos acusará de traidores con tono
de indignación? Claro que el gobierno tiene razón cuando dice que liberar ahora,
con el crecimiento de los casos, sería una locura. Efectivamente, sería una
insensatez. Pero la única solución no puede ser continuar con el encierro. Es
incuantificable pero los problemas psicológicos, sociales, económicos que esto
está trayendo son innumerables y no se los puede despreciar sin más en nombre
de “la salud” porque como alguna vez dijimos aquí, a propósito de la historia
que habíamos realizado sobre la medicina social como modo de control, somos
vida, somos biología pero también somos más que eso. Y por supuesto que mi
intención no es caer sobre la figura de Agustín Rossi quien respondió que no
hay infectadura sino saludcracia, pero hilando fino, tampoco sería buena una
saludcracia. Es que un “gobierno de la salud” me huele a algo que sí advierte
con razón esa carta en medio de todos sus exabruptos: gobernar un país no es aconsejar
sobre la salud de un cuerpo individual; el cuerpo social, si algo así existiese,
no obedece a la misma lógica que un cuerpo individual y saber de virus no
supone saber de política.
Nunca faltará algún zonzo que diga que ahora Alberto
Fernández dejó de ser el títere de Cristina para ser el títere de Pedro Cahn,
el cual de repente, pasará a ser Pedro “K”ahn; pero dejemos eso para los
editorialistas amarillos. No tengo dudas que es Alberto el que toma las
decisiones pero lo que se está observando además es que la dinámica social,
económica y política está evidenciando que las políticas restrictivas que
sugieren los expertos epidemiólogos no pueden ser la única variable. De hecho
nótese que en CABA y en Provincia los gobiernos están obligados a ceder porque
de otra manera la situación cedería de hecho. Y la contención se está dando en
las villas con una lógica asistencialista que es la única que explica que no
haya existido un estallido. No es una crítica, por cierto. Yo hubiera hecho lo
mismo. Hay que hacer todo lo posible para que no estalle la clase baja pero la
que va a estallar es la clase media. ¿Advertir eso es una herejía? Disculpen.
Pero el problema es que cuando las clases medias estallan, estallan fascistas.
Y a la clase media no le llega una: porque paga lo mismo de impuestos y lo
mismo de servicios; y porque los 10.000 pesos, los créditos de hasta 150000 o
la ayuda para pagar los sueldos a las empresas ayudan pero no alcanza y la
enorme porción de gente que labura más o menos en negro sólo la ve pasar. Debe
ser la cuarta vez que lo escribo pero lo volveré a hacer: sin guita no hay
confinamiento que aguante y el problema no lo tienen sólo los pobres. De hecho
es muy probable que, con las medidas, la pandemia arrase más a la clase media
que a la clase baja. Si vas a mantener el confinamiento tenés que poner más
plata porque lo que estamos viviendo hoy, y lo que va a quedar el día después,
será terrorífico: recesión, despidos, poder adquisitivo por el piso, salarios
medidos en dólares indignantes, pobreza cerca del 50 porciento, etc. Es curioso
pero mirándolo así, pareciera que el coronavirus vino a cumplir las metas que
se proponía el gobierno de Macri.
Yo no soy un exégeta de la voluntad popular pero intuyo que
la gente votó otra cosa y, si no hay cambios estructurales, el actual gobierno
acabará siendo testigo del éxito del gobierno anterior. ¡Claro que no hay una
infectadura! Pero la gente necesita algo más que una saludcracia.
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