Hace ya muchos años mis padres me compraban libros de una
colección que en, lengua hispana, se conocía como Elige tu propia aventura, y tenía títulos y presentaciones muy
seductoras para un adolescente, a saber: Guerra
contra el amo del mal, La caverna del
tiempo, Al Sahara en globo, Tu nombre en clave es Jonas, etc. Se
trataba de historias breves en las que, en determinada página, el lector debía
escoger entre una situación dilemática: si quieres que Juan persiga al ladrón
ve a la página 63; si quieres que Juan permanezca debajo de la mesa ve a la
página 85. La decisión en uno u otro sentido, obviamente, cambiaba el rumbo de
la historia que, en algunos casos, podía derivar en un final abrupto. Que yo recuerde,
al menos, era la primera vez que el lector tenía una participación activa, en
un sentido estricto, y de esa manera el texto escrito podía evitar, al menos en
parte, aquellas críticas que Sócrates le hacía cuando indicaba que, a
diferencia de la oralidad, es imposible interactuar con aquello que está
escrito porque permanece allí inmutable, frío y ajeno a nosotros. Con los años
supe que había algunos antecedentes y me encontré con Rayuela de Julio Cortázar que se puede leer desde el capítulo 1,
como se lee cualquier libro, pero también se puede leer ingresando desde el
capítulo 73 y siguiendo la dirección alternativa que propone el autor, esto es,
después del capítulo 73, el 1, el 2, el 116, el 3, el 84, etc. Rayuela es, entonces, dos libros en uno
y depende de la voluntad del lector, guiada por Cortázar, cuál de “los libros”
leer. Sin embargo, casi veinte años antes, Jorge Luis Borges, en lo que algunos
juzgan como una anticipación de la teoría que Hugh Everett III formulara en el
ámbito de la física cuántica, escribe un cuento llamado “El jardín de los
senderos que se bifurcan”, en el que se plantea la posibilidad de la existencia
de mundos paralelos y donde cada decisión que se toma abre el juego a una nueva
ramificación de posibilidades. En el cuento en cuestión, un chino llamado Ts´ui
Pen, que había sido gobernador de Yunnan y acabó renunciando al poder para
escribir una novela, se transforma en materia de una investigación que arroja
el siguiente pasaje: “Me sugirió la imagen de la bifurcación en el tiempo, no
en el espacio (…) En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta
con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi
inextricable Ts´ui Pen, opta –simultáneamente- por todas. Crea, así, diversos
porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan. De ahí las
contradicciones de la novela. Fang, digamos, tiene un secreto; un desconocido
llama a su puerta; Fang resuelve matarlo. Naturalmente, hay varios desenlaces
posibles: Fang puede matar al intruso, el intruso puede matar a Fang, ambos
pueden salvarse, ambos pueden morir, etc. En la obra de Ts´ui Pen, todos los
desenlaces ocurren”.
Seguramente influenciado por estos antecedentes, la última entrega
de la serie inglesa, Black Mirror,
cuyo eje principal es llevarnos a futuros más o menos cercanos y distópicos
donde la tecnología juega un papel principal y modifica todo lo que entendemos
por subjetividad, privacidad y realidad, avanzó en un experimento que, si bien
tenía algunos antecedentes en programas para niños, resultó sorprendente. Me
refiero a la posibilidad de que sea el propio espectador a través de sus
decisiones quien guíe la historia. Para eso, la plataforma de streaming Netflix, da la posibilidad de hacer click en la pantalla para decidir, entre otras opciones, si el
protagonista debe desayunar Sugar puffs
o frosties, si escoge escuchar Thompson
Twins o Now II, si acepta trabajar en
la oficina, o si decide contarle a la psicóloga el episodio de la muerte de su
madre. Asimismo, Charlie Brooker, creador de la serie, decidió, en este caso,
replicar esta idea de los mundos paralelos en el núcleo del film. Más
precisamente, ambientada en 1984, esta entrega de Black Mirror cuenta la historia de un adolescente que, influenciado
por un libro llamado Bandersnatch, de
un tal James F. Davies, decide crear un video juego que se caracteriza por
crear mundos paralelos cuyo tránsito depende de las decisiones del usuario. El
libro Bandersnatch, justamente, es un
libro que al protagonista le fascina porque tiene el formato de los libros
“Elige tu propia aventura”.
En lo personal, espero con ansias cada novedad de Black Mirror y en general mis
expectativas logran colmarse por demás. En este caso, a su vez, decidí
participar del “experimento” de interacción con enorme curiosidad y también
quedé satisfecho con un contenido que siempre apuesta a correr las fronteras de
lo imaginable.
Sin embargo, en esta posibilidad de ser uno el protagonista,
o, en todo caso, ser aquel que toma las decisiones dentro de una limitada
cantidad de opciones prefijadas, pero opciones al fin, hallé un signo de los
tiempos que me gustaría problematizar. De hecho, si razonamos en una pendiente
resbaladiza, sería solo cuestión de tiempo la aparición de películas que tengan
infinitas cantidad de variantes cuyo desenlace, finalmente, acabaría siendo a
medida del usuario. Desde este punto de vista la noción de autor recibiría un
nuevo golpe y bien cabría pensar hasta qué punto tendría sentido recordar el
nombre de una película que es distinta para cada uno. Es más, incluso se podría
preguntar qué lugar les quedará a aquellos que, quizás, no deseen participar,
aquellos que prefieren entregarse a la sorpresa de una obra que se presenta
como una unidad con un principio, un desarrollo y un final que ha sido decidido
por otro. ¿Habrá películas para ellos o el que no participa se queda sin
premio?
Esta lógica se está extendiendo ya a otros campos como
advertí en este mismo espacio meses atrás cuando, citando a Evgeny Morozov, les
indicaba que los artículos online a
través de los cuales accedemos a la información e incluso a la opinión, van a
ser escritos de forma automática por algoritmos que nos van a dar el título, la
orientación ideológica, el contenido y el desenlace que mejor se adecua a
nuestra preferencias, del mismo modo que hoy los algoritmos seleccionan qué
publicaciones de amigos podemos ver en redes sociales y qué productos pueden
ofrecernos en función de nuestras búsquedas e historial de compras.
Esto demuestra que el modo en que internet es capaz de
segmentar y dirigir la información está llegando al máximo de individualización.
Y la consecuencia de ello es una paradoja
pues se acaban creando burbujas y mundos propios incomunicados e incomunicables
dentro de un paradigma en el que se nos invita compulsivamente a “compartir”
todo el tiempo contenido. Ya no soportamos dejar de participar porque nos han
vendido que la era del consumidor pasó, que ahora somos prosumidores
empoderados y que subiendo contenido constantemente nos convertimos en periodistas,
artistas, fiscales, comisarios morales y formadores de opinión.
Por todo esto, tendremos las películas con los finales que
queremos, la información con el contenido que va a satisfacer nuestros
prejuicios y los productos que deseamos al precio que un algoritmo ha
determinado según nuestro poder adquisitivo. Lograremos, por fin, toda una
realidad a medida.
Parece la trama de una nueva entrega de Black Mirror. Pero no lo es.
2 comentarios:
Hay muchas experiencias en el actual lenguaje audiovisual con narraciones interactivas mas alla de la pelicula que mencionas. Por ejemplo ésta pelicula alemana,que incluye llamda por telefono al espectador en el mismisimo cine: https://www.youtube.com/watch?v=mxOIkzlFvUQ.
Una experiencia interesante, ya que no invita al "espectador" detras de la pantalla de su computadora, sino que es una experiencia mas colectiva.- Que se yo...está todo por hacerse aun. Te paso un TP borrador que estoy terminando para una Maestrìa en el tema, por si tenes tiempo de chusmear https://barbarapeleteiro.wixsite.com/misitio
Muchas gracias por leer y por las sugerencias que me das. Voy a mirarlo todo. Saludos!!
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