Con la decisión del diccionario
de Oxford de designar a “posverdad” como la palabra del año, se consagró a una
categoría que venía siendo tema de numerosos artículos y que había adoptado
cierta masividad a partir de la publicación de la revista The Economist http://www.economist.com/news/leaders/21706525-politicians-have-always-lied-does-it-matter-if-they-leave-truth-behind-entirely-art
. ”Posverdad” significa, según este diccionario: “Circunstancias
en que los hechos objetivos son menos importantes, a la hora de modelar la
opinión pública, que las apelaciones a la emoción o a las creencias personales”. Con la
posverdad, entonces, no se busca dar herramientas para un análisis racional
sino afianzar los prejuicios de modo tal que los hechos, o bien se adecuen, o
bien choquen contra ellos.
Lo curioso es que la mayoría de los
articulistas que enfocaron esta presunta novedad hacen referencia a que solo a
través de la posverdad se pueden explicar el triunfo de Trump, el Brexit y el
No al referéndum en Colombia. Es más, arrecian columnas de opinión en las que
se les achaca a las redes sociales ser las principales causantes de la difusión
de la posverdad. Podría decirse que estos puntos de vista algo de razón tienen
y para ello obsérvense algunos datos.
El sitio web estadounidense politifact.com (http://www.politifact.com/personalities/donald-trump/)
descubrió que alrededor del 85% de las aseveraciones de Trump fueron entre
“medio verdaderas” (15%), “mayormente falsas” (19%), “falsas” (33%) y, lo que
yo traduciría como, “aviesa y descaradamente mentirosas” (18%). Esto no sería
tan problemático si la ciudadanía tuviera los anticuerpos para detectar esta
habitualidad pero parece haber buenas razones para sospechar que hubo una
campaña sucia de instalación de mentiras tal como sucedió aquí, por ejemplo,
cuando se comprobó la existencia de miles de llamados telefónicos que
vinculaban al padre de Daniel Filmus con Sergio Schoklender. Así, tal como
publica el corresponsal del diario La
Nación en España, Martín Rodríguez Yebra, en una pequeña ciudad de
Macedonia llamada Veles (que nada tiene que ver con mi glorioso y amado club de
fútbol, claro), se encontraron al menos 150 sitios web que se ocupaban
exclusivamente de la política de Estados Unidos y que fueron los principales
impulsores de las peores operaciones de prensa contra el partido demócrata. Si
a esto lo complementamos con que la mayoría de los ciudadanos occidentales sub
40 se informan fragmentariamente a través de lo que circula en las redes
sociales y que esa información, como también la de Google, es sesgada por
algoritmos que seleccionan aquellas noticias que más se acomodan al interés y
punto de vista del usuario, el fenómeno resulta alarmante y abre una enorme
cantidad de interrogantes. El articulista de La Nación, como muchos otros, agrega que las expresiones de la
derecha europea utilizan estos mismos artilugios como así también “los
gobiernos autoritarios de Rusia, Turquía y Venezuela” (SIC). En otras palabras,
parece que la posverdad es propiedad de la gente mala del mundo y de los
gobiernos que no se adecuan al esquema de las sociedades liberales y
republicanas. Pero ¿los demócratas en Estados Unidos no utilizan la mentira ni
apelan a las emociones? ¿El PP en España tampoco a pesar de que Aznar perdió la
elección por señalar a ETA como causante del atentado en Atocha y a pesar de
que Rajoy no pudo formar gobierno durante casi un año jaqueado por casos de
corrupción? ¿El PRO en Argentina tampoco utiliza la posverdad aun cuando Durán
Barba (que ha escrito libros acerca de cómo persuadir al electorado a través de
las emociones) estuvo implicado en la denuncia antes mencionada y aun cuando, a
más de un año del debate presidencial, es flagrante la cantidad de promesas
incumplidas por parte de Macri? La lista puede seguir y finalmente atañe a todo
gobierno, del signo que sea, por izquierda o por derecha, y la podemos remontar
bastante tiempo atrás porque la “posverdad” no es otra cosa que un concepto con
buena sonoridad y apariencia de profundidad, algo muy importante para vender
libros, pero que no hace más que condensar, con mucha ambigüedad, un signo de los
tiempos posmodernos. Es más, podríamos incluso remontarnos a los orígenes de la
democracia ateniense y la disputa entre Platón y los sofistas, en el que el
primero acusaba a los segundos de despreocuparse por la verdad y vender al
mejor postor técnicas de persuasión para digitar la conducta de las asambleas. De
modo que la “posverdad”, en todo caso, lleva al menos 2500 años aunque,
claramente, tomó una dinámica particular con la imprenta, el auge de la prensa
y, actualmente, con las redes sociales.
En el caso de Trump, millones de
personas replicaron a través de Facebook que Francisco había dado su apoyo al
excéntrico magnate, que Bill Clinton había abusado de una menor de 13 años, que
Obama era musulmán y que había sido fundador de ISIS. Si bien nadie puede
probar que haya sido determinante, todas estas noticias circularon como todo el
tiempo circulan denuncias falsas contra alguna personalidad pública sobre algún
tema sensible para que el fascismo de lo políticamente correcto realice sus
sentencias con prejuicios similares.
Con todo, lo interesante aquí es el
modo en que los articulistas encaran esta problemática porque cometen varias
peligrosas falacias. En primer lugar, utilizan la posverdad para defender el
justamente castigado rol aséptico de los medios tradicionales. Efectivamente,
indican que lo que circula en las redes no tienen ningún control de veracidad
como sí lo tendrían los medios “serios”. Pero, ¿hace falta que pongamos
ejemplos de las noticias falsas impulsadas por los medios tradicionales? Sin
dudas que en las redes sociales circula con enorme velocidad cualquier tipo de
información pero, salvo excepciones, la agenda la imponen los grandes medios o,
en todo caso, se produce una retroalimentación entre los usuarios y esos
medios. Esto, más que hablar mal de los usuarios, habla mal de los medios pues
lo que sucede es que es tal la pauperización, tal el descrédito del periodismo
profesional, que una noticia falsa inventada por un usuario es compatible con
las operaciones de baja estofa que realizan los medios consagrados. En este
sentido, si es que la posverdad es una novedad, lo es porque los medios
tradicionales han renunciado a la verdad, incluso a la verosimilitud.
En segundo lugar, el fenómeno de la
posverdad para desacreditar los resultados eleccionarios es una forma muy poco
delicada de subestimación de los votantes pues indica que cualquier resultado
que no sea a favor de los candidatos del establishment, está reñido con el
sentido común, la racionalidad y es producto de la estupidez de la gente o de
un estado de encantamiento. En la Argentina, como “posverdad” era una categoría
un poco compleja, eligieron el término “relato” pero significa lo mismo y fue
utilizado para explicar por qué la ciudadanía apoyaba mayoritariamente al
espacio que estuvo en conflicto con el establishment. No había ninguna buena
razón para apoyar al gobierno de los Kirchner, por lo tanto, o eras
beneficiario de un plan social, o eras un corrupto, un fanático o un
hipnotizado por la retórica populista de “la reina”.
Para finalizar, entonces, al igual que
con el término “relato”, la “posverdad” está siendo utilizada para ocultar algo.
En este caso, se trata de ocultar la responsabilidad que han tenido el
capitalismo financiero, la clase política y las corporaciones económicas (que
son también dueñas de medios de comunicación), en la aparición de un Trump, en el
surgimiento de mayorías que consideran que resignar ciudadanía en pos de una
Europa neoliberal quizás no sea tan conveniente, y en una desmovilizada
sociedad como la colombiana donde una abstención del 62,59% mostró que la
población entendió que la paz no valía ni siquiera el ratito que conlleva trasladarnos
a depositar nuestro voto.
1 comentario:
Gran artículo como nos tenes acostumbrados. Te deseo exitos con el programa de radio y con el libro ,ya que sos gran comunicador y escritor.
Saludos ,Martín.
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