miércoles, 20 de diciembre de 2023

Fuerzas del cielo (y mucha policía) [Editorial de No estoy solo publicado en www.canalextra.com.ar]

 

Finalmente llegaron las medidas. “Caputazo” o “Massazo con delay” según en qué vereda estemos parados. Lo cierto es que se trata de un ajuste que incluso los más memoriosos consideran inédito en la historia argentina.

Se trata del ABC de la biblioteca ortodoxa representada en un dogmatismo fiscalista que hasta se cargó la promesa planteada en campaña cuando el actual presidente afirmó que “se cortaría un brazo” antes de subir impuestos. Sin embargo, sea por temor o por racionalidad, el eventual futuro presidente manco entendió que darle a los exportadores un 118% de devaluación bien valía un aumento de las retenciones, y que los más desaventajados necesitarían una ayuda extra: tarjeta Alimentar, AUH y aumento a los jubilados de la mínima por decreto. Poner guita abajo para que no explote; y ajustar a la clase media, que debería rebautizarse “la casta media”, para de esta manera parafrasear a González Fraga y afirmar: “Le hicieron creer al empleado medio que podía pagar Netflix”.         

“Pragmatismo” es el término que suelen utilizar quienes quieren defender las defecciones. Como fuera, la utopía libertaria choca con el teorema de Baglini, para fortuna de la continuidad de nuestra moneda y de nuestras córneas, riñones y corazones, entre otros órganos comercializables.

Conceptualmente el giro es sutil pero no inocente: lo que se llamó “la casta” fue oscilando y por momentos se transformó en el (ex)gobierno y luego en el Estado.  Entonces no se trata solo de una revancha atendible contra los Insaurralde de la vida, sino también de un recorte que te va a tocar a vos. Vos no sos la casta pero la casta ahora es el Estado y el Estado te quita pero también te da.

A propósito, esta semana se confirmó el delirio que suponía la repetición ad nauseam de que el problema de la Argentina era “el gasto de la política”, entendiendo por tal la estructura de ministerios, secretarías, eventuales ñoquis y gastos superfluos. Incluso si a eso sumamos la quita de la pauta oficial por un año, el ahorro es mínimo al momento de hacer la cuenta final. No obstante, del hecho de que esos números sean “pequeños” comparativamente no se sigue que hubiera que permitirlos. En todo caso, si asumiéramos que hay buena fe y que no hay segundas intenciones de revanchismos y persecuciones como ocurriera en el gobierno de Macri, se trata de acciones del ámbito de la gestualidad que serán bien recibidos con razón. “Si no puedes dar buenas noticias económicas, al menos ofrece gestos”, diría algún Maquiavelo moderno. Si no hay pan ni circo, que al menos los leones también estén a dieta.

Todo diagnóstico exagerado es el inicio de una negociación, la instalación de una realidad cuyos frutos se pretende que rindan a futuro. Indicar que la inflación es o sería de 15000% es eso, más allá de que, pasado cierto umbral, un cero más o un cero menos da casi lo mismo.

Pero quien solo tiene para ofrecer noticias desagradables debe insistir en que el bien y el mal no son términos absolutos sino relativos: “Estamos mal pero vamos bien”. Independientemente de los juegos de palabras, si el gobierno no logra convencer a buena parte de la población de que debe aceptar el sacrificio para garantizarse la salvación eterna que viene en la forma de un Estado pequeño, el país vuela por el aire. Hasta ahora ha logrado un milagro que no sabemos si cuadra más con la línea de las clásicas novelas distópicas, los sketches de los Monty Python, o el teatro de Ionesco. Me refiero, claro está, a la gente coreando con fervor, en la plaza del Congreso, “¡No hay plata, no hay plata!”, una suerte de marcha del orgullo de los cagados de hambre, una Hungry Parade. Por cierto, hay dos maneras de decir “no hay plata”. Una es la del pobre que profiere su verdad con humillación; la otra es la del rico que profiere su mentira con placer sádico.               

Con todo, convengamos que en algunas cosas Milei tiene razón. Por lo pronto, la herencia recibida es una bomba: una inflación de dos dígitos mensual; un precio del dólar oficial sostenido artificialmente a cambio de una deuda de miles de millones de dólares con los importadores; infinita cantidad de distorsiones en la economía gracias a la maraña de normas y parches que jodieron a todo Cristo y más; precios relativos sensibles que debían actualizarse, a saber, combustible, transporte público y energía; desfinanciamiento de las provincias tras la eliminación del pago de ganancias para la cuarta categoría (aplaudida por los gobernadores que ahora piden marcha atrás y votada por el propio Milei, cuyos principios parece que dependen del lado del mostrador en el que se encuentre).

Las medidas adoptadas por Massa en campaña fueron electoralistas e irresponsables y con un dólar que pasó de 60 pesos a 1000, casi 50% de pobres, y una inflación que culminará en 200%, no queda otra que decir que económicamente hablando la gestión fue un desastre. El “ah pero Alberto” no se podrá sostener 4 años ni será justo que así sea, pero en lo inmediato parece razonable.  

Pero hay más y lo decíamos la semana pasada: la falta de decisión del gobierno saliente para hacer todas las correcciones que se sabía que había que hacer más allá de lo estrictamente económico, le sirve en bandeja al nuevo gobierno la ocasión para hacerlo salvajemente: la insólita demora para modificar la ley de alquileres que perjudicó a propietarios pero también a inquilinos, deriva en su derogación y en dejar librada a la lógica del mercado la negociación en un contexto de 25% de inflación mensual; el hecho de mantener las PASO y hacer que el calendario electoral se extienda un año, hace que el nuevo gobierno avance, con toda la razón del mundo, en una nueva ley que seguramente colará por la ventana elementos al menos controvertidos; la naturalización y aceptación sin más de la extorsión casi diaria de grupos cuyos referentes sociales se sientan a negociar cortando sistemáticamente las calles, le permite, a las ministras con corazón de Sheriff, dar la orden de salir a moler a palos a cualquiera que quiera protestar; el hacer la vista gorda ante la pauperización de la calidad educativa del sistema público que incluye festival de licencias, docentes cada vez peor formados e infinita cantidad de días de clase perdidos, sienta las bases para propuestas delirantes como los vouchers y para que se reinstalen los prejuicios contra lo público; la falta de actualización de un mundo del trabajo que, para bien o para mal, ya no es el de los años 70, permite que venga una andanada feroz de medidas en pos de la flexibilización laboral que comenzará con el disciplinamiento que supone el hecho de que miles de trabajadores queden en la calle. No le hicieron un paro al gobierno de Alberto Fernández. Ahora vienen por ustedes, muchachos.          

Mientras, la militancia twittera juega a descubrir el impostor y lo hace de una manera muy masculina a pesar de reivindicarse deconstruida. Algo así como dejar en evidencia que Milei, al fin de cuentas, no era tan anarcocapitalista como decía. En otras palabras, parece que el deporte es señalarle al gobierno que no está haciendo lo prometido y se lo hace exponiéndolo en términos de competencia de machos. “¿A que no te animás a quemar el BCRA, ahora, cagón?” “Mucha dolarización pero vas a cuidar los pesitos con el crawling peg de 2% mensual… puto”. Y así sucesivamente, mientras se indignan por la boludez del día, compran criptos a escondidas y esperan un twitt de algún mileista arrepentido para demostrarle que era mucho más inteligente votar al gobierno cuya gestión permitió que un candidato como Milei ganara la elección.  

El shock sobre una sociedad que ya estaba shockeada le da al gobierno un margen. Los más optimistas hablan de 6 meses para mostrar algún resultado. Otros auguran un marzo caliente después de unos 3 primeros meses donde la inflación acumulada puede rondar el 100%.

Primero invocarán a las fuerzas del cielo. Si con eso no alcanzara, estará la policía.

 

 

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