Con la promulgación de la reforma
al sistema de pensiones que retrasa la edad de jubilación de 62 a 64 años, Macron
parece haber logrado imponerse a sindicatos, partidos de la oposición y a lo
que, según indican las encuestas, sería una mayoría de la sociedad.
Más allá de las especificidades
de las condiciones laborales de Francia, las razones para estos cambios son de
índole fiscal y se apoyan en una realidad que atraviesa a todos los países con
un sistema de pensiones de solidaridad intergeneracional en el que la mayor
expectativa de vida, la tasa de natalidad a la baja y la precarización laboral,
confluyen para impedir su autosustentabilidad.
¿Pero cuáles son los argumentos
de la oposición? Naturalmente, cuando las protestas se generalizan, suele haber
tantas demandas y razones como individuos involucrados. Sin embargo, cuando se
hace foco en algunas de las voces que más espacio han tenido en las últimas
semanas, se puede comprender que el conflicto va bastante más allá de la edad
para jubilarse.
Por ejemplo, se hizo viral en los
últimos días un extracto del discurso en plena calle del diputado del espacio
de izquierda Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, en el que afirma:
“El tiempo libre (…) es un tiempo
del cual podemos disponer para poder decidir qué cosas podemos hacer: vivir,
amar y también no hacer nada; cuidar de los nuestros, leer poesía, pintar,
cantar, tiempo de ocio. (…) Pero ellos nos dicen: “Tenéis que trabajar más”.
¿Por qué tenemos que trabajar más? La clave del futuro no es producir todavía
más”.
En esta misma línea, en uno de
los discursos que brindara en la Asamblea Nacional, la diputada ecofeminista
Sandrine Rousseau abogó por la reducción de las horas de trabajo y una nueva
redistribución de la riqueza, además de llamar a “cuidar de nosotros mismos y
del entorno”, y “bajar el ritmo”. Esto va de la mano de su reivindicación del
“derecho a la pereza”, una bandera que ha esgrimido recientemente en una
entrevista en la Radio France Info.
Conscientes de que,
evidentemente, lo que se está discutiendo parecen ser aspectos de fondo, lo
primero que hay que decir es que el escenario pospandémico tampoco ha ayudado a
Macron. La razón es que, como ha sucedido en buena parte del mundo, pero en
especial en los países desarrollados, la posibilidad de que las clases medias y
acomodadas pudieran experimentar el “home
office”, ha generado cambios sustanciales en el modo en que nos conectamos con
el trabajo. De hecho, ya en noviembre del año pasado circulaba una encuesta en
la que solo el 21% de los franceses manifestaba que su trabajo era “muy
importante”, contra el 60% que había indicado lo mismo en el año 90; incluso
más del 40% de los encuestados indicó que prefería ganar menos a cambio de
tener más tiempo libre.
Estos números, entonces, deben
leerse en línea con el fenómeno conocido como la “la gran renuncia”, aquel por
el cual, durante el año 2021, solo en Estados Unidos, 47,4 millones de personas
renunciaron voluntariamente a su trabajo.
Sin embargo, la idea de un
“derecho a la pereza” nos obliga a ir bastante más atrás porque refiere a aquel
folleto/manifiesto escrito en 1880 por el anarquista franco-cubano devenido socialista,
Paul Lafargue, quien se casaría con la segunda hija de Karl Marx y que, antes
de realizar un pacto suicida con su esposa en 1911, se dedicara con ahínco al
fomento de las ideas de su suegro, no solo en Francia sino también en Londres y
Madrid, entre otras grandes ciudades.
Lafargue despotrica contra la
moral burguesa que habría inculcado a los trabajadores el “amor por el trabajo”,
y llama a acabar con la dinámica de la hiperproductividad ya que considera que
es una trampa del capitalismo.
De hecho, para Lafargue hay que
ir a buscar la belleza natural del Hombre a naciones como España donde todavía
(en 1880, claro) existía “el odio al trabajo”:
“España, que lamentablemente se
está degenerando, puede todavía vanagloriarse de poseer menos fábricas que nosotros
prisiones y cuarteles (…) Para el español, en que el animal primitivo no está
aún atrofiado, el trabajo es la peor de las esclavitudes”.
Pero el núcleo de su pensamiento
antimoderno y antiliberal se puede sintetizar en este pasaje:
“(…) el proletariado debe aplastar con
sus pies los prejuicios de la moral cristiana, económica y librepensadora; debe
retornar a sus instintos naturales, proclamar los Derechos de la Pereza, mil
veces más nobles y más sagrados que los tísicos Derechos del Hombre,
proclamados por los abogados metafísicos de la revolución burguesa; que se
limite a trabajar no más de tres horas por día, a holgazanear y comer el resto
del día y de la noche”.
Si bien llama la atención que no
hayan aparecido “lectores sensibles” para advertir que una lectura del texto
completo iluminaría pasajes donde el yerno de Marx reproduce creencias
antisemitas y machistas propias de la época, lo más relevante aquí son los
enemigos de Lafargue y su propuesta acerca de cómo salir de la encerrona a la
que el capitalismo habría llevado a los trabajadores. Porque nuestro autor pareciera
considerar, con bastante ingenuidad, que la salida del capitalismo pasaría por
una suerte de primitivismo, esto es, un regreso a comunidades originales
vírgenes todavía no envilecidas por la moral capitalista.
Si leída en el año 2023 la visión
de Lafargue parece naif, el problema que aparece es que esta salida precapitalista
y premoderna está presente en muchos de los discursos de “la izquierda verde” en
la actualidad, tal como quedó expuesto aquí con la defensa del punto de vista “decrecentista”
de S. Rousseau que llama a vivir con menos, producir menos y consumir menos
energía como la única forma de salvar al planeta.
Sin dudas, el trabajar desde casa
experimentado en la pandemia como así también los desafíos que le puede
plantear al mercado laboral la falta de autosustentabilidad de los sistemas de
pensiones y el desarrollo de nuevas tecnologías como la IA, resultan buenas
excusas para replantear no solo la redistribución de la riqueza sino para ir
todavía más allá y repensar el modo en que el trabajo forma parte de lo humano.
Sin embargo, aunque todo puede ser discutido, una salida premoderna, romántica
y mítica no parece realista y, probablemente, ni siquiera deseable para muchos
de los que defienden ese tipo de alternativas al tiempo que eligen seguir
gozando de todos los beneficios que la modernidad, la tecnología y el
capitalismo han traído.
Sin tener aun la respuesta, es de
suponer que abandonar los slogans en pos de soluciones complejas e inteligentes
podría ser un buen inicio, pero supone esfuerzo y trabajo. En todo caso, el
derecho a la pereza no puede incluir el derecho a la pereza intelectual.
1 comentario:
"El trabajo dignifica"
"De la casa al trabajo y del trabajo a la casa"
Peronismo
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