Algunas semanas atrás me dispuse a saldar una deuda personal a través de la plataforma estadounidense MUBI: ver la trilogía clásica de Kieslowski compuesta por los films Bleu, Blanc y Rouge. Al iniciarse el último de los films, un cartel me advirtió que éste incluía escenas de “crueldad animal”. En lo personal trato de evitar películas donde haya escenas de crueldad sobre cualquier ser vivo de modo que dudé continuar mirando aunque finalmente decidí avanzar y asumir el riesgo. Al final de la película me felicité por la decisión, no solo porque la película es buena sino porque la supuesta crueldad animal no fue tal. Más bien lo contrario: la protagonista atropella accidentalmente a un perro que afortunadamente se salva y es adoptado por ella. No hubo ninguna escena de mal gusto donde el animal sufriera ni mucho menos. Esta anécdota personal trata de graficar una tendencia cada vez más presente en el mundo del cine: las advertencias sobre lo que el espectador va a ver. Ya no se reduce a aclarar que se está a punto de observar “escenas que incluyen desnudos” o “lenguaje explícito” sino que ahora puede incluir desde el ejemplo mencionado a advertencias sobre escenas de suicidios o trastornos alimentarios como hizo Netflix en The Crown cuando en uno de los capítulos se ocupaba de la problemática que padecía Lady Di.
Sin embargo, no se trata solo de
cine. De hecho, en los últimos años se ha generado una gran controversia por la
decisión impulsada desde universidades estadounidenses de incluir lo que se
conoce como trigger warnings (“Avisos
de alerta”) al momento de incluir un material dirigido a los alumnos.
Las trigger warnings en las universidades fueron pensadas para aquellos
casos en los que la lectura de un texto podría afectar a personas que hubieran sufrido
alguna tragedia personal y tengan un estrés postraumático. En general se aplica
para casos donde pudieran aparecer ejemplos de extrema violencia en relación a
guerras, suicidios, ataques sexuales, masacres. Se supone, con razón, que una
persona que haya padecido algún tipo de experiencia así estará particularmente
sensibilizada frente al tópico en cuestión. Asimismo, los ejemplos podrían
extenderse y, tanto para el cine como para la literatura, parecería razonable
advertir que la escena de la caída de un avión podría afectar a quien tenga un
conocido que haya padecido uno de ellos, del mismo modo que resulta aconsejable
sugerirle a quien le tiene miedo a las arañas que no mire la película
Aracnofobia.
Sin embargo, las trigger warnings están convirtiéndose en todo un síntoma de
nuestros tiempos.
En primer lugar, lo más obvio,
probablemente, es que la proliferación de estas “advertencias de contenido” o
“disparadores”, solo pueden entenderse en el marco de este largo proceso de
infantilización que padece Occidente. Justamente, el término viene al caso
porque uno de los lugares donde parece razonable utilizar las trigger warnings es en la literatura
infantil o en películas que pudieran captar la atención de chicos y contengan
escenas impropias para ellos. Pero utilizar el mismo criterio para estudiantes
universitarios que ya son adultos y que deberán ser profesionales en un mundo
que es hostil, resulta una subestimación hacia ellos y explica buena parte de la
disociación existente entre los puntos de vista del ciudadano común y las
políticas públicas que esos profesionales impulsan al llegar a instancias de
decisión. Es que la vida del día a día no tiene trigger warnings y es necesario lidiar con ello.
En segundo lugar, no resulta casual
tampoco que la lista de las trigger
warnings se amplíe cada vez más. Por ejemplo, en un artículo de la
profesora de Harvard Law School, Jeannie Suk Gersen, titulado What if trigger warnings don’t work?, publicado
en The New Yorker en septiembre del
21, se menciona el caso de la Universidad de Michigan. Se trata de una
institución que ofrece a sus profesores una suerte de guía orientativa que
sugiere qué tipo de etiquetas podrían utilizarse para advertir a los alumnos de
contenido potencialmente “nocivo”. Naturalmente, se trata de una lista que
coincide casi punto por punto con toda la agenda de minorías identitarias que
impone el progresismo como los únicos problemas sobre los que puede y debe
sensibilizarse el alumnado: así, entonces, los profesores de Michigan podrían
indicar a los estudiantes que el texto que van a leer contiene material
sensible sobre "muerte o agonía", "embarazo/parto",
"abortos espontáneos/aborto", "sangre", "crueldad
animal o muerte de animales" y "trastornos alimentarios, odio al
cuerpo y gordofobia".
Sin dudas todos estos aspectos pueden
sensibilizar a las personas pero si el criterio al momento de elegir un texto
es evitar que moleste a alguien, nos enfrentaremos a un verdadero problema en
tanto la lista de temas potencialmente incómodos deviene casi infinita. En este
sentido, el conjunto de temáticas recién mencionadas está presente en casi
cualquier película o serie estadounidense y, al mismo tiempo, resulta demasiado
acotada. Así, a cualquier propuesta de Netflix habría que agregarle trigger warnings como “zombies/muertos
vivos”; “cambio climático”; “traiciones/infidelidad”; “desnudos/sexo”;
“asesinatos/crueldad humana”; “enfermedad”; “injusticias”; “conflictos con
mamá”; “conflictos con papá”; “conflictos con tutores”; “comunismo”;
“capitalismo”; “religión”; “mentiras”; “censuras”; “partidos de fútbol donde
pierde nuestro equipo”, etc. Incluso la propia dinámica de una película pero
también de una novela o, por qué no, incluso de un hecho histórico, podría ser
un elemento a ser advertido. En este sentido, podríamos imaginar trigger warnings como las que siguen:
“final triste”; “ganan los malos”; “muere la chica”; “Macbeth mata al rey”, “se
enferma el nene”; “pierden los sindicatos”, “Batman va preso”, “asume el poder
un gobierno de derecha”. La lista podría ser tan extensa que llevaría varios
minutos leerlas todas y hasta no faltaría quien considere que es mejor incluir
como trigger warning una línea que
nos cuente el final de la película/texto para evitar angustias y ansiedades. Lo
cierto es que la lista sobre todas las cosas que nos sensibilizan, incluso los
zombies, se parece bastante a los distintos aspectos por los que debe
enfrentarse una persona en una sociedad más o menos libre.
Pero todavía hay más: con el auge de
las trigger warnings han aparecido
los primeros estudios que buscan evaluar la pertinencia de las mismas, esto es,
si finalmente ayudan y cumplen su cometido de proteger a los alumnos. Si
tomamos uno de los estudios más citados, el llevado adelante por McNally, Jones
y Bellet, publicado en el volumen 61 del Journal
of Behavior Therapy and Experimental Psychiatry de diciembre de 2018, el
resultado puede sorprendernos: en primer lugar, utilizando personas que no
padecieran estrés postraumático ni una sensibilidad particular ostensible sobre
algunos temas, se demostró que aquellas que leían un texto habiendo sido
advertidas de un contenido potencialmente nocivo, reportaron niveles de
ansiedad mucho más altos que aquellas que leyeron el mismo texto sin ser
advertidas. En otras palabras, las trigger
warnings acabaron induciendo a quienes las recibieron y el efecto fue una
profecía autocumplida.
Asimismo, en segundo lugar, lo que
los investigadores indican es que las trigger
warnings tampoco servirían para los casos en los que efectivamente la
persona carga con una experiencia traumática. Si bien entiendo que es materia
controversial, lo que estos investigadores indican es que advertirle y
eventualmente invitar a un sujeto que vivió una experiencia traumática a que no
se enfrente a un texto, refuerza la ansiedad y cristaliza el trauma como parte
inescindible de la identidad del sujeto. Dicho de manera más simple, si a
alguien que fue discriminado por razones de raza se le dice “ten cuidado con esto
porque habla de discriminación por razones raciales”, no hacemos más que
recordarle a esa persona el episodio traumático y definirla frente a los otros
simplemente como “aquella persona que sufrió discriminación por razones raciales”.
Si bien existe toda una línea ideológica hegemónica que intenta instalar que el
mundo se divide en víctimas y victimarios esenciales, lo cierto es que la vida
de todas las personas, aun las que vivieron una experiencia que les ha marcado
la vida, es mucho más compleja que el episodio en cuestión y va contra las
propias posibilidades de superación el hecho de definirla en su totalidad a
partir de ese hecho. Sin entrar en una discusión teórica que me excede y que
pertenece al campo de la psiquiatría, las trigger
warnings favorecerían así una suerte de terapia de la evitación (lo que me
incomoda debe ser ocultado), frente a terapias donde se promueve una paulatina
exposición a aquello que ha generado el trauma.
En resumidas cuentas, más allá de
casos muy puntuales donde la aplicación de trigger
warnings parece sensata, la utilización que se está haciendo de ellas las
ha transformado en un emblema que condensa buena parte del clima de época:
infantilización, tutelaje, rechazo del punto de vista contrario en términos de
ofensa personal, agenda sesgada e inducida según el nuevo canon moral,
cristalización de víctimas y victimarios reales o imaginarios y, por qué no,
agreguemos, el negocio de presuntos catadores de sensibilidades propias y
ajenas, esto es, el negocio de los dueños de las advertencias.
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