No hay más
oficialismo. Se terminó hace tiempo. Ni siquiera es un problema del actual
gobierno. Venía de antes. Los gobiernos que administran no son oficialistas y
los seguidores del oficialismo tampoco son oficialistas. Todos conforman el
espacio de oposición a la oposición. En ese sentido, el mapa político no se
divide entre oficialistas y opositores sino entre opositores y opositores de
los opositores.
El macrismo
lo hizo a la perfección cuando estuvo en el gobierno: sus funcionarios eran
comentaristas de la realidad; gente a la que las cosas le acaecían y cuya única
labor era pasearse por los medios amigos para indignarse por lo que
supuestamente habían hecho los kirchneristas. Con esa lógica ganaron en 2017 e
hicieron una buena performance en 2019 a pesar de haber realizado un gobierno
desastroso. El macrismo no existió nunca. Siempre fue antiperonismo y
antikirchnerismo. Si en vez de Macri hubieran puesto un ladrillo, los
antiperonistas y antikirchneristas lo hubieran votado.
El caso del
actual gobierno es distinto en un sentido y similar en otro. Es distinto porque
el FDT tiene votos que eligen positivamente a una candidata y no para oponerse
a otro candidato. En otras palabras, a CFK se la elige por lo que ella es y no
por ser la opositora de Macri o de aquello que haya en frente. Pero por otro
lado es similar en cuanto a que, tras más de un año de gestión, la principal virtud
que tiene el gobierno para ofrecer hoy frente a sus votantes es ser lo otro del
macrismo. Por eso sus seguidores están más cómodos haciendo antimacrismo que
frentedetodismo. Contra Macri estábamos mejor y seguimos estando mejor que
tratando de mostrar aciertos de Alberto. Del otro lado, pueden imaginar, lo
único que tienen para mostrar es antiperonismo como si entre 2015 y 2019
hubiera habido un agujero negro. Contra el otro, hasta el degradado Rubinstein
es una palabra autorizada y Macri da lecciones de cómo mejorar la educación.
Pero en el fondo a sus seguidores no les importa lo que digan. Solo les importa
que se opongan a lo que dicen los otros.
Para tratar
de empatar el desastre simbólico ocasionado por la incontinencia verbal de
Verbitsky, los seguidores del gobierno y sus pocos medios afines tratan de
decir “pero Larreta es peor”. Si me allanan el Ministerio de Salud yo les
allano a ellos y los acuso de privatizadores de vacunas. ¡A ver quién gana la
carrera de los imputados de hoy! En ese sentido la oposición puede ganar o
perder. Pero si es el propio oficialismo el que plantea que el debate debe ser
moral y ético, no tengan dudas, el que va a perder siempre es el peronismo. No
porque sea inmoral sino porque quitar el acento de lo político lo lleva
directamente a jugar en el terreno que más le conviene al adversario.
Y esto sirve
de base para entender que no es casual que la política se haya mimetizado con
el periodismo a tal punto que los referentes opositores son los periodistas
antes que los políticos y que, en todo caso, el político opositor que pretenda
ser referente debe hacer como si fuese periodista, siendo Elisa Carrió quizás
el máximo exponente en este sentido. Porque Carrió lleva décadas en la política
y no se le conoce una política activa, un proyecto que haya transformado la
vida de la gente. Pero denuncia (al otro). El macrismo hizo eso estando en el
gobierno, lo cual, claro, es infinitamente más grave. El actual gobierno no
hace eso porque tampoco hace demasiado mientras crea la comisión de la comisión
del observatorio que observa la comisión y se muestra impotente frente al
entramado judicial. En este sentido, también es un claro comentador. Dice “¡qué
barbaridad! Ojalá esto se solucione pronto”. Sus seguidores le recuerdan que cuando
se es gobierno no hay que comentar pero
en general salta un nuevo escándalo y hay que defender al gobierno mostrando
que con Macri estábamos peor y que lo hubiéramos seguido estando si era
reelegido.
Ningún
gobierno soporta las cargas del hacer, del ser activo, porque es más cómoda la
crítica, el señalamiento y la indignación. La carrera es por mostrarse más
víctima que el otro y quien hace puede transformarse automáticamente en
victimario. El periodismo oficialista tampoco es oficialista. Solo es opositor
de la oposición.
Que esté
pasando ahora y que no sea un fenómeno circunscripto a la Argentina tiene que
ver con la lógica de la posmodernidad y la fragmentación de las identidades. A
su vez, la fragmentación es tal que todo aquel que llega al gobierno lo hace a
través de coaliciones más o menos difusas cuya identidad es gelatinosa. Por
ello es más fácil hablar del adversario al cual se le hace el favor de
presentarlo como un todo homogéneo y claramente definible. Se habla de “la
derecha” y del otro lado hablan del “chavismo populista” para que todos podamos
gozar de tirarle piedras a nuestros fantasmas.
El fin de
los oficialismos puede ser útil para triunfar en debates a través de las redes
sociales o entre grupos de amigos. En un sentido, supone un estado de
crispación paradójicamente confortable porque todos creen que el problema está
en el otro. Cuando ese tipo de creencias las tenemos a nivel personal, se
sugiere iniciar una terapia pero cuando se trata de un espíritu de época las
soluciones no parecen tan simples y la incertidumbre es tal que bien cabe
aferrarse a lo que se pueda.
Por todo
esto es que, probablemente, el “Volvimos mejores” esté siendo reemplazado por una
frase mucho más modesta que no sirve de consuelo y que además suele cancelar
todo debate. En otras palabras, del orgullo del “Volvimos mejores” estamos
pasando lentamente al “Pero ustedes son peores”.
1 comentario:
Muy bueno,Dante. Saludos
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