¿Los humanos somos seres sociales o antisociales? ¿Nacemos buenos
o malos por naturaleza? Los denominados autores contractualistas como Hobbes,
Locke y Rousseau entre otros, han tratado de responder a interrogantes como
éstos y han arrojado enorme cantidad de matices pero nos enseñaron que de la
mirada que se tenga sobre la naturaleza humana se seguirá una forma de entender
el rol del Estado. Podría decirse incluso que desde los orígenes de nuestra
civilización se discuten este tipo de cosas pero lo más interesante es que buena parte de los
debates actuales depende de qué posición adoptemos respecto a estas cuestiones.
Es verdad que la posmodernidad ha mezclado todo y ya no se
puede distinguir entre izquierdas y derechas y asistimos impávidos al modo en
que Estados presuntamente liberales pasan por encima de derechos individuales y
decretan estados de excepción con enorme liviandad; o vemos repúblicas democráticas
preocupadas por las minorías antes que por mayorías, etc. Sin embargo, algún
esbozo de tendencia podemos inferir a partir de discusiones puntuales. Por
ejemplo: ¿cuarentena sí o no? En general, quienes abogaron por el “sí” impulsaron
la cuarentena bajo una retórica del cuidado general y del cuidado en particular
sobre los más débiles que, en este caso, eran los ancianos. Se trata de puntos
de vistas que, en general, entienden que el Estado debe intervenir para
disminuir los desequilibrios que se dan socialmente. Quienes abogaron por el
“no” en muchos casos lo justificaron entendiendo que la muerte siempre es una
posibilidad y que debía privilegiarse la economía y la salud psíquica. Entre
los que defendieron el sí a la cuarentena hay buena parte de lo que podríamos
llamar “progresismo” que, a su vez, incluye dentro de sí variadas tradiciones
que van desde miradas de izquierda más radicales hasta perspectivas
globalistas, populares, liberales y socialdemócratas. Quienes defendieron el
“no” suelen englobarse en lo que llamaríamos “derecha” pero allí también hay
distintas tradiciones que en muchos casos tienen poco que ver entre sí, a
saber: conservadores, ciertos nacionalismos y también, claro, populares y
liberales.
Lo mismo sucede con la discusión en torno a las clases
presenciales. Los que creen que hay que intervenir tienden a considerar que las
clases deberían realizarse de manera virtual porque el peligro de los contagios
en las escuelas será enorme mientras que el otro polo dirá que el daño de la no
presencialidad es enorme y que no se puede acabar con la vida social y la
libertad por el hecho de que un sector pequeño de la población padezca las
consecuencias.
Si tomamos los dos grandes espacios que disputan las
elecciones en Argentina, el oficialismo parece estar más cómodo en la primera
posición, la progresista, y Juntos por el cambio encontraría su zona de confort
en la segunda, la de derecha, más allá de que, al inicio, gobierno nacional y
gobierno de la ciudad, por ejemplo, coincidieron en cuarentenas fuertes. Sin
embargo, el mal humor social hizo que el gobierno nacional cediera totalmente a
la impronta del gobierno de CABA y que con la misma cantidad de muertes diarias
que se tuvieron en el pico de la pandemia, la Argentina hoy funcione prácticamente
con casi plena normalidad. La retórica de la libertad se impuso por sobre la
del cuidado. Las razones de ello exceden estas líneas.
En líneas generales, entonces, las miradas de lo que
llamaríamos “la derecha” consideran que la intervención sobre un mundo hostil
no hace más que violentar la naturaleza de las cosas. Esa violencia puede ser
efectiva momentáneamente pero a la larga la naturaleza se impone. Razonamiento
similar expone esa parte de la derecha que es neoliberal cuando considera que
la economía tiene leyes rígidas como la física y que cualquier intervención
sobre ella está condenada al fracaso. Bajo esta lógica se impone un ideal
meritocrático por el cual se supone que lo mejor que se le puede dar a un hijo
es criarlo para que sea autónomo y posea todas las herramientas para
comportarse con el mayor margen de libertad en un mundo competitivo que no será
amigable. Personas fuertes para desafíos fuertes.
El amplio espectro que llamamos aquí “progresismo” se
constituye a partir de ciertas nociones emparentadas con la idea de que el
hombre nace bueno pero la sociedad lo pervierte; o, en todo caso, consideran en
el fondo que la sociedad puede cambiarse y que el mundo no es hostil por
naturaleza. Se habla de cambios culturales a través de la performatividad del
lenguaje, de criar hijos solidarios y no competitivos; la meritocracia es mala
palabra aunque algunos observamos que, en muchos casos, el progresismo acaba
imponiendo una suerte de “meritocracia negativa” en la que se compite por quién
o qué grupo puede ostentar el rol legitimante de víctima para exigir ayuda del
Estado y del resto de la sociedad. Criar personas fuertes para la jungla no es
un objetivo a ser cumplido. Más bien, por momentos, parecen criarse
generaciones enteras dispuestas a asumirse como víctimas de otras generaciones
o grupos específicos. Es una suerte de empoderamiento en el reclamo; una
potencia del acreedor. Si el liberalismo
le pone límites a la sociedad y al Estado entendiendo la libertad como no
intromisión, este progresismo exige protección y acusa a los liberales de criar
monstruos egoístas que son fuertes con los débiles. Del otro lado, claro está,
se responde que el progresismo cría personas débiles, incapaces de una vida
autónoma, y dependientes del Estado y los gobiernos de turno.
Esta presentación no es otra cosa que un esquema demasiado
general que comete enorme cantidad de injusticias y que además no ha sido
preciso con los matices que incluye cada una de las tradiciones mencionadas.
Asimismo, salvo la gente que tiene las cosas demasiado claras en la vida y
posee pensamientos sin fisuras, es probable que el resto de los mortales
oscilemos y que en determinadas circunstancias asumamos una u otra posición. Ni
hablar si de repente intentamos definir en función de estas categorías la
pretensión de tercera posición del peronismo, la cual, justamente, intentaba ir
más allá de izquierdas y derechas. De hecho no es casual que haya ciudadanos
que se sienten peronistas y están más cómodos con la retórica progresista. Pero
también hay muchos peronistas que entienden que ese no es el camino y dan
razones para fundamentar su posición.
Esta tensión no es exclusiva de la Argentina y de hecho hay
varios intentos por resolverla. Por citar uno que aquí hemos trabajado tiempo
atrás, el joven filósofo italiano Diego Fusaro intenta saltar por encima de la
dicotomía entre derechas tradicionales e izquierdas posmodernas asumiendo una
agenda de interés nacional y antiglobalista que trate de complementar ideas de
izquierda como el trabajo, los derechos sociales, el sentido social de la
comunidad, el bien común y la solidaridad antiutilitarista con valores de
derecha, a saber: Estado nacional patriótico como límite a la privatización
liberal, reivindicación de la familia contra la atomización individualista,
rescate de la lealtad y el honor contra el imperio del mundo efímero y líquido
del consumismo liberal, y regreso a una religión de la trascendencia frente a
la religión del mercado en su forma de ateísmo nihilista de la mercancía.
“Ideas de izquierda y valores de derecha” sería entonces la
propuesta que impulsa Fusaro, propuesta que, por supuesto, es algo más compleja
de lo que aquí se la presentó y, por ejemplo, no está exenta de críticas en
aspectos vinculados a su posición sobre la migración en clara oposición a la perspectiva
del Papa Francisco, lo cual agrega un elemento de complejidad todavía mayor al
asunto.
Para finalizar, entonces, la respuesta al interrogante acerca
de si son los gobiernos progresistas los que sostienen cuarentenas fuertes y
las derechas las que exigen presencialidad puede rastrearse en alguna medida en
las concepciones que, para decirlo de manera muy amplia, cada una de estas
perspectivas posee respecto a la naturaleza humana y el Estado. Indagar allí puede
ayudar a tener ciertos indicios aunque, naturalmente, la enorme confusión que
rige en la actualidad y las propias contradicciones que la gran mayoría de
nosotros tenemos dificulta establecer relaciones de causalidad claras. Con
todo, quizás estos marcos generales hagan un mínimo aporte para reconocer sobre
qué base estamos discutiendo.
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