Sé que entre los opositores a la
administración de Cambiemos hay muchas y muy interesantes propuestas para
categorizar a este gobierno. En este mismo espacio hablamos de la tensión entre
su costado conservador y su liberalismo cool,
y de la particularidad de haber elegido varios CEO de empresas para ocupar las
principales líneas de responsabilidad. También advertimos la cultura
emprendedorista que se intenta instalar y cómo su presunta lucha contra la
pobreza elude la discusión sobre la redistribución del ingreso y obedece más a
una formación de dirigentes en la que, en muchos casos, confluye liberalismo
económico antiestatalista y solidaridad cristiana. Todos estos elementos están
presentes de una u otra manera pero quizás, sin proponérselo, la que mejor ha
sintetizado las principales características de la actual administración ha sido
su aliada, Elisa Carrió, gracias a lo que bien podríamos denominar “modelo de
la propina”.
Olvidémonos por un instante de
los disparates de la diputada que, como diría la canción, si no fueran tan
dañinos nos darían risa, y pasemos por alto la zoncera del periodismo que yendo
a buscar al mozo que atendió a Carrió y que recibió solo 5 pesos de propina,
actúa tan estúpidamente como actuaba el periodismo opositor al gobierno de CFK.
Porque yendo a buscar al mozo se corre el eje de la discusión para instalarlo
en el hecho de si Carrió es consecuente en sus acciones, cuando lo
verdaderamente importante es que detrás de la poco feliz referencia a la
propina, hay un modelo y un proyecto de país. En otras palabras, centrémonos en
todo lo que rodea al pedido de dar propina que la referente de la Coalición Cívica
dirigió a su base de sustentación, esto es, las clases medias y altas, porque
allí hay una clara definición política.
Es que, en primer lugar, en el
modelo de la propina hay una burda alusión pseudo intuitiva a la lógica del
derrame dando a entender que el consumo en las clases bajas puede sostenerse
gracias a las sobras generosas de quien todavía puede tomarse un café o comer
una pizza. Nadie pasa por alto que cualquier ingreso extra que reciban los
sectores más desaventajados, por razones obvias, se traslada inmediatamente al
consumo, pero presentada así la cuestión queda a merced de una iniciativa individual
ajena a cualquier proyecto colectivo. Y así se la expone como una cuestión
moral antes que política porque, como dijimos al principio, en el modelo de la
propina no hay discusión sobre la redistribución puesto que el beneficio hacia
los que menos tienen es producto de la solidaridad. En otras palabras, lo justo
o lo equitativo queda sepultado detrás de la presunta generosidad del poderoso.
En este punto el modelo de la propina tiene una compasión religiosa: en vez de
cobrarle impuesto a los más ricos te propone una colecta solidaria y un “sol
(oenegista) para los chicos”.
Pero incluso se puede vislumbrar
en este llamado a propiciar la economía informal un liberalismo económico
bastante ramplón, aquel que cree que todo impuesto es confiscatorio desconociendo
que el resguardo y protección de los derechos tiene un costo. Desde ya, esto no
supone justificar gastos superfluos ni burocracias en un país en el que la
presión impositiva es alta en las capas medias y generosa con los blanqueadores
sectores más aventajados, pero llama la atención que algunos republicanos
liberales pataleen exigiendo derechos y presencia estatal al tiempo que maldicen
cada vez que le quieren cobrar impuestos.
El cuarto elemento del modelo tiene
que ver con una larga discusión en torno al concepto de propina que tiene
interesantes intervenciones a lo largo del mundo pues el hecho de querer
premiar el buen servicio de, eventualmente, un mozo o un empleado, acaba
justificando sueldos magros y, en algunos casos, hasta inexistentes. Así, la
responsabilidad del empleador desaparece y el empleado ni siquiera es el socio
minoritario de la suerte del local sino que está a merced de la buena
predisposición del consumidor.
Esto se enlaza con el último
punto que quería destacar y refiere a la cuestión de la meritocracia, la
autoexplotación y la introyección de la culpa. Es que la lógica de la propina
tiene dos caras, o puede verse desde dos perspectivas. Una es la de la
compasión religiosa y la solidaridad cristiana recién mencionada, esa que
supone que hay que ayudar al menesteroso por el simple hecho de ser hijo de
dios; y la otra es la estrictamente meritocrática, esto es, la propina como un
incentivo al esfuerzo y un premio a la buena atención. Por supuesto que se
trata de dos concepciones distintas y que en la lógica cristiana ese acto de
solidaridad no lleva el nombre de “propina” estrictamente, pero en los dichos
de Carrió es equivalente, y ambas concepciones conviven, en tensión, en el
gobierno, porque representan las dos grandes tradiciones que confluyen en la
formación de sus principales cuadros.
La propina meritocrática es,
entonces, el emblema del empleado neoliberalizado, desregulado y uberizado, sin
ningún tipo de contención formal y que es celebrado por ser un individuo
aggiornado a la incertidumbre propia de los tiempos que corren. El mismo que
cuando la propina es baja no lo adjudica a un modelo de ajuste sino al hecho de
no haber hecho todo el esfuerzo que la labor requería y a no brindar la
atención que el cliente merecía. Es el trabajador que no ve que la propina es
algo que va más allá de un gesto solidario o un premio al mérito. Porque la
propina es un modelo y un proyecto político. Toda una concepción del
mundo.
1 comentario:
Excelente Dante! gracias
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