viernes, 18 de diciembre de 2015

Los ejecutores (publicado el 17/12/15 en Veintitrés)

“El ejecutor de una empresa atroz debe imaginar que ya la ha cumplido, debe imponerse un porvenir que sea irrevocable como el pasado” J. L. Borges


Más allá de que el nuevo gobierno lleva apenas unos días en la Administración, el escenario de justificación de las nuevas medidas económicas se viene disputando desde hace ya unos meses en la opinión pública. Si bien las condiciones objetivas derribaron el intento de instalar que la economía estaba en una crisis total de la cual solo era posible salir a partir de una política de shock, lo cierto es que, en otros aspectos, la prédica liberal fue efectiva. Por nombrar solo un caso, se impuso que el precio del dólar ilegal debía ser la referencia para el dólar oficial y que, en tanto tal, la devaluación era inevitable o que, incluso, ya existía de hecho. Si bien desde esta columna varias veces mencionamos que era necesaria una corrección en el tipo de cambio y, por ejemplo, una quita paulatina de subsidios para los sectores metropolitanos más aventajados, me interesa hacer énfasis en el modo en que el liberalismo económico justifica las políticas de ajuste y el lugar que ocupan los ejecutores de estas políticas. El lenguaje ya lo conocemos pero no es menor repasarlo pues las palabras instalan realidad. Pensemos en la idea de “sinceramiento”, por ejemplo. Se sincera lo que ya existe pero permanece oculto. En este sentido, quien sincera simplemente corre un velo pero no es el creador de aquello que sincera. Asimismo, sincerar supone un compromiso con la verdad que no tuvo el que mantuvo oculto el objeto o la información a ser sincerada.
El lenguaje del sinceramiento cobra especial relevancia en el engranaje semiótico de la economía como una ciencia “dura” que algunos liberales insólitamente sostienen, y de unas leyes económicas que se comportan con la misma firmeza que las leyes naturales. Sí, leyó bien, parecen anclados en los siglos XVIII y XIX a pesar de que dicen tener la llave para ingresar al siglo XXI. Así, desde una perspectiva epistemológica, intentan dar una batalla que, como mínimo, está saldada hace 50 años.
La perspectiva del liberalismo económico supone que lo único que hace su programa es respetar las leyes de la economía y que toda teoría económica que suponga formas de intervención violenta ese orden natural. En este sentido, caído el paradigma comunista, el nuevo enemigo del liberalismo económico se llamó “populismo”, un verdadero significante vacío capaz de condensar todos los males y que se caracteriza, en materia económica, por un intervencionismo estatal que, dependiendo el contexto, es más o menos preponderante pues si bien durante la larga década kirchnerista se recuperaron empresas para el Estado, esto se hizo solo en sectores estratégicos o ante casos flagrantes de servicios deficitarios. Pero en el paradigma de la economía como regida por leyes naturales, toda intervención supone una acción externa que, en tanto artificial, está destinada a ser circunstancial del mismo modo que el Hombre puede violentar a la ley de gravedad logrando volar pero no podrá hacerlo indefinidamente. En algún momento caerá, como, dicen, caerá toda forma de intervencionismo, acuciado por las contradicciones y las distorsiones que se juzgan así tomando como parámetro, justamente, el presunto orden natural del que venimos hablando. Como para el liberalismo económico, una economía populista se caracteriza por impedir el libre desarrollo de las leyes del mercado, se hace necesario adjudicar responsabilidades. ¿Quiénes han osado interferir y violentar ese orden natural? Los funcionarios populistas, claro, con nombre y apellido. Ellos son los que se interponen y los que desvían el cauce natural del río. Es exactamente el caso contrario del funcionario liberal pues éste nunca es responsable ya que a través de él circulan fuerzas que lo trascienden. No me refiero, claro está, a los intereses del capital y de los empresarios sino a las leyes naturales que se indicaban anteriormente. En este sentido, la fiesta del despilfarro la hace el funcionario populista pero el ajuste no lo hace el funcionario liberal sino “el mercado” o “las leyes de la macroeconomía”. Así, el funcionario liberal aparece como un heraldo, un médium cuya labor es, como mínimo, ser un espectador del desenvolvimiento de las leyes y, como máximo, correr los obstáculos artificiales que se la han impuesto a la economía. Cuando el funcionario liberal reconoce que estas leyes van a afectar a las mayorías hasta puede que sienta algo de dolor y bronca porque, como todo humano, siempre intenta ir un paso más allá en la conquista de la naturaleza. Pero está convencido de que no es el responsable de ese orden y que no tiene sentido oponerse pues el carruaje te va a llevar igual: confortablemente si lo consentís o arrastrándote si te resistís. Porque para el funcionario liberal, esto es, para el ejecutor de un mandato que lo trasciende, la economía es un texto que solo puede alterar la tergiversadora actividad humana de quienes no quieren aceptar las leyes del mercado, esto es, de quienes se resisten a lo irrevocable, sea que venga en forma de pasado, de destino o de ira de Dios.

              

1 comentario:

Ernesto toccalino dijo...

Excelente Dante!!Muy esclarecedor,sobre todo en lo que respecta al uso del lenguaje,que por cierto,nunca es casual.Saludos.