Estoy muy
preocupado por la libertad de expresión en Argentina. Y tan preocupados como
yo, aunque por razones opuestas, 7 periodistas argentinos, representantes de
medios hegemónicos, viajaron a Washington para exponer su perspectiva ante la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos que, generosamente, les había otorgado esa posibilidad. Del
intercambio con los miembros de la
Comisión quisiera tomar como disparador una de las preguntas
que la relatora para la libertad de expresión, la colombiana Catalina Botero,
les hizo a los expositores Magdalena Ruiz Guiñazú y Joaquín Morales Solá. Se
trata de una interrogación simple, diría yo, de un sentido común llano que los
interpeló consultándoles si las críticas públicas que ellos juzgan de
persecuciones gubernamentales “no se tratan también del ejercicio de la
libertad de expresión de un sector de la sociedad civil” y que, en tanto tal,
deberían “respetarse esas manifestaciones”.
Pero para
profundizar en este aspecto debemos comprender la compleja arquitectura
argumentativa que los periodistas mencionados expusieron en Washington y en la Argentina durante los
últimos años, construcción que no siempre es explicitada. La cuestión sería más
o menos así: el gobierno, afirman, ataca a los periodistas con una campaña de
deslegitimación. ¿Lo hace a través de alguna política pública? No, lo hace
desde el Canal estatal con un programa que se llama 678. ¿Sólo desde allí lo hace? No, pues, y esto lo agrego yo, sería
insólito que un programa de Televisión que sale 6 horas por semana, es decir,
que ocupa el 3,57% del aire de la pantalla de la TV pública y que no llega a un promedio de 3
puntos de rating, haya sido capaz de generar semejante clima social de
animadversión hacia el libre ejercicio del periodismo independiente. ¿Pues
entonces? No se trata sólo de 678, dicen,
sino también de otros programas (TVR
y Duro de Domar, pertenecientes a la
misma productora) emitidos en canales privados (canal 9). Esto se complementa
con, agregarían, una política de apoyar económicamente desde el gobierno a un
conjunto de medios privados alternativos de carácter paraestatal que también se
ocupan de esmerilar el buen nombre de los periodistas profesionales. Por si
esto fuera poco, concluiría el razonamiento de estos periodistas, los propios
funcionarios del gobierno se refieren con nombre y apellido a periodistas
independientes y muchas veces los acusan de realizar operaciones de prensa o,
lisa y llanamente, de mentir.
Esta lógica argumentativa,
por supuesto, trascendió el ámbito del periodismo y hoy en día es utilizada por
hombres del espectáculo y de las letras como podrían ser el escritor Marcelo
Birmajer, el cineasta Juan José Campanella o el cómico Alfredo Casero. El
primero, quien se expresa cotidianamente no sólo en sus obras sino en sus
columnas del diario Clarín y como
guionista del programa de TV de Jorge Lanata, afirmó la última semana que
“nunca se había sentido tan perseguido como ahora”. En cuanto al director de
Metegol, quien a través de su cuenta de Twitter gusta de intervenir en los
debates públicos y ha expuesto su compromiso político siendo fiscal de la Alianza UNEN en las
últimas elecciones, su visión de la libertad de expresión ha sido expuesta en
una de sus últimas apariciones radiales cuando acusó a los productos de Diego
Gvirtz (los ya mencionados 678, TVR y DDD) de “escracharlo”. Por último, Alfredo Casero amenaza con ir a organismos
internacionales para reclamar a 678 un derecho a réplica.
Expuesto el
estado de la cuestión es que imagino que ustedes comprenderán mi profunda
preocupación acerca de la libertad de expresión en la Argentina. Y hablo en
nombre propio porque pertenezco al staff de 678
y escribo en esta revista que es acusada de ser parte de la corporación de
medios paraestatal. Mi preocupación, entonces, tiene que ver con que
presentaciones como las que realizaron los periodistas mencionados y
argumentaciones como las recién expuestas por hombres de las más diversas
disciplinas impedirían, a quien escribe y a todos aquellos trabajadores de los
medios públicos, expresarse. Pero no conformes con ello también vulnerarían la
libertad de expresión de aquellos que trabajamos en medios privados como esta
revista pero tenemos una mirada distinta a la de las corporaciones mediáticas y
nos sentimos representados por varias de las políticas gubernamentales. Porque,
seamos claros: el mote de “paraestatal” es el eufemismo con el cual se designa
a todo aquel medio que no siga la agenda hegemónica y/u ose criticar a los
periodistas autodenominados independientes. Claro que no es casual la
utilización de este eufemismo porque lo que se busca instalar es que por la voz
y la pluma de todos aquellos que trabajamos en medios públicos (o privados pero
con agenda crítica hacia el periodismo tradicional) somos la voz del gobierno y
también del Estado. Sólo así se explica que los informes y las opiniones que se
vierten en un programa de TV Pública puedan ser vistos como una persecución o
un escrache. Pues de no ser así, ¿por qué la crítica
que los periodistas hegemónicos realizan a los periodistas de medios públicos
(o privados con agenda alternativa) acusándolos de inmorales, corruptos,
mentirosos y distorsionadores, son un ejercicio de la libertad de expresión, y
la crítica a los periodistas hegemónicos es un ataque a este principio
fundamental de las democracias modernas? Pareciera así que la libertad de
expresión sería sólo aquello que puede ejercerse desde medios privados críticos
al gobierno. Todo lo otro sería propaganda o persecución. La misma
lógica privatista es la que hace que algunos periodistas afirmen que una
manifestación en la que ciudadanos los critican utilizando pancartas es una
metodología cercana a una lapidación pública o a un juicio revolucionario, pero
una movilización en la que otros ciudadanos llevan pancartas y cacerolas
criticando a los políticos es una de las formas de la participación cívica.
Dicho más fácil y quitando ahora a aquellos hombres y mujeres que ejercen el
periodismo desde una agenda distinta a la que impone la concentración
mediática: ¿por qué una manifestación puede criticar a un funcionario y no a un
periodista? ¿Será porque al funcionario le “pagamos entre todos”? ¿Pero el
hecho de que “le paguemos entre todos” nos faculta a agraviarlo o a atacar su
credibilidad? ¿Significa esto que la
razón por la que consideramos que una manifestación contra un político es un
ejercicio de libertad y contra un periodista es una persecución, es que el
político es una suerte de extensión de la propiedad privada que surge del hecho
de “somos todos los que le pagamos el sueldo”? Dirán que hay que diferenciar al
funcionario público del periodista. De acuerdo (más allá de que al periodista
privado opositor también le pagamos el sueldo a través de la pauta oficial que
esos programas reciben). ¿Pero eso significa que un ciudadano como usted o como
yo no podemos públicamente desde una revista, un programa de televisión o una
pancarta, criticar a un periodista o al periodismo en general? ¿Por qué?
¿Afirmar públicamente que determinado periodista (o actor, o cineasta o lo que
fuera) defiende intereses y eventualmente poder mostrar una y otra vez sus
contradicciones es una persecución? ¿Por qué hacer eso con un periodista sería
una persecución pero hacerlo con un político es un ejercicio ciudadano?
Para
finalizar, debe quedar claro que los medios de la productora de Gvirtz no son
el gobierno y no son el Estado aun cuando uno de sus productos se emitiera por
el canal público. Tampoco son el Estado o el gobierno aquellas publicaciones,
incluyendo esta misma revista, que mantienen una agenda distinta a la
hegemónica. Porque no hay que confundir: los programas de la productora de
Gvirtz tienen un inocultable sesgo oficialista del mismo modo que las
denominadas publicaciones paraestatales en mayor o menor medida pueden tenerlo.
Pero eso no significa ser el “brazo armado de tinta” del gobierno o del Estado.
Se trata, simplemente, del ejercicio de la libertad de expresión. Ejercicio que
puede realizarse desde el ámbito privado con una línea claramente
antigubernamental pero también desde los medios públicos y desde los medios
privados con una bajada de línea más afín a la propuesta del kirchnerismo. Dicho
esto, espero que entienda mi preocupación acerca de la libertad de expresión en
la Argentina
pues quienes dicen sentirse amenazados buscan naturalizar una concepción de la
libertad de expresión restringida por la cual ésta sólo podría ser ejercida
desde un medio privado cuya línea editorial sea opositora al gobierno. Tengo
miedo que esta mirada restrictiva prospere y afecte a todos aquellos a los que
nos interesa un debate público abierto, a las futuras generaciones y a nuestro
destino republicano.
2 comentarios:
"A todos aquellos que nos interesa un debate público abierto". Un debate público abierto??? ¿No es justamente a esto a lo que debería responder más que nadie un programa de un medio nacional como 678? Y es a lo que sin embargo se opone cuando niega, por ejemplo, el derecho a réplica de Alfredo Casero. Y no es sólo un desliz, es sistemático.
Lo que se critica de los programas de Gvirtz es lo mismo que, "desde el otro lado", se critica (con razón) de muchos programas "opositores": de tergiversar y mentir para la instalación de falsedades y el escarnio popular. Pero con un agravante, en el caso de 678: desde un medio nacional. Y con un fondo "del bolsillo de todos".
Su mención de la pauta oficial es similar al argumento de los jabones de Dolina, y quizás por eso parece dicho con voz baja (¿reconociendo la inocente autoindulgencia?). El segundo insulta la inteligencia de quien recibe el mensaje... es no entender la diferencia entre lo privado y lo estatal, o pretender no entenderla. Y el segundo... ¿Qué porción del sueldo de un periodista de tn, por ejemplo, que usted dice se paga con pauta oficial, se le paga en efecto con dicha pauta? Ahora es curioso que esta misma pregunta se invierta si la hiciésemos respecto de un trabajador de Tiempo Argentino, por ejemplo, u otro de los medios que Ud critica cuando se los denomina "paraestatales". ¿No es acaso justamente ésta una de las razones por las cuales se los denomina de esa forma? "La pauta oficial".
En relación a sus preguntas del final del tercer párrafo...
Que un periodista denoste a un político, con argumentos verídicos, es, justamente, un ejercicio periodístico. Ahora que un periodista denoste a un artista o a un ciudadano común, a través de la tergiversación, sin derecho a réplica... y con fondos del estado... no es precisamente periodismo. Ni es hacer "la revolución".
678 es un programa que está, con suerte, tres días a la semana. Pero se le pide que haga todo y los deje contentos a todos. Lo cierto es que 678 (su producción)tiene el derecho de ser el tipo de programa que desee. Falsamente contrapesando a toda la corporación mediática. No se puede comparar. 678 no miente, su público no soportaría mentiras, y sabe perfectamente que está sesgado. No hacen falta inauténticos que nos alerten, mejor velen por su autoestima intelectual.
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