El reclamo de buena parte de los pobladores de Famatina se transformó en uno de los tópicos centrales en los que se centró la agenda pública durante la convalecencia de CFK. Podría decirse que este reclamo fue azuzado por el Grupo Clarín que de manera súbita adquirió un espíritu ecologista que no tuvo cuando se intentó implementar el emprendimiento arrocero que implicaba construir una represa en Ayuí Grande, emprendimiento que era impulsado por José Aranda, número 2 de Héctor Magnetto. Pero también corresponde afirmar que el conflicto lleva mucho más que unas semanas y que el gobernador de La Rioja, Beder Herrera, que en su estadía como vicegobernador se había opuesto fervientemente a la explotación minera a cielo abierto con cianuro, una vez en el poder, giró mágicamente su postura. Por último, aun cuando se me acuse de provocador, podría agregarse que el caso Famatina, antes que aparecer como una piedra en el zapato del gobierno nacional, resalta sus virtudes. En otras palabras, que la Argentina tenga en la agenda pública la problemática medioambiental muestra que en estos últimos años se han resuelto una buena parte de las necesidades urgentes de una gran mayoría de la población. Discutir una política de largo plazo acerca del uso de los recursos naturales, es algo que se puede hacer tras haber prácticamente erradicado la indigencia y estar a dos puntos porcentuales del pleno empleo. Así, más que la piedra que molesta, podría interpretarse que Famatina deja ver que para que la piedra moleste tiene que haber un zapato, una base sobre la cual poder caminar. Pero como mi ánimo no es provocador quisiera dejar estos elementos de lado para hallar los vasos comunicantes entre la reivindicación medioambientalista que se ha transformado en una bandera de la izquierda, y las ONG financiadas cuyo origen e interés no sería menor destacar. Todo esto, claro está, para poder plantear tensiones y paradojas en una disputa que va mucho más allá de una empresa canadiense y una poblada con una causa respetable que no es culpable de que haya interesados en sacar de ella un rédito político.
La temática de las ONG ganó visibilidad a partir del discurso de CFK el día en que retomó formalmente su función tras la operación de tiroides. Allí, mientras se refería al caso Malvinas, lanzó una referencia a las ONG ambientalistas acusándolas de ser particularmente selectivas en las causas que llevan adelante. La pregunta implícita en ese discurso era ¿por qué hablan tanto de Famatina y nada del descalabro ecológico que produciría la explotación británica en la zona cercana a Malvinas?
Este interrogante tiene un sentido que puede rastrearse hasta los orígenes de las ONG. Como bien indicaba Tali Goldman en esta misma revista la semana pasada, las organizaciones no gubernamentales tienen su origen allá por los años 30 y su antecedente ineludible fueron las sociedades filantrópicas financiadas con dinero de hombres ricos interesados generalmente en la ayuda social. Sin embargo, los sucesos que atravesaron el siglo XX fueron cambiando la fisonomía y el peso de las ONG. En este sentido, la globalización, la caída del bloque soviético y el avance neoliberal que desguazó los Estados de Bienestar, generaron que en los años 80 y especialmente en los 90, las organizaciones no gubernamentales empezaran a tener un lugar destacado. Como parte de este proceso, entonces, no era casual que el Banco Mundial ofrezca canales de financiamiento que lograron que rápidamente este tipo de organizaciones sin fines de lucro se desperdigaran por todo el mundo haciendo especial énfasis en Latinoamérica o África donde la desigualdad y la pobreza son flagrantes.
Así, en el contexto donde el Estado se ha reducido al mínimo, dejando la temática de la salud, el trabajo y la educación liberados a la lógica del mercado, era necesaria la irrupción de un nuevo agente eficaz pero que, a su vez, tuviera la legitimidad social que la dirigencia política y el propio Estado habían perdido. A esto habría que agregarle, justamente, el tema que me interesa trabajar aquí, esto es, la importancia que muchas ONG le dieron al medioambiente, algo desoído por gobiernos cuya lógica electoralista hace que, muchas veces, se postergue para mejor momento encarar dificultades que hoy atañen a minorías sin voz y que serán urgentes para la mayoría de la población recién en 20 o 30 años. La conciencia sobre la temática ecológica redundó en el derecho a un medioambiente sano y fue ganando peso recién a principios de los años 90. Por ello suele ser considerado parte del conjunto de derechos humanos de “tercera generación” posterior a los derechos civiles y políticos (primera generación) y a los sociales y económicos (segunda generación).
Ahora bien, como se indicaba en la nota de Goldman, no son pocas las voces críticas que advierten sobre el aura que rodearía a las ONG pues se suele indicar que las buenas intenciones para promover un desarrollo sustentable con un medioambiente sano, una educación que pudiera llegar a todos los sectores, y la ayuda contra la pobreza, suelen ser enfocados desde la perspectiva eficientista y pro-mercado que promueven aquellos que financian este tipo de entidades. Para comprender en parte estas críticas, me remito al sintomático título del libro publicado hace poco tiempo por el Vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera: Oenegismo: enfermedad infantil del derechismo. Se trata de un texto que intenta polemizar con una serie de funcionarios y líderes que integraban el gobierno del actual presidente Evo Morales pero que luego lo abandonaron haciendo críticas por izquierda, funcionales a la derecha. García Linera permite entender desde otra perspectiva casos que ganaron visibilidad hace poco tiempo, a saber, la pueblada liderada por grupos indígenas que bajo la bandera de la necesidad de proteger su hábitat, se oponían a la construcción de una ruta que permitiría integrar poblaciones y mejorar las condiciones materiales de los pobladores. Pero lo interesante del Vice de Evo Morales es que marca cómo la lógica de las ONG tiene un particular interés en la descentralización del Estado y en las autonomías regionales para que los pobladores negocien directamente con las empresas extractivas las condiciones de explotación. Tal negociación estará marcada desde un comienzo por la debilidad de no tener a todo un Estado detrás y probablemente puede llevar a situaciones de gran desigualdad en comparación con otras partes del territorio.
Por otra parte, García Linera muestra cómo la lógica oenegista intenta erigirse en una suerte de representante de la sociedad civil postergando los canales estatales o las formaciones clásicas de la representación como ser, por ejemplo, los gremios. Es en este contexto y marcando el espíritu neoliberal que impregna a las ONG, que el autor se sorprende de que quienes reivindican un pensamiento de izquierda se sumen a una lógica que genera, como mínimo, fricciones con buena parte de su propio ideario. En la Argentina suceden casos similares y para ello basta ver a representantes de Proyecto Sur con Pino Solanas a la cabeza, e incluso a grupos marxistas y trotskistas haciendo suyas reivindicaciones precapitalistas que mantendrían absortos a los clásicos ideólogos. Incluso los intelectuales de Plataforma 2012, algunos autodefinidos como militantes de izquierda, se han hecho eco de este tipo de reclamos que, insisto, no intento desestimar, sino encuadrar para complejizar. Recuerdo un reportaje televisivo realizado en TN, donde uno de los firmantes del documento que busca polemizar con Carta Abierta, llegó a decir que el kirchnerismo no se puede definir de izquierda porque los derechos humanos que defiende son una reivindicación liberal. Más allá de que decir esto en este país suena a un ahistórico nihilismo zonzo, lo que este intelectual no notó es que su pataleo indignado que vocifera “no a la minería K” se basa, como se indicaba líneas atrás, en un derecho humano de tercera generación, es decir, en una reivindicación emergente, también, de la tradición liberal. Hago alusión a este caso para mostrar el cuidado con que hay que manejarse cuando se intentan construir grandes épicas de la pureza sin tomar en cuenta la sana contaminación que han sufrido los idearios y que obliga a ser siempre menos taxativos de lo podríamos ser. Pues el ejercicio del pensamiento tiene como cláusula impostergable la inclusión de matices, aquellos que, en este caso, obligan a no subirse a la tontera de creer que todos los K están a favor de Beder Herrera y la Barrick Gold o que todos los anti K son Magnetto y una pachamamesca izquierda infantil. Tampoco todas las ONG son agentes del imperialismo pero de allí no se sigue que haya que eximirlas de contextualizarlas, revisar sus intereses y una concepción de la política y de lo social que viene siempre revestida del halo de una neutralidad apolítica al que, como ya hemos aprendido, hay que mirar siempre con algo de desconfianza.
2 comentarios:
A mi lo que me molesta de algunos es que, como Magnetto ahora nos corre por izquierda tenemos que "revisar" las ONGs, o "revisar" el ecologismo. No lo digo sólo por este post, es algo que noté en toda la blogósfera.
Magnetto es un tipo inteligente, vio la oportunidad y la aprovechó. La tenemos adentro. En vez de mirar al costado hay que dar la pelea contra la Barrick, Repsol, etc.
Creo que, los que apoyamos al gobierno para profundizar tenemos que decir, "sí, tienen razón, pero nosotros somos los únicos que lo podemos resolver". Y es así. El kirchnerismo es el único capaz de poder enfrentar a los poderes fácticos. Entonces, no hay que hacerse el boludo con estas cosas y poner manos a la obra.
Por eso es muy positivo que gente como Calcagno, Depetri y otros dentro del FPV hayan salido a dar debates, por ejemplo, en el tema YPF. Esa es la posición que tendría que tomarse. No hay que seguir hablando de Pino, que representa una fuerza en extinción que ni pasó las primarias.
Algunos se empescinan en desviar el asunto a los ecologistas de última hora (que no le hacen daño a nadie), o a las ONGs evitando el tema de fondo.
Lo relevante es el tema de los recursos. Ya cansa la actitud de juzgar todo falazmente, de acuerdo a lo que diga Clarín. El kircherismo tiene que discutirse a sí mismo, en vez de discutir con Clarín, cuya hegemonía (como dice Mocca) esta en decadencia.
Lo que hay que revisar son esas dos o tres cosas en las que nos hace falta profundizar para tener un capitalismo realmente nacional.
Partamos de la base de que los datos "fácticos" (e inverosímiles) de los que hablás -como pleno empleo o "indigencia cero"- son proporcionados por el INDEC. Y se sabe que son mentiras que la mitómana reproduce alegremente. En esto estamos de acuerdo, ¿no?
Segundo, Clarín y varias oenegés (sin defender a Clarín, pero sí a las oenegés) hacen más incapié o nombran algunos problemas y no todos. Cualquier medio hace lo mismo. Página/12 habla de lo que le parece que debe hablar (y omite lo que quiere omitir. También se hacen los boludos con algunos temas, digamos). Lo mismo La Nación, Tiempo Argentino, y cada uno de nosotros. Eso no implica que haya que desmerecer las críticas sobre este gobierno nac & pop que permite lo de Famatina, ni el veto de Cristina a la ley de glaciares, ni que las mineras sigan con las mismas leyes absurdas del menemismo, ni que la Barric siga explotando como lo hace, y a nadie del gobierno nacional se le mueve un pelo. Y sus fanáticos cuando esto se publica critican a Clarín, al gobernador (se olvidan que es del FPV), etc. Se podría hacer un poco de autocrítica, ¿no?
El ecologismo es una tendencia mundial y no sólo una piedra en el zapato. Y aún, en nuestro zapato, hay otras piedras más grandes y más molestas.
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