Una de las anécdotas más recordadas en torno a la figura de Borges tiene que ver con aquella indignidad a la que lo sometió el gobierno peronista al designarlo como Inspector de aves y conejos. Este castigo era la consecuencia de la posición política de Borges: esta suerte de fobia aristocrática hacia el “aluvión zoológico” y hacia la democracia entendida como “un abuso de la estadística” funcional a la “tiranía de los pobres”. ¿Pero cuáles son los fundamentos ideológicos que oponían el anarquismo conservador del autor de Ficciones al gobierno popular de Perón?
La clave central, a mi juicio, pasa por los pensadores que en la tradición anarquista y liberal sentían un profundo rechazo por el Estado. Por ello no debe sorprendernos que haya influido en Borges la lectura de El Único y su propiedad, del anarquista extemporáneo Max Stirner, tan criticado por Marx; o el liberalismo conservador de Spencer y de un profeso admirador de éste: Macedonio Fernández.
Con su amigo Macedonio, Borges repelía lo que se entendía por “maximalismo”, esto es, el crecimiento del Estado, pues implicaba una amenaza para el desarrollo de la libertad individual. En esta línea, como para muchos otros observadores de la época, el peronismo era homologado a los grandes movimientos estatalistas: nazismo, stalinismo y fascismo.
Un buen resumen de sus ideas políticas las da Borges en un pequeño ensayo de 1946, “Nuestro pobre individualismo”. Allí pregona por la formación de un partido conservador que reduzca el Estado a la mínima expresión y denuncia a los “nacionalistas” por no comprender la verdadera naturaleza de los argentinos, esto es, su virtuoso individualismo antiestatal.
Para Borges el argentino es individuo antes que ciudadano, lo cual explicaría por qué observamos al Estado como un otro que desde un exterior viene a quitarnos aquello que nuestro mérito individual se encargó de conseguir.
Borges aventura las razones de este rechazo a lo estatal con dos apreciaciones: la primera es el rezongo aristocrático de aquel que ve a la política y al Estado como una inmensa burocracia corrupta; la segunda, más filosófica, indica que el Estado no es más que una ficción.
Aquí se observa en Borges una herencia de tradición empirista: la realidad es siempre individual. Así, el “Estado”, el “Mercado”, el “Pueblo” no son más que abstracciones que no se corresponden con la realidad. Simplemente las hipostasiamos, esto es, las imaginamos como dotadas de voluntad y luego, en un descuido nos confundimos y le atribuimos pasiones y decisiones propias.
Dicho esto, ¿hace falta aclarar las razones por las que Borges veía en Perón y el peronismo un fenómeno monstruoso y amenazante? ¿O qué otro lugar podía ocupar un movimiento que ponía al Estado como propulsor de políticas de ampliación de ciudadanía con una construcción que privilegiaba lo colectivo y que tenía como interlocutor preferido al pueblo?
La clave central, a mi juicio, pasa por los pensadores que en la tradición anarquista y liberal sentían un profundo rechazo por el Estado. Por ello no debe sorprendernos que haya influido en Borges la lectura de El Único y su propiedad, del anarquista extemporáneo Max Stirner, tan criticado por Marx; o el liberalismo conservador de Spencer y de un profeso admirador de éste: Macedonio Fernández.
Con su amigo Macedonio, Borges repelía lo que se entendía por “maximalismo”, esto es, el crecimiento del Estado, pues implicaba una amenaza para el desarrollo de la libertad individual. En esta línea, como para muchos otros observadores de la época, el peronismo era homologado a los grandes movimientos estatalistas: nazismo, stalinismo y fascismo.
Un buen resumen de sus ideas políticas las da Borges en un pequeño ensayo de 1946, “Nuestro pobre individualismo”. Allí pregona por la formación de un partido conservador que reduzca el Estado a la mínima expresión y denuncia a los “nacionalistas” por no comprender la verdadera naturaleza de los argentinos, esto es, su virtuoso individualismo antiestatal.
Para Borges el argentino es individuo antes que ciudadano, lo cual explicaría por qué observamos al Estado como un otro que desde un exterior viene a quitarnos aquello que nuestro mérito individual se encargó de conseguir.
Borges aventura las razones de este rechazo a lo estatal con dos apreciaciones: la primera es el rezongo aristocrático de aquel que ve a la política y al Estado como una inmensa burocracia corrupta; la segunda, más filosófica, indica que el Estado no es más que una ficción.
Aquí se observa en Borges una herencia de tradición empirista: la realidad es siempre individual. Así, el “Estado”, el “Mercado”, el “Pueblo” no son más que abstracciones que no se corresponden con la realidad. Simplemente las hipostasiamos, esto es, las imaginamos como dotadas de voluntad y luego, en un descuido nos confundimos y le atribuimos pasiones y decisiones propias.
Dicho esto, ¿hace falta aclarar las razones por las que Borges veía en Perón y el peronismo un fenómeno monstruoso y amenazante? ¿O qué otro lugar podía ocupar un movimiento que ponía al Estado como propulsor de políticas de ampliación de ciudadanía con una construcción que privilegiaba lo colectivo y que tenía como interlocutor preferido al pueblo?
2 comentarios:
Excelente Post, como siempre.
Yo observaría algo donde dices: "Para Borges el argentino es individuo antes que ciudadano"
El concepto de ciudadanía, en algún punto rechaza también el de Estado. El Estado no solo es política, también es administración y la administración tiene poco de ciudadana, en cuanto implica otros fenómenos de poder distintos a los del debate público. Por algo, peleamos hoy por leyes de información pública, nos oponemos a la privatización del sistema electoral, etc.
Habría que ver en todo caso, si Borges pensaba antes en individuo económico pre-ciudadano o si estaba pensando en un concepto de ciudadanía diferente. Antipopular, quizás, pero ciudadano al fin.
Saludos!
Gracias quijanog!! Te precisión ayuda. Sinceramente no creo que Borges esté pensando en una concepción sui generis de ciudadanía. Creo que asocia ciudadanía a EStado y punto. Abrazo grande. Dante
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