456 participantes por un premio cercano a los 40 millones de
USS. Un solo ganador que deberá salir airoso de la competencia en seis juegos
infantiles. El único detalle es que cada uno de los 455 derrotados será
asesinado inmediatamente por los organizadores. Ese es el núcleo de la trama de
la exitosa serie coreana llamada El juego del calamar (Squid Game) que se encuentra disponible en Netflix. Con una
estética muy atractiva, aunque exageradamente violenta, al igual que sucediera
con Parasite, ganadora del Oscar, el cine surcoreano vuelve a ofrecernos la
posibilidad de conocer algo más de una sociedad que a los ojos de occidente
parece distante.
Si en Parasite se exponía el modo en que las diferencias de
clases eran cada vez más grandes, el trasfondo de El juego del calamar es la
enorme crisis de las deudas familiares en Corea del Sur. De hecho, en el último
capítulo, utilizando el recurso de darle lugar a un informativo mientras el
protagonista pasa por la peluquería, se logra escuchar que Corea del Sur es el
segundo país del mundo con más deudas familiares y que la razón entre PIB y
deuda familiar es del 96.9%. Si la situación ya era dramática, la pandemia no
hizo más que agudizarla. Una nota de Nemo Kim y Justin McCarry para The Guardian, por ejemplo, toma el caso
de un ingeniero informático que trabajaba en el Silicon Valley surcoreano hasta
que junto a su mujer decidió abandonar el empleo y abrir un bar con la única
intención “de poder dormir una hora más”. Sin embargo, llegó la pandemia y los
clientes desaparecieron. Para sostenerse tuvo que pedir préstamos a los cinco principales
bancos a tasas de 4% y, como la deuda seguía aumentando, terminó acudiendo a
prestamistas usureros que ofrecían dinero a un 17% anual. Si bien como indica
la profesora de Estudios coreanos de la Universidad de Scheffield, Sarah Son,
en una nota en www.infobae.com, no se puede decir que se trate de una práctica
masiva, la mafia de los prestamistas llega a tal extremo que los deudores
acaban renunciando a su autonomía física y se comprometen a pagar sus deudas,
eventualmente, con alguno de sus órganos. De hecho la serie refiere a esto
contadas veces y, aunque resulte paradójico, este fenómeno de los prestamistas
apareció justamente en la medida en que el propio gobierno empezó a poner
restricciones a las deudas que los clientes tomaban con los bancos con el fin
de proteger a los propios clientes. En la serie, los protagonistas son, entre
otros, un adicto al juego, una mujer que escapó de Corea del Norte, un mafioso,
un inmigrante paquistaní y un profesional que se recibió con todos los honores
pero que cayó en desgracia por una mala inversión en fondos financieros. Lo que
tienen en común es que todos tienen deudas y una enorme culpa por ello, a tal
punto que consideran que vale la pena jugarse la vida antes que seguir viviendo
como lo hacían.
A propósito, en este mismo espacio, en la nota titulada
“Capitalismo, control y victimismo acreedor”, recuperábamos a Friedrich Nietzsche quien, en su Genealogía de la moral, nos advierte que
el concepto “Shuld” (culpa), fundamental para la moral, está íntimamente
relacionado con el concepto “Shulden”, esto es, “deudas”, cuyo sentido es más
económico y “material”.
Pero para no salirnos de Corea, se puede apelar a Byung-Chul
Han quien, sin ir más lejos, diera una entrevista apenas días atrás, al diario El País, donde refiere a El juego del
Calamar interpretándola como símbolo de un capitalismo que explota la pulsión
humana por el juego. De hecho, indica que la aceleración de la digitalización
generará enormes problemas para el empleo y se pregunta si, tal como se dejaría
ver, en parte, en la serie, la sociedad que viene no será una sociedad a la que
se mantenga entretenida con juegos online mientras el Estado otorga una Renta
Básica Universal para garantizar la subsistencia. Algo así como “pan y circo” aunque
con el coliseo en tu propia casa para evitar las multitudes.
Pero el propio Byung-Chul Han, en textos como Psicopolítica, da en la tecla cuando
afirma que ha sido el capitalismo, y no el comunismo, el que ha borrado las
diferencias entre clases sociales en tanto hoy todos somos trabajadores que nos
explotamos a nosotros mismos. En este sentido, afirma:
“Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se
hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la
sociedad o al sistema. En esto consiste la especial inteligencia del régimen
neoliberal. No deja que surja resistencia alguna contra el sistema. En el régimen
de la explotación ajena, por el contrario, es posible que los explotados se
solidaricen y juntos se alcen contra el explotador (…) En el régimen neoliberal
de la autoexplotación uno dirige la agresión hacia sí mismo. Esta
autoagresividad no convierte al explotado en revolucionario sino en depresivo”.
Esta culpa introyectada que no impulsa hacia la
transformación de la realidad sino que nos acaba sumiendo en la depresión o,
como podría leerse a partir de la serie, en conductas temerarias donde la vida
no vale nada, puede relacionarse con el hecho de que Corea del Sur sea el país
con mayor tasa de suicidios entre los países de la OCDE y que el suicidio sea
la primera causa de muerte entre jóvenes de entre 10 y 25 años. A su vez, si de
juegos se trata, se calcula que en Corea del Sur hay al menos 140.000 adictos a
Internet y videojuegos, muchos de los cuales están asistiendo a Centros de
Rehabilitación que ha dispuesto el gobierno.
Para finalizar, aunque resulte obvio, cabría aclarar que más
allá de las particularidades del caso de Corea del Sur, esta tendencia se
observa en buena parte de los países occidentales y es de esperar que se
profundice más allá de que en paralelo convive con otra tendencia que dice ser
anticapitalista y se conforma por determinados grupos que no solo no
introyectan ninguna culpa, sino que consideran que todos sus fracasos responden
a condiciones estructurales digitadas por sectores privilegiados. Entre los que
asumen toda la responsabilidad sin observar que hay condiciones estructurales
que influyen y los que no asumen ninguna responsabilidad echando culpas a las
condiciones estructurales, el escenario dista mucho de ser alentador. Imposibilitados
de poder pensar una salida intermedia en medio de tanta información, luces y estímulos,
una serie que no ahorra sangre y golpes bajos puede ser un buen
entretenimiento. Si no va a haber pan, que al menos haya circo.
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