La credibilidad ha sido siempre
el principal pilar de cualquier medio de comunicación pues es el elemento que,
presuntamente, establece el contrato con la audiencia. En otras palabras, salvo
para un consumo irónico, cuando elegimos un medio de comunicación entendemos,
aun con reservas críticas, que la información que allí aparece es verdadera o
al menos verosímil. El contrato tácito con un medio, o con un periodista,
naturalmente, puede romperse tal como sucedió con muchos lectores de Clarín
durante la década pasada pero inmediatamente, es de suponer, aparecerá un
sustituto. Así, dejamos de creerle a X porque ahora consideramos que Y es el
que dice la verdad.
Sin embargo, cabe matizar, como
mínimo en parte, esta mirada tan lineal, pues hay otras variables que pueden
jugar un rol importante para poder explicar por qué un medio o un periodista
tienen audiencia, variables que van mucho más allá de la credibilidad. Allí se
encontrará desde la costumbre de consumir un medio hasta el carácter
oligopólico o monopólico que este medio pueda tener; y, claro está, un fenómeno que existió
siempre pero que algunos han descubierto
hace poco: el hecho de que hay una tendencia y una necesidad de creerle más al
medio que casualmente coincide con nuestras convicciones previas. Por supuesto
que, a su vez, los medios son activos en la conformación de sus propias
audiencias y las estrategias de fidelización hoy son enormemente complejas,
pero entre medios que les hablan a los convencidos y convencidos que solo
quieren ser hablados por los medios que eligen una mentira amable antes que una
verdad incómoda, se abren enormes interrogantes como para observar con
incertidumbre el presente y el futuro del periodismo.
De todo esto se sigue que la
credibilidad ya no forma parte del contrato con la audiencia, o, en todo caso,
la creencia en un medio se ha independizado completamente de la relación que
ese medio tenga con la realidad. Se elige creer por razones muy poco objetivas
y por cuán funcional es la mirada de ese medio a nuestro prejuicio. Quienes
manejan los grandes medios están al tanto de esta situación que algunos
cínicamente presentan como novedosa y que catalogan como “posverdad”, pero es,
diría yo, inherente a la prensa y, probablemente, a la comunicación humana,
desde sus orígenes.
Las pruebas de que a los grandes
medios ya ni siquiera les interesa eso que llamaré, a falta de una categoría
mejor, “credibilidad objetiva” o creencia vinculada a algún dato concreto y no
como mera fe irracional, se da en la cada vez más frecuente práctica de sacar
de contexto las declaraciones. Sin ir más lejos, en esta semana el actor
Gerardo Romano fue entrevistado en TN a propósito del conflicto con el INCAA y,
abrumado por la insistencia de los periodistas en torno a la presunta
responsabilidad del kirchnerismo en la crisis actual, respondió “Cristina es
una chorra hija de puta y Néstor se murió. Listo, ya está, terminemos con el
pasado. Hablemos del choreo al INCAA hoy. Hablemos de que se cierra
Dálmine-Campana hoy…”.
Naturalmente, en las redes
sociales Gerardo Romano se transformó en lo más nombrado y a partir de allí el
enjambre de idiotas azuzados por algunos trolls empezó a opinar, en la mayoría
de los casos, tomando de forma literal lo que era una ironía. Pero lo más grave
fue que los grandes medios, adrede, tergiversaron el mensaje de Romano
sacándolo de contexto. El medio que llegó más lejos fue Infobae, que recortó el
video de la participación de Romano a los 13 segundos esto es, el tiempo justo
para que Romano afirmara “Cristina es una chorra hija de puta y Néstor se
murió. Listo, ya está, terminemos con el pasado”. Un alma bella podría
preguntarse por qué un medio masivo realiza ese recorte sabiendo que no solo
los televidentes de TN sino cualquiera que accediera a la entrevista
posteriormente a través de internet, notaría la manipulación. Y la respuesta, a
mi entender, está, en un sentido, en lo que les indicaba anteriormente: por un
lado, se les habla a los convencidos, aquellos que solo quieren escuchar que
“Cristina es una chorra..etc.” y que no les importa si tal afirmación es una
ironía. Sin embargo, por otro lado, hay un elemento que no podemos soslayar:
hoy los medios sacrifican credibilidad en pos del disciplinamiento de la voz
disidente. En este sentido, Infobae, o cualquier otro medio que realice este
tipo de prácticas, las cuales, por cierto, no son propiedad exclusiva de “la
derecha”, buscan que determinados referentes sociales no hablen. Entiendo que
no será el caso de Romano pero es posible que en algún momento, en su foro
íntimo, el actor se pregunte si tiene sentido exponerse públicamente cuando
sabe que aun cuando no diga nada inconveniente sus frases pueden ser sacadas de
contexto para que, durante un día entero, “la gente” lo castigue. El ejercicio
de disciplinamiento es enormemente eficaz en las redes sociales también puesto
que cualquier voz opositora con cierta capacidad de influencia es atacada
sistemáticamente por cuentas trolls de modo tal que ante cada posteo reciba una
catarata de amenazas e insultos. Más allá de la personalidad de cada uno y la
capacidad de tolerancia, es factible que aquellas voces opositoras se pregunten
si vale la pena someterse con completa indefensión a estos tratos por el simple
hecho de desear opinar públicamente sobre algún determinado tema. Por último,
en un libro de Pablo Boczkowski citado alguna vez en esta columna, se mostraba
que hay una brecha entre aquellas noticias que a los periodistas les resultan
dignas de resaltar y aquellas noticias consumidas por las audiencias. Si bien
el autor no realiza tal inferencia, desde mi punto de vista, esta brecha se
debe no solo a lo expuesto por Boczkowski sino también a que los medios, en
muchos casos, le hablan a determinadas elites, a las cuales, en muchos casos,
literalmente extorsionan, máxime en un contexto de guerra desatada al interior
del gobierno y al interior de los servicios de inteligencia.
Frente al hecho de que hoy es más
importante el disciplinamiento que la credibilidad, algunos se preguntan si lo
que aquí se describe puede llamarse “periodismo”; otros, más escépticos, se
preguntan si hoy hay espacio para que el periodismo sea algo muy distinto.
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