Desde el punto de vista económico,
las críticas al macrismo provenientes de sectores no liberales son tan
conocidas como atendibles. Si repasamos estos nueve meses de gestión, el eje se
puso en la exorbitante suba de tarifas que el gobierno intentará presentar como
“tarifacito del 300%” gracias a las opiniones recogidas en los focus group, pero en la última semana los
números brindados por el INDEC volvieron a poner de manifiesto un fenómeno que
había intentado ocultarse en los últimos meses. Me refiero al dramático aumento
de la desocupación gracias a la ola de despidos, no solo en el sector público
sino, sobre todo, en el sector privado.
Ahora bien, todo esto usted ya lo
sabe de aquí que me interese ingresar en otro aspecto de la temática. Podemos
plantearlo así: el plan económico de Macri es tan errático que ni siquiera ha
cumplido con las metas que cualquier plan neoliberal ortodoxo cumpliría. Dicho
de otra manera, el neoliberalismo precariza, margina y desclasa a masas
ingentes de hombres y mujeres pero al menos muestra “algunos resultados”, a
saber: reducción del déficit fiscal, llegada de inversiones y baja drástica de
la inflación. En este sentido, con el macrismo se da una paradoja y es que
viene logrando los calamitosos resultados que todo plan neoliberal ortodoxo se
propone pero sin obtener los presuntos beneficios de tal modelo.
Si desagregamos los ejes
encontraremos elementos sorprendentes. Hablemos, en primer lugar, del déficit
fiscal. Con el Ministro de Hacienda y Finanzas a la cabeza, el macrismo había
mentido instalando que el gobierno anterior había abandonado su gestión con un
7% de déficit fiscal. No hay manera de sostener con números realistas tal
aseveración pero lo mismo da, pues, sea cual fuere el número, las cifras
oficiales publicadas una semana atrás indican que el déficit fiscal primario se
duplicó largamente respecto de julio del año pasado. Efectivamente, el déficit
fiscal primario del austero macrismo es 112,5% más grande que el del populista
kirchnerismo. Enorme lección para el paradigma neoliberal vernáculo pues tales
números muestran que éste no es un país pobre y que el punto no está en cuánto
se gasta sino en cómo se distribuye. Con el macrismo, plata hay, solo que
gracias a la transferencia de ingresos del sector de los que menos tienen al
sector de los que más tienen, esa plata se la están quedando unos pocos. Dicho
de otra manera: ¿cómo no va a aumentar el déficit si se busca enfriar la
economía, se liberan los precios y las importaciones, y se dejan de cobrar
retenciones?
Sin embargo, el manual del buen
neoliberal te dice que siempre están por llegar una lluvia de inversiones.
Nobleza obliga, alguna vez, allá por los años 90, esa lluvia de inversiones
llegó y una mitad de la sociedad argentina gozó del beneficio del 1 a 1 más
allá de que el final ya lo conocemos bien. Sin embargo, hoy ni siquiera estamos
gozando de tales inversiones. Nunca faltará algún zonzo que nos quiera decir
que los inversores le temen a Hebe de Bonafini pero quienes quieran decir la
verdad tendrán que admitir que los dueños del dinero deben mirar azorados cómo
este gobierno cambia las reglas del juego con decretos y cómo ni siquiera ha
sido eficaz para implementar un aumento de tarifas para el que había un consenso
generalizado. Más allá de que a ningún inversor le importa la divina seguridad
jurídica sino hacer pingües negocios, lo cierto es que los dólares no llueven y
el blanqueo, a pesar de la presión internacional que amenaza a los evasores con
el entrecruzamiento de datos, viene mucho más lento de lo que el gobierno se
imaginaba.
Por último, el tema inflacionario
es alarmante pues por primera vez en más de una década, el aumento de los
precios le ganó ampliamente a los sueldos y la pérdida del poder adquisitivo se
calcula, como mínimo, en un 10% para los cobran su sueldo en blanco y bastante
más para los que lo cobran en negro. La cuenta surge de comparar una inflación
anualizada que en la ciudad, por ejemplo, llega al 47%, con paritarias que
rondaron entre el 30 y el 35% escalonado (curiosamente, el gremio que consiguió
el número más bajo fue el de Prensa, con apenas un 27%).
Una vez más, el que fue
presentado como el mejor equipo de los últimos cincuenta años, logró que la
inflación se duplique y estará enormemente satisfecho si logra, en 2017, una
inflación similar a la que había dejado el kirchnerismo, aunque, claro está,
tal cifra deberá compararse con el aumento obtenido en las paritarias que se
realicen el año que viene. Si tenemos en cuenta que el gobierno, sea en el
Consejo de las Américas, sea en una fábrica, no habla de otra cosa que del
“costo laboral”, es de esperar que en 2017 se pierdan algunos puntos más del
poder adquisitivo y se avance en un conjunto de políticas económicas que,
aumentando la desocupación, condicionen toda mesa de negociación.
Frente a este panorama tiene
sentido retomar una visión interesante para poder entender el actual momento.
Se trata de una mirada que proviene de la escritora canadiense Naomi Klein que,
en su libro La doctrina del shock,
hace un rastreo histórico acerca del modo en que las políticas neoliberales se
aplicaron, en Latinoamérica y el mundo, en momentos donde las sociedades se
encontraban en estado de shock, sea por un desastre natural, una guerra o una
crisis económica, política y social de envergadura. Si esta hipótesis es
correcta y se toma como base que el kirchnerismo, por más que tanto se insista,
no dejó ni al país ni a la economía en llamas, el único camino que le queda al
macrismo es generarse su propia crisis para luego ofrecer su propio antídoto.
Tal crisis existe ya y está claro que se intenta todo el tiempo adjudicársela
al gobierno anterior. Sin embargo, no creo que esta crisis haya sido
autoinfligida por el macrismo sino que ha sido el producto de sus políticas,
sus inoperancias y, sobre todo, del equilibrio de fuerzas en lo que respecta al
terreno social. En este sentido, aun cuando el espacio opositor esté
fragmentado y aún cuando, sin demasiado conflicto, se ha avanzado sobre conquistas
de los últimos años, no resulta tan simple barrer con una experiencia política
y subjetiva como la del kirchnerismo, al menos de manera tan abrupta. Es más,
podría decirse que sorprende la rapidez y la violencia con la que han avanzado
pero aún así la construcción colectiva y sus consecuencias individuales, más
allá de todas las falencias que tuvo, ha generado anticuerpos.
En el barrio, cuando queremos
decir que alguien comete un desatino o una torpeza flagrante decimos que “es
capaz de chocar una calesita”. En términos económicos y por las razones
expuestas, el macrismo parece encaminarse hacia allí. Cómo intentarán evitarlo
es algo que puede vislumbrarse y que no es novedoso. Así, si la economía no
responde y la política es errática restará posarse sobre la moral y tratar de
convencer a la ciudadanía de que, al igual que en 2015 cuando la mayoría no
tenía problemas de dinero, los electores vuelvan a votar pensando más en la repetición
de la cadena nacional y en algún caso de corrupción que en el bolsillo. Ahora
bien, si estuviéramos frente a un momento en los que la apelación a la moral no
alcanzara, el horizonte será preocupante y para resumirlo podríamos parafrasear
a cierta publicidad de tarjeta de crédito y decir: hay cosas que la moral, el
dinero y la política pueden comprar. Para todo lo demás está la policía.
1 comentario:
Ay, Dante, qué están haciendo. Qué sencillo parece ser destruir y qué rápido. Temo por mis hijas y nietos.Se me hace cuesta arriba deglutir el sarcasmo y la iniquidad. Forza Dilma. Aguanten Evo, Correa y Maduro.
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