El discurso
que Reynaldo Sietecase brindó en la entrega de los premios TATO generó una
polémica sobre el rol del periodismo, una temática, por cierto, bastante
trillada. Para quien no lo haya escuchado, Sietecase criticó muy fuertemente,
aunque sin mencionarlo, a Jorge Lanata, señalando que los periodistas que
denuncian “la grieta” buscan ensancharla cada vez más y que una cosa es ser un
periodista crítico y otra muy distinta transformarse en el principal gestor de
las operaciones de prensa que impulsa el multimedio que te contrata. Sin
embargo, en la misma alocución se refirió, una vez más, sin nombrarlo, a 678,
programa de claro sesgo oficialista al que acusó de defender lo indefendible y
hacer periodismo militante. Algunos días más tarde en una charla en radio
Vórterix, Sietecase pareció extender la crítica a “otros medios afines al
gobierno” que “por defender una idea militante” a “rajatabla” acaban
justificando acciones del gobierno que no tienen posibilidad de justificación.
En este punto, la crítica se expande y alcanzaría, lo digo en potencial porque
Sietecase no lo menciona, a medios privados que frecuentemente son acusados de
“paraoficiales”. Entre estos medios no sólo estaría la Revista 23, sino también
medios en los que trabaja el propio Sietecase como la revista Newsweek (de Sergio Szpolski y Matías
Garfunkel, los mismos dueños de la revista que usted está leyendo en este
momento) y la Radio Vórterix (que es propiedad del mismo Garfunkel aunque en
sociedad con Mario Pergolini).
Para Sietecase, que tiene la
envidiable virtud de no justificar lo injustificable pese a trabajar en medios
que la oposición llama “paraoficiales”, es momento de refundar o, en todo caso,
volver a hacer periodismo alejados de los extremos. Pareciera que eso podría
suturar la grieta y tal propuesta es la que me interesa discutir justamente
porque creo que hay buena fe en este periodista rosarino que, tras muchos años
de trabajar junto a Lanata en Día D o
en el diario Crítica, ha hecho un camino
propio y una trayectoria meritoria.
El primer interrogante que se
plantea es cuál sería la diferencia entre esta propuesta de neoperiodismo y la
siempre tan mentada bandera del periodismo tradicional: la “independencia”,
entendida como una síntesis de los valores de la neutralidad y la objetividad,
todos ellos, aparentemente, inherentes a la profesión de periodista.
Es difícil responder. Pareciera
que el punto estaría en que los que siempre se dijeron independientes han
demostrado no serlo de lo cual se seguiría la necesidad de reemplazarlos para
“refundar” el periodismo. Sin embargo, si bien resulta evidente la falta de
credibilidad que existe en medios y periodistas consagrados, no se trata de
afirmar que los que se dicen independientes ya no lo son. Porque no fue sólo eso
lo que se logró en los últimos años. Se logró mostrar, sobre todo y de cara a
la opinión pública, que es la independencia en sí misma, y no como atributo de
algunos periodistas, la que resulta imposible de alcanzar.
¿Pero acaso criticar algunas
cosas del gobierno y valorar positivamente otras no son la mayor demostración
de independencia? No necesariamente. Suponer eso implica confundir
independencia (o neutralidad y objetividad) con un promedio entre lo bueno y lo
malo que cada gobierno ostentaría. De este modo, el neoperiodismo, más que
independiente, sería “promediero”, algo que, justamente, puede llevar a forzar
las cosas (no sea que la audiencia interprete que el neoperiodista está “más de
un lado que del otro”). Por eso el neoperiodista se encuentra en la obligación
de tener que señalar que hay cosas buenas y malas en iguales dosis. Para ello,
tiene que quedar bien en claro que hay dos extremos opuestos y que él,
obviamente, no está en ninguno de ellos o, lo que es más preocupante aún, que
ninguno de ellos califica como “periodismo”.
El neoperiodismo es ejercido
mayoritariamente por periodistas progresistas que alguna vez formaron parte (y
forman parte todavía en algunos casos) de medios con línea editorial cercana al
oficialismo pero han visto que la disputa cultural que ha librado el
kirchnerismo viene a tocar su puerta también. Así es que mucho periodista
progresista, en su mayoría generación sub 50, en un principio simpatizó con el
énfasis con que el kirchnerismo denunciaba al periodismo tradicional creyendo
que esto permitiría que los popes le dejaran lugar a la nueva camada. Pero se
equivocaron porque la crítica al periodismo no se circunscribe a una generación
ni a nombres específicos: refiere a una forma de entender la comunicación y el
vínculo entre sociedad civil y representantes. Porque lo que se busca generar
es una relación directa entre representante y representado, sin intermediarios
ni presuntos traductores. No se trata, claro, de eliminar las distintas instancias
socialmente representativas que existen en una comunidad. Se trata de señalar
que ninguna es inmaculada; que “la
muerte de Dios” significó la muerte también de los grandes fundamentos y de las
verdades últimas; que no hay perspectiva privilegiada ni asepsia; que la
divinidad no habla por boca de nadie.
Y cuando se hace referencia al
periodismo militante nadie alude a un periodismo hecho con pecheras partidarias
que distorsiona la realidad en función de sus propios intereses de facción.
¿Quién podría defender eso? ¿Quién podría llamar periodismo a esa actividad? Y,
por sobre todo, ¿desde cuándo ser militante es ser idiota? Para que quede
claro, entonces: cuando se habla de periodismo militante, o por lo menos lo que
yo entiendo por tal, se habla de un inevitable perspectivismo, de la asunción
de que cualquier acercamiento a los hechos se hace desde un determinado lugar y
una determinada mirada. Desde este punto de vista, todos somos militantes.
Asimismo, el periodista militante puede ser crítico y debe serlo como cualquier
militante y como cualquier ser humano. Serlo significa intentar ser lo más
objetivo posible reconociendo que la objetividad en sí es inalcanzable y no
necesariamente un “promedio”. Porque la objetividad y la capacidad crítica
pueden arrojar que la lista de lo que nos gusta y no nos gusta de un gobierno
esté desnivelada. Dicho de otro modo, es porque tenemos capacidad crítica que
podremos afirmar que, quizás, ser objetivos supone reconocer que hay un partido
o un gobierno que ha hecho las cosas mejor que otro. Si este es el caso ¿debo
forzar una crítica negativa porque soy periodista? ¿Acaso afirmar que un
gobierno me gusta más que otro me lleva necesariamente a justificar lo
injustificable?
Por todo lo dicho es que no
acuerdo con que haya que refundar el periodismo y me preocupa esta apuesta por
lo que, a falta de un término más adecuado, llamé “neoperiodismo”, mirada que,
como se habrán percatado, trasciende a la figura de Sietecase. No estoy de
acuerdo porque hacerlo sería volver a darle legitimidad y capacidad
performativa a una palabra corporativa autonomizada de la sociedad civil. Sería
promover el regreso de una casta que costó mucho desnudar. Entiéndase bien.
Esto no es ni contra Sietecase (de los mejores periodistas que hay en plaza) ni
contra la mayoría de los periodistas que creen poder estar “en el medio” desde
la buena fe. Es contra una institución social que, desde su surgimiento allá
por el siglo XVIII, se autoproclamó portavoz de las necesidades de la sociedad
y árbitro moral de la política. En la Argentina se ha puesto en tela de juicio
ese lugar del periodismo y eso ha descolocado a los periodistas de distintas
ideologías, incluso a muchos que se sienten afines al gobierno pero no quieren
perder la legitimidad y la investidura de su condición de mediadores y de
palabra autorizada. Por ello: no refundemos el periodismo. Refundemos el
atreverse a pensar por uno mismo asumiendo el carácter relativo de toda mirada
y exijámosles a quienes nos representan en las instituciones del Estado del
modo más eficaz: participando nosotros mismos.
1 comentario:
Estimado Dante, escribí esto hace un tiempo, sobre la misma cuestión. Te lo dejo. Saludos.
http://letercermonde.com/2013/06/07/para-que/
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