En medio de una crisis
inflacionaria sin precedentes en los últimos 30 años, con un gobierno
debilitado y el presagio de un clima propicio para políticas de shock, sectores
progresistas han encontrado la salida mágica a la crisis: el ingreso básico
universal.
Si bien el tema se venía
instalando en la agenda, declaraciones de CFK en esa línea transformaron lo que
era una suerte de reivindicación testimonial en un reclamo concreto y en
bandera de algunos movimientos sociales. Sin embargo, más allá de que en la
Argentina y en el mundo hay quienes vienen trabajando la temática con
rigurosidad desde hace tiempo, en boca de sus principales impulsores el ingreso
básico universal devino un significante vacío que cada uno rellena como quiere.
Pero entonces, ¿cuáles son las
características a las que referimos cuando hablamos de un ingreso básico universal?
Lo central y, podría decirse
incluso, absolutamente contraintituivo en tiempos donde las políticas
identitarias y de segmentación son moneda corriente en el mercado de la
vulnerabilidad, es que se trata de un ingreso para todos los ciudadanos en
tanto tales. Llevado a nuestro país, significa que Paolo Rocca y el pobre más
pobre del paraje más recóndito de la Argentina recibirían un dinero básico de
parte del Estado. Llegados a este punto, y para escándalo de cierta progresía,
la única salida parece ser la indignación pero, al mismo tiempo, surge la
pregunta: dado que Paolo Rocca no necesitaría este ingreso ¿por qué no quitárselo
a él para dárselo a quien sí lo necesita?
Quien tiene una respuesta para
éste y otros interrogantes es quizás uno de los más máximos referentes en esta
temática. Me refiero a Daniel Raventós, doctor en Ciencias Económicas y
presidente de la Red Renta Básica Universal, a quien tuve la suerte de
entrevistar apenas algún tiempo atrás.
Efectivamente, Raventós acepta
que resulta injusto que el más rico y el más pobre reciban lo mismo pero
inmediatamente aclara que la implementación de la renta básica universal que él
defiende debe venir asociada a una reforma tributaria progresiva. Volviendo a
nuestro ejemplo, Paolo Rocca recibirá lo mismo que el precarizado José González
que vive en la calle pero previamente el Estado debería haber hecho una reforma
para que Paolo Rocca pague los impuestos que corresponden. En momentos donde
pareciera que el problema de la escasez de dólares en Argentina obedece a la
decisión de Patricia y Maximiliano de pasar cuatro días en Buzios con sus dos
hijos en edad escolar, es bueno recordarlo.
Pero además, y éste es un punto
muy incómodo para muchos de los que pregonan por este tipo de políticas en
Argentina, uno de los ejes centrales de la renta básica universal que defiende
Raventós es que su universalidad obedece a la necesidad de reducir los costos
administrativos que traen aparejadas las denominadas “políticas de discriminación
positiva”. Para decirlo de otra manera, cuando se da una renta, subsidio o
ayuda dirigida a un determinado grupo de personas se activa toda una burocracia
encargada de la implementación y el control para que ese dinero llegue a quien
le corresponda. Esto hace que, en algunos casos, el aparato de intermediación
tenga un presupuesto más alto que el presupuesto destinado a los que lo
necesitan. En este sentido, calculadora en mano, puede ser más económico
repartir a todos por igual, aun cuando eso suponga darle a quien no lo
necesita, que activar esa maquinaria infinita de segmentación y tercerización.
Otro elemento a tener en cuenta,
según Raventós, es que a diferencia de un subsidio dirigido como puede ser el
Plan Potenciar Trabajo, la renta básica universal sería compatible con un
trabajo formal. Justamente, porque en tanto universal lo recibirían todos los
ciudadanos, se trataría de un derecho que funcionaría como un ingreso base al
cual se le podría agregar la renta de un empleo formal. Esto eliminaría la
problemática de los incentivos que se ven seriamente afectados en casos como
los de Argentina donde acceder a un empleo formal hace caer el plan.
Asimismo, otro punto a favor de
la propuesta de Raventós es, según su óptica, lo que se conoce como “non-take-up”, esto es, el porcentaje
enorme de potenciales beneficiarios que no acceden a los subsidios dirigidos.
Según algunos estudios, hay países donde el 60% de las personas que cumplen los
requisitos para una ayuda estatal acaban sin recibirla por razones múltiples
que van desde la desinformación hasta el tipo de diseño de la política de
subsidio. Esta dificultad, naturalmente, se evitaría con una renta básica
universal.
Por último, Raventós señala a la
estigmatización como una de las consecuencias de estas políticas de subsidios
dirigidos. No solo la burocracia suele maltratar a los beneficiarios en tanto
“pobres” sino que a la vista de la sociedad en su conjunto los beneficiarios
son vistos como poco afectos al trabajo.
¿Algo de todo esto ha aparecido
en el reciente debate que se está dando en Argentina? Casi nada. Como mucho a
cuenta gotas. Solo estamos discutiendo guita a corto plazo, egos e internas.
Porque se habla de ingreso básico universal pero la universalidad no es tal. Se
trata, en realidad, de un subsidio dirigido más o menos amplio. Alguno de los
dirigentes sociales o referentes más o menos cercanos al gobierno hablan de un
universo similar a los que recibieron el IFE, algo así como unas 10 millones de
personas en un país de algo menos de 50 millones. De esta manera, no se
resolvería la problemática de los costos de la burocracia ni menos aún la
estigmatización. Tampoco se avanzaría en los incentivos para ingresar a un
empleo formal y en todo caso, siguiendo a Raventós, a duras penas podría
decirse que aumentando el universo de beneficiarios existen más posibilidades
de disminuir los casos de gente necesitada que por diversas razones hoy no
recibe una ayuda.
Pero es más, en una maraña
irresponsable de números y porcentajes que se arrojan al aire, algunos proponen
un ingreso universal básico de unos 12000 pesos por persona, esto es, el número
necesario para cubrir la canasta básica debajo del cual se es considerado
indigente (cercano a 48000 pesos por familia de 2 adultos y 2 chicos). Sin
embargo, y en esto radicaría una verdadera profundización de una renta básica
universal por izquierda, lo que Raventós y otros teóricos piensan es que el
ingreso que le correspondería a cada uno de los ciudadanos debería ser lo
suficientemente alto como para impulsar las negociaciones salariales hacia
arriba. De hecho, en los cálculos que él hacía, al menos en 2020, se hablaba de
un ingreso de 7500 euros anuales en España. Aun sabiendo que los números no se
pueden transpolar a la Argentina, pensar que con 12000 pesos se cumple ese
requisito es una burla. Evidentemente, si se trata de empujar los salarios
hacia arriba deberíamos acercarnos a una suma que multiplique al menos por
cuatro ese monto, de modo tal que ningún trabajador acepte ingresar a un
trabajo por, digamos, un sueldo menor a 100000 pesos, por decir un número más o
menos arbitrario.
¿A ustedes les parece viable este
escenario? La falta de claridad y la irresponsabilidad de algunos dirigentes en
este sentido, a su vez, contribuye con la confusión general. De hecho, también
existen defensores de una renta básica universal en la tradición libertaria que
puede ir de Friedman hasta Murray. Si bien con distintos nombres o con algunas
precisiones técnicas que no vienen al caso, esta idea de un ingreso universal es
una de las opciones que manejan pensadores libertarios para acabar con el
Estado de Bienestar. Dicho burdamente, en vez de cobrar impuestos para sostener
salud, educación, etc. y ofrecer una cobertura amplia y de calidad a la sociedad,
se propone un ingreso individual para que cada persona decida en qué
invertirlo: lo puede usar para comer, para ir al médico o para educar a sus
hijos. El dinero te lo da el Estado. Pero las prestaciones del Estado de
Bienestar que antes tenías, ahora se pagan.
Está claro que esta última no es
la propuesta que impulsan los sectores de izquierda y el kirchnerismo si bien a
ciencia cierta no se sabe del todo qué es lo que quieren hacer. En el caso de
CFK, la idea de la universalidad parece estar conectada a terminar con la
tercerización y administración de la pobreza llevada adelante por los
movimientos sociales antes que con una ampliación estricta que abarque a la
totalidad de los ciudadanos en tanto tal. En el caso de los movimientos
sociales, tampoco habría universalidad sino el pedido de más dinero para más
gente sin reparar en que esa dinámica no cumple con ninguna de las virtudes
que, según Raventós, caracterizarían a una renta básica universal. Si la
derecha cree que la solución mágica a los problemas de la Argentina es siempre
bajar impuestos, la izquierda y ciertos espacios populares, aquellos que otrora
tenían como agenda la creación de trabajo, parecen haber encontrado un nuevo
fetiche que nadie define con precisión ni realismo. Quizás en eso estribe su
potencia: pedir lo que no se sabe qué es para que nunca se pueda cumplir. Los
tiempos del “No fue magia” son reemplazados por una solución mágica para los
problemas de los argentinos.
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