“Dime qué filmas y te diré quién eres” podría ser una frase aplicable
a un director de cine pero también a toda una época. Es que si bien no se trata
de un todo homogéneo, los climas culturales de los últimos cien años pueden
comprenderse echando un vistazo a los mensajes que transmiten las películas y,
por supuesto, a quienes actúan en ellas, verdaderas celebridades capaces de
mantener un idilio con el público por un personaje o una actuación particular. Sin
embargo, el mundo del cine no solo describe sino que también prescribe los
valores de sus realizadores, lo cual incluye no solo a los guionistas, actores
y directores sino también a los productores, las distribuidoras y las
plataformas que exhiben los productos. Esta breve introducción era necesaria
para comprender buena parte del revuelo creado por las declaraciones de Javier
Bardem tras ser nominado para el Oscar. Lejos de intentar hacer una exégesis de
sus afirmaciones, el reconocido actor pareció utilizar terminología “woke” para
interpelar esa misma ideología, esto es, aquella que hace énfasis en las
identidades minoritarias con reivindicaciones que atraviesan el feminismo, la
lucha contra el racismo, el ambientalismo, etc. Con el trasfondo de una
insólita controversia en la que algunos críticos afirmaron que la vida del
cubano Desi Arnaz no debía ser interpretada por un español como Bardem sino por
un cubano (o un latino, como si los latinos fuéramos todo lo mismo, por
cierto), el actor aclara que la esencia de la actuación es actuar de lo que no
se es pero agrega que, además, la industria del cine no crea personajes
españoles. Así, si se siguiera al pie de la letra las indicaciones de los comisarios
de la presunta apropiación cultural, ni Bardem ni los actores españoles podrían
actuar fuera de España en tanto españoles hasta que algún guionista cree un
personaje español. El punto es que, al momento de advertir esta situación,
Bardem dijo que esto demuestra que hay “minorías españolas” en el cine y allí
se desató el escándalo porque el status de minoría da derechos y no se le puede
otorgar a cualquier grupo, máxime si, en este caso, se trata de “los
españoles”.
A propósito de las minorías, quisiera conectar este caso con
el de la nueva entrega de la saga Matrix. En una entrevista brindada para la TV
argentina algunos días atrás, una de las protagonistas, la actriz mexicana
Eréndira Ibarra señaló, como una de las razones por las cuales se siente
orgullosa de participar del film, el hecho de que las directoras de la película,
las mujeres trans conocidas como “Hermanas Wachowski”, habían estado muy
atentas a cumplir con el “cupo” explícito/implícito que exige toda
megaproducción no solo frente a cámara sino detrás de ella: afros, latinos, LGTB,
asiáticos, marrones, etc. No deja de ser curioso, pero hay quienes se sientan a
ver una película y ponen menos atención en el film que en el hecho de que allí
estén representados todos los géneros, todas las etnias y toda aquella
identidad que sea considerada fuera de la normatividad. Más curioso aún es que
quienes desean contarnos una historia estén más preocupados por cumplir con los
cánones morales de la época siendo que, en general, a lo largo de la historia,
los artistas que sobresalieron fueron los que, justamente, desafiaron lo
establecido.
Con todo, más allá de eso, me interesa situarme en esta
fantasía de la “representación total”. Con esto quiero decir que no solo debiéramos
ponernos a discutir por qué habría que representar todas las identidades del nuevo
canon; lo que habría que pensar es, sobre todo, si es posible hacerlo. Aunque
parezca mentira, ha habido un episodio que expresa bastante bien esta
problemática y los memoriosos lo van a recordar. Se trata de la famosa
discusión en torno al primer intento más o menos serio que hizo la humanidad
para comunicarse con civilizaciones extraterrestres. Todo comenzó allá por el
año 1972 con el lanzamiento del Pionner 10, una nave espacial que sería enviada
hasta un punto del espacio donde ninguna creación humana había llegado. Dado
que hipotéticamente existía la posibilidad de que la nave tuviera contacto con
vida inteligente, la discusión que se dio públicamente y que reseña muy bien
Carl Sagan en su libro La conexión
cósmica, pasaba por cuál sería el mensaje más representativo que
quisiéramos darle a una civilización desconocida. Se trataba de encontrar una
síntesis y de poder acordar cómo queríamos ser representados frente a otra
civilización destacando aquello que tenemos en común pese a ser todos diferentes.
Existió un acuerdo más o menos generalizado en que, al menos una parte del
mensaje, expuesto en una plancha de aluminio y oro anodizado de 15 x 23 cm,
tenía que ser expresado en un lenguaje científico bajo el supuesto de que es el
único aparentemente capaz de ser comprendido por otras vidas inteligentes. De
aquí que, por ejemplo, se incluya una representación esquemática de la
transición entre giros de electrones de protones paralelos y antiparalelos del
átomo de hidrógeno neutro. Pero el conflicto se dio sobre otro aspecto del
mensaje: aquel que incluía un dibujo que intentaba representar la forma física
de la civilización creadora de la nave, esto es, de los humanos. Efectivamente, se le pidió a la mujer del
propio Sagan que dibujara a un hombre y una mujer, de modo tal que
representaran a todos los hombres y mujeres del planeta. Tomando como base los
modelos de la escultura griega y los dibujos de Leonardo Da Vinci, la esposa de
Sagan hizo un dibujo en el que el varón tiene una mano alzada en un gesto de
saludo. En este sentido, muchos criticaron que solo el varón parecía amigable y
que la mujer adoptaba un rol pasivo en la imagen. En esta misma línea hubo
quienes advirtieron que el sexo del varón estaba expuesto pero no se daba el
mismo caso en lo que respecta a la mujer a punto tal que muchos reclamaron
“quitarle” el sexo a la figura del varón. Más interesante aún fue la discusión
sobre la representación étnica. Lo citaré al propio Sagan con una extensión que
vale la pena:
“(…) Realizamos un gran esfuerzo para conseguir que tanto el
hombre como la mujer tuvieran gran alcance racial. A la mujer se le dio aspecto
físico agradable, y en cierta forma asiático, aunque parcialmente. Al hombre se
le atribuyó nariz ancha, labios gruesos y corte pelo “afro”. En ambos seres
también estaban presentes los característicos rasgos caucásicos. Esperábamos
representar, al menos, tres de las principales razas humanas. En el grabado
final sobrevivieron los labios, la nariz y el aspecto agradable en general,
pero, como los cabellos de la mujer solo estaban dibujados en contorno, a
muchos les pareció rubia, destruyendo así la posibilidad de una significativa
contribución de genes asiáticos. También y en algún momento de la transcripción
del dibujo original al grabado final, el aspecto “afro” se convirtió en un
corte de pelo dado al hombre que aparecía con cabello rizado, corto, con
aspecto muy mediterráneo. Sin embargo, el hombre y la mujer de la placa son, en
gran medida, representantes de los sexos y razas humanas”.
Las controversias continuaron e incluyeron creyentes que
exigían alguna representación de Dios y amantes de la música que pedían enviar
una cinta de Los Beatles. Lo cierto es que en estos casos la discusión sería la
misma y mostraría el eje en el que quiero hacer hincapié: la imposibilidad de
la representación total. No había manera de representar todas las etnias en la
placa y menos de dar cuenta de todas las interpretaciones posibles, las
sensatas y las delirantes, en torno a un simple dibujo de un hombre y una
mujer. La mujer de Sagan eligió arbitrariamente un modelo e intentó una mezcla
igualmente arbitraria de lo que consideraba las “razas” más representativas.
Pudo haber escogido otro modelo y otro recorte pero la representación nunca
representa al representado tal cual es. Por eso es una representación. Ahora
bien, si esto ya era materia de discusión en un mundo donde había bloques
nacionales, políticos, religiosos y culturales más o menos homogéneos, imaginen
lo que sucederá hoy cuando tenemos prácticamente tantas identidades como
habitantes en la Tierra.
Volviendo al inicio, si aceptamos que el cine describe pero
también prescribe los valores de cada época, no podemos más que celebrar que
sea posible hoy disfrutar de perspectivas que vayan más allá de Hollywood o los
clásicos europeos. Eso incluye las historias, el modo en que se cuentan,
quiénes son los personajes y quiénes las representan. Pero el intento de
limitar el cine según los patrones de la nueva moralidad solo instaura un nuevo
canon y, con ellos, toda una serie de limitaciones que encorsetan los procesos
creativos. Si 50 años después del Pionner 10 existiera un Pionner modelo 2022 y
tuviéramos la posibilidad de enviar un mensaje a una civilización
extraterrestre, la discusión sobre una suerte de cupo galáctico que represente
a todos sería interminable y solo se podría saldar metiendo en una nave
espacial a cada uno de los 7000 millones de habitantes de la Tierra. Será el
triunfo de las identidades irreductibles y un mensaje contundente a una
civilización inteligente de parte de una civilización que hace todo lo posible
por dejar de serlo.
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