En
noviembre del año 2016 publiqué, gracias a editorial Ciccus, un libro llamado El gobierno de los cínicos. En un
principio el título iba a ser El gobierno
de los idiotas ya que buena parte del libro estaba dedicado a lo que
denominé “democracias idiotas”, esto es, el fenómeno por el cual en Argentina y
en distintas partes del mundo, las mayorías, al momento de determinar quiénes
debían estar al frente del gobierno, elegían a hombres y mujeres que,
paradójicamente, despreciaban lo público. Se trataba de “idiotas”, no porque
fueran tontos, sino tomado en el sentido clásico ya que en Grecia se llamaba así a quienes, ocupados
del sí mismo y el goce privado,
renunciaban a la Asamblea, que era el espacio de participación pública
en el que se determinaban las leyes que regirían a la comunidad. Hablar de
“democracias idiotas” en pleno auge del gobierno macrista tenía un sentido, más
allá de que el concepto, insisto, trascendía lo que ocurría localmente y podía
traspolarse hacia otras latitudes.
Sin
embargo, luego de dudarlo bastante y por algunas sugerencias de mis lectores
críticos, opté por poner en el título la palabra “cínicos” y construir el libro
sobre ese eje. Visto a la distancia no me equivoqué ya que “democracias
idiotas” hay y habrá pero si hay un signo de los tiempos es el cinismo.
Aquí,
una vez más, hace falta un poco de etimología y remontarse a Atenas porque la
definición actual de “cínico”, entendido como alguien que miente a sabiendas o
defiende lo indefendible con plena conciencia de estar haciéndolo, dista mucho
del origen de la actitud cínica que tuvo en Diógenes a su máximo exponente,
allá por la época de apogeo del imperio de Alejandro Magno. Diógenes, apodado
“el perro”, utilizaba la burla, la ironía y la insolencia como un desafío a la
cultura imperante y al poderoso. Hoy, en cambio, es esa cultura imperante y ese
poder el que se burla, ironiza y se muestra insolente frente al que nada tiene
o frente al que está en una posición de debilidad. Siguiendo al filósofo alemán
Peter Sloterdijk, esa transformación del cinismo antiguo al cinismo
contemporáneo es “el paso de la insolencia plebeya a la prepotencia señorial”.
El
término cínico proviene del griego kynikós,
que significa “perruno” y fue el término elegido para designar a todos aquellos
humanos que se comportaran como “perros”; o sea, todos aquellos que carecían de
respeto y de vergüenza. Es que quienes tenían una actitud cínica en la
antigüedad eran aquellos que, como Diógenes, despreciaban el dinero y toda
posesión; iban por allí despojados de casi toda vestimenta y, como si fueran
animales salvajes, orinaban donde la vejiga lo necesitara, se masturbaban o
intentaban mantener relaciones sexuales, incluso en público, cuando el deseo
llamaba. Visto desde la actualidad podríamos pensar que se trataba simplemente
de un grupo de locos. Pero lo interesante es que esas actitudes, en el fondo,
escondían una profunda crítica a la cultura ateniense que, según ellos, estaba
desnaturalizando a los hombres.
Ahora
bien, más allá de lo que uno pueda pensar de los cínicos en la antigüedad, hay
un elemento que no se puede pasar por alto: la actitud cínica era una actitud
de desafío al poder, basada no solo en el ejemplo de una vida despojada, sino
en el expresarse y accionar con franqueza. El cínico hablaba con la verdad, o
al menos con lo que consideraba verdadero, incluso cuando aquello pudiera poner
en riesgo su vida. El ejemplo famosísimo al respecto es aquel en el que Alejandro
Magno se encuentra con Diógenes echado en el suelo, como siempre, y le
pregunta, en un gesto de magnanimidad: -“¿Qué es lo que deseas?”. Diogénes lo
mira, y con tono despectivo le responde: -“Deseo simplemente que te corras
porque me tapas el sol”. La anécdota culmina con Alejandro, el todopoderoso,
afirmando -“Si no fuera Alejandro, desearía ser Diógenes” y la razón es clara:
Alejandro se da cuenta que quien es capaz de prescindir de las imposiciones y
los estímulos de la cultura es (casi) tan poderoso como él, que lo tiene todo.
El
punto es que pasaron los siglos y el sentido peyorativo del cinismo continuó
pero los cínicos ahora están del otro lado del mostrador. Efectivamente,
gracias al interesante rastreo histórico que hace el ya mencionado Sloterdijk
en su libro La razón cínica, caemos
en la cuenta que ahora el cinismo es una actitud que se ejerce desde y no
contra el poder.
Hay
cinismo cuando desde el poder se titula, por ejemplo: “Contra las vacaciones:
resistirse al descanso como estilo de vida” (La Nación, 22/2/16) y donde en el interior de la nota aparece un
testimonio que afirma: “Alguien tiene que decirlo con voz clara de una vez: las
vacaciones están sobreestimadas. Son un automartirio anual”; o cuando con el
mismo grado de cinismo se titula: “Para Ferreres es mejor ganar un poco menos
pero estar ocupado” (Fortuna,
7/2/16); “Diez años en la misma empresa puede ser un fracaso personal” (Clarín, 19/1/16); “La decisión más
difícil: a la hora de despedir, se trata de un ser humano” (La Nación, 15/2/16). Esta última nota
afirma en su “bajada”: “Tanto en la empresa como en el sector público, la
desvinculación debe ser llevada adelante con cuidado extremo”. Pero déjeme
avanzar en otro conjunto de notas cuyo mensaje es algo más sutil: “El turismo
virtual no para de sumar millas” (La
Nación, 17/1/16); “¿Compartimos el wi-fi?” (La Nación, 13/2/16); “Vivir en 30 metros cuadrados: una tendencia
que crece entre los porteños” (Clarín,
23/12/15); “Marucha, un corte alternativo y económico para el asado” (La Nación, 25/2/16); “Volver al
ventilador: el mejor aliado para combatir el calor y la crisis energética” (Clarín, 31/12/15); “Comprar alimentos
más baratos y menos ropa, las formas de ahorro más elegidas” (Clarín, 24/2/16).
Como
notará por la fecha, todos estos ejemplos datan del año 2016 y son los que
utilicé en el libro. Naturalmente, desde aquel año hasta hoy, la lista se
agigantó con decenas de intervenciones, no solo de editores de medios
oficialistas, sino, especialmente, de asesores como Durán Barba, quien indicara
que “Macri es de izquierda” o funcionarios públicos como González Fraga quien
supo afirmar: “Tener dinero afuera es una necesidad para sobrevivir”, “Hay que
ver qué tan pobres son los pobres” o “Le hicieron creer al empleado medio que
podría comprarse celulares e irse al exterior”. Todo para llegar a quizás una
de las máximas exposiciones del cinismo que se ejerce desde el poder. Me
refiero al documento realizado por Marcos Peña a través de la Jefatura de
Gabinete la semana pasada, titulado “Ocho puntos sobre la economía”. Allí se
dice que “Sin magia, sin mentira, sin ficción" (…) “el país estará listo para crecer (…) [porque
ya que se pudo] revertir la herencia de 2015”. Además, agregaron: “por primera vez en mucho tiempo, Argentina tuvo una idea de
largo plazo basada en reglas claras, estabilidad económica e inserción al mundo”
(…); "no se puede eliminar la inflación de un día para el otro,
pero en estos cuatro años hemos dado los pasos necesarios para empezar a ver
una reducción sostenida y sostenible de la inflación (…);
“En estos años tuvimos que pedir prestado,
porque heredamos un déficit enorme y porque habían quedado muchas cuentas sin
pagar del gobierno anterior, como la deuda con los holdouts. Decidimos
financiarnos de forma transparente y clara. Estos años hicimos un gran esfuerzo
para equilibrar nuestras cuentas (…)”. Por último culminan indicando: “se crearon 1.250.000 puestos de trabajo,
incluidos los informales. El desempleo sube en parte porque hay más gente saliendo a buscar trabajo (hoy
estamos en niveles récord)”.
Mi libro, El gobierno de los
cínicos, pretendía hacer una reflexión sobre el poder, las nuevas
subjetividades, ciertas paradojas de las democracias actuales y advertir sobre el
cinismo como un signo de los tiempos que, naturalmente, transcendía a la
Argentina y al gobierno de Macri en particular. Sin embargo, a la luz de los
hechos, bien cabría pensar un nuevo libro en el que pudieran glosarse la
infinita cantidad de acciones cínicas que desde el Estado y desde las
principales usinas del poder fáctico que acompañó a este gobierno, se hicieron
moneda corriente. Ese libro podría llevar casi el mismo título aunque habría
que agregarle un subtítulo para ser más específico. Si quisiera que tuviera alguna
gracia, aprovechando el origen etimológico del “cinismo” que lo vincula a los
canes, habría que poner como subtítulo: “El gato que al final era perro” o “El
gato que hacía “guau” para, de paso, hacer justicia con la comunidad felina y
sacarles de encima este verdadero lastre de identificación con Macri. Si lo que
se busca es algo más descriptivo podríamos simplemente titular:“Nueva visita al
gobierno de los cínicos. Argentina atendida por sus dueños”.
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