La irrupción de Nina Pelozo en “Bailando por un sueño” además de marcar un pico de rating reabre un debate acerca de las estrategias de los actores sociales en la Argentina actual.
Resulta claro que abril de 2007 parece un momento menos propicio para manifestaciones de cortes de ruta en comparación con el 2001 y el 2002. Las razones son bastante obvias: hace 5 años que el país crece a una tasa sorprendentemente alta lo cual trae entre otras consecuencias una recuperación del empleo (la tasa desempleo no llega a dos dígitos), una disminución de la pobreza y la indigencia y un boom de consumo en las clases medias y altas. Más allá de que algún crítico señale con algo de razón que una de las deudas de este gobierno es un mayor nivel redistributivo sería necio pasar por alto alguno de estos alentadores datos.
Este contexto no está exento de conflictos pero, por suerte, éstos ya no tienen que ver con la ausencia de trabajo o con el magro subsidio estatal canalizado en planes sociales, sino con la puja por el aumento de los salarios en lo que algunos maliciosamente denominan las “tensiones del crecimiento”. De este modo no es casual que las centrales sindicales hayan recobrado protagonismo dejando a un segundo plano a movimientos como el de los piqueteros.
Sin embargo, el fenómeno piquetero mediaticamente “vende”, aunque más no sea para denostarlo, y ocupa aun bastante seguido cierto lugar de relevancia en las agendas de noticieros y políticos en campaña.
El piqueterismo “vende” porque es de aquellos fenómenos que más les gustan a los argentinos: son fenómenos que marcan polaridades. Dividen. Exasperan a defensores y a detractores y son canalizadores de otras divisiones. Con esto último quiero significar que se trata de esos fenómenos donde los enfoques reaccionarios y progresistas saben muy bien qué opinar. Sobre los piqueteros no hay interpretaciones grises como tampoco lo hay sobre el aborto y otros temas “polarizadores”. Según la vereda que se transite se sabe bien qué se debe decir. Es a todo o nada y creo que lamentablemente en la lógica del todo o nada y la ausencia de matices el único que sale perdiendo es el pensamiento crítico.
¿Pero qué le queda al movimiento piquetero hoy? Por lo pronto las dos posibilidades de los extremos no me convence demasiado. Estas serían, por un lado, la propuesta típica de cierta derecha reaccionaria neo-neustadtiana: deberíamos construir un protestódromo donde la gente con conflictos se manifieste sin impedir a terceros que ejerzan, entre otros, su derecho al libre tránsito. Por otro lado, la segunda opción es la que parece haber elegido Castells y su esposa: la visibilidad a cualquier precio. Así su apotegma podría ser el siguiente: “da lo mismo cortar una calle que bailar con Tinelli: lo que importa es que nuestro reclamo se conozca”. Yo francamente dudo que dé lo mismo y trataría de reflexionar acerca de si la forma y los canales utilizados no son capaces de distorsionar el mensaje. Lamentablemente creo ver en Castells y su esposa una compulsión a la visibilidad a tal punto que cualquier medio resulta útil para la causa.
Está claro que el movimiento piquetero ha intentado canalizar su reclamo por las vías de la política electoral presentando sus propios candidatos pero el apoyo popular ha sido casi nulo. En este sentido, parecería que aquello que mantiene vivo a un movimiento que supo ser importante y una de las claves para entender una de las peores crisis por las que atravesó nuestro país, no es su reivindicación, sino más bien lo funcional que resultan para cierto pensamiento de derecha y la culpa melancólica que despiertan en sectores de izquierda (política y académica) que creyeron ver en ellos el germen de la revolución.
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