Mientras el gobierno intenta digerir
el cachetazo recibido en la provincia de Buenos Aires, consultores, políticos y
analistas discutimos las razones de aquel resultado. Como comentábamos días
atrás en este mismo espacio, entendemos, a diferencia de lo expresado por
Milei, que el castigo en las urnas contra el gobierno obedeció no solo a su
desconcierto político sino también a una economía que no ha mejorado para
muchos sectores, lo cual tiene como consecuencia la pérdida de uno de los
grandes activos del gobierno: cierto monopolio de la esperanza.
A su vez, también decíamos, si las
encuestas que daban una elección más o menos pareja estaban en lo cierto y,
dado que la crisis económica, en todo caso, no fue repentina, lo único que cabe
pensar es que el escándalo de las presuntas coimas en ANDIS, con los Menem y la
propia hermana de Milei, involucrados, tuvo una incidencia mucho más grande de
la imaginada. Aunque es difícil de saberlo, quisiera tomar como hipótesis ese
escenario para algunas reflexiones acerca de lo que podría y de lo que debería
hacer la oposición.
Podría decirse, entonces, que, salvo
algunas excepciones, la oposición y, por tal, me refiero exclusivamente al
peronismo, hizo lo que más o menos debería hacer: llamarse a silencio, no hacer
olas, que todos los focos se posen sobre el gobierno y utilizar las
herramientas a mano para sostener lo más posible el tema. Con todo, esa
estrategia, aunque correcta en lo inmediato, tiene sus riesgos en el mediano y
el largo plazo. En otras palabras, poner en el centro de la agenda la cuestión
de la transparencia es jugar en el terreno simbólico del discurso del
adversario, y allí los triunfos solo pueden ser pírricos.
Lo hemos citado aquí hasta el
hartazgo, pero, en este sentido, siempre vale la pena recordar el famoso libro
de George Lakoff, No pienses en un
elefante, un manual de comunicación política que advertía a los demócratas
que debían evitar dar la disputa dentro de los marcos conceptuales, los valores
morales y la “neolengua” republicana si querían volver a ganar elecciones.
Lakoff fundamenta su posición en la idea de ciertos marcos cognitivos que
todos tenemos y que se activan con determinadas palabras. Los marcos son
estructuras mentales que conforman nuestra manera de ver el mundo y, en Estados
Unidos, hay dos grandes tipos de marcos vinculados a la concepción de familia
que tienen demócratas y conservadores (por cierto, con las diferencias
idiosincrásicas correspondientes, estos dos modelos pueden servir, al menos en
parte, para comprender las grandes divisorias existentes, al menos, en algunos
países como Argentina). Los conservadores tienen un modelo familiar de “padre
estricto” que supone que el mundo es un lugar peligroso en el que hay que
competir; que existe el bien y el mal absolutos y que los niños nacen “malos”,
en el sentido de que solo buscan hacer lo que les place y, en tanto tal,
necesitan ser “enderezados” para poder vivir en sociedad. Lo que se busca es un
padre estricto que impulse la autodisciplina porque solo el sujeto autónomo
tiene posibilidad de ser exitoso en un mundo donde reina la ley de la selva.
Esto, claro está, tiene consecuencias a la hora de pensar políticas públicas:
un Estado que funciona como padre estricto debe propiciar el mayor campo de
libertad para el sujeto autónomo; pensar a sus habitantes como ciudadanos y no
como sujetos a ser tutelados; debe intervenir lo menos posible y debe acabar con
el proteccionismo. Por último, tiene que comprometerse con evitar políticas
sociales que generen clientelismo y dependencia.
En cuanto al modelo de familia demócrata-progresista, Lakoff lo llama
“modelo de padre protector”. Desde este punto de vista, a diferencia del modelo
anterior donde era el padre el que imponía las condiciones, aquí padre y madre
son corresponsables de la crianza en igual medida; los niños nacen buenos y, si
se los cría fomentando la empatía y la responsabilidad, pueden ser mejores; el
mundo incluso puede ser más agradable de lo que es y no hay un destino
ineludible de competencia individualista, a tal punto que la única manera de
realizarse es en el marco de una comunidad sana e igualitaria donde todos
tengan las mismas oportunidades. Si este modelo lo trasladamos al Estado,
naturalmente nos daremos cuenta que aquí pensamos en un Estado mucho más
grande, preocupado por una redistribución más equitativa, que tiene en cuenta a
los grupos desaventajados por quienes vela a través de subsidios o políticas de
acción afirmativa, etc.
Los marcos son tan importantes que son capaces de hacer rebotar los hechos
que los contradicen. Así, acomodamos la realidad a la necesidad de nuestras
estructuras y valores. Lakoff escribió este libro antes de la omnipresencia de
los algoritmos que no hacen otra cosa que reforzar creencias, de modo que
ustedes pueden imaginar cuál es la situación en este momento.
Si la perspectiva de Lakoff es correcta, el eje puesto en la transparencia
y la lucha contra la corrupción, activaría los marcos de la cosmovisión
liberal-republicana y antiperonista. Naturalmente, y en estos tiempos donde
todo hay que explicarlo, creo que resulta claro que no estamos aquí diciendo
que la transparencia y la lucha contra la corrupción sean elementos secundarios
o poco relevantes de un gobierno. Todo lo contrario. Pero sí advertimos que ese
tipo de agenda volverá como un búmeran contra un peronismo que nunca fue ni
pretendió parecer inmaculado.
Hacer eje en la transparencia, entonces, es subirse a la verba oenegista y
suponer que el Estado es sospechoso porque siempre se habla de transparentar el
Estado y nunca, por ejemplo, de transparentar la financiación de las ONG
preocupadas por la transparencia del Estado. Por alguna extraña razón, nadie se
preocupa por transparentar al transparentador. Igualmente, gracias al berrinche
de centenares de ONG en Argentina y en el mundo cuando Trump les cortó el
chorro, nos enteramos de las ingentes millonadas de dólares que repartía la
administración Biden para difundir agenda progre a través de la USAID, dinero
que fue bien recibido por instituciones de un amplio espectro ideológico,
incluyendo organizaciones de izquierda y hasta trotskistas que hacían discurso
antiimperialista con financiamiento imperialista.
Asimismo, hacer énfasis en la lucha contra la corrupción, corre el eje de
lo político a lo moral, igualándolo todo. Contra la corrupción van a estar el “gato”
Silvestre y Majul gritando al mismo tono porque la indignación moral supera las
diferencias ideológicas y va a ser el mejor refugio para los micrófonos que
fueron generosos con este gobierno: son los primeros que van a decir que el
gobierno fracasó en lo moral y no en su plan económico. En otras palabras, se
deja abierto el escenario a un reemplazo de nombres que no afecte el modelo.
Saldrá Milei y entrará cualquiera que acepte las condiciones del poder real.
Si la Alianza de la UCR y el FREPASO finalmente no ofrecía otra cosa que un
menemismo con moral, un menemismo con la bragueta cerrada, no debería
extrañarnos que en breve vengan a ofrecernos anarcocapitalismo posmileísta con
buenos modales, sin el loco que grita ni la hermana que (presuntamente) afana.
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