domingo, 28 de agosto de 2022

El kirchnerismo como asociación ilícita (editorial del 27/8/22 en No estoy solo)

 

La oposición, ya sea desde su faz política, judicial o mediática, vuelve a poner a CFK en el centro de la escena abriendo con ello una caja de Pandora. Cuando cualquier asesor más o menos pragmático y racional les hubiera sugerido no hacer olas y dejar que el gobierno continúe su lento deterioro hacia lo que pareciera ser un final inexorable, una puesta en escena judicial genera un punto de acuerdo en un frente oficialista al que le cuesta, justamente, ponerse de acuerdo en algo.

Incluso yendo un poquito más allá, podemos decir que la acción en capítulos, digna de una serie de Netflix, ofrecida por Luciani, ordenó el escenario político que se había desordenado con Massa. Ahora la militancia kirchnerista encontró en la persecución a su líder las razones para movilizarse que había perdido desde la asunción de Alberto; Massa logró que la economía deje de ser el tema del día y que el ajuste no se note; la oposición consiguió unirse detrás del disparate del pedido de juicio político al presidente con lo cual demuestra que la única manera de superar las grietas impulsadas por Carrió es alinearse detrás de disparates que superen a los de la líder de la Coalición Cívica; el antiperonismo rancio con micrófono pudo indignarse; el antiperonismo rancio sin micrófono pudo cacerolear, etc. Todos contentos. Los planetas alineados.

Ahora bien, más allá de que la tensión la genera una causa judicial, en el fondo, a pocos le importan los hechos pues la gran mayoría ya ha determinado culpabilidad o inocencia según sus pasiones políticas y las causas que persigue. Es que hace tiempo ya hemos pasado de las noticias deseadas a los hechos deseados y, desde ese punto de vista, el rol de la justicia es secundario. Si falla como queremos diremos que no hace más que confirmar lo que era evidente y habíamos sancionado de hecho; si falla en contra diremos, según la perspectiva política que abracemos, que la justicia demuestra una vez más que le está dando la espalda a la república, al pueblo, etc. 

De modo que las presuntas pruebas del fiscal no importan, como tampoco importa la defensa a través de los medios que hizo CFK. Todo ello es y será anecdótico porque lo que expresa el fiscal no está asociado a hechos sino que se trata de una forma de interpretar la política nacional que, por cierto, no tiene nada de novedoso. En parte eso parece seguirse de la afirmación de CFK cuando indica que no se la está enjuiciando a ella sino al peronismo. En este sentido, la idea de asociación ilícita aplicada a este caso es la traducción a términos jurídicos de una cosmovisión antidemocrática. El adversario político, el otro, como banda de delincuentes al que no nos referimos a través de una categoría política sino moral. No se disputan modelos de país sino grupos de gente buena contra gente mala. Por ello el que piensa distinto es un ladrón y está en la mentira; por ello el adversario no es una expresión de la política sino de la maldad.

Es más, no sabemos si como una provocación o, simplemente, como expresión de su inconsciente, el fiscal Luciani pide 12 años de prisión a CFK para que se asocie cada año de gobierno kirchnerista con la idea de una actividad delictiva. Algo así como “dado que robaron 12 años, te corresponde 12 años de prisión”. Matemáticas, simbologías y Freud para principiantes.

Lo curioso es que si se escarba un poco en la idea de asociación ilícita la cual, insistimos, es solo la traducción jurídica de una forma particular de entender al mundo y a la política argentina, se notará que también busca desacreditar al votante, en este caso, al kirchnerista. Pues no es otra cosa que esa triste idea de que “nadie es kirchnerista (o peronista) gratis”, una suerte de condición “planera” de todo votante K. La idea es “sos K porque de alguna manera te beneficiás, aunque más no sea, recibiendo un subsidio”. Es la visión de manual del antiperonismo de primer grado: el universo peronista K se divide en funcionarios que roban y unas mayorías cómplices (por ignorantes) o atadas por razones clientelísticas. Así, todo voto peronista desde el 46 hasta ahora ha sido un voto no racional.  

No hay dudas de que hay mucha gente que se acerca al  kirchnerismo o a cualquier fuerza política por dinero o por alguna conveniencia personal. La lista de hipócritas y mercenarios es abundante. Aun así, los más votan por otras razones, equivocadas o no. Y esto no es propiedad de una fuerza política. De hecho las razones por las que la gente vota suelen estar muy lejos de los ideales que establecen los grandes tratados de la filosofía y la teoría política.    

¿Significa esto que el kirchnerismo está libre de casos de corrupción? No. ¿Significa que se debe aceptar desde el vamos que todo funcionario K es inocente? No. ¿Significa que CFK está exenta de enfrentar a la justicia como cualquier ciudadano de a pie? Tampoco.

Pero agreguemos un experimento mental para dar fundamentos a lo que me interesa exponer. Supongamos que se encuentra un video, similar al de José López, con CFK como protagonista, de lo cual se seguiría una prueba incontrovertible de corrupción. ¿Qué sucedería?

Seguramente una gran desilusión por la estima que el kirchnerista tiene hacia su líder. Sin embargo, reducir el kirchnerismo a la moralidad de CFK o de Néstor Kirchner es un error pero, sobre todo, no explica las razones por las que un votante elige esa opción política.

Porque el votante kirchnerista, como cualquier otro votante, claro,  vota, como decíamos, un montón de cosas y a veces, también, una forma de entender la política y el mundo que excede el eventual desliz de un funcionario o incluso de un líder. Porque no hay una relación necesaria entre la eventual conducta delictiva de un líder y el programa político que éste lidera por más que así quieran presentarlo muchos. Esto vale para Macri o para CFK. En todo caso, hay tantas críticas para hacer a los modelos K o neoliberales que posarse en los eventuales delitos que pudieran cometer los funcionarios es una superficialidad. Para decirlo más fácil, si alguien critica a Macri por ser un eventual ladrón, no está yendo todo lo profundo que podría. Del mismo modo, sería la otra cara del “nadie es kirchnerista gratis” afirmar que todos los votantes macristas son tontos o cómplices de la ineptitud del gobierno que votaron y de la fuga de capitales que endeudó al país y benefició a unos pocos. Habrá algunos que sí. El resto solo piensa distinto y tiene razones que, equivocadas o no, forman parte del juego democrático.  

Digamos, para concluir, que hace tiempo que en la Argentina, y probablemente en buena parte del mundo también, nadie acepta que el que piensa distinto pueda estar simplemente “equivocado”. Probablemente como una herencia de la ilustración, creemos que la racionalidad debería llevarnos a todos a la misma conclusión, de modo tal que quien no la alcanza es porque está haciendo jugar intereses espurios o no puede elegir libremente. Esta lógica llevada al extremo es la que expresa Luciani cuando, en el fondo, lo que está diciendo es que quien no piensa ni vota como él ni el sector al que él representa, es parte de una asociación ilícita. Ni siquiera se acepta que el votante K o los mismos funcionarios estén “equivocados” o tengan una cosmovisión que quizás no sea la mejor. De ninguna manera. Son todos ladrones y forman parte de una banda que incluye a los miles de funcionarios y a los millones de votantes.

Como decíamos anteriormente, es muy probable que la oposición gane las elecciones el año que viene. Que en este escenario se avance con la misma manía persecutoria que se avanzó en los años de macrismo, solo expresa revanchismo personal y, en buena medida, un odio de clase que viene de muchas generaciones. El solo hecho de instalar la posibilidad de una proscripción es, además de una historia repetida como tragedia y luego como farsa, una torpeza política que solo pueden llevar adelante dirigentes enceguecidos que, como sucedió entre 2016 y 2019, tenían todas las cartas sobre la mesa para ganar y perdieron. La oportunidad que se les presenta ahora es quizás todavía mejor que la del 2015 con una CFK sin pretensiones de subirse a una fórmula presidencial, una militancia sin rumbo que solo puede militar los buenos viejos tiempos, un FdT fracturado, una dirigencia peronista siempre proclive a transformarse en la alternancia de lo mismo y un escenario económico de inflación insoportable que hará que la mayoría de la población acepte un plan de ajuste feroz. Pero no les alcanza. Como si necesitaran tener razón y como si creyeran que la van a poder encontrar en el alegato de un particular que trabaja de fiscal.

Este gobierno, que volvió peor, tiene en frente a una dirigencia opositora que no está siendo mejor que lo que era y que, sobre todo, ni siquiera se propone serlo.   

 

miércoles, 24 de agosto de 2022

Diálogos, gritos (y silencios) en Melania [publicado el 19/8/22 en www.disidentia.com]

 

En todo el mundo los analistas son interpelados por la irrupción de outsiders de la política por izquierda, por derecha, por arriba o por abajo. Las tradiciones, las coyunturas y los imaginarios son distintos en cada país pero en general se asiste a fenómenos que con mayor o menor éxito irrumpen con un discurso antisistema. Es más, sin dar nombres propios, y aun con las diferencias indicadas, estos fenómenos son tan comunes que ya no pueden ser señalados como exabruptos o monstruosidades aun cuando a veces hagan todo lo posible por serlo y parecerlo. Estará quien diga que son una creación del propio sistema para autolegitimarse y cerrar filas frente a un “otro” pero esa afirmación merecería un mayor desarrollo y unos cuantos asteriscos.

Que haya puntos en común entre estos fenómenos outsiders de la política no es casual además porque la aceleración que produjo la llegada masiva de internet al proceso de globalización comenzado en los años 80, hace que cada país replique, a su manera y a su velocidad, escenarios similares, máxime cuando las imposiciones culturales ya no provienen de los imperios sino de los gigantes de la tecnología cuya penetración, al menos en el mundo occidental, es ubicua y capilar.   

Todo esto se da, a su vez, en el marco de una insatisfacción de las sociedades que ha devenido crónico y que se observa con claridad en el plano económico y en el cultural. Respecto del primero, ricos cada vez más ricos, pobres cada vez más pobres sostenidos con ayuda estatal para asegurar la paz social, y una inmensa masa de clases medias viviendo un acelerado proceso de precarización y desorganización de sus vidas; respecto del orden cultural, un incesante y agobiante avance de la corrección política para crear sociedades más superficiales y al mismo tiempo más hipócritas y siempre a punto de explotar.

Este hastío y sensación de “todo es lo mismo” y “todo se repite”, me remitió a un breve texto del escritor de origen italiano Ítalo Calvino incluido en su libro Las ciudades invisibles.

Allí se habla de una ciudad ficticia denominada Melania donde todo el tiempo se produce el mismo diálogo entre una serie de interlocutores que cumplen un rol, como si se tratase del texto de una obra de teatro:

“En Melania, cada vez que uno entra en la plaza, se encuentra en mitad de un diálogo: el soldado fanfarrón y el parásito al salir por una puerta se encuentran con el joven pródigo y la meretriz; o bien el padre avaro desde el umbral dirige las últimas recomendaciones a la hija enamorada y es interrumpido por el criado tonto que va a llevar un billete a la celestina. Uno vuelve a Melania años después y encuentra el mismo diálogo que continúa; entretanto han muerto el parásito, la celestina, el padre avaro; pero el soldado fanfarrón, la hija enamorada, el enano tonto han ocupado sus puestos, sustituidos a su vez por el hipócrita, la confidente, el astrólogo”.

Aquí aparece una de las claves. Los interlocutores mueren pero el papel se mantiene y simplemente se busca un reemplazo para representar “la misma obra”. En la política tradicional y sistémica parece ocurrir más o menos lo mismo. Incluso parece ocurrir algo similar con los electorados: el referente en cuestión, el líder, puede desaparecer pero el escenario político se reacomoda por derecha y por izquierda hasta que un reemplazante ocupa ese rol, “primero como farsa, luego como tragedia”.

Que de repente aparezcan figuras como presuntamente novedosas u originales dentro de la política sistémica para luego ser fagocitados por la misma se puede explicar, a su vez, por otra de las características de las ciudades ficticias que expone el libro de Calvino, el cual, si no hubiese sido publicado en 1967, diríamos que realiza una cruda e irónica descripción de esta actualidad en la que se rinde pleitesía a cualquiera cosa o idiota que se posicione del lado de “lo nuevo”. Se trata de la ciudad de Leonia, una ciudad que ha llevado la obsolescencia y el vivir el aquí y el ahora a su grado máximo:

 

“La ciudad de Leonia se rehace a sí misma todos los días: cada mañana la población se despierta entre sábanas frescas, se lava con jabones recién salidos del envoltorio (…) escuchando las últimas retahílas del último modelo de radio. En los umbrales, envuelto en tersas bolsas de plástico, los restos de la Leonia de ayer esperan el carro del basurero. No solo tubos de dentífrico aplastados, bombitas quemadas, periódicos, envases, materiales de embalaje, sino también calentadores, enciclopedias, pianos, juegos de porcelana”. 

Una ciudad que se renueva cada día no solo es una montaña de desperdicios, para horror de los ambientalistas, sino que es, al mismo tiempo, una máquina incesante de producción y consumo de lo efímero. Allí el pasado es solo basura y los camiones recolectores de la misma son vistos como “ángeles” que, cuando llevan adelante su tarea de recolectar, son respetados en silencio como si se tratara de un rito. Calvino agrega:

“Más que por las cosas que cada día se fabrican, venden, compran, la opulencia de Leonia se mide por las cosas que cada día se tiran (…) Tanto que uno se pregunta si la verdadera pasión de Leonia es en realidad, como dicen, gozar de las nuevas cosas y diferentes, o más bien el expeler, alejar de sí, purgarse de una recurrente impureza”.

Solo bajo la idea de una historia que recomienza cada día (o que intenta ser reescrita por un presente caprichosamente cambiante), algún distraído puede pasar por alto que estamos asistiendo a la misma puesta en escena con interlocutores que cambian pero que están allí para desempeñar el mismo rol. Aun así, estas sociedades que no se soportan a sí mismas tampoco toleran la misma puesta en escena a tal punto que ya ni siquiera avalan que la solución esté en encontrar los mejores actores para desempeñar el papel. Lo que se está poniendo en cuestión es la obra misma. La gente está cansada de entrar a la plaza de Melania y estar siempre en medio del mismo diálogo. Por eso es capaz de abrazarse a quien grita, al menos solo para incordiar el desarrollo de la trama.

Entonces, ante una mayoría desesperada por el hecho de que le asignen un rol en el diálogo, es natural que gritar sea una respuesta justa. Aun así, puede que se esté pasando por alto otra alternativa que va ganando adeptos. De hecho, intuyo que en donde hay que poner atención, en medio de tanto diálogo y grito, es en aquellos que no desean entrar a la plaza de Melania y deciden ver todo desde afuera mientras guardan un piadoso y ensordecedor silencio.       

  

 

 

sábado, 20 de agosto de 2022

Un peronismo para el ajuste argentino (editorial del 20/8/22 en no estoy solo)

 

El apoyo del establishment a la gestión de Massa tiene diversas interpretaciones pero una de ellas es que el poder económico del país entiende que, en la Argentina, el único espacio con la espalda política suficiente para ajustar es el peronismo. Es más, incluso muchos antiperonistas dicen que, al fin de cuentas, es el peronismo el único espacio capaz de gobernar en un país que lo que necesita es, sobre todo, autoridad, ejercicio del poder. Y eso es algo que el peronismo, desde sus orígenes, lo entendió perfectamente. El razonamiento entonces podría encadenarse para afirmar que dado que el peronismo es el único capaz de gobernar, es también el único capaz de poder tolerar los costos políticos de un ajuste. Naturalmente, la oposición sale al cruce de esta lógica afirmando que se trata de un mito. De hecho, recuerden que el gobierno de Macri exhibe como mérito ser el único gobierno no peronista de la última etapa democrática que cumplió su mandato. “¿Vieron que podemos ajustar y terminar el mandato sin ser peronistas?”, podría ser una de las lecturas posibles de ese posicionamiento.

Quien sigue esta columna con continuidad sabe que intento evitar caer en dos facilismos: tanto el que afirma que un “ajuste” tradicional es la única alternativa como el que indica que cualquier ajuste es de derecha. A veces hay que ajustar y asumir los costos políticos de ello. Dicho esto, hay muchas formas de hacerlo y de distribuir las cargas de tales ajustes. Entiendo que de eso es de lo que se va a hablar en los próximos meses y, por qué no, en los próximos años. 

Massa tiene, entonces, el compromiso de liderar un proceso de ajuste que sea apoyado por el peronismo para lograr el sueño húmedo de un “gran acuerdo del 70% de la Argentina”, el mismo por el que viene pregonando Rodríguez Larreta. ¿Significa que Massa y Larreta son lo mismo? No. ¿Significa que son muy distintos? Tampoco. Naturalmente ese 30% supernumerario es ese espectro que se siente más o menos representado por CFK. Y la posibilidad está a mano porque CFK parece ensimismada en su situación judicial y cuesta imaginarla en la pelea presidencial en 2023. De hecho pareciera que es la oposición y el odio atávico de sectores antiperonistas y antikirchneristas el que, aun contra sus conveniencias políticas, decide avanzar con la fantasía de verla tras las rejas. Y con esto me refiero a que de la misma manera que la persecución macrista sobre CFK, y todo lo que oliera a kirchnerismo, finalmente logró mantenerla con vida (políticamente hablando) al punto que alcanzó para que gane una elección en 2019 que parecía perdida, la obsesión con que machacan sobre su figura es la que la vuelve a subir a un ring del cual ella ya se quería bajar después de 2015. Me atrevo a decir que de no mediar nada extraño, el futuro más o menos inmediato del kirchnerismo es con CFK liderando pero a un costado o desde algún lugar institucional pero testimonial, mientras el grueso del kirchnerismo desembarca en la provincia de Buenos Aires en un eventual segundo mandato de Kicillof al tiempo que ubica una figura propio secundando a Massa para fidelizar al votante de paladar negro que le va a costar votar al tigrense. Al día de hoy, al menos, no parece haber mucho espacio para otra alternativa aunque, por supuesto, puede fallar y las circunstancias cambiar. Lo que sí podemos decir es que en lo ideológico el kirchnerismo seguramente seguirá navegando sin demasiado rumbo entre una izquierda socialdemócrata con la agenda liberal e identitaria de los demócratas estadounidenses mezclada con la tradición, la liturgia y los mitos peronistas que incluyen, por supuesto, al propio liderazgo de CFK. Todo eso hecho un mejunje que vaya saber cómo se articulará cuando CFK no esté o cuando decida dar un paso al costado. De hecho no parece casual que más allá de la preocupación personal por las causas judiciales, tanto ella como el kirchnerismo parezcan más preocupados por cómo interpretará la historia la larga década kirchnerista. Si siempre se dijo que el kirchnerismo se había quedado en los 70, habría que decir que el problema es que se ha quedado en los primeros tres lustros del siglo en un país que cambió drásticamente desde el 2015 a la fecha. Es injusto pero hoy todo parece viejo y no se puede pedir acompañamiento por lo que diste hace 10 años, máxime cuando hoy sos gobierno. Insisto. Puede ser injusto pero es así.  

Quedará para otro momento seguir intentando comprender por qué, a su vez, el kirchnerismo boicoteó el ajuste de Guzmán para acabar apoyando el ajuste más profundo de Massa. Tiempo atrás nos preguntábamos cuál había sido el sentido de ese trabajo de horadación y concluíamos que o bien el plan había fallado o bien no había plan. Transcurridas las semanas, la balanza parece inclinarse por esta última opción, lo cual es verdaderamente dramático.   

Y permítaseme una última jugada temeraria: cualquier cosa puede pasar en la oposición. Macri podría ganar una interna incluso contra Rodríguez Larreta pero hoy, quien tiene más posibilidades de alcanzar ese “70%” que exige el establishment es el actual jefe de gobierno de la ciudad. Como alguna vez dijimos en este espacio, en unos meses todo puede cambiar pero la sensación es que el movimiento pendular de la Argentina ya tocó los extremos y va en un lento proceso hacia la estabilización en el centro, un poquitín para la izquierda y otro poco, no tan poquitín, a la derecha. Así, si la tercera etapa del kircherismo fue la versión descafeinada de Alberto pensada para captar a quien no quisiera darse cuenta que votaba a CFK, puede que una lógica similar haga que muchos prefieran votar a Rodríguez Larreta para poder seguir creyendo que no votan a Macri.

Volviendo a la cuestión inicial, el massismo, que se ha hecho cargo del gobierno, tiene ahora la tarea de hacer un ajuste sin que se note. Como decíamos semanas atrás, Massa vio su oportunidad y la aprovechó sin nada para perder. Es el tercer arquero que llevan al mundial para cumplir con los números de la lista y de repente se da cuenta que tiene que atajar en la final. Si pierde será parte de un naufragio, a esta altura, esperable. Pero quizás ataja los 5 penales y se transforma en el líder y candidato.

Este ajustar sin que se note tendrá la tarea de hallar algo de peronista en tipos como Daniel Marx o Gabriel Rubinstein, o hacer menos rudimentarios los eufemismos. Es que una Malena Galmarini informando que pagar más por los servicios es solo una redistribución de subsidios, haría que alguien pueda inferir que pagar más por la comida es solo una redistribución de la riqueza hacia una mayor concentración de la misma. No sería más que un juego de palabras hecho con algo de malicia si no se advirtiera que eso está originado por la insaciabilidad de un mercado concentrado pero también por la pasividad e ineficacia de un gobierno que no controla ni soluciona los problemas de la macroeconomía para que esa especulación tenga límites, tal como sucede en otros países.

Entre un gobierno encargado de hacer un ajuste que no se note y unos adversarios políticos que van a contribuir a la ficción diciendo que el gobierno no ajusta y que el verdadero ajuste lo van a hacer ellos, tendremos tiempo para entretenernos mientras hacemos cuentas y asistimos a la paradoja de una inflación que se proyecta al  90% con un boom de consumo, o una desocupación muy baja con casi la mitad de los trabajadores pobres. 

Massa no es Menem pero la figura del riojano se erige como el faro para cierto establishment que recuerda con nostalgia aquellos años 90 en los que el desastre macroeconómico dejado por Alfonsín derivó en un proceso de achicamiento del Estado con apoyo popular como nunca se vio en la Argentina. La profundidad de las medidas está siempre asociada a la profundidad de las crisis que las originan y si bien nunca se sabe dónde está el fondo podemos acordar que la situación actual es dramática. Massa toma una papa caliente y, a su vez, una exigencia baja porque se hace cargo de una gestión mala. Sin embargo, aun estabilizando el país cuesta imaginar que lo que venga vaya a ser mejor. Resta esperar para saber si los malos tiempos por los que atravesará este y el próximo gobierno se transitarán con apoyo popular. Qué sucederá no lo sé. Pero sí sé que el rol del peronismo será clave.  

 

   

domingo, 14 de agosto de 2022

Los costos de la privacidad y la reputación (publicado el 22/7/22 en www.disidentia.com)

 

Un desconocido toca insistentemente la puerta. Finalmente el protagonista decide abrir y allí se encuentra con un hombre joven que lleva un libro en un maletín. Sin ninguna aclaración, el desconocido indica lo siguiente:

“-Este libro (…) contiene una historia imaginaria que he creado, inventado, redactado y copiado. No he escrito más que esto en toda mi vida y me atrevo a creer que no le desagradará. Hasta ahora no le conocía más que su nombradía y sólo hace unos pocos días una mujer que lo ama me dijo que es usted uno de los pocos hombres que no se aterra de sí mismo y el único que ha tenido el valor de aconsejar la muerte a muchos de sus semejantes. A causa de esto he pensado leerle mi historia, que narra la vida de un hombre fantástico al que le ocurren las más singulares e insólitas aventuras. Cuando usted la haya escuchado me dirá qué debo hacer. Si mi historia le agrada, me prometerá hacerme célebre en el plazo de un año; si no le gusta me mataré dentro de veinticuatro horas. Dígame si acepta estas condiciones y comenzaré”.

Este es el inicio de un cuento del escritor italiano Giovanni Papini publicado en 1906 cuyo título es “Una historia completamente absurda”. Si se me permite contar el final, les puedo adelantar que efectivamente el contenido del libro no fue del agrado de nuestro protagonista y conocer las razones de esa inconformidad nos permitirá reflexionar sobre algunas características de la actualidad.

Es que aun cuando cien años después esto resulte sorprendente, el protagonista se incomodó con el contenido del libro por la sencilla razón de que éste narraba puntillosamente cada hecho de su vida, desde el más importante hasta el más trivial. Todo. Absolutamente todo. Desde su nacimiento hasta el preciso momento en que el visitante lo narraba. ¿Qué haríamos si nos encontrásemos en una situación así? Lo sorprendente es que la respuesta podría variar un siglo después.

El punto es que, como les indicaba más arriba, el protagonista se sirve del acuerdo que le habían propuesto para evitar que ese libro, que no era otra cosa que la historia de su vida, se publique. Sin embargo, bien entrado ya el siglo XXI, no serían pocos los que interpretarían como una bendición poder dar a conocer al público cada uno de los detalles de sus vidas. De hecho, ni siquiera hace falta recurrir a la literatura fantástica para conseguirlo; con solo echar mano a la tecnología alcanza.

Sin ir más lejos, un fenómeno que lleva ya al menos una década, es el de los self-trackers, lo que podría traducirse como “autorastreadores”. Cantidad de pasos, horas y calidad del sueño, frecuencia cardíaca, ciclo menstrual, calorías consumidas, tiempo transcurrido en redes sociales, vasos de agua, horas de ejercicio, glucemia, frecuencia sexual, geolocalización, etc., son solo algunos de los datos que los self-trackers obtienen de sí mismos y que se encuentran impulsados por el paradigma de la vida saludable. Con todo, cabe aclarar que, si de paradigmas hablamos, habría que retrotraerse bastante más atrás para entender este fenómeno como parte de esta tendencia hacia la cuantificación del yo cuyo origen data de, al menos, el siglo XIX. Sin embargo, claro, el gran salto que adelanta el proceso es el avance tecnológico: con dispositivos cada vez más pequeños que pueden adosarse a los cuerpos y sistemas con una casi infinita capacidad de almacenamiento de datos, era solo cuestión de tiempo observar la aceleración del proceso. Máxime si a esto le sumamos el hecho de que la principal mercancía a intercambiar hoy son los datos mientras toda nuestra atención se posa en cómo somos vistos por los demás en nuestras redes sociales. Si no hay nada inteligente para decir que al menos haya imágenes y datos irrelevantes.

Llegados a este punto es necesario recalcar que esta obsesión por los datos propios y el control suele, en general, venir acompañada de la necesidad de hacerlo público. Se trata entonces de un autocontrol pero que está sobre todo dirigido a los demás. Este fenómeno, que causaría la envidia del más sofisticado y autoritario aparato de vigilancia estatal, sobre todo porque en este caso es voluntario, tiene varias consecuencias. Entre ellas, la proliferación de la sospecha: si todos mostramos, el que no muestra esconde algo. ¿Acaso estás consumiendo demasiado azúcar? ¿Tienes amantes? ¿Te escondes de tu pareja? ¿Y cuál ha sido tu aporte del día de hoy a la lucha contra el cambio climático?

Otra consecuencia es un corrimiento lento pero efectivo de los límites entre lo que es un derecho y lo que es un servicio. Algunos hablan de la ryanairización de la vida social pero es algo más profundo todavía. Por ryanairización entendemos la cada vez más delirante segmentación de costos a los cuales nos enfrentamos en nuestra vida diaria, modelo que parece extrapolado de las empresas de aviación low cost. En algo que se puede ver en el contexto pospandemia con mayor profundidad, el costo inicial de un pasaje en Ryanair o cualquier otra empresa low cost, suele ser irrisorio al principio pero solo podrá sostenerse ese precio si se viaja sin maleta, desnudo y colgado del ala. En cualquier otro caso usted deberá pagar cargos extras sorprendentemente altos. Algunos años atrás, cuando se acuñó el término, el escándalo surgió porque la empresa pretendió que se pague un cargo extra por ir al baño. Aunque finalmente esto no prosperó y los usuarios unidos logramos sostener nuestro derecho a orinar libremente, es real que, incluso en sociedades donde existe un Estado de Bienestar más o menos en pie, cualquier plan de vida que suponga algo más que una miserable existencia biológica (aunque a veces ni eso porque la atención de la salud pública cada vez es más paupérrima), supone un costo extra.

 

Pero les decía que era algo más que ryanairización de la vida y el ejemplo más claro se puede observar con el surgimiento de algunas de las aplicaciones favoritas de los self-trackers. Gracias a ellas podemos tener los datos más precisos acerca de nuestro cuerpo sin tener que pagar ni un solo centavo. En todo caso, solo estamos entregando nuestros datos gratuitamente para que la compañía saque su provecho comercial vendiéndolos a terceros o utilizándolos para redireccionar publicidad. Sin embargo, la voracidad es tal que algunas de estas aplicaciones ofrecen esta información a cambio de que la misma se publique automáticamente. Para los self-trackers deseosos de mostrarle al mundo sus rutinas saludables puede resultar hasta deseable pero aquellos pocos que consideran que no es una buena idea que el mundo entero sepa cuántos vasos de agua he tomado hoy o dónde me encuentro en este momento haciendo ejercicios, deberán pagar para que esa información no circule. Efectivamente, se da por sentado que lo natural es estar expuesto de modo que tener privacidad es un servicio que tiene un costo mensual. Ya no se trata de un derecho sino de un servicio que una compañía me brinda. Esto significa que ya no tengo que cuidarme de un Estado que eventualmente me espíe. Ahora la relación es con una compañía privada a la que le brindé voluntariamente mis datos. Si tengo el dinero, puedo acceder al servicio de mi privacidad. Si no lo tengo, mis datos personales serán públicos.

En la misma línea, es de esperar que cada vez tengan más presencia aquellas empresas encargadas de mejorar la reputación de los usuarios. Esto que pudiera parecer de interés para un grupo pequeño de personalidades famosas o políticos, se está transformando en una necesidad para una gran mayoría especialmente si tomamos en cuenta que ya hay generaciones enteras que desde su temprana adolescencia llevan volcando a las redes todo tipo de mensajes que pueden ser usados en su contra diez o quince años después; y si prestamos atención al modo en que empresas e instituciones deciden sus nuevas contrataciones a través de una búsqueda básica en redes sociales. Quienes posean el dinero podrán gozar de la reputación necesaria gracias al trabajo de empresas encargadas de borrar o esconder de los buscadores los mensajes o acciones inconvenientes; al resto solo le queda la condena virtual que deviene real, en algunos casos, por un mensaje escrito a los trece años de edad en una red social que ya no existe.

El cuento de Papini reflejaba la atemorizante posibilidad de que alguien pudiera saber todo de nosotros. En la actualidad, el narcisismo de la sociedad y el vivir una vida hacia los otros ha hecho que esa posibilidad deje de ser literatura fantástica para transformarse en una necesidad. Cuando todos buscan ser vistos y llamar la atención, la privacidad y la reputación tienen un costo y devienen un privilegio para unos pocos.    

 

Rashomon y un San Jorge jubilado (publicado el 5/8/22 en www.disidentia.com)

 

El espíritu de nuestra época puede graficarse en un proceso que va desde el denominado “efecto rashomon” hasta la puesta en escena de un “San Jorge jubilado”. Desarrollar estos dos aspectos es el motivo de estas líneas.

El “efecto rashomon” hace referencia a la famosa película de Akira Kurosawa la cual, a su vez, se basa en dos cuentos de Ryunosuke Akutagawa: “Rashomon” y “En el bosque”. Del primero apenas si se toma el título y el espacio donde transcurre una parte del intercambio entre los protagonistas de la película ya que “rashomon” referiría a la más grande de las puertas de ingreso a la ciudad de Kyoto durante la era Heian. Pero lo más interesante está en el segundo cuento, aquel que inspira la novedosa trama y que llevó a hablar del “efecto rashomon” como ejemplo de perspectivismo y relativismo. ¿De qué se trata? De mostrar que no existe una mirada objetiva sobre los hechos sino perspectivas atravesadas por la subjetividad de los intervinientes.

El cuento está estructurado a partir de los relatos y las comparecencias de testigos y protagonistas de un episodio ocurrido en un bosque cuyo desenlace habría sido el asesinato de un hombre y la violación de una mujer. Eso es lo que se logra reconstruir a partir de los testimonios de un leñador, un monje budista, un “soplón”, la anciana suegra del muerto, el supuesto asesino, la mujer que habría sufrido la violación y hasta el propio muerto a través de los labios de una bruja. Todos afirman cosas distintas. El bandido confiesa haber matado al hombre y dice que lo hizo porque tras abusar de su mujer ella le pidió que lo matara, algo que hizo tras batirse a duelo; la mujer dice que efectivamente fue abusada por el bandido y que su marido, quien yacía atado, le pidió que lo matara porque no podría vivir en el deshonor que suponía el acto que había presenciado. Ella habría aceptado hacerlo para luego suicidarse pero, tras clavar el puñal sobre el pecho de su marido, se desvaneció y al despertar intentó quitarse la vida sin éxito. Finalmente, el relato del espíritu del muerto a través de los labios de la bruja dice que el bandido violó a su mujer pero que ella, presa de la vergüenza por el hecho de que su marido haya sido testigo del ultraje, le pidió al bandido que lo mate. Como éste se rehusó a hacerlo, fue el propio marido quien se suicidó clavándose un puñal en el pecho.  

El cuento es por demás interesante porque muestra que el perspectivismo y el relativismo están presente no solo en discusiones políticas o en grandes debates de ideas sino en hechos concretos, en principio, incontrovertibles. Va tan lejos que ni siquiera pone a las víctimas (el hombre asesinado y la mujer abusada) en un lugar de privilegio. Ellos también son “solo una mirada más” sobre un hecho.

Si bien supondría un desarrollo en un espacio del que no disponemos, cabe decir que, en líneas generales, el perspectivismo y el relativismo como rasgo propio de la posmodernidad han sido la respuesta a puntos de vista que, amparados en una supuesta objetividad, no hacían más que intentar imponer a través de la violencia lo que era un interés particular. De hecho no se falta a la verdad cuando se observa a lo largo de la historia cómo imperios, religiones, etnias o géneros se han situado en el lugar de representantes de una verdad objetiva que justificaría todo tipo de sometimientos sobre otros grupos humanos.

Expuesto así, y más allá de todos los grandes problemas que el relativismo y el perspectivismo suponen, denunciar el modo en que el poder se esconde detrás de la presunta objetividad ha servido para igualar las posiciones y dejar en claro que no hay puntos de vista que representen en la tierra el “ojo de Dios”. Podría, entonces, decirse que fue un paso más en un lento proceso igualitarista. Sin embargo, las consecuencias indeseadas del relativismo, ya señaladas en las discusiones entre filósofos y sofistas hace 2500 años, obligan a tomar nuevos parámetros. Dicho de otra manera, dado que el relativismo lleva a que todo valga lo mismo y ante la evidencia de que, en algunos casos, por denunciar valores universales se acaban justificando aberraciones contra, por ejemplo, mujeres o niños en nombre del “relativismo cultural”, se hizo necesaria la aparición de una nueva moralidad y unos nuevos criterios de validación para la intervención en los debates públicos.

Podemos entonces observar un doble juego de positividad y negatividad por el que se construye quién puede y quién no puede hablar, esto es, un doble juego que le pone un límite al relativismo del “efecto rashomon”.

Por un lado, como ya hemos mencionado aquí alguna vez y como vienen señalando muchísimos autores, ha comenzado una suerte de competencia por la victimización. Qué persona o qué grupo es más víctima que el otro ha devenido la marca de nuestro tiempo porque alcanzar el status de víctima supone automáticamente estar “en la verdad”. Por eso hasta los poderosos hoy buscan posicionarse en el lugar de víctima y lo que en un principio era una lógica adoptada por la izquierda hoy es también propiedad de la derecha. 

Por otro lado, este movimiento para establecer quién puede hablar es complementado con un criterio para determinar quién no puede hacerlo y allí aparece la idea del fascismo, el lenguaje del odio, etc.

Intuyo que ninguno de nosotros se va a oponer a limitar al fascismo y al odio. Sin embargo, el problema es que “fascismo” y “odio” se han transformado en significantes vacíos que hoy en día son, en muchos casos, utilizados para estigmatizar cualquier opinión que no nos guste. Así, prácticamente no hay discusión en redes sociales que no termine con alguno de los participantes acusando de “facho” o “facha” al otro y las razones pueden ir desde su ideología política en sentido amplio hasta su posicionamiento respecto a si se debe comer carne o usar trenzas.

A propósito de ello, viene a mi mente la categoría creada por el filósofo australiano Kenneth Minogue mencionada en el último libro de Douglas Murray, La masa enfurecida. Minogue habla del “síndrome de San Jorge jubilado”. La leyenda cuenta que Jorge era un soldado nacido en Capadocia a finales del siglo III que luchó en favor del imperio romano y que murió como un mártir por no renunciar a la fe cristiana en tiempos de la persecución que había lanzado el emperador Diocleciano. Rápidamente comenzó a ser venerado y varios siglos después empezó a circular la leyenda de su victoria frente a un dragón que asolaba una comunidad de paganos. De aquí que en distintos lugares del mundo, desde Inglaterra hasta Georgia, se lo considere patrono y se observen las distintas representaciones de nuestro héroe matando al dragón desde arriba del caballo.  Según Minogue, un San Jorge jubilado representa bien el fenómeno al que estamos asistiendo. Está jubilado porque los dragones contra los que peleaba ya no existen y es por eso que acaba inventándolos. En el libro citado, Murray agrega: “hoy en día, la vida púbica está llena de gente ansiosa por echarse a las barricadas cuando la revolución ya ha terminado (…) Sea como fuere, toda exhibición de virtud requiere exagerar los problemas, lo que a su vez hace que los problemas crezcan todavía más”. En esta misma línea, el filósofo italiano Diego Fusaro, que está en las antípodas ideológicas de Murray, indica en su libro El contragolpe: “El antifascismo patético y vil de las izquierdas de hoy es globalista, ultracapitalista y en ausencia total de fascismo. (…) Son antifascistas en ausencia de fascismo para no ser anticapitalistas en presencia de capitalismo”.

En síntesis, el relativismo que fue útil para señalar las imposiciones que se hacían en nombre de valores universales que escondían un punto de vista particular, ha dado lugar a nuevos valores tan o más violentos como aquellos a los que se intentaba combatir. Así, lejos de haber avanzado en una dinámica que nos iguale, asistimos a los diversos modos en que se instituye quién puede y quién no puede participar en el debate público; quién está “en la verdad” y quién está siempre “fuera de ella”.

Por cierto, ¿alguien hubiera pensado que, en pleno siglo XXI, defender algún grado de objetividad y advertirle a San Jorge que los dragones existen pero están escondidos detrás de buenas causas, sería toda una herejía? 

 

Del poder del relato al poder relatado (editorial del 13/8/22 en No estoy solo)

 

De repente parece que el poder quema y nadie lo quiere. Todo el mundo prefiere ser víctima, incluso los poderosos. De la “patria es el otro” pasamos a “el poder es el otro” y el “poder del relato” devino “poder relatado”.

Se trata de un fenómeno cultural que excede la Argentina pero que en términos políticos se ha puesto en evidencia en los últimos años en nuestro país. Puede que la distinción entre poder formal y real sobre el cual tanto hincapié hizo el kirchnerismo especialmente a partir del conflicto por la 125 haya permitido que este aspecto formara parte del debate público. CFK, con razón, por cierto, expuso que alcanzar la administración del Estado no suponía tener el poder o, en todo caso, implicaba tener solo una cuota del mismo. Si ello además fue utilizado para la construcción del adversario político, cerrar filas en torno a su liderazgo y, de vez en cuando, ¿por qué no?, victimizarse, es otro asunto, pero al menos en un principio se trató de un señalamiento en tono de denuncia y con el fin de disputar un espacio. Dicho de otra manera, se exponía que no se poseía el poder como forma de intentar recuperarlo.

Sin embargo, ya en los últimos años del kirchnerismo comenzó un lento proceso que, insistimos, no es solo argentino, por el cual la clase política parece sentirse más cómoda en el lugar de la oposición. Todos son opositores incluso los oficialistas que son opositores de los opositores y hasta opositores de sí mismos. Como si tener poder y asumirlo fuera un problema. Quizás como parte de una cierta tradición liberal que entiende al poder (concentrado) como una forma indefectiblemente autoritaria, lo cierto es que, por izquierda y por derecha, nadie dice tener el poder y nadie quiere hacerse cargo de tenerlo. Esto va de la mano de sociedades insatisfechas, a veces con razón y a veces sin ella, que depositan su ira contra el gobierno de turno para refrendar el dicho italiano: “Piove? Governo ladro”.

Este fenómeno atraviesa la dinámica de la administración de los gobiernos pero también forma parte de un espíritu de época en el cual la denominada cultura “Woke” sobresale estableciendo una competencia por conseguir el status de víctima esencial para devenir acreedor eterno. La política, en ese sentido, se adaptó a la dinámica del periodismo que considera que el buen ejercicio de la profesión es denunciar cosas. El mayor ejemplo local en ese sentido es el de Carrió. Su labor es menos la “judicialización” de la política que la “periodistización” de la misma. En la gran mayoría de los casos expone conspiraciones delirantes pero al hacerlo en formato de denuncia se transforma automáticamente en “víctima” que está “en la verdad”. Es una suerte de Cassandra invertida. Como ustedes recordarán, en el mito, Cassandra tenía el don de conocer la verdad pero como castigo se le quita la posibilidad de la persuasión de modo tal que nadie creería en la verdad que provenía de su boca. El caso de Carrió suele ser al revés: tiene el don de la persuasión pero la verdad no sale (casi) nunca de su boca.

No casualmente es también un tiempo de teorías conspirativas. La lógica es clara: quien denuncia algo se transforma en víctima automática. Si lo denunciado es una trama compleja y hasta inverosímil no importa porque la verdad es un detalle y a nadie le importa. Buscamos sumar derechos y quitar responsabilidades; buscamos poder adjudicarle al otro nuestros propios errores. Hasta la estrategia de Durán Barba siguió esa línea cuando intentó posicionar a Macri como un hombre que luchaba contra el poder del “Círculo rojo” en esta idea de que “Macri era un hombre de izquierda”.

Y nótese que en la actualidad sucede algo parecido con las principales figuras del gobierno. Si Macri se pasó los cuatro años de su mandato echándole la culpa a CFK para no reconocer su propia ineptitud y las consecuencias de su plan, no faltan a la verdad quienes afirman que en los últimos años hay una tendencia excesiva al “ah, pero Macri”, más allá de que, claro está, la herencia de CFK fue muchísimo más benévola que la que dejó el expresidente de Boca.

Pero no se trata solo de echar culpas al otro. Esto sucedió siempre. Aquí lo que estamos viendo son gobernantes que se refieren al gobierno como algo ajeno. Son comentaristas de una realidad que presentan como distante y de una administración de la que no parecen formar parte. Alberto Fernández da discursos todos los mediodías hablando del país que debemos tener como si no fuera un presidente que ha consumido dos tercios de su mandato. Uno escucha sus discursos y piensa: “ojalá este tipo sea presidente pronto”. El caso de CFK es todavía peor porque directamente habla del gobierno en tercera persona y al presidente, que llegó a ese lugar por una decisión de ella, ni siquiera lo menciona. Un paracaidista húngaro diría que CFK es la líder opositora y que por alguna razón propia de la dinámica política del país solo se comunica a través de epístolas twitteras.

Para concluir con el tridente mencionemos a Massa. El superministro parece haber llegado, si no de otra galaxia, de una fuerza política que no pertenecía al gobierno. Menos que menos alguien podría creer que se trataba del presidente de la cámara de diputados de la coalición oficialista. Si su llegada supone acuerdos, confianza, estabilidad y dólares frescos, ¿por qué no lo hizo antes? ¿Dónde estaba? ¿A qué se dedicaba? ¿Acaso no era una de las tres patas del gobierno? 

Para finalizar, pensemos estas ideas en el marco de lo que durante el gobierno de CFK se estableció como la discusión sobre “el relato”. Se trató de un término creado por el progresismo antiperonista incómodo con el avance del kirchnerismo sobre una agenda que creían propia. De hecho no es casual que a la moda de la palabra “relato” le siguiese la idea de un gobierno que “se apropiaba” de las buenas causas. Pero, justamente, como esas causas eran buenas, lo que tuvo que establecerse era que en realidad se trataba de una mascarada, una puesta en escena que ocultaba sus verdaderos intereses. Esa es la diferencia con un gobierno como el de Macri.  Hubo enormes promesas de campaña incumplidas y sendas mentiras pero a Macri no se lo acusa de hacer un “relato”. No se le dice “mentiroso” sino que sus detractores lo llaman “hijo de puta”. Naturalmente habrá muchos que digan lo mismo de CFK pero con ella y con el kirchnerismo en general lo que aparece es la idea de “la trampa”; “el engaño”; un ser algo distinto de lo que se es. A Macri, sus detractores, lo putean por lo que es y por lo que dice ser; al kirchnerismo, sus detractores, lo putean por lo que dicen que es pero no por lo que el kirchnerismo dice ser. Naturalmente habrá excepciones pero hay allí una diferencia interesante. Ahora bien, frente a la acusación de “armar un relato”, el kirchnerismo ofreció la idea de que toda política implicaba un relato, una narrativa y que eso no suponía posicionarse en la mentira o en la falsedad. Así, todo pensamiento político tendría una articulación narrativa y el kirchnerismo vaya si tenía la suya. En todo caso, se trataba de imponer ese relato sobre el otro con las herramientas de la democracia en pos de dar la tan bastardeada “batalla cultural”. ¿Qué sucede hoy? El FdT no tiene y, lo que es peor, ni siquiera pretende estructurar un relato. Apenas si tiene por allí al presidente erráticamente tratando de hacer equilibrio entre un peronismo “blanco” y capitalino sobre fino colchón de federalismo y una socialdemocracia ochentosa y alfonsinista cuya conexión hoy parece estar dada más por el nivel de inflación que por el espíritu republicano. Dentro de ese amplio abanico hay una bolsa de discursos que oscilan entre la corrección política y slogans de aquellos buenos tiempos. Nada más. El resto es un gobierno que es visto como ajeno hasta por quienes lo componen. “¡Es usted el que gobierna! ¿Yo, señor? No, señor”.

Aquí nadie gobierna ni tiene el poder. Los tiempos de disputar un relato dejan el lugar a un poder relatado no solo por los adversarios, lo cual es un problema, sino, muchas veces, por los propios actores que deberían ostentarlo.    

 

 

 

 

¿Quo vadis, kirchnerismo? (editorial del 6/8/22 en No estoy solo)

 

Haber ungido a Alberto Fernández como el candidato a la presidencia derivó en ingentes cantidades de tinta destacando el sentido estratégico de la acción, el gesto de la renuncia personal de la propia CFK en pos de vencer al adversario, etc. Todo eso fue cierto tanto como que, al mismo tiempo, desde el plano simbólico suponía una suerte de resignación: asumir que con el kirchnerismo solo ya no alcanzaba. Sin embargo, si en 2019 con CFK no alcanzaba, el resultado de las elecciones en 2021 demostró que tampoco alcanzaba si a ella le sumábamos a Alberto y a Massa. Es que tras la euforia que suscitó el haber vencido a Macri para inaugurar la esperanza de una nueva etapa que retomara las virtudes de la década kirchnerista sin repetir los errores, llegó una administración que nunca pudo hacer pie. Herencia objetivamente determinante, más pandemia, más guerra en Ucrania, más falta de voluntad política, más internismo que paraliza la administración, es igual a mal gobierno. Incluso podría decirse que no solo no se retomaron los aspectos positivos de la gestión kirchnerista sino que se repitieron algunos viejos errores por vicios ideológicos y se sumaron otros inéditos. El combo es una crisis que no tiene muchos precedentes en la historia democrática contemporánea argentina y menos en un gobierno que se reivindica peronista; y el resultado ha sido el corrimiento del presidente del centro de la escena y de la toma de decisiones relevantes. En su lugar llega Massa, en tanto presunto superministro, con el apoyo tácito de CFK y del arco peronista no kirchnerista que llega en forma de gobernadores, etc. El giro ha sido tan radical que fue de 360 grados pues, de repente, Massa aparece con todo el apoyo para hacer algo bastante parecido a lo que sectores del gobierno no le dejaron hacer a Guzmán ni a Batakis. Encontramos allí una enorme paradoja pues corriendo por izquierda a Guzmán y a Batakis, horadando públicamente, especialmente al primero, el kirchnerismo logró esmerilar al presidente para que asuma el poder de hecho alguien con mucho más volumen político y capaz de ser el sepulturero definitivo del kircherismo.    

Antes de avanzar, quisiera aclarar algo: creo que buena parte del ajuste de Massa es necesario, como era necesario buena parte del ajuste que proponía Guzmán. Por poner solo un ejemplo, lo que sucede con los subsidios a la energía y al transporte es insostenible y recortar allí resulta imperioso. Que el gobierno lo haga mal, a destiempo, confusa y burocráticamente es otro asunto. Pero algo había que hacer. Ahora bien, y más allá de eso, cabe preguntar: ¿cuál ha sido el negocio del kirchnerismo? ¿Cargarse a Guzmán por presunto ajustador para darle el poder a Massa con Daniel Marx y Gabriel Rubinstein en el “gabinete económico”? No hay respuesta sensata a estos interrogantes. Si se cargó a Guzmán por razones personales sería vergonzoso porque en el medio está la vida de 47 millones de personas. Si se trata de un giro pragmático por el cual se criticó al presunto ajustador hasta que la realidad impuso que se debía ajustar a través de un superministro, estaríamos frente a, como mínimo, una falla en el cálculo y una enorme irresponsabilidad además de un error político profundo.     

En este sentido, bien cabe retomar una pregunta que nos hacíamos en este espacio algunas semanas atrás. Allí preguntábamos cuál era el sentido de la estrategia de horadación que llevaba adelante CFK y el kirchnerismo contra el presidente. Una vez más, no se trata de un reproche. De hecho, podemos compartir buena parte de las críticas. Pero, ¿cuál era el objetivo? ¿Que renunciara? ¿Que hiciera lo que el kirchnerismo quiere? ¿Que la llame por teléfono? ¿Que use la lapicera para hacer qué? Tampoco sé qué decir ante estos interrogantes pero estoy seguro que la respuesta no puede ser que el kirchnerismo hizo todo esto para darle la posibilidad a Massa de ser el candidato en 2023. Por lo tanto, o no había plan o el plan que había debe haber salido muy mal.

Algunos dirán que “un ajuste kirchnerista siempre será mejor que un ajuste macrista” pero es difícil ponerle épica a ello y salir a militarlo. Aun así, y sin ironía, muchas veces desde esta columna advertimos que los costos políticos que el progresismo se niega a asumir suelen dejar la puerta abierta a una derecha gozosa de asumirlos y multiplicarlos por razones ideológicas. Lo cierto es que no sería la única vez que el kirchnerismo puede hacer un giro pragmático, que no sería otra cosa que asumir comerse un sapo y contentarse con lo que parafraseando a Alberdi sería un tiempo de “lo posible” antes que de “lo verdadero”. La lista es interminable pero la inolvidable respuesta de Kirchner cuando explicó por qué eligió a Redrado en lugar de “el flaco Kunkel” al frente del BCRA podría ser el antecedente para justificar la aceptación de un equipo económico que incluye a personajes que han sido furiosamente críticos del kirchnerismo incluso, en algunos casos, de aquello que el kirchnerismo había hecho bien.

Pero pragmático o no, un gobierno cuyo socio mayoritario es el kirchnerismo acabará, o bien en una crisis total si Massa no endereza el barco, o bien salvado por un referente cuyas políticas se distancian del kirchnerismo tradicional, algo que se confirma con la buena reacción de “el mercado” tras la designación de Massa. Aun a riesgo de entorpecer la lectura, aclaremos que esto no significa que este tipo de políticas sean las inadecuadas para este momento del país. De hecho, los grandes lineamientos parecen bastante sensatos. El punto es que, como indicábamos, esos grandes lineamientos no fueron compartidos por el kirchnerismo cuando los impulsó Guzmán y fueron el foco de un desproporcionado ataque, especialmente, cuando a ese ataque no le sobrevenían alternativas razonables. Tómese como muestra la puesta en escena en torno al acuerdo con el FMI: desde el propio kirchnerismo se impulsó trabar el acuerdo para después de las elecciones ante la suposición de que el mismo supondría una derrota segura. El resultado fue que se perdió igual y que se cerró un acuerdo ocho meses después con un gobierno que había perdido fuerza y capacidad de negociación. Por si esto fuera poco, se rechaza su votación en el Congreso por mera especulación política y solo para poder decir en el futuro “nosotros no lo apoyamos”. Todo en el marco de una serie de declaraciones tan bienintencionadas como demagógicas que en ningún momento explicaron qué otra cosa se podía haber hecho. Y no se trata de seguir la lógica thatcheriana de “no hay alternativa”. Seguro que la había pero todavía resta que expliquen cuál era y cuáles eran las posibilidades de que llevarla adelante no condujera a chocar de frente contra la pared. El punto es que si en 2019 se sabía que con CFK sola no se ganaba la elección, el kirchnerismo parece haber arribado en 2022 a su segunda resignación: con CFK sola no se puede gobernar y menos se puede gobernar “kirchneristamente”.      

Para concluir, entonces, digamos que ya conocemos el plan de Massa. En lo económico, estabilizar la economía y acumular reservas gracias a sus conexiones internacionales y al ofrecimiento de incentivos a los sectores más refractarios al gobierno. Parece razonable. En lo político, ser el candidato en 2023, algo que logrará automáticamente si su gestión es mínimamente buena. Pero si hablamos de planes, lo que todavía es una incógnita, es saber cuál es el plan del kirchnerismo.  

 

jueves, 4 de agosto de 2022

Massa y la creación de un nuevo orden (editorial del 30/7/22 en No estoy solo)

 

La variable Massa es la última opción de un gobierno no kirchnerista que incluye a CFK y llega al poder con votos kirchneristas. Al mismo tiempo es el final, de facto, del gobierno de Alberto y, por supuesto, el fin de su pretensión de reelección. No parece poco, entonces, lo que acaba de suceder en una semana que corona un grado de improvisación inaudito: comenzando por no tener un plan B ante un ministro que había puesto condiciones para continuar y al cual le trababan sistemáticamente, desde el propio gobierno, sus políticas, (sean éstas equivocadas o no); pasando por una ministra que sale a poner el cuerpo en el peor momento y se la corre del cargo a menos de un mes de asumir tras viajar a Washington para dar imagen de continuidad. En el medio, decisiones económicas siempre a destiempo, a cuentagotas, contradictorias y voluntaristas que, por supuesto, no fueron responsabilidad de Batakis sino todo un modelo de gestión. 

En este sentido, más allá del volumen político y de la negociación que transforma a Massa en un ministro con una cantidad de poder que ni por asomo se brindó a sus dos predecesores, la fusión de ministerios no tenía que ver con funcionarios que no funcionaban sino con una estructura que no funcionaba. Ahora se reacomodará el loteo de cajas y cargos para que no todos estén descontentos pero al menos hay una cabeza que manejará una estructura que buscará ganar en eficacia de modo tal que es de esperar que un funcionario de tercera línea de una secretaría no pueda trabar la política determinada por un ministro.

Para Massa es todo ganancia. Condenado a ser “el tercero”, el exintendente de Tigre fue tejiendo apoyos desde su rol estratégico en la cámara de diputados y a esperar su oportunidad, la cual, a priori, no iba a darse en lo inmediato. Sin embargo, Massa ve la luz en la implosión del gobierno de un Frente paralizado entre un Alberto que no puede y una Cristina que no quiere gobernar. Consciente de ello, acapara todos los espacios posibles y se lanza. Querer quiere. Lo que no se sabe es si va a poder porque, en principio, al poder de veto del kirchnerismo se le puede sumar el poder de veto de Alberto quien, probablemente más por razones de su personalidad que por evidencia empírica, no acepte tener el boleto picado. Pero lo cierto es que el perdedor aquí es el presidente porque en ese espacio gelatinoso que podría llamarse “peronismo no k”, la centralidad la pasará a tener Massa. En ese sentido, todo lo que gana Massa se lo gana a Alberto y no al kirchnerismo.

¿Por qué para Massa es todo ganancia? Porque si el gobierno se prendía fuego, Massa acabaría arrastrado por el desastre. Sin embargo, si en esta nueva etapa logra al menos evitar la catástrofe, se erigirá como el salvador con buena parte del denominado “poder real” que lo apoya desde las sombras y sueña con un condicionamiento que por fin logre la utopía de un sistema político argentino signado por la alternancia de lo mismo. La lógica es exactamente opuesta a la que algunos expresaban cuando se preguntaban cómo podía ser que Massa asumiera esta responsabilidad en medio de una crisis cuyo desenlace parece inexorable. Y, justamente, lo hace porque nada puede ser peor para él en estas circunstancias. Si fracasa, se le achacará la responsabilidad a un barco que ya venía averiado y en todo caso se lo criticará como parte de ese barco del mismo modo que se lo iba a criticar si se hubiera mantenido expectante. Pero es tal el descalabro, es tal la parálisis, que apenas con evitar el naufragio podría alcanzar al menos para ser el candidato en 2023.          

Para el kirchnerismo también es cómodo y eso va más allá de la supuesta buena relación entre Máximo y Massa. Es más cómodo porque el diagnóstico que se hace es que la próxima elección está perdida y el desembarco de Massa, para seguir con la metáfora acuática, le permite seguir en esa posición de socio mayoritario voyeurista con capacidad de veto y dedo en alto que le da lugar a sostener la pretensión de salir indemne moral y políticamente. Digo “pretensión” porque salir indemne es solo una intención que difícilmente se confirme en la realidad. Pero lo cierto es que el rol de vetador testimonial, un demandante de lapicera que no quiere lapicerear, parece ajustarse más a la mutación del kirchnerismo desde 2015 hasta la fecha.

La asunción de Massa, entonces, les decía, recompone el poder interno en el Frente pero el poder que adquiere Massa va en detrimento del presidente y, al menos por ahora, no afecta al kirchnerismo que frente a su tribuna podrá decir que hizo todo lo posible por frenar a la derecha. Efectivamente, si el nuevo “Súper ministro” falla, se argumentará que las versiones pasteurizadas y dialoguistas de Alberto y Massa no lograron satisfacer las demandas de la gente como sí lo hizo la supuesta versión radicalizada que gobernó hasta 2015 y de la que Alberto y Massa se diferenciaron. Por otra parte, si a Massa le va bien, el kirchnerismo podrá presentarse como el sector que decidió hacer una renuncia patriótica a su radicalidad asumiendo una insoportable ingesta de batracios en pos de vencer a la maléfica derecha. Es falso, o es más complejo que eso, pero suena bien.

Asimismo, que a Massa le vaya bien le soluciona al gobierno los dos grandes problemas que tiene: el económico y el político. Respecto del primero, en lo inmediato, que le vaya bien significa que la economía no explota; respecto al segundo, de aquí a un año, que le vaya bien significa que automáticamente se disuelve la interna por la candidatura. Efectivamente, a las dificultades económicas, el FdT se agrega que el año que viene la alternativa que tenía era ir a una derrota segura con Alberto como candidato o jugar una interna en la que un candidato K venciera al presidente, lo cual generaría un vacío de poder fenomenal. En cambio, si el desempeño de Massa es bueno, lo electoral se ordena: Massa candidato acompañado de un vice K y punto. Misma lógica que en 2019 sirvió para ganar: el moderado con pocos votos que acerca una parte del electorado que no votaría a CFK más un vice K que fidelice los votos del kirchnerismo puro. El nuevo orden de Massa supone, entonces, que ordenando la gestión económica acaba ordenando lo político y lo electoral.    

La política y los analistas coinciden en que esta jugada es la última posibilidad que tiene el Frente de Todos de cara a la sociedad. Una suerte de “bala de plata” antes de la desintegración. El primer paso, el generar expectativa, lo ha logrado, más allá de la desconfianza bien fundada que pueda existir en los paladares negros. Frente a lo inexorable, lo que para algunos puede ser una incógnita, se parece bastante a una oportunidad.