martes, 19 de diciembre de 2017

Dos años de Macri: lo que sabemos y lo que no sabemos (editorial del 17/12/17 en No estoy solo)

La semana en que el gobierno de Cambiemos cumplió dos años al frente de la administración ha sido quizás una de las más difíciles. Si bien al momento de escribir estas líneas todo hace suponer que, en algunas horas, finalmente, la reforma previsional que perjudica a los jubilados será votada en diputados gracias a la presión ejercida por el gobierno, lo cierto es que nadie esperaba que a meses de un triunfo electoral importante, Cambiemos atravesara una jornada como la del último jueves.
Con todo, cabe decir que si hacemos un repaso de los últimos tiempos, al gobierno le ha ido objetivamente mal en casi todos los ítems salvo en uno: las elecciones. ¡Vaya paradoja si las hay!
Es que si sumamos la desaparición y muerte de Santiago Maldonado; el asesinato de Rafael Nahuel que tuvo menos prensa por su condición de mapuche; la desaparición del Submarino; la ineptitud para frenar una inflación que tras dos años y con tasas de lebacs al 30% y 100.000 millones de USS de deuda, se encuentra en el mismo nivel en que la dejó el kirchnerismo; el papelón en la OMC y el escándalo de la sesión de la última semana con una literal militarización de la ciudad y unas fuerzas de seguridad visiblemente desatadas, no queda más que deslizar una mueca irónica cuando uno recuerda la altisonante promesa de estar frente al mejor equipo de los últimos cincuenta años. Se me dirá que esa es una agenda de problemas “K” que no atañen a toda la ciudadanía. Es probable. Pero pregúntenle a los funcionarios si esta lista le ha traído o no dolores de cabeza.  
Pero quiero advertir aquí un segundo aspecto: en estos veinticuatro meses el gobierno fue mucho menos  efectivo en lo económico que en lo cultural y político. Es más, ni siquiera pudo cumplir con el eficientismo de la tradición liberal pues la planta del Estado la aumentó con sus militantes y el déficit es cada vez mayor. A su vez, paralelamente avanzó a pasos agigantados en la batalla cultural que instaló como valores hegemónicos la meritocracia, el emprendedurismo, cierto  antiestatalismo y la transparencia anticorrupción, independientemente de que ésta se exija para los opositores y nunca para los oficialistas. Si lo hizo con posverdad, medios hegemónicos y mucho cinismo es otro asunto pues lo cierto es que lo hizo.
Asimismo, en lo político, incluso desde antes de 2015, el gobierno viene construyendo una herramienta electoral potente y en la última elección logró construir base territorial con candidatos propios en casi todo el país. En eso, mal que le pese al peronismo y a la reciente Unidad Ciudadana, han sido inteligentes, trabajadores y eficaces. En este mismo sentido, por más que al “látigo”, la “billetera” y la “escribanía” ahora lo llamen de manera eufemística “diálogo”, “consenso” y “peronismo racional”, habrá que aceptar que han sabido utilizar el poder y que lo han hecho sin los prejuicios progresistas del gobierno anterior.                            
Sin embargo, tampoco podemos obviar que quizás envalentonados por el último triunfo electoral, los aciertos políticos mermaron y las internas comenzaron a aflorar. Es que, como dijimos aquí hace algunas semanas, con un adversario político derrotado, esto es, con un “afuera” que ya no aparece como amenazante, la tensión se volverá hacia el interior más allá de que nadie discute el “Uno/Dos” con Macri y Vidal y que ambos irán por la reelección en sus cargos.   
La principal tensión que asoma es la de Carrió. Hasta ahora su figura ha sido clave para hacer que Macri y un grupo de funcionarios más reconocidos por sus evasiones que por sus virtudes y trayectorias aparezcan como emblemas de la república y la transparencia. Pero, claro está, Carrió factura eso y lo hace extorsionando al propio gobierno en público, ubicando a sus adláteres en las listas y tratando de sacar tajada política frente a la opinión pública siempre que la ocasión lo permita, tal como se observó la semana anterior en la que la actual diputada apareció “razonable” al pedir que se levante la sesión, “republicana” al negarse al DNU amenazante que había lanzado como rumor el gobierno a través de los medios oficialistas, y “crítica” (por izquierda) al exigirle a Patricia Bullrich que “pare” con “tanta gendarmería”. Carrió no es razonable, sustituyó la epifanía republicana por el mesianismo y hay que hacer mucho mérito para que pueda correrte por izquierda, pero en un twitt y dos intervenciones logró parecer algo distinto de lo que es. Más allá de esto, la estrategia de policía bueno/policía malo que el gobierno realiza junto a una Carrió que cada vez que habla parece hacerlo desde afuera del gobierno al que pertenece, ha sido muy eficaz pero habrá que ver hasta dónde llegan las aspiraciones políticas de la líder de la Coalición Cívica.
Por otra parte, tras las elecciones, la casquivana andanada judicial contra la oposición, con un gobierno que, si no la auspicia directamente al menos hace todo para que tenga vía libre, y el avance contra los jubilados y trabajadores, han logrado el milagro de una unidad, al menos circunstancial, de sectores de la oposición que meses atrás no eran capaces de ponerse de acuerdo ni siquiera en aquello en lo que están de acuerdo.
Por último, en ocasión del último triunfo electoral del gobierno planteé desde este espacio que se trataba de la primera elección que había ganado Macri y no Mauricio. Esto significa que en 2017 el ciudadano medio votó a Macri sabiendo lo que Macri es y lo que propone, a diferencia de alguno que cándidamente lo haya votado en 2015 pensando que era otra cosa. Con todo, al momento en que Cambiemos, con buen tino, decide avanzar en los cambios estructurales necesarios para su proyecto, la resistencia es mayor a la esperada. Esto no significa que enfrente el gobierno tenga una oposición vigorosa ni mucho menos. Pero la decisión de recortar 100.000 millones por año y compensar con 4000 millones a los más necesitados tuvo una respuesta social que sorprendió a lo que parecía una carrera sin obstáculos hacia el 2019. Es que hay azares, hay humores y hay variables que son imposibles de prever. ¿O acaso el gobierno se imaginaba que iba a tener que dar la cara por la desaparición de un submarino, por ejemplo?

La primavera pos elecciones fue más corta y el gobierno ha sorteado bien sus impericias y sus decisiones políticas antipopulares. Sin embargo, ese desgaste siempre horada. Si bien entiendo que esa horadación no alcanzará para poner en jaque una eventual reelección siempre hay que estar abierto a los acasos pues de una cosa se puede estar seguro: al igual que sucede con el programa económico, sabemos que entrará en crisis. Lo que no sabemos es cuándo.     

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Posjusticia y poder real (editorial del 10/12/17 en No estoy solo)

Los procesamientos masivos que, en algunos casos, vinieron acompañados de prisiones preventivas, desplazaron los temas económicos de la agenda y volvieron a posar la atención sobre la relación entre algunos jueces y el gobierno. Si bien todo se confunde, la causa en cuestión no podría incluirse en una presunta corrupción k sino que la figura que aparece allí es la acusación temeraria de “Traición a la patria” que mediáticamente es defendida solo por los sectores que nuclean referentes fanáticamente antikirchneristas, y que, en algunos casos, defienden intereses geopolíticos que van bastante más allá de las fronteras argentinas.
Con la ex presidente a la cabeza, el kirchnerismo denunció a Bonadío y al mismísimo Macri como parte de un entramado que esconde una persecución política. En lo personal, creo que el asunto es algo más complejo porque el gobierno tiene incidencia directa en el poder judicial, pero también juegan allí otros objetivos y otros vínculos que en algunos casos le dan autonomía al poder judicial respecto de lo que quisiera Macri. Por supuesto que por autonomía aquí no se entiende ecuanimidad, asepsia o inmunidad a presiones de poderes fácticos. Solo indico que si bien el gobierno no hace nada para frenarlos (como sí hace para impulsar acciones en otros casos), algunos jueces persiguen una agenda que abre una caja de Pandora en lo social y lo político. Y para un gobierno que acaba de triunfar y que tiene espalda para patear cualquier crisis económica allende 2019, una caja de Pandora agrega un nivel de incertidumbre indeseado.      
Sin embargo, en lugar de indagar en ese aspecto, preferiría profundizar en otras aristas. Para ello parto de la siguiente afirmación: la decisión de Bonadío es persecutoria y arbitraria basada en interpretaciones sesgadas de los hechos pero de ahí no deviene que su accionar sea ilegal. Esto, más que suponer un guiño hacia un juez en particular, que en este caso cuenta con una enorme cantidad de pedidos de juicio político en el Consejo de la Magistratura, debería funcionar como una advertencia hacia el sistema todo. Dicho en otras palabras, es el derecho en Argentina el que permite que acciones injustificables como las de Bonadío puedan realizarse en nombre de la ley.
El asunto puede enfocarse desde diferentes tradiciones de la filosofía del derecho para discutir, por ejemplo, la problemática de la discrecionalidad de los jueces. ¿Por qué dejamos en manos de la valoración de un juez cuándo una persona, sin condena firme, puede ir preso? Hay muchas posibles respuestas a este punto desde los que consideran que el sistema de derecho perfecto sería aquel en el que el juez fuera un simple ejecutor de leyes capaces de dar respuesta a todos los conflictos, hasta los que consideran que, finalmente, el sesgo subjetivo del juez es inevitable pues una ley siempre está sujeta a interpretación. Con todo, aquella máxima que Carlos Fayt vertiera algunos años atrás y que hablara de que los hechos son sagrados y lo que es libre es el comentario (o las interpretaciones) hoy parece haberse invertido. De aquí que podamos concluir que, en la Argentina de 2017, las interpretaciones son sagradas pero los hechos son libres.
El punto, claro está, y esto ya lo decía F. Nietzsche, quien en la línea de lo recién indicado afirmaba “No hay hechos, solo interpretaciones”, es que es el poder el que determina cuál de esas interpretaciones prevalece sobre las demás para convertirse en “verdadera”.
Y allí deberíamos mencionar que ni siquiera hace falta un juez con sesgo o mala fe sino que el propio sistema del derecho es permeable al poder real (de hecho hay quienes dicen que el derecho mismo es la manifestación máxima del poder real).
Dicho esto, entonces, y si bien no hay espacio aquí para desarrollar temas tan complejos, deseo advertir dos cosas. Por un lado, la aparición de una justicia posverdadera o una verdadera posjusticia con jueces que arbitrariamente son capaces de fallar, no solo según sus broncas personales y sus vínculos con determinados sectores del poder, sino también a favor del deseo de venganza y el estado de emoción violenta de un sector de la sociedad que cree, por derecha pero también por izquierda, que la única Justicia es aquella que confirma sus prejuicios. Asimismo, por otro lado, algo que se expone y que sería deseable que en algún momento se examine, es el modo en que el poder mismo, prescindiendo de un juez venal en particular, está presente y constituye el sistema mismo del derecho.
Sobre este último aspecto, probablemente no sea una discusión para tiempos urgentes pero indagar en este punto no invalidará a las tradiciones, movimientos y minorías que en las últimas décadas han decidido dar la disputa en el terreno de los derechos pero sí, al menos, permitirá realizar un diagnóstico acerca de los límites y de las posibilidades que ese terreno brinda. 
En lo que respecta a una Posjusticia que, a diferencia de la posverdad, no solo puede manipular y dañar públicamente sino utilizar el poder del Estado incluso contra la propia libertad de los ciudadanos, solo resta preocuparse.       



viernes, 8 de diciembre de 2017

Homo algoritmus y sociedad predictiva (editorial del 3/12/17 en No estoy solo)

Tomás tu celular para escribir un mensaje y ya internalizaste que cada vez que comiences una palabra de la frase, tu teléfono inteligente se anticipará y la completará para que vos puedas escribir el mensaje más rápido. En la mayoría de los casos, la palabra que el teléfono inteligente completa es la que vos deseabas escribir pero a veces no tenés esa suerte, pues se trata de una palabra presuntamente ajena a tu vocabulario y a tu costumbre. Cuando se da esta última situación, luchás contra el teléfono para que te permita escribir la palabra que deseabas transmitir. Algunas veces lográs vencerlo pero no deja de generarte perplejidad que el teléfono te indique que esa palabra es “desconocida”.
Esta breve descripción de los teclados predictivos, uno de los aparentes beneficios del avance de la tecnología, resume buena parte de las características de las sociedades en las que vivimos. Es que, efectivamente, asistimos a la era de lo que daré en llamar “Sociedades predictivas”.
Indagar en este aspecto resulta relevante en tiempos donde se nos dice que la posverdad se ha transformado en la categoría capaz de iluminar la comprensión de fenómenos políticos, electorales y sociales. Porque si bien esto no es estrictamente falso pasa por alto que la posverdad es solo un emergente visible, un mero efecto de estas “Sociedades predictivas”  a las que me refiero.
¿Pero por qué las nuestras son sociedades predictivas? Por dos razones: la primera es la necesidad de velocidad y la segunda es el rechazo a la novedad. Sí, aunque parezcan elementos que incluso podrían contradecirse, hoy los encontramos unidos como dos características descriptivas del fenómeno. Decir que vivimos velozmente y que la vitalidad y la supervivencia del capital está en esa velocidad es algo que no merece mayor desarrollo pues es harto evidente e inunda nuestras vidas cotidianas, aun en los aspectos más elementales, porque se nos ha instalado que el consumo debe hacerse siempre ahora y que las mercancías deben fluir, en este caso, a través del canal adecuado que es la web. De hecho internet hoy es más un emblema de la velocidad que de la interacción con otros o el acceso a información que antes resultaba inalcanzable, y para confirmar ello nada mejor que indagar en la discusión en torno a la neutralidad de internet que no es otra cosa que un debate acerca de si se va a permitir que el acceso a algunos sitios o a través de determinados servidores sea más rápido que otro. No es un tema de neutralidad o pluralidad valorativa o sí pero en todo caso solo muestra que el presunto afán de búsqueda de conocimiento en una red abierta sucumbiría frente a un servicio que, aun brindando baja calidad de información, lo haga velozmente. “No tengo religión, tengo ansiedad”, diría la canción.
Pero el segundo aspecto mencionado, el rechazo a la novedad, es menos evidente y naturalmente resistido porque choca con todo el ideario de una modernidad occidental que desde el siglo XVIII e incluso tiempo atrás, revolución científica mediante, nos explicó que entre la razón y la ciencia la humanidad tenía un destino de progreso y acumulación de saber y bienestar. Afirmar que en pleno siglo XXI la sociedad prefiere no saber más sino “protegerse” en lo ya sabido parece una descripción de tiempos oscuros y sociedades cerradas pero a juzgar por el nivel de los debates públicos no parece demasiado alejado de la realidad.             
Es más, sobre esta base se comprende mejor la noción de posverdad porque no se trata de una lisa y llana mentira sino de un mensaje falso que acaba resultando persuasivo no por su verosimilitud sino por su capacidad para interpelar sentimientos y confirmar los prejuicios de la audiencia. Y aquí se produce el segundo gran golpe a Occidente pues la civilización de la racionalidad se postra ante el enjambre cibernético que no busca comprender sino juzgar rápido según “lo que siente”, y la pretendida autonomía del individuo va cediendo hacia un nuevo tipo de hombre, el Homo algoritmus, una entidad que tiene todo para ser manipulable pues cree ser libre al tiempo que brinda todos sus datos voluntariamente para que la tecnología, en nombre de la eficiencia, lo incluya dentro de una confortable y sesgada burbuja. Se trata de los mismos algoritmos capaces de deducir la palabra que vos querés escribir y al utilizar la palabra “deducir” lo hago en un sentido técnico pues la deducción es algo a lo que se llega conteniendo toda la información de antemano. Para ponerlo en un ejemplo clásico de una clase de lógica, si tenemos un razonamiento que indica en sus premisas que “Todos los hombres son racionales” y que “Juan es hombre”, podremos deducir que “Juan es racional”. Esa deducción la realizamos porque la conclusión de nuestro razonamiento, esto es, que “Juan es racional”, ya estaba incluida en las premisas, solo que de manera implícita. Y esto significa que lo propio de la deducción es que no agrega información novedosa, actúa desde lo que ya sabe y eso es fabuloso para un sistema cualquiera pero quizás no lo sea para la vida porque en ella no solo queremos deducir y con ello garantizarnos que si nuestras premisas son verdaderas nuestra conclusión también lo será; queremos, además, agregar información, nutrirnos de la sorpresa, de la incertidumbre, de la curiosidad ante lo desconocido. No se trata de un nuevo decálogo para el trabajador monotributista estebanbullrichiano. Se trata de tener el coraje para confrontar con percepciones e ideas diversas que, incluso, puedan ser capaces de poner en duda nuestros puntos de vista.   
Por todo esto, cada vez que escribimos un mensaje en nuestro celular inteligente y el teclado predice, a través de un algoritmo que deduce, qué palabra queremos escribir, estamos presenciando algo más que ese circunstancial mensaje; estamos viendo, a toda velocidad, en qué tipo de sociedad nos hemos convertido.           



miércoles, 29 de noviembre de 2017

El deporte de arrojarse los muertos (editorial del 26/11/17 en No estoy solo)

Cuando el caso Maldonado se encaminaba hacia la hipótesis del “accidente” que pudiera eximir de culpa a la gendarmería y al gobierno, se produjo la desaparición del submarino ARA San Juan con 44 tripulantes y una nueva conmoción pública sacude a la Argentina y a Cambiemos. En momentos en que escribo estas líneas se habla de una explosión y del peor de los finales pero más allá de todo ese dolor aquí quisiera hacer algunas reflexiones sociales y políticas.
En primer lugar, una mención a los imponderables. Efectivamente, todos aquellos que tratamos de pensar la política buscamos constantes, realizamos hipótesis y, muchas veces, con poca cautela, solemos brindar sentencias cuya validez alcanzaría el largo plazo. Y de repente, pasa algo que nadie podía prever, más allá de que las teorías conspirativas estén a la orden del día y desde hace ya varios siglos los seres humanos no soportemos la noción de accidente y tengamos una compulsión a asignar responsabilidades. Con esto, claro está, no me refiero a que la muerte de Santiago Maldonado y las fallas en el submarino hayan sido “accidentes” pues, en todo caso, esas conclusiones deberán ser aportadas por la Justicia. Me refiero a la idea más general de “accidente” que los humanos narcisísticamente resistimos en nuestro afán de dominarlo todo. Lo cierto es que el gobierno tiene un problema y si bien está en ese momento en que “no le entra ninguna bala”, el dispositivo comunicacional se ha puesto en marcha para embarrarlo todo, por lo pronto, brindando espacio a quienes nunca aceptan decir “no sé”. Y, por supuesto, con coberturas amarillistas varias, entre las que se puede mencionar un cronista consultándole a la esposa de uno de los tripulantes cómo le va a contar a su hijo que su padre probablemente esté muerto y un programa donde se debate a los gritos culminando cada edición con el himno nacional y los rostros de los tripulantes desaparecidos. Tal decisión editorial no parece menor y de hecho expresa un dato: la eventual muerte de los 44 tripulantes supondría un golpe directo al núcleo social y cultural del macrismo. En otras palabras, en la imaginería de la centroderecha, los tripulantes del submarino son “muertos propios” a diferencia de un Santiago Maldonado que era “un muerto ajeno”, de “los otros”. La diferencia es bien palpable cuando a unos se los deposita automáticamente en el lugar de héroes y al otro, antes que nada, se lo intenta desprestigiar en tanto hippie, zurdo, k, artesano, terrorista, mapuche y toda la cadena de estigmatizaciones que pulularon en los últimos meses. En el caso del submarino, a su vez, no solo sirvió para achacarle a CFK y adjudicar la ayuda externa al supuesto “regreso al mundo” que habría tenido la Argentina, sino para ganar terreno y reinstalar debates que parecían perimidos y que se reinsertan en la agenda que a nivel continental y global impulsa Estados Unidos, esto es, más presupuesto para armamentos y la posibilidad de que las FFAA puedan intervenir en asuntos de seguridad interior.     
Este punto de los muertos propios y los ajenos es interesante y da lugar al segundo aspecto que quería mencionar. Me refiero a este deporte de arrojarse muertos de uno a otro lado de la grieta. Si alguien menciona a Maldonado, por izquierda te tiran con Julio López y por derecha te tiran con Nisman. Si mencionás a los tripulantes del submarino, te responden con el accidente de Once y si sos demasiado progre, hasta te pueden endilgar el desastre de Cromañón. Así, NecroSports es el único canal que todos pueden ver sin pagar y del que todos pueden participar, claro está, tirándose víctimas. Con todo, cabe hacer una diferenciación, pues quienes piden no politizar la muerte sacaron un rédito político palpable tanto de Cromañón, como de la muerte de Nisman y del accidente de Once. Asimismo, quienes especialmente sobre el primer y el último caso apuntaron directamente a la cabeza del poder político (recuérdese que el Jefe de Gobierno Aníbal Ibarra fue destituido por ese hecho), deberán ahora explicar por qué algunos hechos remiten rápidamente y sin escalas al máximo responsable formal de un gobierno y otros no. Pienso en las muertes en las fiestas electrónicas, los talleres clandestinos, Iron Mountain, etc.
Ahora bien, si me preguntan a mí, no se le puede achacar a Macri las muertes sucedidas durante su mandato en la ciudad o en el gobierno nacional pero si eso vale para él debería valer para los otros gobiernos tanto de la ciudad como de la nación. Se dirá que cada caso tiene su particularidad y eso es cierto pero entiendo que usted, lector, sabe a qué me refiero.     
Por último, en caso de confirmarse lo peor, ¿qué espacio se le dará a los familiares en los medios de comunicación? ¿Aquí también funcionará el necrodeporte? ¿Los mismos que llevaron incesantemente a los familiares de Once a la TV exigirán justicia dándole espacio a los familiares de los tripulantes del submarino? Me temo que no y que la razón es eminentemente política. Con todo, si lo hicieran, y esto es bueno recordarlo siempre, podemos implorar desde aquí que no se intente legislar a partir del estado de shock de las familias de las víctimas como se ha hecho cada vez que hay algún delito con resonancia pública. Esto vale para todas las víctimas y sus familiares porque la condición de víctima directa o indirecta no acerca más a la verdad, ni nos convierte en expertos en política de seguridad y legislación, o, menos aún, en fiscales capaces de adjudicar responsabilidades, llámense familiares de Santiago Maldonado o familiares de los muertos en el accidente de Once.    


jueves, 23 de noviembre de 2017

Reflexiones tras un grito de "¡Forro!" (editorial del 19/11/17 en No estoy solo)

“¡Forro! Hablá de Magnetto y de DyN” le habría gritado, según testigos presenciales, el productor Julián Capasso a Alfredo Leuco en momentos donde éste, visiblemente crispado, arremetía contra empresarios dueños de medios de comunicación cuya línea editorial fue afín al gobierno anterior. La exaltación y agresividad que tenía Leuco, y a las que nos tiene acostumbrados en editoriales ostensiblemente antiopositores, le hizo cometer un fallido curioso que, entiendo, no fue advertido. Es una sutileza pero viene al caso porque su discurso fue muy criticado por, presuntamente, haberle espetado a los trabajadores el “error” de no saber elegir en qué empresa trabajar. En ese contexto, tiene sentido el “¡Hablá de Magnetto y de Dyn!” porque justo en esa semana se había cerrado la Agencia DyN, que depende de Clarín, y el hombre que suele dar la palabra, omitió curiosamente esa referencia. Esto mostraría que aun los que eligieron empresas antikirchneristas y oficialistas, como aquellas en las que trabaja Leuco, también sufrieron la pérdida del empleo, de lo cual podría seguirse que la razón para explicar por qué centenares de periodistas están sin trabajo desde diciembre de 2015, no puede reducirse a la falta de escrúpulos de algunos empresarios ligados, de alguna manera, a la gestión anterior.
Ahora bien, tras mencionar a Cristobal López, Sergio Szpolski y Electroingeniería, Leuco afirma “lamento mucho los compañeros que se han quedado sin trabajo pero hay que saber bien quién es el tipo que debe estar en los medios de comunicación”. Insisto en que esta intervención fue interpretada como una crítica a los trabajadores que se desarrollaron en los medios “k” pero si uno escucha correctamente lo que Leuco parece estar diciendo es algo distinto aunque muy grave también. Con el “hay que saber quién es el tipo que debe estar en los medios” no se está refiriendo a los trabajadores sino a los gobiernos. Es decir, la crítica es al gobierno kirchnerista, aquel que evidentemente y a la luz del pensamiento de Leuco, no determinó correctamente qué empresarios deben estar en los medios. Esto abre otra perspectiva aunque el resultado sigue siendo incómodo para Leuco pues cabe preguntarle: ¿son los gobiernos los que deben determinar qué empresarios serán los dueños de las corporaciones mediáticas? La mera pregunta generaría escándalo en el ex comunista converso, devenido ferviente republicano, periodista del Grupo Clarín.
Con todo, no tiene mucho sentido plantear una discusión en torno a qué interpretación de los dichos de Leuco es más grave o más indignante pero esta última parece toda una declaración de principios que va en línea con el gobierno que Leuco defiende y que por presión directa o indirecta ha logrado que las voces disidentes tengan cada vez menos espacio, tal como muestra el reciente despido de Víctor Hugo Morales de C5N. No olvidemos, por cierto, que C5N era la señal que, una vez más, por decisión propia como guiño ante el gobierno y/o presión gubernamental, había decidido echar a Roberto Navarro y no poner al aire 678 después de que el gobierno de Macri decidiera que no continúe en la TV Pública. Porque, una vez más, y esto lo menciono porque puede que el ciudadano de a pie no lo sepa, el Grupo Indalo, dueño de C5N, al comprar la productora que era dueña de 678, compró también “la marca 678” de modo que si el programa no está al aire en la señal que le es propia, es por una decisión política y no empresarial ya que el kirchnerismo no estará ganando elecciones pero logra audiencias importantes en el contexto de un mapa de medios monocromático en el que están “todas las voces” pero siempre diciendo lo mismo. En todo caso, para otra columna quedará interrogarse sobre la ausencia total de una política comunicacional del kirchnerismo una vez abandonada la gestión y otros varios interrogantes, pues si era verdad que el kirchnerismo tenía injerencia en C5N, evidentemente no hizo demasiado para que 678 regrese a la pantalla o para que los recientemente echados continúen en sus lugares.
Volviendo al eje de estas líneas, los otros pasajes del breve discurso de Leuco también permiten algunas reflexiones. Pienso en, por ejemplo, aquel en el que se refiere a la carta de Reynaldo Sietecase, recriminándole no haber dicho nada de “los dueños de los medios”. Este punto es crucial y podría decirse que en ese desliz otorga, sin desearlo, una victoria al periodismo que él militantemente llamará “militante” y que durante años hizo hincapié en desnudar los intereses que hay detrás de los medios de comunicación. La carta de Sietecase, efectivamente, no mencionaba a los dueños de los medios porque hablaba en general. La alocución de Leuco, en cambio, sí habló de los dueños de los medios pero nunca del medio para el que él trabaja. De ahí el grito “Hablá de Magnetto”. En este sentido si, como el propio Leuco indicó, el rol del periodista es, como diría el Talmud, “incomodar a los cómodos y acomodar a los incómodos”, nuestro protagonista no está ejerciendo el periodismo, aseveración que también incluye a esos periodistas que definen su labor como aquella que debe incomodar al poder pero nunca investigan a los dueños de las empresas que los contratan y los auspician. 

Para finalizar, digamos que lo que se vivió la última semana es todo un símbolo del estado actual del periodismo y el debate público. Pues las breves palabras de Leuco derivaron, entre otras cosas, en cruces de todo tipo, en los que contabilicé un episodio de “posverdad al palo” en el que se inventó que alguien le habría proferido un insulto antisemita al hijo de Leuco; un muchacho solemne, que goza de cierta afectación y que, devenido opinador oficialista, llegó a tildar de “sicario” a la locutora que leyó la carta de Sietecase; y hasta comunicadores de clara tradición liberal y estrellas de la misma radio en la que trabaja Leuco, advirtiendo sobre el macartismo en el que están incurriendo periodistas militantes del actual gobierno, verdaderos candidatos al premio “Nadie te pide tanto”. Como si esto fuera poco, el corolario lo tuvimos hacia el fin semana con el apartamiento de Víctor Hugo Morales y un mensaje rebosante de cinismo del Titular del Sistema Federal de Medios, Hernán Lombardi, quien públicamente dijo lamentar que el uruguayo no tenga pantalla cuando, como indicaba Sietecase, independientemente de los errores en materia comunicacional del anterior gobierno, y con ello me refiero al apoyo que le dio a empresarios que el 11 de diciembre de 2015 ya habían dejado en la calle a los trabajadores, es obligación del actual gobierno intervenir de alguna manera porque detrás de los cierres de medios y de los más de 2000 despidos de periodistas, no está solamente la situación personal de esos trabajadores y sus familias sino la posibilidad cierta de que se vulnere un derecho de toda la sociedad, esto es, el derecho a la comunicación. Pensar que ese derecho se reduce a garantizarle al dueño de un medio o a un periodista desarrollar libremente su línea editorial, pasa por alto el derecho de las audiencias a recibir información veraz y diversa. Por todo esto, si el gobierno actual, por acción o por omisión, deja que las condiciones de la comunicación en Argentina queden libradas a la lógica del mercado, es natural que la necesidad de eficiencia y sustentabilidad, eufemismos que reemplazan a “pingües negocios”, sustituyan a algunos de los valores centrales del debate público. Me refiero, claro está, a la conciencia crítica, la pluralidad y esa cosa rara a la que algunos todavía llaman “verdad”.

martes, 14 de noviembre de 2017

Aporofobia (editorial del 12/11/17 en No estoy solo)

En el año 2000, una revista llamada La Primera, cuyo dueño era Daniel Hadad, publicaba en tapa una de las notas más vergonzosas de la historia del periodismo argentino. Con el obelisco y una bandera argentina de fondo, irrumpía en la imagen un individuo con fisonomía indígena, el torso desnudo y un diente menos, para graficar un titular que rezaba “La invasión silenciosa”. A su vez, en la bajada del título se podía leer: “Los extranjeros ilegales ya son más de 2 millones. Les quitan el trabajo a los argentinos. Usan hospitales y escuelas. No pagan impuestos. Algunos delinquen para no ser deportados. Los políticos miran para otro lado”. La capacidad de síntesis del título y la bajada eximen de cualquier comentario acerca del contenido de la nota incluida en las primeras páginas de la publicación, pero han pasado los años y son muchos los que todavía recuerdan esa tapa en tiempos donde Daniel Hadad tenía en los medios una centralidad mayor que la que tiene hoy más allá de la importante circulación que tiene su portal infobae.com. Con todo, el mensaje de esa publicación finalmente no hacía más que representar cierto ideario conservador y retrógrado que se encuentra arraigado en la Argentina y en el mundo, y que aparece con más fuerza en tiempos de crisis económica, ideario que no disminuirá por la sobreactuación indignada del progresismo frente a personajes que son una caricatura de sí mismos como “la cheta de nordelta”.
Lo cierto es que bajo algún tipo de amenaza, lo más fácil es señalar al distinto y cada vez que oímos este tipo de afirmaciones las calificamos de xenófobas porque refieren a extranjeros y, en particular, a extranjeros de determinada pertenencia étnica. Sin embargo, parece hora de ser un poco más sutiles y encontrando una categoría adecuada podremos elucidar que lo que está operando allí no es exactamente xenofobia entendida como odio, rechazo y aversión al extranjero sino algo más específico. Quien notó esto y se encargo de difundir una nueva categorización fue la filósofa española Adela Cortina. Con perspectiva universalista y desde la particular mirada de una Europa en crisis más cultural y moral que económica gracias al fenómeno de los refugiados, Cortina parte del siguiente dato: 75.000.000 de turistas extranjeros visitaron España en el año 2016. Se trata de un número récord celebrado por la sociedad española porque el turismo supone ingreso de divisas, creación de empleo, etc. Dicho esto, Cortina se pregunta por qué no hay frente a estos extranjeros actitudes xenófobas. Y la respuesta es simple: porque, en general, se trata de extranjeros con un buen pasar económico. Esto muestra que el rechazo, la aversión y el odio, más que dirigirse al extranjero está dirigido al pobre. En este sentido, la tapa de la revista de Hadad no eligió poner a un alemán con rasgos arios o a algún caucásico empresario y/o microemprendedor. Decidió poner a un descendiente de la zona de altiplano en una situación en la que denotaba pobreza. Si el problema no es la extranjería sino la pobreza, el término xenofobia debe reemplazarse por uno que específicamente represente estos casos, los cuales, por cierto, son los más comunes, porque se desprecia más al paraguayo, al peruano y al boliviano que al alemán porque en el caso de los primeros se supone que son pobres.
Frente a esto, Cortina entiende que el término adecuado es “aporofobia” porque “áporos”  significa “pobre”. En el libro donde Cortina desarrolla esta idea, llamado, justamente, Aporofobia, el rechazo al pobre, la autora rebalsa de ingenuas, buenas y abstractas intenciones llamando a solucionar el problema con más educación e instituciones regidas por valores universales y comunicación democrática. Asimismo, en un salto sorprendente y extemporáneo decide buscar en resultados de la neurociencia una justificación para afirmar que nuestro cerebro es aporófobo, es decir, que hay una tendencia natural de lo humano hacia la aporofobia. Por estas razones es que lo más interesante del libro parece ser la novedad del concepto, (ya que precisa un sentimiento que muchas veces se confundía con la xenofobia pero era de otro carácter), y no la solución propuesta para la problemática ni mucho menos su justificación. En este sentido, aun cuando buena parte del libro quizás no valga demasiado la pena, si acordamos con Gilles Deleuze en que hacer filosofía es crear conceptos, Adela Cortina puede darse por satisfecha no solo por sus dotes creativas sino porque creando un concepto, permitiéndonos nombrar, nos ayudó a asir ese aspecto de la realidad que a falta del término correcto se nos escurría entre las manos.
Por último, un breve comentario sobre el subtítulo o bajada del libro. Es que efectivamente al título Aporofobia, el rechazo al pobre, se le agrega la frase “Un desafío para la democracia”. Es verdaderamente curioso, pues en todo caso me imaginaba que la aporofobia era sobre todo un desafío para el capitalismo antes que para la democracia, especialmente en el contexto en que la profundización de esta nueva etapa del capitalismo puede definirse como una verdadera fábrica de pobres. Así, en todo caso, antes que la aporofobia, lo que es un verdadero desafío para la democracia, me parece a mí, al menos, es el capitalismo.     



sábado, 11 de noviembre de 2017

El día que votaron a Macri y no a Mauricio (editorial del 5/11/17 en No estoy solo)

Con el triunfo claro en las últimas elecciones, ingresamos en la segunda etapa del gobierno de Cambiemos. No se trata de una distinción tajante entre una y otra pero el escenario es claramente distinto por varias razones.
En primer lugar, el equilibrio de poder es otro porque el 9 de diciembre de 2015, un día antes de asumir, Macri tenía enfrente una fuerza política que había obtenido el 49% de los votos sin haber  jugado su principal carta; no era ni siquiera la primera minoría en las cámaras; había triunfado en varios distritos gracias al alquiler del aparato del radicalismo y debía lidiar con lo que parecía un bloque cultural afianzado sobre la base de una memoria histórica que le pondría límites a sus aspiraciones. Ante este panorama, queda claro que el gradualismo no era una decisión sino la única opción y los sucesivos juegos de avances y retrocesos no fueron más que un modo de medir la fuerza y los límites de la acción. Sin embargo, casi dos años después, la principal carta de la oposición pierde en PBA haciendo pie apenas en la tercera sección; a pesar de no tener la mayoría en el Congreso, el peso relativo de Cambiemos ha aumentado; el gobierno triunfó en los principales distritos con candidatos y estructura propia y, sobre todo, fue enormemente eficaz en la batalla cultural para sepultar la reivindicación de la política gracias al denuncismo moralizante e indignado, y desplazar a “la patria es el otro” por el ideal meritocrático y emprendedurista que deposita en el individuo, y nunca en el sistema o el modelo, la responsabilidad por las condiciones de vida.     
En segundo lugar, cabe preguntarse: ¿cómo le fue tan bien si los brotes verdes son brotecitos, devaluaron un 80%, sacudieron los bolsillos con tarifazos y el poder adquisitivo promedio disminuyó? Muy simple: es falso que la gente vote siempre con el bolsillo y, en este caso, Cambiemos ha conseguido sostener el monopolio de la expectativa, esto es, a pesar de ser “presente” lograron seguir siendo identificados como “futuro”. Es curioso lo que pasa en el país porque la grieta ha sido planteada en categorías temporales, una lucha entre el pasado y el futuro. En esa disputa, el presente es solo una continuidad del pasado tal como lo expresa la noción de “pesada herencia”, que no es otra cosa que un pasado que se extiende hasta el presente. Gracias a esta instalación, el gobierno nunca es responsable de los males actuales y cuando debe actuar sobre ellos lo hace como quien es un simple mediador de una dinámica que lo trasciende, característica típica del tecnócrata que es solo un enviado del “Dios mercado” en la Tierra, un mero ejecutor de leyes rígidas y presuntamente universales. 
Con todo, en esta segunda etapa, algunas cosas irán paulatinamente cambiando. Por lo pronto, con un kirchnerismo hecho una sombra de lo que fue, el ardid de constituirse como lo otro del demonio perderá eficacia y esa es una de las grandes paradojas del triunfo pues si el triunfo fue tan grande y demoledor, entonces el monstruo que nos llevaría a Venezuela está liquidado. Y, si está liquidado, entonces Cambiemos deberá definirse por sí mismo y no como la oposición al “populismo K”. En este sentido, el gobierno tendrá menos excusas. Asimismo, si bien nada augura que sea en lo inmediato, sino, probablemente, en el próximo mandato, la irresponsable toma de deuda tendrá un límite y ese límite deviene en ajuste. En otras palabras, el gobierno ha logrado una ecuación muy inteligente: transferir siderales ingresos a los que más tienen sin quitarle demasiado a los que menos tienen. ¿Cómo lo hizo? Agrandó la torta tomando deuda y la transfirió a los sectores aventajados al tiempo que continuó con la política de ayuda social entre los de abajo para que no explote la calle. Un país más desigual con una mitad de la población que está peor pero que todavía está contenida. Ahí habrá tensión como la habrá hacia adentro del PRO en otro de los efectos paradójicos del triunfo. ¿Por qué? Porque, una vez más, sin la amenaza electoral del peronismo y con el camino allanado hacia el triunfo en 2019, serán las internas las que queden expuestas. Que Macri va por la reelección en Nación y María Eugenia Vidal intentará lo propio en PBA es un hecho que nadie al interior del PRO osará desafiar. En todo caso, la gran incógnita es Carrió y la Ciudad de Buenos Aires. ¿Seguirá encolumnada y sosegada la diputada para jugar el rol de fiscal moral del espacio sin mayores aspiraciones o intentará transformarse en la próxima Jefe de Gobierno de la Ciudad? Si decide ir por este último camino, se avecinan tempestades.
Por otra parte, la otra gran interna es más general e incluye dos bandos, el ala más política del gobierno y un ala salvaje que de “derecha moderna” tiene poco. En este último caso me refiero a aquellos sectores con representantes en el gobierno, en los medios y en determinados sectores del poder judicial que no dudarían en perseguir, estigmatizar y aniquilar, en un sentido no demasiado metafórico, a todo resto de oposición o a todo aquello que huela a kirchnerismo. De triunfar este último sector, se abre una caja de Pandora con resultado incierto. ¿Qué sucede si se encarcela a CFK o no se la deja asumir la banca? ¿Habrá reacción y una respuesta represiva en las calles? ¿Cuál sería el costo de tal represión? A juzgar por el caso Maldonado, en el que hay importantes sospechas de la intervención de Gendarmería y el encubrimiento por parte de sectores del Gobierno y medios de comunicación, el costo no ha sido alto, pero es imposible prever la reacción social.         
Asimismo, en esta segunda etapa de Cambiemos, es probable que paulatinamente el rol de algunos medios y determinados periodistas vaya virando. Así, con el periodismo pasará lo mismo que sucede en la política: acabado el periodismo militante, expulsado de la corporación a la que habían intentado dinamitar ingresado por la ventana, la corporación mediática generará, para albergarlo en su propio seno, un periodismo opositor que ya no será outsider como el periodismo militante. Así, no debería extrañar que las principales espadas mediáticas del oficialismo, de repente, empiecen a endurecer su discurso contra el gobierno. No será una traición. Será, simplemente, un clásico de la corporación periodística.        

Por último, no resulta menor aclarar que a diferencia de la elección de 2015, Cambiemos triunfó sin mentir y ganó a pesar de anunciar aumentos y ajustes. Fue la primera etapa la que podría definirse con el apotegma menemista de “si hubiera dicho lo que iba a hacer nadie me hubiera votado”. Pero en esta segunda etapa, la sociedad eligió sabiendo lo que elegía y ha decidido apoyar lo que Cambiemos es realmente independientemente de su obsesión por las formas, los focus group y sus consecuentes acciones on demand. Así, el 22 de octubre de 2017 fue la primera vez que la mayoría de la ciudadanía no decidió votarlo a Mauricio: decidió votarlo a Macri.    

miércoles, 25 de octubre de 2017

La foto de hoy: Macri 2019 (publicado el 23/10/17 en www.elpaisdigital.com.ar)

Hay Cambiemos para rato. Esa parece ser la primera proyección que se puede hacer tras los resultados de la elección. Si bien el mundo, el país y la política son cambiantes no hay ni siquiera cisnes negros que al día de hoy alcancen para frenar la ola amarilla que goza de una luna de miel con la sociedad mayor a la del 2015. Porque el macrismo ganó la elección pero sobre todo está ganando en la instalación de su cosmovisión, aquello que suele denominarse, la “batalla cultural”. A su vez, los procesos son así y los humores sociales también tal como confirmaría el hecho de que, salvo el gobierno de De la Rúa en 2001, ningún oficialismo perdió su primera elección de medio término desde que regresó la democracia a nuestro país. Digamos entonces que el gobierno está en ese momento en que, como se dice en la jerga, “no le entran las balas” ni siquiera tras el episodio Maldonado. Las razones de este idilio suponen mérito propio y enormes vicios de una oposición que se ha transformando en un archipiélago. De hecho, Cambiemos triunfó en 13 de los 24 distritos, 5 de los cuales son los más numerosos; en relación a las PASO derrotó al kirchnerismo y al socialismo en Santa Fe, a la propia CFK en PBA, a Peppo en Chaco y a Urtubey en Salta. El dato de lo ocurrido en esta última provincia es relevante por, al menos, dos motivos. En primer lugar porque Cambiemos no solo venció a su principal oposición, CFK, sino que arrasó a cualquier otro candidato del panperonismo que pudiera intentar, ante una eventual derrota de la ex presidente, salir a disputar la articulación del espacio opositor de cara al 2019. Porque no solo cayó Urtubey, sino que Massa apenas pudo superar el 10% de los votos, Randazzo no pudo llegar al 6% y Schiaretti fue derrotado ampliamente en Córdoba. Lo único que quedó en pie fueron expresiones peronistas o ex aliadas al kirchnerismo con fundamentos claramente locales como Formosa, San Luis (en una remontada digna de aquel planeta imaginario denominado Xilium), Santiago del Estero o Misiones, sin olvidar el caso de Tucumán, la provincia con más habitantes que pudo retener el peronismo.
En segundo lugar, el dato de Urtubey viene al caso para confirmar lo que había indicado en este mismo espacio algunas semanas atrás y que había llamado el “fracaso de la política mimética”, esto es, la derrota estrepitosa de aquellos candidatos o fuerzas que jugaron a “parecerse a…” y hacer “oficialismo crítico” o “kirchnerismo crítico”. En este sentido, en estas elecciones al menos, no hay espacio para ser crítico, se es o no se es, y entre la copia y el original se vota al original. Este escenario de polarización fue impulsado por las dos grandes fuerzas en pugna por distintas razones. Por un lado, al oficialismo le resultaba absolutamente funcional disputar con CFK. Lo dijimos aquí incluso antes que la ex presidente decidiera ser candidata como también dijimos que no creíamos conveniente que el kirchnerismo jugara ahora su gran carta porque hacia ella apuntaría toda la artillería de concentración inédita del poder que posee Cambiemos: establishment económico, político, judicial, mediático y las grandes cajas del Estado: Nación, CABA, PBA y ANSES. Difícil disputar contra ello. ¿No? Desde esa perspectiva, puede decirse que haber obtenido el 37% de los votos en la Provincia, es decir, tener un candidato competitivo roza lo épico, más allá de que si se compara con la estructura que el kirchnerismo parecía tener al 9 de diciembre de 2015, sabe a poco, especialmente porque no se puede soslayar que, a nivel país, las expresiones kirchneristas puras fueron, casi en su totalidad, marginales y rondaron el 10% de los votos como en Chaco o Córdoba.
Sin embargo, por otro lado, a pesar del mal resultado, una lectura posible es que al kirchnerismo también le resultaba funcional disputar con Cambiemos, no solo porque así lo pensó cuando estaba en la administración y parecía imposible que la mitad más uno del país pudiera votar a Macri, sino ahora porque fuera de la administración la estrategia k no ha sido la de una construcción de mayorías sino la de retención de una minoría intensa y aniquilación de cualquier referente o espacio que osara disputar el rol de opositor. Haciendo una retrospectiva, incluso podríamos pensar que la estrategia de retención de una minoría intensa estuvo presente ya en 2015 cuando la decisión de poner a Aníbal Fernández en PBA al tiempo que el apoyo a Scioli era tibio, permite visualizar que CFK quería, ganando PBA, hacerse fuerte en el principal distrito de la Argentina y depositar allí toda su estructura para, ante las eventuales tensiones que se auguraban con el gobierno de Scioli, tener allí una plataforma que, junto al control de las cámaras, pudiera condicionar al gobierno que, finalmente, no fue. Esta interpretación parece más plausible que la de aquellos que, ante la inexplicable cantidad de errores en las estrategias electorales, afirman que “Cristina jugó a perder”. No jugó a perder. Jugó, como lo hizo en estas últimas elecciones, a consolidar una fuerza propia cuya pureza será inversamente proporcional a su capacidad de constituirse en mayoritaria. Y allí se encuentra el principal dilema de la oposición hoy. Dejando de lado aquellos que cada vez que hablan del kirchnerismo ingresan en un estado de emoción violenta: ¿alguien en su sano juicio puede indicar que la experiencia kirchnerista y la figura de CFK está acabada tras reunir 37% de los votos en PBA? No. Pero a su vez, se impone la necesidad de abandonar el microclima, para notar que la foto de hoy indica que la potencia y el sacrificio de CFK no alcanza para ganar una elección nacional con balotaje como la que tendrá lugar en 2019. Con la foto de hoy, insisto, en el mejor de los casos, CFK y el kirchnerismo podrían y deberían apuntar a disputar la gobernación de PBA, la cual se gana sin balotaje y obteniendo solo un voto más, para de ese modo obligar a Vidal, la gran candidata de Cambiemos, a buscar una reelección en su distrito y a que un Macri presuntamente algo más desgastado busque la reelección en Nación. Ese escenario, claro está, necesitaría de alguna figura peronista que dispute con Macri y pudiera ser acordada por los distintos referentes de la oposición pero esa figura hoy no aparece, y no se vislumbra voluntad alguna ni del kirchnerismo ni del resto de los accionistas minoritarios de la oposición como para establecer esa mesa de diálogo. Más bien, en la disputa de intensidades, es más probable que los sectores del peronismo moderado se acerquen más a Cambiemos que al kirchnerismo.                            

Si bien es absolutamente prematuro, con una oposición atomizada, un rebote económico y un tiempo de gracia pos elecciones, el gobierno se encaminaría a un nuevo mandato incluso cuando lo que se avecina son nuevos golpes al bolsillo y reformas estructurales que condicionarán a las generaciones venideras. ¿Acaso el ajuste no generará resistencias? Absolutamente y es real que el margen del gradualismo se va achicando porque el plan de contener la pobreza con ayuda social al tiempo de impulsar una enorme transferencia de ingresos hacia los sectores más aventajados a través de la toma compulsiva de deuda tiene un límite. Con todo, es probable que aquel límite sea imposible de sortear recién para el gobierno que asuma en 2019.           

miércoles, 18 de octubre de 2017

¿Y si Cristina pierde? (editorial del 15/10/17 en No estoy solo)

A días de la elección, el gobierno y el establishment económico dan por descontado el triunfo en la provincia de Buenos Aires, distrito donde no se disputa un senador sino el rumbo del país para la próxima década. Más allá de que ni la encuesta más optimista le otorga un triunfo holgado, lo cierto es que una victoria de Bullrich sobre CFK probablemente acabará con cualquier pretensión de Unidad Ciudadana de erigirse como opción capaz de constituir mayoría, al menos en lo inmediato, y, al mismo tiempo, le dará a Cambiemos una presunta legitimidad para avanzar con las reformas estructurales que los sectores más aventajados exigen y que acabarán condicionando a futuros gobiernos y a generaciones de argentinos. Así, con la economía rebotando y un clima cultural distinto, el gobierno parece estar en su mejor momento, no solo por las fortalezas propias sino sobre todo porque el peronismo está entrampado en su propia atomización. Es que los personalismos, las estrategias electorales y comunicacionales insólitamente erradas se repiten y no hay nada que permita pensar que los responsables de estos errores vayan a cambiar algo el día posterior a la elección.
La situación de Randazzo es una incógnita. Tras la jugada de CFK de presentarse sin el partido, el ex ministro quedó desdibujado y trató de terciar en una interna panperonista en la que no había lugar. En todo caso, sufrió un fenómeno que se repitió contundentemente en estas elecciones, esto es, el fracaso de la política mimética. Con esto me refiero a que entre el original y la copia el electorado se queda con el original. Porque si te interesa la política moralizada y denuncista te quedás con el original Carrió y no con su réplica Stolbizer; y si sos kirchnerista o reivindicás mucho de lo hecho en la anterior administración vas a elegir a CFK y no a su ministro, del mismo modo que si sos un peronista o un antimacrista que no quiere a CFK, tu primera opción va a ser Massa antes que Randazzo. Asimismo, Randazzo también fue castigado en las urnas por otro fenómeno. Me refiero al rechazo a la idea de la política como microemprendimiento. En otras palabras, la sensación es que Randazzo acabó jugando en solitario, de la misma manera que, en la Ciudad de Buenos Aires, juegan “solos” dos candidatos que brillan por su corrección política cool y polite: Martín Lousteau y Matías Tombolini. En el caso de estos últimos, no solo se disputan el mismo electorado, sino que sus vaivenes ideológicos (más marcados en el ex ministro de economía de CFK y Embajador en EEUU de Cambiemos) y su compulsión a la cámara (más marcada en el candidato massista) los convierte en fenómenos pasajeros e inestables.
Volviendo al espacio panperonista, tampoco es fácil definir el futuro de Massa quien supo gozar del apoyo del establishment tras su victoria en 2013 y desde allí no paró de perder votos. Hoy lucha por contener la tropa propia y no caer a un dígito. Adjudicar la caída a las dificultades de transitar la cada vez más angosta avenida del medio es ser condescendiente con quien ha carecido de rumbo ideológico y ha sido incapaz de constituir un armado con identidad y presencia territorial. Aquí, una vez más, la política mimética ha sido castigada pues ese votante antikirchnerista que Massa atrajo gracias a sus diatribas contra “el pasado” hoy se siente más a gusto votando a Cambiemos.
       
En cuanto a CFK, la estrategia de un estilo más pasteurizado que utilizara en las PASO no funcionó para romper el cerco del núcleo duro de sus votantes, aquel que la llevó a ganar la elección con un número inferior a las expectativas pero que nadie puede despreciar. De cara a las elecciones de octubre, ese cerco se intentó romper a través de entrevistas con llegada a públicos diversos y habrá que ver los resultados del domingo para poder afirmar si la estrategia ha sido la adecuada. Mi intuición es que esas apariciones no mueven el amperímetro pero ayudan a debilitar esa figura de Belcebú encarnado que la corporación periodística ha instalado de ella. Más allá de eso, el resultado de la elección será clave para conocer el futuro de la fuerza que lidera. Perder por más de cinco puntos sería impactante y si bien no hay ningún liderazgo dentro del peronismo capaz de hacerle sombra, la obligaría a abrir el juego a la negociación si es que no quiere reducir el kirchnerismo a una fuerza testimonial cuya supervivencia esté afincada en la tercera sección electoral de la Provincia y en un núcleo duro de militancia cibernética. Eso también supondría, claro está, un gesto de los otros actores, los cuales tampoco son muy afectos a negociar con ella y se encuentran agazapados para pasar facturas. Y no solo hablo de gobernadores peronistas a los que el kirchnerismo más duro les ha presentado listas opositoras en sus terruños sino incluso muchos intendentes de Buenos Aires que se han sumado a Unidad Ciudadana por necesidad antes que por convicción. 
Asimismo una derrota confirmaría algunos de los errores que en esta misma columna ya habíamos advertido. El primero fue no haberse quedado con el PJ e incluir a Randazzo en una interna para ganarle holgadamente y obligarlo a “jugar adentro”. Y el segundo error, seguramente impulsado por el núcleo duro que la rodea y que solo a través de ella se garantizaba un piso de votos que le permitiera seguir ocupando espacios, fue exponer a la ex presidente como candidata. Se dirá que no había otro capaz de pelear contra la potencia de Cambiemos y es así pero esa verdad regresa como un boomerang porque desnuda a un kirchnerismo que fue incapaz de generar referentes intermedios que pudieran respaldar o reemplazar a su líder, error que se repite en un armado de listas que, en la Provincia de Buenos Aires, se sirvió de candidatos renovados y valiosos pero sin las espaldas suficientes como para cargar con el peso de una sucesión. Nunca sabremos, porque es un contráfactico, qué hubiera sucedido si CFK se mantenía al margen de esta elección y apoyaba a sus candidatos desde afuera esperando que escampe frente a un Cambiemos que no podrá sostener durante cuatro años el recurso de la “pesada herencia”, pero me atrevo a pensar que el desenlace podría haber sido otro. Porque esta será, probablemente, la última elección que Cambiemos la gane con antikirchnerismo. En las próximas, tendrá que definirse por sí mismo y no por oposición a “lo otro”.

Para finalizar, hoy en día, si se confirmara la derrota que auguran las encuestas y ésta fuera significativa, el kirchnerismo recibiría un golpe del que será difícil levantarse, sobre todo, porque si después del 2015 nos quedó la sensación de que el kirchnerismo no había pensado un plan B y hasta había subestimado los costos de la derrota, al menos tenía la última carta debajo de la manga. Pasados dos años, jugada esa carta, una derrota puede parecerse demasiado al peor escenario.

martes, 10 de octubre de 2017

Cuando matar es un espectáculo (editorial del 8/7/17 en No estoy solo)

Cada vez que sucede un asesinato masivo en Estados Unidos se retoma la discusión sobre la insólitamente permisiva legislación en materia de tenencia de armas. Si bien merecería un artículo aparte desarrollar la cosmovisión expresada en la Segunda Enmienda, esto es, aquella que indica que existe un derecho individual a portar armas, lo cierto es que se calcula que en Estados Unidos hay un arma por habitante. Si bien la legislación varía de Estado en Estado, el caso de Texas sorprende por la ausencia total en materia de regulación: se pueden obtener armas hasta en el supermercado y pagarlas en el mostrador mientras compramos también sopas rápidas y latas de cerveza. Luego podemos llevarlas donde queramos y lo único que se nos exige es no las exhibamos mientras circulamos por el espacio público, compromiso que parece más estético que moral.  
Pero si bien la relación causal entre muerte y proliferación de armas es incontrovertible, hay un elemento que debe mencionarse para complementar y dar cuenta de este particular tipo de hechos. En otras palabras, ¿se puede explicar solamente por la proliferación de armas que un señor llamado Stephen Paddock alquile una suite del piso 32 del Hotel Mandalay Bay para, desde allí, antes de suicidarse, disparar a una multitud y acabar con la vida de decenas de personas que disfrutaban de un recital? Evidentemente no pues lo particular de este hecho, además de la magnitud del daño que puede causar un asesino que había ingresado 23 armas al hotel, es su “espectacularización”.
¿Qué entendemos por tal? Quien mejor lo puede explicar es un filósofo italiano conocido como “Bifo” Berardi, quien en 2015 publicara un libro que en castellano lleva como título Héroes. Asesinato masivo y suicidio y que en su página 32 afirma lo siguiente:
“El asesinato masivo no es algo nuevo. Aun así, la “marca” de este tipo de asesinato masivo que combina una puesta en escena espectacular con las intenciones suicidas de sus artífices, parece caracterizar la transición de nuestra era hacia la nada. De hecho, esta clase de actos, donde se juntan espectáculo, asesinato masivo e intento de suicidio (…), se ha vuelto más frecuente en los últimos 15 años. Es posible detectar en las acciones de muchos asesinos en masa contemporáneos una tendencia al espectáculo que se relaciona en cierta manera con la promesa de Warhol: “en el futuro, todo el mundo será famoso durante 15 minutos”. Es decir, se trata de la necesidad de salir en TV como si esta fuera la única prueba de la existencia de uno”.
La espectacularidad del asesinato masivo, como bien recuerda Berardi, tuvo, a su vez, su éxtasis en aquel demencial hecho por el cual, en un estreno de Batman, allá por 2012, a la media hora de iniciada la película, un espectador que ocupaba un asiento en la primera fila, sale del cine, se dirige a su auto, se pone una máscara anti gas, pantalones y chaleco antibalas, toma sus armas, regresa a la sala y tras arrojar una bomba de gas, abre fuego. Queriendo simular la escena del comic de Batman, James Holmes mata a 12 personas e hiere a decenas. No hay ejemplo más claro en el que el asesinato en masa se vincule a la espectacularización y se solape la ficción con la realidad.
Berardi analiza otros casos, algunos bastante conocidos y encuentra en ellos un denominador común: el poscapitalismo y su tendencia individualizante que, llevando al extremo el darwinismo social, genera sociedades conformadas por depresivos, adictos al trabajo capaces de morir tras exceso de horas extras y dementes que encuentran en la realidad virtual el único refugio en el que pueden ser todo aquello que la realidad cotidiana no les deja ser.
Si bien parece excesivo achacarle todos los males a esta nueva etapa del capitalismo pues, al fin de cuentas, todos vivimos en él y, por suerte, solo algunos esporádicamente cometen algunos de estos asesinatos, no deja de ser cierto que las condiciones de vida en la actualidad, en todo caso, son tierra fértil para que alguno de estos hechos se den. Es más, donde esta espectacularización se expresa con claridad es en la nueva configuración que la sociedad tiene de los héroes. Efectivamente, según la artista visual alemana, Hito Steyerl, desde fines de años 70 existe una nueva forma de entender a “los héroes” que ha quedado bien expuesta en la canción de David Bowie que lleva como título, justamente, “Héroes”. Según la autora, en las páginas 50 y 51 de su libro Los condenados de la pantalla, el auge del neoliberalismo decreta la muerte de los héroes lo cual hace que éstos dejen de ser sujetos para transformase en objetos. Esto significa que el héroe ya no hace revoluciones ni gana una guerra sino que ahora es una imagen, una cosa capaz de ser replicada en una remera, una mercancía imbuida del deseo de ser consumida. Si el héroe es simplemente una imagen despojada de historia, su inmortalidad “ya no se origina en su fuerza para sobrevivir a cualquier prueba, sino en su capacidad de ser fotocopiado, reciclado y reencarnado”.
La policía todavía no pudo esclarecer cuáles fueron los motivos por los cuales Paddock disparó a la multitud, si es que hubo alguno. Lo que en todo caso se puede intuir es que solamente en una sociedad que premia la replicación de la imagen como un valor en sí, el asesino puede creer, en su delirio, que la circulación de la foto de su rostro y las miles de veces que se observaron las filmaciones de los asistentes al concierto durante la masacre, son capaces de convertirlo, durante 15 minutos al menos, en un héroe.           



viernes, 6 de octubre de 2017

Todos mafiosos (editorial del 1/10/17 en No estoy solo)

El gobierno ha dado un giro discursivo que es importante señalar. Tal giro está vinculado a una decisión política que era necesario justificar en la medida en que contrariaba la promesa de pacificar y unir a los argentinos. Hay quienes afirman que el gobierno ha decidido polarizar como una estrategia electoral en 2017 pero la polarización la ha elegido desde el primer día de su mandato estigmatizando a todo aquello que sea visto como adversario político. Dicho en otras palabras, más allá de la estética y los mantra new age, Cambiemos ha planteado un gobierno confrontativo y para este nuevo transitar debe hallar una justificación. ¿Dónde la encontrará? En la idea de “lucha contra las mafias”.
Efectivamente, con una mejora de la macroeconomía que no viene acompañada de una distribución equitativa y todavía no se percibe en toda la sociedad, Cambiemos eligió posicionarse como un gobierno que lucha contra algo y ese algo englobador es “la mafia”. Posicionarse en lucha contra algo brinda una épica que Cambiemos no tenía porque siempre la ha despreciado en tanto supuesto engranaje de una política ideologizada. Pero estando en el poder notó que con la presunta objetiva pulcritud del técnico “ceocrático” no alcanza. Además, que esa lucha sea contra la mafia es enormemente funcional a sus intereses. ¿Por qué? En primer lugar porque, como todo concepto que se arroja a la arena del debate público, se ha transformado en un significante vacío, una palabra capaz de incluir allí colectivos, conductas y sujetos varios; y en segundo lugar porque en la batalla lingüística eligió como enemigo un término incontrovertiblemente negativo en tanto nadie en su sano juicio es capaz de defender una mafia.
Pero aquí es donde surge un elemento peligroso para el debate democrático. Es que al posicionarse el gobierno como “aquel que lucha contra las mafias”, ha hecho algo más y es ubicar a todo adversario político como “mafioso”. Así, la diferencia entre Gobierno, Estado y Ley se borra y el mejor ejemplo es la prédica de Elisa Carrió. Para la diputada, sus adversarios políticos son enemigos ya no de ella ni del gobierno al que representa, sino de la ley, y si son enemigos de la ley, todas las fuerzas del Estado deben estar al servicio de su persecución. Porque para el gobierno, no solo los narcotraficantes o algún grupo específico que actúe controlando clandestinamente un negocio o un territorio son mafiosos, sino que son mafiosos los políticos, los kirchneristas, los sindicatos, los estudiantes que toman colegios, los mapuches, los que cortan la calle, los que hacen una movilización, los abogados laboralistas, los de la Tupac  Amarú, los docentes, los científicos y todo aquel que, con mejores o peores razones, en algún momento, se oponga a alguna medida del gobierno. No se animaron a hablar de la mafia de los que no pueden pagar el tarifazo o desean cobrar un sueldo digno pero cada vez que hay una protesta en ese sentido indican que se trata de una acción espuria en tanto “organizada”.
¿Cómo se transforma un colectivo opositor en mafia? Muy simple: se identifica a alguno individuo de ese colectivo y se lo destruye mediáticamente para que opere la figura retórica de la sinécdoque, esto es, la confusión entre la parte y el todo. ¿Esto significa que estamos elevando al lugar de mártires a sujetos como el “Pata” Medina o a José López? No ¿Entonces supone que aceptamos las premisas del “joneshualismo” mapuche y que celebramos los cortes de ruta y toda toma de un edificio público? Tampoco. ¿Implica estar de acuerdo con algún que otro abogado carancho y esa minoría de maestros que se abusan de las conquistas expuestas en el Estatuto del docente? Menos aún. Solo busco decir que la selección de determinados casos, algunos de ellos incontrovertiblemente mafiosos, busca ubicar a todo adversario político en el lugar de lo corrupto, lo violento y lo clandestino. Así, atacando al “Pata” Medina no se busca atacar a un mafioso sino dejar entrever que sindicalismo es igual a “mafia”, misma operación que se produce cuando se intenta equiparar “toma de colegio” con “abuso sexual”, “reivindicación de tierras” con “terrorismo internacional”, o “modelo redistributivo y Estado presente” con “corrupción”.    
Incluso se puede ir un paso más allá y observar que lo que se busca es un ataque a cualquier tipo de colectivización o idea de comunidad porque la única noción de agrupamiento que concibe el gobierno es la del “vecino”, esto es, un individuo con el cual lo único que nos une es una circunstancial contigüidad territorial. 
Para finalizar, el hecho de que todo aquello que se oponga al gobierno sea englobado en una mafia se expresa en la obsesión que la prensa oficialista tiene por la delación. O sea, si todos son mafiosos y lo propio de la mafia es la omertá, esto es, el pacto de silencio, solo resta exigir la confesión. Así, “quebrarse” es el precio que hay que pagar por dejar de recibir la extorsión mediática que cae sobre el señalado o sobre sus familiares si se está preso; y arrepentirse es el precio que hay que pagar si se está libre y se quiere tener un espacio en los medios y en la corporación política.

jueves, 28 de septiembre de 2017

La grieta y las nuevas leyes de Godwin (editorial del 24/9/17 en No estoy solo)

Allá por 1990, cuando los debates online recién comenzaban, un abogado estadounidense llamado Mike Godwin, notó un fenómeno que se repetía constantemente y lo enunció en forma de una ley que acabaría llevando su nombre. ¿De qué se trata esta ley? En la formulación más simple indica que “a medida que una discusión online se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación con Hitler o se mencione a los nazis tiende a uno”. Pero lo que a Godwin le interesó es que la referencia a Hitler o a los nazis, esto es, a aquello que nadie podría defender o matizar, acaba cancelando toda discusión. Porque decir que la opinión de X es nazi o que una acción de Macri o CFK es genocida, lejos de invitar a la reflexión, pone un punto final al intercambio de argumentos.
Lo curioso es que en la Argentina, no solo en el ámbito de las discusiones entre foristas en redes sociales, sino entre el panelismo que inunda horas y horas de pantalla de TV, se recurre a una ley primo hermana de la de Godwin. En este caso, la ley cumple el objetivo de cancelación del debate pero a diferencia de la primera viene en forma de pregunta y cualquier respuesta que se le dé a la misma conlleva cargarse una enorme cantidad de sentencias, falacias y prejuicios. La pregunta no incluye nazis pero refiere a los años más oscuros de la Argentina y se formula así: ¿Macri es la dictadura?
¿Por qué esta pregunta cancela el debate? En términos generales porque, en Argentina, “la dictadura” cumple la misma función que “los nazis” o “Hitler”, es decir, cualquier cosa que acabe emparentada con la dictadura resulta, por buenas razones, indefendible; y, en términos más específicos, porque emparentar este gobierno con la dictadura hace que uno acabe ubicado en una suerte de fundamentalismo que no solo no entiende las particularidades del gobierno de Macri sino que, parecería, tampoco entiende qué fue la dictadura. Sin embargo, -he aquí la trampa bastante sutil-, si la respuesta a la pregunta es negativa, esto es, si se considera que Macri no es la dictadura, por razones insondables, de repente, se nos obliga a aceptar que en la Argentina del año 2017, el Estado de Derecho es pleno y la democracia goza de un vigor envidiable.
En mi caso particular, varias veces he indicado que Macri no es la dictadura pero eso no me compromete con el diagnóstico opuesto, esto es, con la afirmación de que en el actual gobierno las instituciones republicanas funcionan con el equilibrio adecuado, que las fuerzas de seguridad se encuentran profundamente comprometidas con las políticas de Derechos Humanos y que el poder judicial está actuando con imparcialidad cuando se trata de casos con relevancia política.      
Y en el caso de los medios de comunicación sucede algo similar pues cuando alguien señala afectaciones a la libertad de expresión surge la pregunta cancelatoria: ¿Vos creés que Macri persigue las voces disidentes como hacía la dictadura? Y no, no lo creo, pero sí creo que la oligopolización de la comunicación se está profundizando tras la modificación de la ley de medios y que existe una decisión política de acallar cualquier voz que ose desafiar a los poderes fácticos. ¿Acaso ha habido aprietes, amenazas o atentados contra periodistas opositores? No más que en otros gobiernos seguramente, pero lo distintivo de esta etapa de la democracia es que es posible acallar voces con el ahogo financiero y el acuerdo con empresas ofreciendo espacios en determinados medios a cambio de no anunciar en otros. Esto es lo que explica que programas o medios con línea no oficialista con alta audiencia carezcan del apoyo de las grandes empresas lo que, sumado al recorte arbitrario de la pauta oficial, condena al fracaso cualquier intento de crear un medio vigoroso capaz de disputar agenda. Así, a los otrora periodistas oficialistas les ha tronado el escarmiento y ya no tienen lugar en los medios lo cual funciona como un acto de disciplinamiento para cualquiera que intente transitar ese sendero de aquí en más. Pero los periodistas que durante el kirchnerismo eran opositores y realizaban sus performances de víctimas afirmando que sus canales “podían desaparecer”, nunca desaparecieron y la pauta oficial que cobraban hoy se transformó en millonaria. Es más, algunos de ellos se han transformado directamente en empleados de los medios estatales aunque, por suerte, nadie los somete a la indigna pregunta acerca de cuál es su sueldo, pregunta que, claro está, conllevaba la sospecha de que lo que se decía se sostenía por estar “comprado”. Porque periodistas que coincidieran con un gobierno había durante el kirchnerismo y los hay durante el macrismo. La diferencia es que se instaló que todo periodista que coincidiera con el kirchnerismo lo hacía por razones militantes mientras que todo el que coincide con el actual gobierno lo hace por razones independientes. Se da así una particular curiosidad: los periodistas oficialistas de hoy piensan lo mismo que el gobierno pero lo logran de manera independiente, es decir, son facciosos a través de la neutralidad, la objetividad y la imparcialidad.     
Hacer esta crítica no supone avalar la política comunicacional del kirchnerismo ni al “periodismo militante” si es que alguien puede definir qué se entiende por tal. De hecho, he llamado la atención en reiteradas ocasiones acerca del error comunicacional del kirchnerismo que, tras salir de la administración, pasó a buscar “su propio Lanata” y considera que se puede esmerilar al actual gobierno gracias al denuncismo indignado con que la corporación periodística atacó y ataca a todo lo que rodee el espacio liderado por CFK. Pero el actual gobierno, que no es la dictadura, claro está, avanza con torpeza y a veces con vehemencia, sobre sectores que alzan una voz disidente y allí la frontera entre corporación periodística y gobierno se difumina y se hace borrosa, lo cual es verdaderamente preocupante porque la corporación periodística ya está cerrando su grieta. ¿Cómo? Creando un exterior constitutivo, esto es, dejando afuera de la corporación a aquellos que la propia corporación identifica como “militantes” o “no periodistas” y por tal se entiende todo aquel que ose criticar al periodismo mainstream. En algún sentido, lo que sucede es que el periodismo tiene su propia ley de Godwin, la cual no hace referencia a los nazis sino a “678”. Así, han logrado que emparentar a un periodista con “678” suponga una descalificación tal como la que opera cuando en las discusiones online alguien hace referencia a los nazis. Esa descalificación incluso va más allá del ámbito de los medios y se extiende a cualquier otra persona a la cual se desee descalificar (basta recordar, en este aspecto, el debate presidencial de 2015 en el que el candidato Macri interpelara al candidato Scioli espetándole haberse convertido en un panelista de 678).  
Para concluir, entonces, la grieta en la corporación periodística se va cerrando. Primero se cerró en los medios del Estado gracias a la acción del gobierno y ahora se va a cerrar acallando a los disidentes que subsistían en empresas privadas. En este caso, la acción del gobierno es central pero tampoco nos olvidemos de la complicidad de las empresas periodísticas, aun de las que parecen tener una línea editorial crítica.

En cuanto a la grieta política, también se va cerrando y, en ese sentido, el gobierno intenta cumplir su promesa. Lo que todavía no se sabe es si la grieta la va a cerrar consensuando en el marco del diálogo democrático o la va a cerrar silenciando al adversario político. 

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Mito y sobrevaloración de la entrevista (editorial del 17/9/17)

La inmensa lista de zonzos que afirmaba que CFK no brindaría entrevistas a periodistas y medios antikirchneristas para evitar preguntas incómodas, debieron hacer silencio ante una nueva confirmación de que, en lo que respecta a capacidad oratoria, es muy difícil doblegar a la expresidente. El marco fue el portal oficialista Infobae y el periodista a cargo fue Luis Novaresio quien realizó la entrevista con la agenda del establishment mediático, supo repreguntar y discrepó aunque dejando hablar y sin hacer de la entrevista un debate. En tiempos de “periodismo de guerra” no es poco.
CFK respondió holgadamente a todas las preguntas, pero más allá del contenido de las respuestas, que la entrevista haya sido el acontecimiento político de la semana, tiene que ver con dos cosas. Por un lado, que no se recuerda a CFK sentada frente a un periodista con una ideología poco afín y, por otro lado, que, en los últimos años, la corporación periodística le dio a los debates, las entrevistas y a las conferencias de prensa una importancia desmedida.
En este sentido, siempre sostuve que no puede ser dañino que un mandatario se someta periódicamente a la interacción con periodistas o referentes de otras fuerzas y que la decisión de no exponerse a esa puesta en escena, aunque bien fundamentado, acababa siendo funcional a quienes buscaban identificar al kirchnerismo con una secta hermética. Sin embargo de aquí no se sigue que este tipo de intervenciones públicas seas esenciales para las instituciones, la república y la democracia. No solo porque en pleno siglo XXI un gobernante posee modos diversos y muchos más directos para comunicar sino, sobre todo, porque es falso que la pregunta del periodista sea representativa de las necesidades de la población. En este sentido, la entrevista de Nicolás Repetto encapuchado frente a un referente mapuche que los medios presentan alternativamente como el Belcebú que amenaza la integridad territorial y espiritual de la nación, o como un flogger, es menos patética por la capucha que por el hecho de que Repetto se haya presentado como referente capaz de percibir cómo siente y ve “la gente”.    
Sabemos que en la tradición occidental, desde la época de Sócrates, el diálogo interpelante apareció como vehículo natural del surgimiento de la verdad y ese esquema lo ha adoptado, sin más, el periodismo. Así se nos quiere hacer creer que las preguntas del periodista son el canal hacia el esclarecimiento de una sociedad que necesita del periodista en tanto médium entre la ignorancia y la verdad. Pero hay que estar atentos a esos mitos de origen creados por la propia corporación periodística para erigirse en un lugar de legitimidad. De hecho, recuerdo haber escrito algunas líneas hace ya unos años tras el famoso “queremos preguntar” organizado por Lanata y sus adláteres para señalar que, a diferencia del preguntar socrático que se hacía desde la ignorancia, el preguntar del periodismo en la actualidad se hace desde la sentencia, desde la expresión de una línea editorial que se quiere hacer pasar por aséptica.  No se busca llegar a la verdad sino obtener un título, esto es, una mercancía y, eventualmente, sacar rédito político de una pregunta hecha con mala fe. Si a Sócrates le decían “el tábano” porque con sus preguntas “picaba” y molestaba como lo hacen esos insectos, la figura adecuada para buena parte del periodismo de hoy es la mosca, más por el hábitat en el que se siente a gusto que por su capacidad de incomodar.
Asimismo, ya que de griegos hablamos, otro elemento que cierto periodismo enarbola es el de la parresía, entendiendo por tal el coraje de decir la verdad poniendo la vida en riesgo. Porque decirle la verdad a un débil es fácil. Lo que es difícil es decirle la verdad en la cara a un poderoso pues allí se pone en juego la continuidad de nuestras existencias. Tiene buena prensa escenificar una presunta heroicidad del periodismo pero lo cierto es que quienes más pretenden erigirse como parresiastas son aquellos que en general trabajan desde y al servicio de los poderes fácticos. Así, todavía espero que los que querían preguntar les pregunten a los dueños de los medios para los que trabajan. Seguramente no lo harán encapuchados ni tampoco se animen a hacerlo con un guante blanco.
Con todo, es justo decir que la sobrevaloración de las entrevistas, los debates y las conferencias de prensa no solo es atribuible a los periodistas sino también a los propios políticos que tienen el prejuicio iluminista de creer que a través de la palabra, en un estudio de TV o en un atril, en medio de chicanas y cruces con mala fe, es posible construir mayorías electorales. Sencillamente se equivocan porque los debates o los intercambios entre adversarios políticos expresan para la audiencia una suerte de ring en el que ya se ha tomado partido por uno de los contrincantes previamente y difícilmente algo de lo que allí se diga logre cambiar esa toma de posición previa.      

Por todo esto es que es altamente improbable que CFK gane votos por mostrarse más abierta a responder a este tipo de entrevistas. También, claro está, es altamente improbable que esta apertura le quite votos. De hecho, en un sentido, esta apertura puede comprenderse como una continuidad de la campaña pasteurizada y bastante desideologizada de las PASO que no le acercó ni le restó votos pero, en todo caso, parecería revelar que CFK entiende que alguno de los modos de ella como del kirchnerismo en general pudieron haber hecho que ciertos votantes se alejaran. Y, es más, estoy tentado a pensar que, contrariamente a lo que se supone, la entrevista sea más importante para los propios que para los ajenos en tanto genera mística verla a ella al frente de la campaña y dando muestras de elocuencia ante las preguntas que el kirchnerismo, decían, no quería responder. El veredicto lo dará la elección de octubre pero lo que allí suceda no dependerá de una entrevista más o una entrevista menos.  

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Cucarachas (editorial del 10/9/17 en No estoy solo)

Los llaman “cucarachas”. Todos les dicen “cucarachas” porque se ven como tales. Las fuerzas de seguridad enfrentan estos verdaderos insectos, casi como un cáncer social, pero también lo hacen los pobres, aquellos que imploran al ejército que intervenga y detenga estas alimañas que saquean y roban todo lo que encuentran a su paso. El ejército habla un idioma distinto que el de los pobres pero las cucarachas como enemigo común, y algunos decodificadores, les permite unirse en el objetivo. 
Todavía recuerdo las palabras de una oficial del ejército: “La mierda en su sangre las hace así. La enfermedad que portan, que ignora el valor de la vida o el dolor de quien más va a sufrir. No detuvimos a las cucarachas durante 5, 10 o 20 años. Siguen naciendo niños así y luego se reproducen. Por cada cucaracha que usted salva hoy condena, Dios sabe, a cuánta gente a la futura desesperación y pena. No puede usted seguir viéndolas como humanos. Hay que eliminarlas (…)”.
Minutos después de escuchar ese relato, un oficial del ejército acribillaba a una cucaracha al igual que lo hacía en los entrenamientos y luego acuchillaba a otra con la pasión del odio tras una larga pelea en la que el insecto enfermo atacó a quien vela por nuestra seguridad. Consultado por un superior al respecto, el oficial dijo sentir algo de euforia y, luego, un enorme alivio además de ningún remordimiento.  
Estoy seguro que si me hubieran mostrado el diario del día posterior el título hubiera sido: “en un nuevo enfrentamiento cae una cucaracha subversiva”. 
Más allá de eso, un buen resumen del fenómeno se da en el diálogo entre ese mismo oficial y una cucaracha que, sinceramente, parecía “normal” como vos y yo. Ella le pregunta: “¿Ve una cucaracha en mí?” Y él responde: “No, las cucarachas están enfermas. Además las cucarachas no hablan”. Ella lo interrumpe y le dice: “No es que no hablamos. Es que no nos oyen”.  
A partir de allí empecé a entender todo. Es que los oficiales del ejército parecen tener una suerte de microchip instalado que les hace ver como enemigos a quienes no lo son, como cucarachas a quienes son personas como cualquiera. Ese microchip es como una máscara que les distorsiona la realidad y que el oficial ha aceptado voluntariamente, como acepta voluntariamente cualquiera de nosotros escuchar las bajadas de línea de un formador de opinión.
Ahora bien, esto que a falta de un término correcto, llamo “microchip”, está implantado en las fuerzas del orden desde hace mucho tiempo y solo busca hacer más eficiente el exterminio. Porque han logrado, a través de la radio, la TV y las computadoras, después de lo que ellos llaman “guerra”, que el hombre común también odie a las cucarachas. Pero no han logrado todavía que ese hombre común se anime a matar. En todo caso, repudia a las cucarachas, las persigue, les cierra la puerta, las insulta y las echa de cualquier lugar en el que puedan tener cobijo, pero no da el paso siguiente hacia el aniquilamiento. Porque son cucarachas pero parecería que algo de humano tienen. Recuerdo cómo hacia el final, el oficial que había asesinado a las cucarachas se da cuenta que éstas son, en realidad, tan humanas como él, y su superior le dice: “[Claro que] son como nosotros. (…) Por eso son tan peligrosas. (…) Los humanos somos una especie empática por naturaleza. En realidad no queremos matarnos entre nosotros…hasta que nuestro futuro depende de matar al enemigo”.
Tras esta afirmación, al capítulo 5 de la tercera temporada de la serie inglesa Black Mirror que acabo de transcribirles, le quedan unos minutos más que no adelantaré para que lo puedas ver en tu casa sacando tus propias conclusiones y haciendo tus propias analogías. En todo caso, sí te puedo decir que en esta serie se hace mucho hincapié en las consecuencias sociales que se siguen del uso de las nuevas tecnologías, ya no en futuros lejanos, sino en el aquí y en el ahora más próximo, y que siempre que hay opresión hay resistencias. En este caso puntual, las cucarachas crearon un dispositivo capaz de anular momentáneamente esos microchips o máscaras que distorsionan la realidad y deshumanizan al adversario político. Esa anulación le permite a los ciudadanos de a pie ver las cosas tal cual son y eso supone un enorme dilema pues el precio de aceptar que existe una realidad distinta a la que uno creía, genera rechazo y la enorme responsabilidad de no haber sabido ver lo que en realidad ocurría y hasta, quién te dice, haber sido cómplice directa o indirectamente de algún hecho aberrante. ¿Qué harías si te dieran a elegir? ¿Preferirías ver la realidad tal cual es, asumiendo tus errores y el peso de la injusticia, o preferirías vivir felizmente una irrealidad? 
Mientras tanto, leo y escucho en diarios y televisión que unas cucarachas que gobernaron el país, y cuya denominación es intercambiable con otras tales como “Kakas”, “corruptos”, “mapuches”, “mercenarios”, “ladrones”, “peronistas”, “zurdos”, “terroristas”, iraníes”; “kurdos” o “chavistas”, han declarado una guerra contra la República y la Democracia. Y entonces vuelvo a ver el capítulo de Black Mirror, comienzo a pensar estas líneas y recuerdo a un filósofo alemán, más citado que leído, cuando advertía que si uno de los bandos de la disputa afirmaba luchar en nombre de la humanidad, cualquiera que se enfrentara a éste quedaría reducido a una entidad cuyo único destino es el exterminio físico.
La divisoria entre normales y cucarachas tiene varios capítulos en nuestra historia y tiene hoy su reescritura novedosa. Pero el círculo perfecto se cierra cuando suceden dos cosas: en primer lugar, cuando aparecen las cucarachas de las cucarachas, esto es, un subgrupo de cucarachas identificadas como tales por otro subgrupo de cucarachas que dice ser mejor cucaracha; y en segundo lugar, cuando de tanto que te dicen cucaracha, un día mirándote en el espejo te ves con antenas, un montón de patas y revolviendo en la basura.