miércoles, 21 de marzo de 2018

El enigma Vidal (editorial del 18/3/18 en No estoy solo)


María Eugenia Vidal es un enigma por varias razones.
En primer lugar porque no recuerdo de ella una definición política. Tampoco la suscripción a una tradición o el reconocimiento a figuras o escuelas de pensamiento que pudieran ubicarla en algún lugar. Se dirá que es un mérito de ella y quizás lo sea, aunque podría discutirse. Se dirá que es parte de la nueva línea de políticos posmodernos que no construyen partidos sino espacios que, por definición, son siempre “de tránsito”, literales “no lugares”. Lo cierto es que sigo preguntándome: ¿es liberal, Vidal? ¿Es populista? ¿Es peronista? ¿Es conservadora? ¿Quiénes son sus referentes en la historia argentina y universal? ¿Cuál es su mirada geopolítica? ¿Qué piensa de Estados Unidos? ¿Qué sabe de China? ¿Cuál debería ser, según ella, la relación que debe tener Argentina con la región? ¿Con qué escuela económica se identifica, Vidal? Las preguntas pueden seguir y la respuesta ya la conozco: esos no son los temas que le interesen a la gente. Es probable, más allá de que quien escribe estas líneas se considera gente. Con todo, estoy dispuesto a aceptar que una mayoría pueda tener otros intereses o considera que responder a estos interrogantes no resulta lo más relevante a la hora de ser candidata a un cargo público.   
En segundo lugar, Vidal es un enigma porque es desacartonada pero no tanto, moderna pero conservadora, espontánea pero coacheada, dulce pero también “leona” que pelea contra “las mafias” y “el narcotráfico” sin saber del todo qué tipo de entes englobamos ahí. Hasta podría decirse que es un enigma en cuanto a que es una bella mujer pero, a su vez, asexuada, una suerte de belleza circunscripta al goce estético frente al baronismo bonaerense morocho y obeso, una belleza “desapasionante”, que no trasunta sexualidad y que naturalmente no tiene pareja porque ella se presenta, ante la sociedad, antes que como mujer, como madre. Vidal tiene, además, un actitud cansina, a pesar de ser muy trabajadora, con exceso de mohines y un discurso que exuda voluntarismo oenegista.
Como tercer elemento a destacar podría decirse que Vidal es la candidata perfecta porque es parte de la construcción de Macri desde prácticamente sus inicios, ocupando lugares de relevancia y, a su vez, no tiene historia ni prontuario personal o familiar. En este sentido no es un CEO ni viene de “ese palo”. Así, siendo PRO es “NeoPRO”, una promesa presente de eterna novedad, una complicidad responsable de lo que sucede hoy pero que es vista como el recambio del cambio, la retaguardia amable, la contención necesaria para el momento en que la paciencia social se agote.
Su discurso, en particular, y a diferencia de los referentes CEO del PRO, es más social aunque por tal se entienda una suma de individuos y nunca un colectivo. Pero a su vez, y en esto coincide con las construcciones políticas que emergieron en Latinoamérica como respuesta a los gobiernos populares, su discurso referenciado en pequeñas historias, o en la política como el arte de la resolución de los casos concretos, trasforma su punto de vista en algo similar a una aplicación de teléfono celular. Es una “política app” en el sentido de que no interpela, no relaciona, no genera narrativas ni compromisos. Solo se la descarga para resolver una situación, sea un paro docente o la falta de cloacas. Resuelto el problema se la desinstala porque ocupa espacio en la memoria. La “política app” es efectiva además porque no exige mucho del ciudadano y en eso se distingue de la lógica sacrificial que impulsa la militancia tradicional que te exige ir a la marcha, militar en las redes, convencer al vecino, sentirte hermano de la patria grande, no comprar dólares, pensar que la patria es el otro y, en alguna época, dar la vida por la causa.
Por último, la forma de hacer política que resume a Vidal es el timbreo. Por un lado, porque ejemplifica el momento pospolítico en el que se considera que el ciudadano común ya no tiene ningún incentivo para movilizarse a un estadio o ganar una calle en apoyo a un referente, a tal punto que es el propio político el que debe movilizarse casa por casa. Y, por otro lado, enlazado con esto, hay otro aspecto interesantísimo que es el desplazamiento del “decir” al “escuchar”. María Eugenia Vidal y el PRO no “dicen” nada porque, justamente, “escuchan”. De hecho, podría ser un slogan de campaña, más allá de que alguien podría objetar que escuchan solo algunas cosas y con sus actos dicen bastante. El político tradicional, o al menos eso pretendíamos de él, tal como se demuestra haciendo la lista de los más recordados, tenía un vínculo de escucha con el pueblo o la ciudadanía pero sobre todo tenían un “decir”, esto es, tenía un plan, un proyecto, una propuesta y las mayorías se veían representadas o no en este decir. Al gran líder se lo seguía por lo que decía y no por lo que escuchaba, de aquí que, en general, fueran grandes oradores.
No faltará oportunidad para seguir reflexionando sobre el enigma María Eugenia Vidal. Un enigma que en dos o seis años puede ser presidente de los argentinos.   


jueves, 15 de marzo de 2018

¿A quién alientan los que insultan a Macri? (editorial del 11/3/18 en No estoy solo)


Desde que se instaló en las canchas argentinas el cantito en el que se insulta al presidente me interrogué, como un experimento mental, qué sucedería si interpeláramos a los hombres y mujeres que expresan su descontento y les pidiéramos que, después de putear, nos cuenten a quién alentarían (políticamente hablando, claro). Porque está claro que, al menos circunstancialmente, lo que une a quienes insultan a Macri es su oposición a la gestión de Cambiemos pero no resulta evidente que todos votarían a un mismo candidato opositor si las elecciones fueran mañana.
Como usted notará, lejos de una gran revelación, simplemente quería exponer la dificultad que tiene la oposición para encontrar un candidato capaz de representar su crítica al modelo cambiemita. Dicho de otro modo, CFK es la principal referente de la oposición pero no todo opositor se ve representado por ella y por el kirchnerismo. En este sentido, si bien muchos de los que se burlan del presidente popularizando lo que se tituló como “el hit del verano” son kirchneristas, lo cierto es que votantes de Cambiemos o adherentes a un peronismo no K, empiezan a considerar que dos años es bastante tiempo como para seguir adjudicando responsabilidades a una presunta pesada herencia. Por ello, quienes cantan “Mauricio Macri la puta que te parió” no necesariamente cantan “Ooooh, vamos a volver”.      
Con todo, más allá de que existen intentos por avanzar hacia la unidad del arco opositor, por ahora no hay razones para ser optimistas en el corto plazo y si uno se deja llevar por la estrategia del kirchnerismo en tanto espacio mayoritario de la oposición, el plan pareciera ser análogo al de Macri en 2015, esto es, “jugar” a salir segundo en 2019 detrás de un oficialismo desgastado y, en un eventual balotaje, recibir todo el voto unido por el espanto. Porque, no olvidemos, la estrategia política de Cambiemos fue esa cuando se negó a aliarse a Massa en 2015 y volvió a repetirse de forma más evidente todavía en 2017 cuando Esteban Bullrich y Gladys González, candidatos de tercera línea, con todo respeto, le ganaron a CFK. ¿Pero acaso fue mérito de esos candidatos haber triunfado? Claramente no. ¿Entonces fue mérito de Vidal? Sí, pero sobre todo, mérito del efecto reactivo que genera CFK en un sector de la sociedad. De este modo, Cambiemos podría haber puesto un ladrillo, un burro, o a Homero Simpson y le hubiera ganado a CFK porque muchos votantes hubieran votado cualquier cosa que apareciera como “lo otro” del kirchnerismo. De aquí que los K tengan derecho a pensar que en 2019 podría suceder lo mismo pero, en este caso, contra Macri.  
Pero al día de hoy, cabe decir que la descripción del escenario tiene algo de objetivo y también bastante voluntarismo. Porque es verdad que, desde diciembre, quita a los jubilados mediante, algo pareció haberse roto entre una parte de la sociedad y el gobierno pero eso no parece alcanzar para que peligre la reelección de Macri, Vidal y Rodríguez Larreta por citar los tres distritos/cajas más importantes del país. Es que si hablamos de rechazo, al día de hoy, marzo de 2018, son más los que rechazan a CFK que a Macri. Esto no será siempre así pero el resultado de las últimas elecciones está a la vista.  
Retomando el tema que originó estas líneas, podrá pensarse, quizás, como paradojas del destino que si a Macri lo hizo presidente el fútbol sería maravilloso y natural que su declive y final comience por allí también pero la vida real tiene paradojas aunque pocas veces tan lineales. Dicho esto, y casi entre paréntesis, no debe sorprender que quizás la única hinchada importante que todavía no ha insultado al presidente es la hinchada de Boca. Desconozco si esto habla del control que Angelici tiene sobre la hinchada o si la pasión futbolera boquense, mayoritariamente agradecida a los éxitos deportivos de la gestión Bianchi/Macri, puede más que las ideologías políticas y la objetiva pauperización del poder adquisitivo de las mayorías. El gobierno conoce bien este aspecto y por eso no resulta casual que periódicamente debamos asistir a la patética escena por la cual emblemas de los momentos de gloria del primer equipo de fútbol xeneize como Guillermo Barros Schelotto, Martín Palermo o Carlos Tévez sean consultados por periodistas boquenses y oficialistas para que dejen algún título de apoyo a Macri (¡pensar que años atrás una observación sesgada de Carlos Tévez sobre Formosa fue equiparada a la opinión de un sociólogo especialista en pobreza!).          
Una tercera opción podría ser que lo que está sucediendo es que Boca se asume como “poder” y que todas las hinchadas identifican a Boca como “el poder”, de aquí que cuando el resto de los equipos recibe fallos en su contra (algo que pocas veces le sucede a Boca), antes que putear al referí putean al poder que referencian en Macri. Si este fuera el caso y se tratara de un fenómeno representativo de la sociedad, algo que, por cierto, habría que tomar con pinzas, se estaría dando un paso importante en la formación de un bloque popular porque uno de los elementos centrales de éste, hablando en términos de Ernesto Laclau, es la unificación de una serie de demandas insatisfechas en torno a un otro que aparece como el poderoso y que durante el kirchnerismo no era, naturalmente, el gobierno, sino Clarín en tanto emblema de “los poderes fácticos”.
Pero, claro está, en términos laclausianos también, para que ese bloque se conforme hace falta un líder común y todavía, de cara al 2019, ni las hinchadas ni la sociedad han coreado ese nombre.
 

lunes, 12 de marzo de 2018

Sobre lo que es, o nunca fue, la democracia (publicado el 8/3/18 en disidentia.com)


Mucho se ha escrito sobre el concepto de democracia y sus transformaciones partiendo de la Atenas del siglo V AC, pero no abundan publicaciones en las que brillen las precisiones conceptuales y en las que se intente, al menos, eludir las descontextualizaciones y las idealizaciones. En este sentido, sabiendo que no es tarea fácil, no viene mal repasar algunos elementos esenciales de este sistema de gobierno que, no olvidemos, ya había sido caracterizado por Aristóteles como un “gobierno de los pobres” y que recién en el siglo XX pudo desprenderse de la mácula colectivista que lo presentaba como una simple “tiranía de las mayorías”. Es que, claro, la democracia contemporánea está atravesada por tradiciones como la republicana y la liberal que han entendido que toda concentración del poder es problemática y que los derechos individuales están por encima de cualquiera de las decisiones de la mitad más uno. Asimismo, la noción de representación transformó completamente el sentido y las formas de participación, lo cual, por cierto, hasta el día de hoy, está en el foco de las críticas y resulta, para muchos, la principal razón del descontento popular contra las administraciones.
Con todo, yo quería detenerme en tres pilares de la democracia ateniense para desde allí indagar el momento por el que atraviesan las democracias en las que vivimos. Se trata de nombres griegos pero que se comprenderán rápidamente: isonomía, isegoría e isomoiría.
La isonomía refería a la igualdad ante la ley y fue una de las grandes conquistas del proceso democrático que comenzó con Solón y, atravesando el período de Clístenes, alcanzó su apogeo con Pericles. Es que el derecho estaba en manos de la nobleza y la decisión justa era administrada discrecionalmente por la clase social beneficiada a través de la voz del sacerdote que resolvía según la tradición ante la ausencia de ley escrita. De modo tal que una de las principales exigencias de los ciudadanos libres que pujaban por una sociedad más igualitaria sin derechos especiales para una casta, fue, simplemente, que existiera un código escrito que sea público. La razón era que, de ese modo, las sentencias no podrían ser arbitrarias ya que el mismo código que identificaba la falta y determinaba la pena sería reconocido y valdría para todos por igual.
La isegoría, en cambio, refería al uso libre de la palabra en el marco de la asamblea, uso libre al que todo ciudadano tenía derecho. Naturalmente, existía una conexión entre la isonomía e  isegoría pues la única manera de garantizar que hubiera igualdad ante las leyes era que todos los ciudadanos participaran con su palabra en las decisiones que se tomaban en la asamblea, y, a su vez, solo era posible pensar la exigencia de una igualdad en el uso de la palabra si previamente nos considerábamos iguales ante la ley.
Por último, quizás la categoría menos conocida, es la isomoiría, que, según el investigador de la Universidad de British Columbia, Philip Resnick, refiere a la dimensión económica de la democracia pues apunta a la distribución equitativa de la tierra o, en términos quizás más actuales, a una justa distribución de los recursos.  
Expuesta la definición de estos tres elementos esenciales de la democracia ateniense, vale preguntarse de qué manera aparecen éstos en las democracias actuales. Y allí es cuando surge con claridad que insólitamente al día de hoy la problemática de la igualdad ante la ley es central. Porque la igualdad formal no es igualdad real y de aquí aquel dicho popular que reza “todos somos iguales ante la ley pero algunos son más iguales que otros”. En general esa crítica apuntó al poder económico pero en la actualidad, desde diferentes perspectivas, se acusa a la democracia (liberal) de que una justicia ciega a las diferencias no hace más que estar a medida de un determinado estereotipo, un patrón de normalidad que podría denominarse “sujeto moderno occidental”, que no sería capaz de dar cuenta de las “diferencias” con determinados grupos que, por su condición de tales, serían discriminados de hecho por la ley. Así, las políticas de discriminación positiva (de iure), se afirma, serían la solución para la discriminación negativa (de facto). Es curioso, por cierto, y ya merecerá el desarrollo de un artículo entero cómo las democracias que en su versión original eran un “gobierno de las mayorías” o “de los muchos” hoy estén más preocupadas por “las minorías” o “los menos”.             
                El caso de la isegoría resulta también central en la actualidad. Haciendo la salvedad, claro está, que al derecho de disponer libremente de la palabra en la asamblea hay que pasarlo por el tamiz de las conquistas liberales de la modernidad y pensarlo como derecho individual a la libertad de expresión, lo cierto es que la enorme concentración existente en el mapa de los medios de comunicación coarta, sin lugar a dudas, las posibilidades de que todas las voces se expresen en igualdad de condición. Y quien frente a la concentración monopólica u oligopólica pretenda contraponer que hoy en día cualquiera puede expresarse a través de una red social, estará actuando con inocencia, ignorancia, mala fe o las tres cosas juntas.
En lo que respecta a la isoimoría, ni siquiera pregonamos ya por una reforma agraria. Tampoco nos interesa el coeficiente de Gini (aquel utilizado para medir la desigualdad de los ingresos) o algún criterio similar. En todo caso, apenas nos indignamos un rato cuando nos enteramos que ocho supermillonarios poseen el mismo patrimonio que tres mil seiscientos millones de pobres que habitan el mundo en condiciones indignas.        
Por último, aclaremos que, como se indicó al principio, no se trata de idealizar ni de descontextualizar. Esto supone, por un lado, no juzgar a la Atenas del siglo V AC con los valores de la actualidad pero, a su vez, también señalar que su noción de ciudadanía era restrictiva (pues no todos los habitantes de Atenas tenían los mismos derechos que los ciudadanos) y que la isoimoría estuvo lejos de materializarse más allá de que hubo avances “igualitaristas” en lo que a cobro de impuestos refiere.
Dicho esto, y sin tener nostalgia de lo que jamás sucedió, la isonomía, la isegoría y la isoimoría, (esto es, la igualdad ante la ley, la libertad de expresión/participación de las decisiones públicas y una más equitativa distribución de los recursos), aggiornadas, por supuesto, a las particularidades de las sociedades de nuestros tiempos, siguen siendo elementos centrales y parecen funcionar como ideales a perseguir, al menos desde el plano discursivo, al momento de orientar las acciones de nuestras comunidades y de quienes nos gobiernan. Sin embargo, paradójicamente, con los avances en todo sentido que hemos realizado como humanidad en los últimos veinticinco  siglos, presiento que cada vez se aleja más la posibilidad de su cumplimiento efectivo.

miércoles, 7 de marzo de 2018

A favor de la vida (editorial del 4/3/18 en No estoy solo)


En el marco de lo que se avecina como un extenso debate legislativo y público en torno a la despenalización del aborto, el presidente aprovechó el inicio de las sesiones ordinarias para sentar su posición personal y manifestarse “a favor de la vida”. No obstante, claro está, entendió que su posición personal no era óbice para que se pueda dar un debate racional y maduro en torno a un tema que despierta emociones varias y que en general no se realiza ni con racionalidad ni con madurez. No pretendo aquí realizar un desarrollo en torno a las argumentaciones de cada una de las posiciones pero sí quisiera detenerme en lo que considero una contradicción flagrante que se repite insistentemente no solo en el discurso del presidente. Me refiero a que resulta incompatible enarbolar las banderas del diálogo racional y público y, al mismo tiempo, manifestarse “a favor de la vida”. Con esto, por supuesto, no quiero decir que quienes se oponen a la despenalización estén en contra del diálogo racional más allá de que hay literatura que podría justificar ello si aceptamos que en la arena pública las creencias personales y la metafísica deben ser dejadas a un lado. Lo que quiero significar, más bien, es que si, en el debate, uno de los oponentes comienza afirmando ser “defensor de la vida”, el intercambio de razones queda automáticamente invalidado porque el único lugar que le queda al adversario conversacional es el de “defensor de la muerte”. En otras palabras, si uno se arroga para sí ser el defensor/representante de la vida, resulta imposible para el otro discutir en un pie de igualdad porque solo le queda el espacio de ser un heraldo de la muerte. En esto, ha sido una gran conquista comunicacional de los grupos que se oponen a la despenalización autodenominarse “Pro-vida” pues ¿cómo oponerse a quien dice “defender la vida”?  
Esta operación lingüística me recuerda a un señalamiento que realizara el jurista alemán Carl Schmitt, especialmente en sus escritos de la primera mitad del siglo XX, cuando en su crítica al liberalismo universalista advertía el proceso de deshumanización del otro que existía cuando uno de los bandos de la contienda se autoadjudicaba la legitimidad para luchar en nombre de la humanidad. Este tipo de discursos que vimos obscenamente desarrollarse en la era “Bush hijo” cuando la guerra se libraba “por la Libertad”, “por la Justicia”, y “por el Hombre” pocas veces suscitaba la pregunta acerca de qué le queda al otro si los de un lado son representantes de todo esto. La gran paradoja, reflexionaba Schmitt, es que en nombre de la humanidad, lo que se hace es, justamente, deshumanizar a una parte de ella y esta deshumanización de una de las partes moraliza una disputa que es política y que, por tanto, debería juzgarse bajo las categorías de amigo/enemigo más allá de que, al menos en la Argentina, la vulgata mediática moralizadora repita como un mantra que debemos prescindir de esa lógica. En este sentido, resulta curioso que los presuntos adalides del diálogo despolitizador sean los moralizadores que no solo en el debate sobre el aborto sino en todos los grandes debates nacionales, se encargan de deslegitimar al adversario por diferentes canales pero siempre desde una perspectiva moral.
¿O acaso no oímos decir que todos debemos sentarnos en una mesa para que, renglón seguido, se afirme que el adversario político que debería sentarse en la mesa es corrupto, barra brava, vago, populista, abolicionista y hasta asesino, si de aborto hablamos?
El debate racional y maduro debe darle legitimidad a quien no piensa como uno. De no ser así, es puro marketing y cínica corrección política. La decisión del gobierno de abrir el juego a una discusión postergada y durante tanto tiempo exigida, debe ponderarse más allá del oportunismo porque en política la noción de oportunismo es siempre discutible. Ahora resta el compromiso más difícil, esto es: para que el debate sea tal y no una mera exposición de posturas predeterminadas, el diálogo debe comenzar asumiendo que, al finalizarse, exista la posibilidad de que podamos revisar nuestras posiciones. Para que ello suceda, hace falta aceptar que mi interlocutor puede darme razones para repensar mi postura. Es decir, debo darle una legitimidad que no puede tener si, desde el vamos, considero que este es un debate en el cual solo hay un sector que está a favor de la vida. Es que debatir es algo más complejo que lo que nos ofrece el panelismo circense de la TV y es que los que debatimos estamos todos a favor de la vida. Lo que nos diferencia es que tenemos distintas miradas sobre ella. Aclarado esto, ¿podemos, ahora, señores moralizadores, sentarnos en la mesa?     

sábado, 3 de marzo de 2018

Andorra, Moyano y el debate sobre la despenalización del aborto (editorial del 25/2/18 en No estoy solo)


Tomar una semana cualquiera en la Argentina puede servir como muestra de lo dinámica que es la política y la imposición de agenda. Así, en menos de siete días, tenemos a un funcionario “renunciado” por tener una cuenta no declarada en Andorra, a una movilización de cientos de miles de personas contra el gobierno y a un giro sorprendente de Macri habilitando el debate sobre la despenalización del aborto en el Congreso. Los primeros dos hechos desaparecieron ya de la agenda y al momento de escribir estas líneas el tercero está “en progreso” aunque, por la magnitud de la temática, es de esperar que sea visible al menos hasta su tratamiento en el Congreso.  
Ahora bien, si nos detenemos en cada uno de los casos, podría decirse que, en lo que respecta al primero, la pregunta que surge es, naturalmente, por qué no corrieron igual suerte otros funcionarios o incluso el presidente. Frente a ello se buscará amparo en una oficina anticorrupción viciada por la parcialidad manifiesta de su titular, quien fue puesta allí a dedo y, no lo olvidemos, gracias a una modificación, por decreto, de la ley. Es verdad que ningún caso es igual a otro pero quien se encarga de determinarlo es una administración de la oficina anticorrupción que, paradójicamente, nació con un acto de corrupción. Tal bautismo, confirmado por las actuaciones posteriores, me exime de mayores consideraciones y da buenas razones para ser escéptico.   
En cuanto a la movilización de Moyano, hubo muchísimo para destacar salvo el discurso del orador principal cuyo eje fue exactamente el contrario al que debía ser. Me refiero a que si el gobierno y los medios oficialistas instalan que se trata de “la marcha de Moyano” para “bajarle el precio” y presentarla como la jugada individual de un símbolo de la vieja argentina acorralado, el discurso del orador no debería abusar de los personalismos. Y sin embargo, fue de los discursos más personalistas que se le han oído al líder de Camioneros. Asimismo, el campo opositor puede derivar de esta movilización dos lecturas, una positiva y otra negativa. La positiva es que hay una capacidad intacta para ganar la calle y la negativa es que ese “ganar la calle” no alcanza para triunfar en elecciones ya que hoy no hay un liderazgo aglutinador. Porque no es Moyano quien pueda nuclear esas demandas insatisfechas que se expresan en cada movilización y que muestran que si bien la oposición tiene un poder de convocatoria que el oficialismo no tiene, quienes allí asisten representan siempre al mismo sector y tienen enormes dificultades para romper ese dique. Esto significa que quienes fueron al 21F seguramente estarán el 8M en el paro por el día de la Mujer y el 24M cuando se conmemore un nuevo aniversario del último golpe militar. Son muchos en la calle pero, por ahora, son siempre los mismos.   
En todo caso, como última reflexión sobre el asunto y para continuar con los aspectos positivos y negativos, cabe agregar que si Moyano puede mover toda esa gente es un problema para el gobierno. Pero si, como resulta evidente, los asistentes fueron muchos más que los que puede mover Moyano, quiere decir que había razones para marchar más allá de Moyano. Y ese es el gran problema que tiene el gobierno. En cambio, lo que la actual administración tiene a favor es bastante simple: todos los que repudian a Macri no acuerdan a quién votar.
En cuanto al trascendido que fue tapa de Clarín en torno a lo que sería un guiño del gobierno para debatir en el Congreso sobre la despenalización del aborto, se trata de una jugada sorprendente, digna de los mejores tiempos del kirchnerismo. La despenalización del aborto es un reclamo que los colectivos de Mujeres llevan desde hace décadas y que venía avanzando hasta que Bergoglio llegó a Papa. Eso hay que decirlo aunque resulte difícil de digerir. Si se detuvo por orden de él o para no entrar en conflicto con él, no lo sabemos pero lo cierto es que con la aparición de Francisco el tema pareció quedar congelado. En este sentido, la jugada del gobierno es de una enorme audacia política porque incomoda a los propios (en su mayoría conservadores) pero corre “por izquierda” al espacio nacional y popular que tiene que salir a explicar por qué su máxima referente, CFK, se opuso siempre a la despenalización, y cómo se puede seguir reivindicando el progresismo si tu conductor es el líder de una Iglesia católica que difícilmente acepte que la noción de sujeto de derecho pueda desvincularse del momento de la concepción.
A su vez, desde el punto de vista ideológico, este giro del gobierno parece un intento de ubicarse en un centro, o en la, cada vez menos expresada, presunta “derecha moderna” que no negocia los derechos de propiedad o que responde a su vulneración a los balazos, pero que es capaz de sentarse a debatir derechos civiles apoyándose en cierta línea de la tradición progresista. Porque en el oficialismo hay muchísimos conservadores pero también hay liberales de generaciones más jóvenes que no son reacios a los debates sobre minorías y diversidad. Para éstos es compatible exigir “¡abajo el garantismo, mano dura para los roba celulares!” y celebrar al mismo tiempo el matrimonio igualitario como señal de una sociedad inclusiva y avanzada.        
Es probable que la ley no tenga los números, especialmente en el Senado, pero ese será otro asunto y, en todo caso, parece haberse abierto una puerta que deja entrever que más temprano que tarde, la Argentina avanzará a favor de la despenalización, en lo que podría leerse como un capítulo más de la separación entre Iglesia y Estado iniciado hace ya mucho tiempo. Mientras tanto, claro, se vienen debates acalorados muchos de los cuales se darán en los medios de comunicación y no estarán a la altura de la complejidad del tema.
A juzgar por lo ocurrido la última semana y por el debate que viene, se avecinan tiempos de convulsión y efervescencia, y como no podría ser de otra manera, para aquellos a los que nos interesa la política, serán tiempos movilizadores y, sobre todo, apasionantes.