martes, 31 de marzo de 2020

Historia de un boludo (y otras boludeces) [editorial del 28/3/20 en No estoy solo)


Esta semana conocimos a un boludo que pretendía ingresar a la ciudad con sus tablas de surf en la camioneta. Apenas lo detuvo el control en la ruta, los medios ya lo habían tildado de “boludo” en los zócalos. Al menos hasta ese momento no había cometido ninguna ilegalidad pues volvía desde Brasil y se dirigía a su casa. Pero cumplía con todas las características del chivo expiatorio: bronceado, cara de nene de mamá, buen pasar económico, algo prepotente con los prepotentes periodistas y lo inaudito: ¡llevaba tablas de surf en un país en cuarentena! La lapidación pública fue absoluta.
Ahora bien, la aparición de este supuesto boludo, según periodistas y opinión pública, me hizo pensar en otras boludeces que se andan diciendo y que mencionaré a continuación:

Boludez 1: los que están afuera son antipatria y merecen quedarse donde están

Sinceramente me parece una boludez y lo llamativo es que quienes afirman esto suelen pertenecer a la misma clase social y haber realizado ese tipo de viajes en el pasado. Es más: muchos de los que tienen pasajes para los próximos meses a esos mismos destinos se burlan y exigen castigo. ¿Ha sido una irresponsabilidad viajar en medio de una pandemia? Sí, yo no lo hubiera hecho. ¿Nos da gracia que esos boludos que publicaban en sus redes sociales fotos desde el aeropuerto diciéndole “Chau” a la Argentina y puteando a Alberto, ahora apelen a la solidaridad y le pidan a Papá Alberto que los traiga de vuelta? Sí, nos da gracia y por eso compartimos el meme que afirma “No le regales el avión, enseñales a volar”, para que muchos de ellos reflexionen cuando piden a los pobres que aprendan a pescar. Pero aun esos boludos merecen estar en su casa y ni hablar todos aquellos que siguen varados y que estaban afuera por trabajo, estudio, o porque simplemente juntaron una guita durante todo un año para irse a Brasil. Entiendo las razones del gobierno de postergar los regresos y hasta creo que tiene razón. Lo que no justifico es esa especie de ensañamiento contra el que está afuera especialmente porque, insisto, proviene de aquellos que podrían estar en esa misma situación. Y una última curiosidad: muchos de los que se burlan y piden castigo son progres que votaron a Alberto y defienden el Estado de Bienestar, la solidaridad y a cualquiera que sea víctima de algo por el simple hecho de considerarse víctima. Pero en este caso no. Parece que estar de viaje te transforma en un victimario, un ser vil que le ha robado algo a alguien. Es casi un “algo habrás hecho”.  ¡Tenés que pagar! ¡Se te tiene que castigar porque nosotros estamos acá en cuarentena! ¡Cerdo capitalista!

Boludez 2: hay gobernantes buenos que eligen la vida y gobernantes malos que eligen la economía

Gran boludez repetida hasta el hartazgo. Parecería que de un lado están los gobiernos que nos gustan decretando cuarentenas y defendiendo la vida; y, del otro lado, los gobiernos que nos disgustan, aquellos que están en contra de frenar el funcionamiento cotidiano de sus países. En este último grupo encontraríamos a Trump, Bolsonaro y Johnson (también está López Obrador pero a ese lo dejamos pasar porque nos gusta). De una manera u otra, con sus estilos, sus exabruptos, sus actitudes injustificables y todo lo que podemos decir de ellos, hicieron y hacen todo lo posible para no alterar el normal desarrollo de la vida económica y social. Los epidemiólogos, la experiencia cercana y la evidencia indicarían que estos presidentes están equivocados pero ellos esbozan un argumento que podría resumirse así: parar el país por un virus que igualmente nos va a atacar se transformaría en un remedio peor que la enfermedad. Sin dudas, en algunos de los mencionados y en sus seguidores, existe la idea de que conviene sacrificar viejos y pobres antes que afectar a los poderes concentrados pero cuando se habla de defender la economía no se habla solamente de calculadoras y gente rica. La economía también es gente, también sos vos. Nadie duda que entre la salud y el dinero todos elegimos la salud pero la decisión no es tan lineal ya que la relación entre la salud y el dinero es compleja. Por las dudas lo aclaro: creo que lo que hace Alberto es lo correcto pero lo que quiero decirles es que escuchemos otras razones también en vez de cerrarnos por el simple hecho de que se trata de los gobiernos que no deberían gustarnos. Porque si se para la economía, incluso en términos del sistema de salud, el saldo puede ser grave igualmente. Quizás no por el coronavirus pero sí por otra serie de padecimientos a los que se verá enfrentada la población, sin contar, claro está, con la posibilidad cierta de un estallido social. Pocos los dicen, pero cuando nos piden que nos quedemos adentro, los que podemos cumplirlo somos los que tenemos un “adentro” donde quedarnos. ¿Y los que no lo tienen? ¿Y aquellos que lo tienen pero ese adentro es un infierno del cual es preferible escapar? Por último, y como para que se comprenda esta boludez. En algún momento pensé comenzar esta columna de la siguiente manera: con los 15 días de aislamiento la Argentina evitó 300 muertes. ¿Por coronavirus?  No, por accidentes de tránsito, ya que el promedio es de 20 muertos por día. Ahora imaginen un gobierno que recién asumido afirme: “yo privilegio la salud por sobre la economía y, por ello, decreto que no se pueda transitar más en auto, camión, etc. Sabemos que esto afectará la economía del país pero salvaremos más de 7000 vidas. ¡Vamos! ¡Todos a tomar sus bicicletas!”.
¿Les resultaría razonable ese gobernante? Claro que no. Y sin embargo estaría privilegiando la salud por sobre la economía. Entonces, no repitamos boludeces. Brindemos argumentos para defender una posición que, en mi caso, coincide con la que tomó el gobierno hasta ahora. Pero slogans no.

Boludez 3: el mundo ya no será el mismo después de esta pandemia

Boludez que se repite espasmódicamente. A todos nos excita ser testigos de un hecho histórico. Todos soñamos con decirles a nuestros hijos: “yo estuve ahí”; “yo presencié tal o cual cosa”. Y la verdad es que nadie sabe qué va a pasar el día después de la pandemia. Es casi como jugar a la ruleta. El filósofo esloveno Slavoj Zizek, algo ansioso y a contramano de aquella sabia frase que indica que la filosofía llega tarde ya que intenta explicar las cosas una vez que sucedieron, escribe un libro sobre Coronavirus que acaba de salir publicado. Allí afirma que la pandemia resignificará el mundo ya que pone en jaque al capitalismo financiarizado pero también al modelo comunista chino. Asimismo, indica, el virus golpeará a los populismos estilo Trump porque quedaría en evidencia que el nacionalismo cerrado no es posible, de lo cual se sigue que, poscoronavirus, iremos hacia un modelo en el que deberán florecer los vínculos de asociación y solidaridad entre personas y también entre Estados; frente a ello, el filósofo coreano Byung Chul Han, sale a responder que, por el contrario, el día después del coronavirus se exacerbará lo peor del capitalismo. ¿Por qué? Porque al actual sistema se le agregará la eficacia del control y la vigilancia que la tecnología le ha permitido llevar adelante a países como China que, según él, son capitalistas en lo económico pero autoritarios en lo político. Mi intuición me acerca a Byung Chul Han antes que a Zizek porque entiendo que en el caso de este último, más que un diagnóstico, hay voluntarismo pero sinceramente no sé qué va a ocurrir. Lo interesante es que los dos filósofos mencionados tampoco lo saben.  

Boludez 4: el cumplimiento de la cuarentena es el triunfo del sentido colectivo por sobre el individualismo

Gran boludez. Como si la experiencia de 2015 en Argentina hubiese ocurrido hace 100 años. Nos repetíamos que habíamos ganado la batalla cultural, que la patria era el otro, pero el kircherismo se deshacía en guerras intestinas propiciadas, en muchos casos, por referentes, más o menos importantes, que lo único que buscaron fue salvarse individualmente sin importarle el destino del espacio ni de los que habían dado todo por él. La respuesta del electorado fue contundente: el 51% de la gente votaría la antítesis de todo lo que se había pregonado durante 12 años.
¿Ahora volvemos a decir que por aplaudir a los enfermeros por el balcón los argentinos asumimos la importancia del rol del Estado? ¿En serio lo estamos creyendo? ¿Lo estamos creyendo por desmemoriados o porque todo el periodismo lo está repitiendo cerrando filas como si se estuviera frente a una guerra? ¿Tan ingenuos seremos nuevamente? El gobierno está obligado a insuflar un sentimiento patriótico, de unidad, y si yo fuera presidente haría lo mismo. Pero no soy presidente y puedo tratar de pensar que las razones para obedecer una cuarentena son múltiples. Muchos lo hacemos por tener conciencia de que la salida a esta situación es colectiva y porque sabemos que el imperativo categórico nos dice que no debemos hacer lo que no nos gustaría que otros hicieran. Pero hay gente que obedece la cuarentena por razones estrictamente egoístas o por estar aterrorizada.
No estoy aquí para juzgar cuál es la mejor razón para obedecer. Simplemente describo para que luego no nos decepcionemos cuando, pasada esta situación, buena parte de los argentinos vuelvan a actuar como no nos gusta. 
Por todo esto, antes de decirle boludo al boludo de las tablas de surf, tratemos de no repetir boludeces. No sea cosa que terminemos dándonos cuenta que, al fin y al cabo, los boludos éramos nosotros.


miércoles, 25 de marzo de 2020

Coronavirus: ¿fin del mundo o fin del capitalismo? (publicado el 19/3/20 en www.disidentia.com)


Años atrás, el crítico literario estadounidense Fredric Jameson, afirmaba que vivíamos una época en la que parecía más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Quisiera retomar esa idea y repensarla en tiempos de la conmoción mundial que se da por el avance de la pandemia del coronavirus y por las decisiones drásticas que están tomando los gobiernos al respecto. Me refiero a la imposición de aislamientos, restricciones a la libre circulación, suspensión de actividades y cierre de los aeropuertos, entre otras medidas.
Es que independientemente de la efectividad de este tipo de acciones, el modo en que la pandemia está afectando al mundo va mucho más allá de lo sanitario, para extenderse hacia una crisis política y sobre todo económica. Creo que este escenario puede brindar algunas lecciones y ayudará a confirmar o rechazar aquella provocadora frase de Jameson.
La lección más evidente tiene que ver con la revalorización de los Estados. Con todas las deficiencias y la crisis de representación de sus instituciones, se demuestra que el Estado sigue siendo la organización humana mejor estructurada para generar acciones coordenadas, aun cuando, para que sean efectivas, deba recurrir, en algunos casos, a imposiciones. La responsabilidad individual es ineludible y las ayudas de distintos tipos de organizaciones serán de suma importancia pero ninguna ha demostrado ser más eficaz que el Estado. El ejemplo de China está a la vista aun cuando para muchos resulte incómodo reconocer la eficacia de un modelo que no se adecua a los cánones de las democracias liberales occidentales. 
Esto se evidencia en al menos dos aspectos. El primero, y más allá de que todavía sea prematuro sacar conclusiones, es que los sistemas de salud robustos y con una estructura centralizada, incluso para los casos donde el servicio privado es relevante, han sido más exitosos, en general, para enfrentar la pandemia.
Y el segundo refiere a la importancia de las fronteras nacionales. Efectivamente, en tiempos de globalización cultural, bloques supranacionales y financiarización de la economía, el brote de coronavirus vuelven a poner de manifiesto la relevancia de la acción de los estados particulares sobre su territorio, acción que, eventualmente, incluye el cierre de las fronteras.
Y sobre este punto me quiero detener porque no es el virus si no el cierre de las fronteras y el límite a la circulación interior lo que está generando la crisis económica y la zozobra de los mercados. La razón es atendible: el modelo de economía capitalista-liberal, desde sus orígenes hasta la actualidad, se basó en la librecirculación, sea de mercancías, personas o signos. De aquí que los grandes pensadores de la tradición hicieran esfuerzos denodados para demostrar que el comercio y la hermandad de los pueblos conforman un círculo virtuoso que se retroalimenta y de aquí también que muchos liberales abogaran por un cosmopolitismo que eliminara las fronteras. Naturalmente, el contexto era otro pero desde el siglo XVIII hasta la actualidad, estos pensadores en general hicieron énfasis en la necesidad de eliminar las guerras porque justamente eran éstas las que impedían el comercio y la hermandad.
Lo curioso es que hoy las posibilidades de guerras sostenidas se han reducido pero lo que viene a cerrar fronteras y a generar enormes trabas en los vínculos comerciales, es un virus que por las bondades del progreso y de la circulación de los humanos a lo largo del planeta, se ha trasformado en pandemia en cuestión de semanas. Se trata de un “virus de los aviones” y si se propaga es por los viajes de negocios y por el turismo que, justamente, tiene que ver con el disfrute de una geografía particular pero también con romper las barreras culturales y poder vincularse con el otro. 
No quisiera que de esta evidencia se infiera, como lo han hecho algunos, que la solución a los problemas de la humanidad está en el cierre de las fronteras. Hay razones para justificar ese tipo de miradas pero esgrimirlas en este caso no parece adecuado ni sensato. Sí, en cambio, me interesa destacar que ante un fenómeno como éste, la importancia de los Estados fuertes es evidente y que muchas veces es necesario tomar decisiones restrictivas.
Por último, y retomando la frase con la que comencé esta intervención, el estado de psicosis potenciado por los medios de comunicación puede hacer que algún desprevenido crea que es el fin de la civilización humana y del mundo. Pero parece que estamos lejos de eso y de hecho, al menos hasta el día en que escribo estas líneas, hay otras enfermedades que año tras año se cobran muchas más muertes que las que cobrará el coronavirus.
¿Habrá que invertir la afirmación de Jameson y decir entonces que, tras la pandemia, hoy en día es más fácil pensar el fin del capitalismo que el fin del mundo? Allí la respuesta merece alguna complejidad porque es cierto que el descalabro económico que ha suscitado este fenómeno muestra a las claras que el momento actual de capitalismo financiarizado no soporta mucho tiempo un límite a la circulación y a los flujos de información, mercancías y personas. Sin embargo, no hay que festejar por anticipado: el coronavirus tampoco acabará con el capitalismo. Y eso tiene que ver con que o bien logrará controlarse la epidemia o bien nos acostumbraremos a convivir con el virus entre nosotros.
Habrá nuevas medidas y se promoverán nuevas costumbres. Habrá aprovechamientos políticos y circularán argumentos para justificar lo injustificable y hasta se podrá acusar al virus de ser chino, comunista,  heteropatriarcal o, incluso, una construcción social. Pero el modelo es capaz de aceptar cualquier cosa menos el límite, la frontera. Las restricciones podrán sustentarse circunstancialmente en el pánico de la población pero en breve cederán a las presiones económicas.
Entonces no va a desaparecer la humanidad. Tampoco el capitalismo financiarizado. Pero eso sí: sobre el funcionamiento de este último, la pandemia de coronavirus nos está enseñando demasiado.            


  

lunes, 23 de marzo de 2020

Alberto: el tiempo de la audacia (editorial del 21/3/20 en No estoy solo)


Si bien la situación es dinámica, al menos hasta aquí, el gobierno argentino parece haber estado a la altura de las circunstancias frente a la zozobra que genera la pandemia.
Hubo algo de sobreactuación y radicalidad en las medidas pero tomando como referencia lo que sucede en Europa e impulsado también por las decisiones que tomaron otros países, el gobierno argentino se ha anticipado y ha adoptado decisiones inéditas para nuestra historia democrática. La idea no es frenar el virus sino “administrarlo” de modo tal que no colapse el sistema de salud.
Salvo alguna patrulla perdida de izquierda que pretende decretar cuarentenas a través de asambleas populares o algún exabrupto de referentes marginales de la derecha que tienen más micrófonos que prudencia, todo el arco político acompañó e incluso los medios recalcitrantemente opositores se tomaron una tregua de al menos unas horas.
El tono del presidente es el correcto. Más allá de que desde la cómoda silla de mi casa y sin responsabilidad alguna pueda advertir pequeños errores comunicacionales o bravuconadas como las de pretender ir personalmente a meter preso al imbécil que golpeó al guardia de seguridad, lo cierto es que esta crisis pone en valor la figura de Alberto. Máxime cuando resulta notoria la ausencia de CFK. Si a alguien todavía le quedaba alguna duda respecto a quién gobierna, seguramente esta situación la disipe.
La valorización de la figura de Alberto me recuerda que lo mejor de la etapa kirchnerista 2003-2015 se vio en momentos de crisis. Justamente porque en esos momentos pateaba el tablero y doblaba la apuesta. Del laberinto no salía caminando sino derribando las paredes. Ante la crisis, sorpresa y audacia. A veces salió mejor y a veces peor pero no se achicaba.    

Es muy temprano para determinar si el gobierno de Alberto tendrá esa característica también pero, por lo pronto, el impensado episodio del coronavirus puso en movimiento a un gobierno que no terminaba de arrancar y que había abrazado la peligrosa estrategia de dejar todo para después de una renegociación de la deuda que venía lenta como el General Alais.  
A propósito, no son pocas las voces que exponen que en este contexto internacional la posibilidad de un default sería preferible al acuerdo que aceptarían los bonistas. Sin caer en números porque todas las negociaciones son distintas, ¿repetirá el gobierno de Alberto una oferta con una quita importante como la que en su momento propuso Kirchner? En aquella época los economistas del establishment y los editorialistas se burlaban pero la realidad se empeñó en humillarlos.
Desconozco qué es lo que va a hacer el gobierno e incluso desconozco si el default es lo mejor pero si lo quiere plantear, éste es el momento adecuado. Las críticas vendrán del lado de siempre pero el gobierno podrá justificar su decisión en una situación internacional imprevista y en la urgencia por volcar recursos para reconstituir una economía que padecerá un golpe enorme. 
Cumpliéndose los famosos primeros cien días, la enorme crisis de la pandemia le da al gobierno, paradójicamente, un nuevo envión, unos nuevos cien días, en los que, de no desmadrarse la situación, estará blindado de la crítica y tendrá un apoyo popular como no volverá a tener en los próximos cuatro años. Además, el hecho de que en frente haya un enemigo “invisible” que ponga en juego la salud, disipa cualquier posibilidad de debates en términos de grieta ideológica. Si hasta hace una semana se hablaba de la maquinita de los pesos y de la maximización del Estado populista, al tiempo que se discutía si mi cuerpo era mío o si el Estado era patriarcal, la amenaza contra la salud sepultó toda discusión por más urgente que pueda ser. Todo, pero absolutamente todo, acabó postergado frente a la amenaza sobre la vida y ahora se le exige al Estado que se haga cargo. Lo curioso es que los que más lo exigen son los que, por derecha o por izquierda, en la calle o en la televisión, afirmaban que era el enemigo. 
Sin proponérselo, entonces, el gobierno se encuentra en un escenario ambiguo. Por un lado, se enfrenta al abismo de una pandemia. Pero, por otro lado, tiene la evidencia y el apoyo popular para que su ideología, la que impulsa la defensa del Estado como motor de la economía y organizador de la vida en comunidad, tenga vía libre.
Eso sí: esa vía libre no será eterna y el gobierno cometerá un enorme error de cálculo si supone que los raptos de solidaridad colectiva y de fortalecimiento del lazo comunitario demuestran el triunfo definitivo sobre el individualismo. Serán cien días más, un poco más, un poco menos, pero después de este cimbronazo, la vida de la Argentina volverá a la normalidad, esto es, volverán todos los conflictos que ya existían pero multiplicados por la tierra arrasada que dejará el virus cuyo daño será, según entiendo yo, más económico que sanitario. Aunque resulte paradójico, entonces, el gobierno podría aprovechar este momento para decisiones audaces y sacar provecho de la anormalidad. Si los neoliberales siempre han sacado ventajas de los momentos de shock, quizás sea el momento para que la ventaja la saque un gobierno de extracción popular. Todos esperamos y necesitamos que la normalidad se restablezca pronto. Pero cuando eso suceda, el gobierno volverá a enfrentarse con una coyuntura y unos problemas estructurales que serán muy difíciles de resolver.

miércoles, 11 de marzo de 2020

Coronavirus: una radiografía del periodismo (publicado el 4/3/20 en www.disidentia.com)


El avance del Coronavirus está ocupando de manera ubicua los principales canales de información occidentales en la medida en que se empiezan a contabilizar casos más allá de China. Independientemente de que la información indicaría que en el gigante asiático comenzó una curva descendente y que los especialistas afirman que el índice de mortalidad no es superior al de otras enfermedades como las gripes y las neumonías tradicionales, existe una alarma mundial frente a la propagación del virus.
Para los interesados en la teoría política, tras ser testigos del accionar del gobierno chino, se abren numerosas líneas de análisis, especialmente para aquellos que abrevan en categorías como “estado de excepción”, “biopolítica”, etc. deudoras de una atmósfera creada por pensadores como Foucault, Agamben y Schmitt. Efectivamente, si pensamos en el control sobre los cuerpos que implican las cuarentenas y los cierres de ciudades de quince millones de personas; o cuando vemos ciudadanos de a pie que por infringir alguna norma son literalmente cazados por oficiales con trajes de inmunización que parecen extraídos de películas futuristas, parece prudente revisar qué advertían estos autores respecto del accionar estatal.
Y si a esto agregamos imágenes de ciudades desiertas, personas con barbijos u hospitales en los que los enfermos se encuentran aislados y son atendidos por robots, no tendremos nada que envidiar a las distopías literarias más alarmistas, aquellas que, no casualmente, se han basado en escenarios de pestes.
Con todo, me interesaba detenerme en un terreno que no está virgen pero que quizás esté algo menos explorado. Me refiero al modo en que el tratamiento de una epidemia, además de hablarnos de cómo opera un Estado moderno, revela, con la precisión de una radiografía, aquello en lo que ha devenido el periodismo.       
En primer lugar, lejos de brindar información u operar como servicio, en el tratamiento de la epidemia el periodismo demuestra que, en su afán por mantener la atención y generar clicks, lo único que busca es generar zozobra y sostenerla en el tiempo.
Los mecanismos de la generación de la zozobra son variados. Uno de ellos es la cuantificación de casos y muertos. Eso da una continuidad y una narrativa. En este sentido, el tratamiento de la noticia maneja la misma estructura que las ficciones y es por ello que los noticieros y los canales de noticias han desplazado paulatinamente a las telenovelas. Se necesita que el drama vaya in crescendo. Hay que abrir el noticiero diciendo “Crece la cantidad de infectados y muertos” y apoyarlo en una infografía que muestre el mapa del mundo con un encabezado que indique: “Coronavirus en tiempo real: Minuto a minuto, la expansión del virus…”.
El mapa con los puntos rojos que avanzan es muy útil pero todavía los infectados son casi todos chinos. Y los chinos nos resultan ajenos y lo que nos resulta ajeno no nos involucra. Entonces tiene que hablar el especialista indicando cuál es la posibilidad de que el virus llegue a nuestro país. Allí se activa el autointerés. Porque si sucede lejos no hay problema. Pero si pudiera sucedernos a nosotros, y dentro de nosotros a mí, el escenario es otro.   
En segundo lugar, la aparición del especialista expone rápidamente el falso equilibrio del periodismo apoyado en esa estúpida máxima de que sobre todos los temas se tiene que dar una versión y su contraria como si todos los temas pudieran reducirse a dos miradas antagónicas y como si esas miradas antagónicas tuvieran siempre el mismo valor. Como el periodista siempre tiene que estar en “el medio”, a pesar de no estarlo, debe inventar dos polos. Así vale lo mismo la evidencia para vacunarse que un antivacunas; la teoría de la evolución que un defensor del diseño inteligente; los siglos de navegación que el terraplanismo. Lo importante es “el debate” aun cuando no haya nada para debatir. Pero todo tiene que ser “debatible”. Esa es una máxima del periodismo y es una enorme mala interpretación del espíritu iluminista.
En este caso, si un especialista afirma que no hay que preocuparse por el coronavirus habrá que conseguir otro que diga lo contrario. Una vez que lo conseguimos, los productores de los programas se comparten los teléfonos y los especialistas radicalizados circulan por todos los medios hasta convertirse en celebrities.
En tercer lugar, de la mano de la cuantificación y la lógica del minuto a minuto, la epidemia permite el estado de primicia constante tan deseado por el periodista. Nadie sabe cuándo se instaló como valor el enterarse de algo un rato antes, aun cuando sabemos que esa información será inútil para nuestra inmediata toma de decisiones, pero el periodismo entiende que su labor es llegar primero. De hecho, como llegar primero es más importante que informar y ya no hay tiempo para chequear la información, se abre un terreno fértil para las fake news. Hay que dar primicias: “7000 muertos en…”; “serían 8562 infectados”; “4983 casos confirmados en…”. Todo dicho en un lapso de menos de una hora. Y si el virus no llegó al país todavía, el uso del potencial habilita a todo: “habría un caso en el sur…”; “responsables del ministerio de salud viajan de urgencia al oeste de la provincia ante un posible caso…”; “una turista italiana habría quedado en observación tras descender del vuelo en…”.
En cuarto lugar, el estado de epidemia es ideal para echar culpas y el periodismo es hoy una plataforma de enjuiciamiento social, moral y legal. Sobre todos los temas se necesita gente que juzgue y tome partido. En este punto el periodismo comparte su necesidad de culpabilizar y juzgar con el resto de la sociedad.
Es que tanto para el periodismo como para la sociedad desapareció la noción de accidente. Ya no existe el azar, ni imprevistos ni mala fortuna. Siempre alguien es responsable o en última instancia será siempre el Estado o “todos nosotros como sociedad”: “¡La culpa es de los chinos comunistas que comen animales!”; “¡la culpa es del capitalismo chino precarizador que hace que los pobres coman animales en mercados sin normas de salubridad básicas!”; “¡la culpa es de nuestro gobierno porque no pone en cuarentena a cualquiera que baje de un avión!”; ¿Usted sabe dónde está estornudando su hijo en este momento?; “¿Usted está diciendo que bajó del avión y no le pusieron un termómetro en el culo para medirle la temperatura?
Si hay algo que el periodismo no negocia, entonces, es la asignación de responsabilidad y la indignación. Porque en caso de que se utilicen metodologías propias de una situación de excepción, el periodismo, y algún idiota útil de la oposición de turno, denunciará que se está violando el derecho individual a circular; pero si el gobierno garantiza el derecho a circular, el periodismo, más el mismo idiota útil de la oposición, denunciará que no se está haciendo nada para frenar el virus. En este sentido, la epidemia permite siempre transmitir el mensaje antipolítico que el periodista, sea de izquierda o de derecha, desea enviar, en esa disputa por la representación de la sociedad civil que lleva adelante contra el político.
Para ir finalizando, la epidemia abre el juego a la lógica de la presunta investigación periodística. Se busca el caso cero, o se va a la casa del que está en cuarentena y luego se rastrea a los diez familiares que compartieron con éste la cena de ayer. Importa tener el testimonio aunque a nadie le importa el contenido del testimonio. Pero eso sí: cada día un nuevo informe, una nueva investigación del Sherlock Holmes vernáculo que arriesga su vida por la información.
Y claro, como no podía faltar, habrá siempre un espacio para alguna nota que nos hable de la discriminación, en este caso, algo así como una “chinofobia” en algún lugar del mundo. Y, por supuesto, tampoco faltarán ni el periodista de derecha que afirme que China preparaba la guerra bacteriológica y se le escapó el virus; ni el periodista de izquierda  que invite a algún investigador que intente probar que el coronavirus afecta más a mujeres, negros, LGBT o indios porque es una conspiración de Trump para atacar a la economía china y a las políticas identitarias.
Lo más curioso es que, en breve, se demostrará que la atención de la prensa en torno a la epidemia no tiene que ver necesariamente con la magnitud de la misma aun cuando ésta devenga enorme. Es más, la atención de la prensa irá disminuyendo aun cuando los casos crezcan por la sencilla razón de que en algún momento la audiencia preferirá consumir otra cosa. Así, la epidemia saldrá de los medios no porque se agote. Saldrá de los medios porque lo que se va a agotar es el interés de la gente.



domingo, 8 de marzo de 2020

El dilema de Alberto: ¿hasta cuándo seguir siendo moderado? (editorial del 7/3/20 en No estoy solo)


Incluso alejado de la estética y los modos del emprendedorismo voluntarista del gobierno de Macri, la administración de Alberto Fernández también repite una y otra vez que debemos avanzar hacia la unidad de los argentinos. En realidad, no debe haber gobierno sobre la faz de la tierra que al asumir indique que llega para dividir al país, pero en el caso de la administración de Cambiemos, la promesa de unir a los argentinos ocultaba que la única unidad que se perseguía era la que se lograría excluyendo a la mitad de los argentinos, sea por transformarlos en pobres, sea por ser peronistas. Lograron lo primero pero no pudieron con lo segundo a pesar de que plantearon la discusión política en términos morales y utilizaron todas las herramientas, las legales y las ilegales, para estigmatizar y disciplinar a los referentes de aquel espacio. Se buscaba una unidad por exclusión.
Para no caer en la misma lógica moralista que divide entre buenos y malos, debemos evitar afirmar que la nueva administración está compuesta por seres maravillosamente virtuosos y magnánimos. Sin embargo, hay una pretensión de acabar con la lógica de transferencia de recursos de los sectores medios y bajos a los altos, y, en decisiones políticas tales como la intervención de la AFI o la licuación del poder de la casta de Comodoro PY,  hay un intento de institucionalización que injustamente no suele reconocérsele al peronismo.
El tono, los modos y el accionar de Alberto Fernández muestran, hasta ahora, un gobierno mucho más moderado que los de Néstor Kirchner y CFK. Por supuesto que hay sectores con los que se disputa pero, en principio, el de Alberto pareciera ser un gobierno que busca evitar la confrontación.  El “Es con todos” supone así una unidad por inclusión y por tal no me refiero, claro está, a hablar con la “e”, sino a incluir a quienes han sido castigados particularmente con el último modelo, y a intentar dialogar con aquellos sectores con los que existe una disputa política e ideológica abierta.
Hablo de “pretensiones” e “intentos” porque en estos tres meses de gobierno no ha habido grandes transformaciones, si bien es cierto que con semejante herencia los márgenes se achican. En este sentido, hacer una épica de un aumento de 200 pesos a los jubilados que cobran la mínima es una afrenta a los votantes kirchneristas orgullosos de haberse sentido partícipes de batallas de enorme peso material y simbólico. Pero, sobre todo, es una afrenta a la inteligencia. Por ello, mejor sería hacer hincapié en advertir el estado calamitoso de las cuentas que ha legado el macrismo antes que presentar un mínimo gesto redistributivo, que también supone un ahorro fiscal, como una gesta revolucionaria digna de los barbudos que bajaban de Sierra Maestra.   
Pero la gran duda tiene que ver con la efectividad. En otras palabras: ¿a los fines de un país más justo conviene la confrontación o la moderación dialoguista? Sin dudas, así planteado, se trata de un falso dilema porque seguramente habrá momentos en los que habrá que confrontar y momentos en los que habrá que dialogar según una enorme lista de variables a tomar en cuenta. Entonces la pregunta sería: ¿en estos momentos, y en el actual equilibrio de fuerzas, la estrategia del diálogo es la más efectiva?
La respuesta merece un análisis caso por caso y para ello podemos tomar cuatro ejes con los que de alguna manera el kirchnerismo tuvo conflictos.
En lo que refiere al eje “Poder judicial”, el gobierno va por dos frentes: uno es el de las jubilaciones “de privilegio”. Más allá de que del otro lado son expertos en tergiversarlo todo, es difícil que se pierda una disputa simbólica cuando se instala que lo que hay enfrente son privilegios. Y es que de hecho los hay.
El otro frente es el de la reforma judicial que mencionamos antes. Aquí la cuestión será más difícil si bien puede ser que tanto en este punto como en el de las jubilaciones acabe todo trabado por estrategias judiciales para embarrar la cancha. Si este fuera el caso, el gobierno perdería plata pero habrá ganado una batalla simbólica contra un sector, el de la justicia, que tiene una pésima imagen en la sociedad.  
El segundo eje es el de los medios. Allí, la discusión sobre “ley de medios” y temas derivados, tan cara a los gobiernos kirchneristas, ha desaparecido completamente de la agenda del gobierno. No se avizora por ahora ninguna intención de confrontar con los medios tradicionales ni de salir a discutir la estructura de concentración. En este sentido, de lo único que se ha hablado es de distribuir la pauta oficial con fines educativos y no “politizados”. Expuesto así, es evidente que la batalla cultural no la ganó el kirchnerismo. Máxime cuando en cuestión de días asistimos a la noticia de que la justicia sanciona a Martín Sabatella por haber intentado aplicar la ley de medios y cuando el editorialista Carlos Pagni nos dice en la cara que los jueces salieron a meter presos a los kirchneristas porque fueron apretados por el diario La Nación. Por cierto, Pagni es un periodista inteligente, sutil y con espaldas. Hacerlo retroceder en chancletas los días posteriores de su declaración, a pedido de sus empleadores, en el diario y en el canal de La Nación, en el grupo Clarín, etc. debe haber resultado humillante. Evidentemente, antes que disciplinar e infundir temor a los jueces, los grandes medios disciplinan e infunden temor a los periodistas.     
El tercer eje es el de las patronales del campo. El gobierno, una vez más, eligió el diálogo y apenas decidió elevar de 30 a 33% las retenciones a la soja pero, a cambio, bajó las retenciones de otras producciones y a través de una segmentación razonable, devolverá lo recaudado a los pequeños y medianos productores a modo de incentivo. Eso sí: la respuesta de la mesa de enlace no fue segmentada pues grandes, medianos y pequeños llamaron a un lockout de 96 horas. La historia se repite primero como tragedia, luego como farsa.
Donde no pareció haber diálogo es en relación al cuarto eje, que es el de la Iglesia y cuyo tema de disputa es, naturalmente, el aborto. Tanto Néstor Kirchner como CFK siempre se opusieron y evitaron cualquier avance del tema en el Congreso si bien la expresidente en los últimos años modificó su posición. Alberto, que abrevó, como él mismo lo reconoce, en tradiciones más liberales, ha decidido avanzar con el proyecto haciendo que por primera vez se trate en el recinto un proyecto de legalización enviado por un gobierno. Más allá de que se augura un resultado voto a voto en el Senado y que el gobierno nacional tiene las herramientas como para sumar voluntades veleidosas, habrá una enorme fractura social ya que el tema del aborto divide transversalmente a los argentinos. El final es abierto pero sea cual fuere el resultado habrá una conmoción social importante y mucha gente enojada, con menos visibilidad si triunfa el proyecto, y con más visibilidad si se vuelve a imponer el “No”. Si triunfa el “Sí” el gobierno lo capitalizará pero no resulta tan obvio que eso redunde en más votos para el año 2021.  
Salvo este último caso donde la confrontación es difícil de disimular y no parece haber negociación posible, sobre los primeros tres ejes se buscó el diálogo pero los resultados no vienen siendo los esperados. Es que más allá de lo que resulte de la reforma judicial, incluso si el proyecto contra las jubilaciones de privilegio fuera aprobado y entrara en vigencia, los jueces no dejarán de ser privilegiados porque la pérdida económica no sería de gran relevancia si lo comparamos con sus sueldos y con sus jubilaciones.
En lo que respecto al eje “medios”, la estrategia de evitar la confrontación no ha redundado en el fin de la guerra. En todo caso, la guerra continúa pero con soldados de un solo lado bombardeando y bombardeando. Así, si sumamos los errores comunicacionales propios con la mala fe del adversario entenderemos por qué, a tres meses de asumir, el desgaste ha sido grande. ¿Se imaginan ustedes lo que será en un año?
Y en cuanto al eje “patronales del campo”, las cartas están sobre la mesa. Si el gobierno es peronista, aun cuando el dólar esté 10, 30, 45 u 85 las patronales del campo dirán que “el campo no da más”. Eso demuestra que detrás de los números lo que hay es un enfrentamiento ideológico. De ahí no se sigue que el gobierno deba negarse a negociar pero resulta evidente que hay allí otras cosas en juego.
Dicho esto, y para concluir, debemos volver a aquella pregunta inicial acerca de la conveniencia o no de la confrontación, máxime en un escenario donde la actual parálisis del gobierno podría continuar en caso de que la renegociación de la deuda se extendiera más de lo previsto.
Porque, por un lado, la moderación es lo que llevó al Frente de Todos a ganar. Esa moderación la encarnó Alberto Fernández quien fue capaz de acercar los votos que CFK no hubiera obtenido. Pero, por otro lado, la moderación llevada adelante en estos tres meses no ha tenido buenos resultados: el avance moderado contra los privilegios de la justicia y contra las ganancias exorbitantes de los grandes productores de soja recibió una respuesta contundente y sobreactuada que busca poner un límite y es una advertencia a futuro; y la actitud no confrontativa con los medios tradicionales, lejos estuvo de sosegarlos. A esto podemos sumarle el modo en que los formadores de precios, especialmente en alimentos, constituyen su realidad paralela generando una inflación que duplica al promedio mientras el gobierno les pide buena voluntad. Y una situación que suele pasarse por alto pero que pocos se atreven a revelar. Es que esta moderación está generando mucha incomodidad en sectores que forman parte del gobierno o que lo han apoyado pero le exigen mucho más y que advierten que si el peronismo elige la lucha por el reconocimiento de las identidades antes que la lucha por la redistribución de la riqueza acabará diluido en una socialdemocracia que perderá apoyo entre los propios y que será igualmente atacado por los extraños.
Para finalizar, digamos que en el gobierno apuestan a que una vez resuelto el problema de la deuda se acabe con este paréntesis en el que parece estar la actual administración y veamos por fin las medidas que marcarán la identidad del Frente de Todos.
La decisión de cuándo dialogar o cuándo confrontar y con quién, es enteramente del presidente, para bien o para mal. Lo que sí podemos decir hasta ahora es que, si lo que se quiere es hacer un país más justo, la moderación que sirvió para ganar la elección no estaría siendo efectiva al momento de enfrentar los principales obstáculos que tiene la Argentina.