sábado, 21 de junio de 2025

Los dos balcones de Cristina (editorial del 21.6.25 en No estoy solo)

 

Más allá de la controversia acerca de cuántos miles de personas se manifestaron en la Plaza de Mayo, lo cierto es que la figura de CFK volvió a demostrar ser la más convocante de la política nacional. Podrá gustar o no, podrá generar que canallas brinden con champagne una detención o que esos mismos canallas tensen sus labios y se les llene de espuma la boca por un saludo en un balcón, pero estamos frente a un dato: probablemente en baja y sin el apoyo de 10 años atrás, CFK sigue estando en el centro de la escena.

La movilización del miércoles traslada la discusión más allá de lo judicial y lo lleva al terreno político, donde más cómodo se siente el kirchnerismo y donde se enfrentarán dos posiciones irreductibles: la que indica que CFK es una perseguida política y la que indica que es una ladrona. Para ambas posiciones, lo que diga la justicia resulta indiferente tanto como resultan indiferentes los hechos. Es que la discusión pública hace como si tuviera en cuenta argumentos y datos de la realidad, pero nada de ello ya importa. Vivimos mundos paralelos y personales, hechos alternativos que se adecuan demasiado fácil a nuestros deseos e ideologías. Posmodernos somos todos.

Si nos posamos en la especulación política tras la condena y la movilización de apoyo, el final es abierto. Algunos días atrás decíamos que con CFK presa había tres posibilidades en el peronismo: fragmentación sin reconciliación; unidad liderada por otro dirigente o unidad detrás de CFK. A juzgar por los primeros movimientos, la última posibilidad parece picar en punta si bien habría que ser cautos y esperar que baje la espuma: el kirchnerismo ha dejado muchos heridos todos estos años y este es un momento ambiguo en el que CFK es al mismo tiempo débil y Santa. Mientras se mantenga en el terreno de la santidad, no habrá inconvenientes. Pero si decide jugar fuerte en el poder terrenal de las lapiceras, allí habrá más sangre (metafóricamente hablando) que milagros. Dado que, conociéndola a CFK, el taller literario o una reducción en vida a parte de la liturgia no es una opción, habrá que ponerse el casco para una disputa feroz porque, encima, ahora, el kirchnerismo ni siquiera puede ofrecer los votos de ella, de modo que tiene mucho menos poder de negociación del que tenía una semana atrás.  

La centralidad de CFK, al menos en el futuro inmediato, conecta con una pregunta bastante insólita que un periodista le hiciera al gobernador Kicillof, una pregunta que, hay que decirlo, lo descolocó: “en caso de ser Presidente, ¿usted indultaría a CFK?” En el mismo sentido, Wado de Pedro declaró que la primera medida del próximo gobierno debería ser indultar a CFK.

No sabemos si esta será la línea K de aquí a los próximos años y no es este el espacio para juzgar si, llegado el caso, el indulto sería justo o, al menos, conveniente. Sin embargo, de lo que no hay dudas es que el indulto como bandera puede ser una estrategia útil para el kirchnerismo pues cumpliría varias funciones. En primer lugar, polarizar; en segundo lugar, seguir dándole centralidad a Cristina en el panperonismo; y, en tercer lugar, funcionar como criterio para medir el kirchnerismo en sangre: “Aquel que diga que no, aquel que balbucee, ese es el traidor”, podrá decirse, parafraseando aquel mítico guion de El Padrino.

Por otra parte, el “Cristina libre” o “Indulto a Cristina”, una vez más, independientemente de si es justo o no, es la continuidad del ejercicio sacrificial que caracteriza al kirchnerismo: ahora el pueblo ya no tiene que luchar por vivir mejor sino por la liberación de CFK, lo cual es bastante pedir dada la calidad de la dirigencia y frente a un pueblo que, lo único que le falta, es que encima le pidan cosas.

Con todo, es interesante notar el sutil corrimiento conceptual de los últimos años, el cual, no casualmente, ha acompañado los dos grandes problemas del kirchnerismo: el de la sucesión y el de un contenido programático que se anquilosa. Porque cuando no quedó más remedio que hacer que Scioli fuera el candidato en 2015, de repente el candidato pasó a ser el proyecto; pero cuando, con los años, el proyecto pasó a ser algo que ya no se sabe bien qué es, el proyecto se transformó en una persona: ella. Entonces ya no militamos un programa sino militamos a una persona o, quizás, a una familia. La batalla cultural devino batalla personal.

Recapitulando, si de acá al 2027 lo único que tiene para ofrecer el kirchnerismo es la exigencia de liberación de CFK al tiempo que implora que el proyecto Milei fracase, lo que parece garantizado es la polarización. Es más, ya podemos presagiar la línea directriz de la campaña de la derecha: “Milei/Macri o Cristina libre. Vos elegís”. Quizás sirve y hasta se puede hacer una buena elección pero la gente merece otra cosa, un plan, una idea, una expectativa, una mentira bella al menos. Ir a las urnas por un indulto… bajo la suposición de que en esa persona se encarna todo lo anterior suena bien, pero sabemos que no es cierto. En todo caso, puede cumplir el requisito de mentira bella, pero expondría una realidad horrorosa: que solo ella puede encarnar ese plan, esa idea y esa expectativa. Si es así…estamos en problemas.  

Por otra parte, lo que también tendríamos garantizado, como mínimo, es el rol obstaculizador de CFK al interior del espacio (imagínense… si hasta algún dirigente acostumbrado a las declaraciones altisonantes llegó a proponer un delirante llamado a la abstención solo porque ella no puede presentarse…). Y en caso de que ganara el nuevo ungido de ella, también tendríamos garantizado que su figura devenga rápidamente títere o traidor, según cuál fuera su relación con el espacio K.

Si nos restringimos a la lógica estrictamente electoral, intuyo que las posibilidades del kirchnerismo/peronismo dependerán más de los errores del adversario que de los méritos propios. Solo con un país en crisis económica, el “Cristina libre” puede aglutinar un espacio competitivo de cara al 2027. Porque esto hay que repetirlo: desde el 2007 hasta ahora el kirchnerismo solo ganó dos elecciones y perdió todas las de medio término; CFK se iba a presentar a candidata provincial por la tercera para no perder, ya no su liderazgo nacional, sino para no perder su influencia en la provincia de Buenos Aires. La torpeza y el gen persecutorio y atávico de la derecha antiperonista encarnada en el entramado de periodistas, políticos y jueces, le ha dado una vida más a quien parecía tener un futuro de liderazgo restringido sobre una minoría intensa cada vez más intensa y cada vez más minoría. Esa que es mayoría en el espacio popular pero que lleva 10 años sin poder ofrecer un candidato propio que mida bien y que debe recurrir siempre a figuras que no son del riñón para que, antes o después, “traicionen”.

La moneda de la política local vuelve a girar en el aire. No sabemos si el paso del balcón de la Rosada al balcón de su casa es la metáfora perfecta de un lento declive político o el inicio de un nuevo experimento de poder que, independientemente del cargo que ostente, la seguirá teniendo a CFK en el centro de la escena por varios años más.  

 

Cómo y por qué sobreviven las dictaduras (publicado el 12.6.25 en www.theobjective.com)

 

En tiempos donde las democracias liberales son puestas en cuestión y aparecen modelos alternativos autoritarios, el nuevo libro de los reconocidos politólogos, Steven Levitsky y Lucan Way, Revolución y dictadura. Los orígenes violentos del autoritarismo (Ariel), ofrece una serie de hipótesis reveladoras tanto para el gran público como para la discusión al interior de la Ciencia Política.

La pregunta inicial que da lugar al texto es por qué las autocracias revolucionarias son capaces de perdurar en el tiempo. El interrogante es más que atendible si se toma en cuenta el análisis comparativo que los autores realizan y que muestra que, desde el 1900 a la fecha, los regímenes autoritarios nacidos de revoluciones violentas han resistido una media de casi tres veces más tiempo que sus homólogos no revolucionarios. En otras palabras, habría una correlación entre origen violento y perdurabilidad.

La hipótesis es perturbadora y desafía buena parte de la literatura académica, además de cierto sentido común que reproduce la fantasía del dictador sostenido por la riqueza del país, ya que muestra que el nivel de desarrollo económico, el aumento del PIB, la abundancia de recursos naturales y el tipo de régimen autoritario, no resultan variables determinantes para predecir la longevidad del régimen.

Pensemos, si no, en los 74 años de comunismo soviético, los 85 del PRI en México y las más de seis décadas que llevan los regímenes de Cuba y Vietnam, por no mencionar el caso del Partido comunista chino y el régimen iraní: lejos de constantes tiempos de bonanza, estos procesos atravesaron circunstancias sociales críticas, entre las que se puede citar la crisis económica, las guerras y la hostilidad exterior que enfrentó la URSS, el bloqueo y la crisis por la caída de la Unión Soviética que padeció Cuba, el desastre ocasionado por “El Gran Salto Adelante” en China, los 30 años de guerra permanente en Vietnam o las cuatro décadas de hostilidad internacional que sobrellevó Irán, incluyendo los ocho años de guerra con Irak. Y, sin embargo, todas estas experiencias perduraron en el tiempo.

Al momento de dar una definición más técnica, correspondería indicar que, según los autores, las revoluciones sociales violentas desencadenan una secuencia de reacción que moldea la trayectoria del propio régimen a largo plazo.

 “A pesar de la debilidad inicial de muchos gobiernos revolucionarios, unas élites revolucionarias en un principio movidas por la ideología fomentan iniciativas radicales que ponen en jaque los intereses internacionales y domésticos, con el resultado de la guerra civil (Angola, México, Mozambique, Nicaragua o Rusia), una guerra externa (Afganistán, Camboya, China, Eritrea, Irán o Vietnam) o amenazas militares a su propia existencia (Albania o Cuba). Dicho conflicto a veces resulta en un colapso prematuro del régimen. Sin embargo, cuando sobreviven los regímenes, el conflicto contrarrevolucionario lleva al desarrollo de una élite cohesionada, un Ejército fuerte y leal y la destrucción de centros de poder alternativo. Debido a que los cismas entre las élites, los golpes y las protestas de masas son tres de las principales causas del colapso autoritario, la revolución y sus secuelas vacunan con efectividad a los regímenes contras estas causas de muerte”.

Una élite cohesionada y con incentivos, un aparato coercitivo desarrollado y fiel al régimen, sumado a la destrucción de los adversarios políticos y de los espacios de poder alternativos propios de la sociedad civil, serían, así, los tres pilares sobre los cuales se edificaría la perdurabilidad de estas revoluciones sociales violentas.

Esta perspectiva, a su vez, se distancia de los distintos tipos de explicaciones que la Ciencia Política ha intentado en las últimas décadas, esto es, la de las condiciones precedentes a la revolución como factor determinante; las tesis institucionalistas que, por ejemplo, indicaban que en las características de instituciones como las creadas en los regímenes comunistas habría una clave, o aquellas sociocéntricas que afirman que estos modelos perduran porque son efectivos en lo que hoy llamaríamos “la batalla cultural” y porque una porción importante de la población se beneficia de ellos.

Pero hay otro aspecto que para los autores es digno de tomar en cuenta y que surge ante una pregunta más que interesante: ¿existe algún elemento capaz de explicar por qué algunas revoluciones sociales se moderan y otras se radicalizan? La pregunta es central además porque, cuando se toma el poder, en general, la situación es de debilidad total: sin Estado, sin partido y sin ejército propio. Y, sin embargo, en esas circunstancias, algunos deciden generar amplios consensos a través de la moderación y otros van por la vía contraria, la cual, a su vez, como expone el estudio, ha demostrado ser más efectiva para sostenerse en el poder.

Allí los autores mencionan a la ideología como factor clave, incluso por encima del eventual apoyo extranjero (que puede ser relevante, claro) o determinados contextos históricos como el de la Guerra Fría. Pero cuando Levitsky y Way hablan de ideología no se refieren a una en particular, como podría ser la comunista dado que la mayoría de los casos estudiados han sido revoluciones de ese color, sino al hecho de compartir un conjunto robusto de ideas capaz de cohesionar y ayudar a la toma de decisiones en los momentos críticos.  

Pasando en limpio, los autores consideran que el libro hace aportes conceptuales en varios sentidos: por un lado, el énfasis en el rol de la ideología cómo factor determinante al origen de la acción revolucionaria barre con aquellas teorías que presentan a los autócratas como meros agentes racionales que solo buscan la maximización del poder; por otro lado, contra los institucionalistas, Levitsky y Way creen que la cohesión de las élites para el sostenimiento de los regímenes se apoya más en amenazas existenciales que en su participación directa en las instituciones.

Asimismo, el énfasis que los autores ponen en la importancia de las relaciones cívico militares es central porque, partiendo del hecho de que prácticamente no ha habido levantamientos militares contra estos procesos sociales originalmente violentos, se sigue que la decisión de reemplazo de las fuerzas armadas y represivas del antiguo régimen por hombres y mujeres leales al gobierno revolucionario es una de las columnas vertebrales que explican la perdurabilidad.

Por último, el llamado que Levitsky y Way hacen a focalizar en el modelo de Estado, es otro elemento a tener en cuenta en la medida en que la mayoría de los partidos autoritarios resistentes del mundo están imbricados en Estados fuertes.

Dicho esto, y tomando en cuenta el fin de la Guerra Fría, alguien podría suponer que, aunque no desaparezcan totalmente, las posibilidades de este tipo de revoluciones sociales violentas estarán muy limitadas. Sin embargo, los autores no son tan optimistas puesto que mientras sigan existiendo ideologías radicales y Estados frágiles, la revolución social estará siempre allí latente. De hecho, auguran que el siglo XXI será testigo de nuevas revoluciones de este tipo. El único interrogante es si éstas serán capaces de perdurar en el tiempo como lo hicieron aquellas producidas a lo largo del siglo XX.

 

 

viernes, 20 de junio de 2025

Un “incendio” de 1000 años: el largo declive de la biblioteca de Alejandría (publicado el 6.6.25 en www.theobjective.com)

 

Todos sabemos que lo más parecido a esa biblioteca capaz de contener todos los libros del mundo fue la biblioteca de Alejandría. Sin embargo, son muchos los cabos sueltos que al día de hoy existen al momento de reconstruir su historia: ¿cuándo y quién la destruyó? ¿Fue Julio César? ¿Fueron los árabes por orden del califa Umar? El nuevo libro del historiador del mundo antiguo y filólogo italiano, Luciano Canfora, La biblioteca desaparecida, editado por Siruela, buscará responder estos interrogantes con una investigación que, a su vez, se inicia con dos preguntas provocadoras: ¿ha sido un incendio el que acabó con la biblioteca? Y, yendo un paso más allá: ¿existió verdaderamente la biblioteca?

A propósito de esta última cuestión, convengamos que la pregunta es tramposa pues es claro que la biblioteca existió. Sin embargo, también es cierto que ésta se encuentra lejos de cualquier representación que podamos hacernos tomando en cuenta las bibliotecas modernas.

Este punto es relevante porque permite confrontar con las fuentes que adjudican su desaparición al incendio provocado por Julio César.

De hecho, el relato de Canfora comienza con el viaje de Hecateo a Tebas para visitar el palacio de Ramsés II donde queda en evidencia que la biblioteca real de aquel palacio no era un edificio autónomo, sino una serie de estantes que contenían los rollos y que eran parte del mismo palacio.

A partir de esta evidencia, Canfora concluye que el palacio real de Alejandría tampoco tenía un edificio autónomo llamado “biblioteca” puesto que “El modelo persa de palacio real inaccesible (…) había pasado, por medio de Alejandro, a la monarquía helénica. También en Egipto la corte ptolemaica se sumaba al remoto modelo faraónico”.

La biblioteca de Alejandría, en tanto conjunto de estantes incluidos dentro del palacio real, entonces, fue un proyecto inaugurado por la dinastía helénica de Ptolomeo Sóter, algunas décadas después de la fundación de la ciudad realizada por Alejandro.

Con Demetrio, quien pertenecía a la escuela aristotélica, como encargado plenipotenciario, se buscó darle a la biblioteca el modelo del peripato que caracterizó a aquella escuela y se avanzó en el plan de incluir allí todos los libros de los pueblos de la Tierra, los cuales, se calculaba, alcanzarían unos 500.000 rollos.

En el momento de esplendor, por ejemplo, Demetrio adquirió los “libros de la ley judaica” para los cuales contrató a 72 traductores encargados de llevar aquellos textos al griego, como así también los textos iranios atribuidos a Zoroastro, con más de dos millones de versos.

“Los griegos no aprendieron las lenguas de sus nuevos súbditos, pero comprendieron que, para dominarlos, era necesario entenderlos, y para entenderlos era necesario recoger sus libros y traducirlos. Así nacieron las bibliotecas reales en las capitales helénicas; no solo como factores de prestigio, sino como instrumento de dominio. En esta obra sistemática de recopilación y traducción, los libros sagrados de los pueblos dominados tenían un puesto relevante: la religión era, para quien intentaba gobernarlos, la puerta de su alma”.

Con la hegemonía romana llega el episodio de Julio César que da lugar a un gran malentendido: mientras él se encontraba en el palacio real donde estaba la biblioteca, hay un intento de asesinarlo que luego deriva en una insurrección de esclavos y un ataque por mar contra el palacio. Sin embargo, su carácter inexpugnable, más el plan de César de incendiar las 60 naves ptolemaicas que estaban en el puerto, le permitió escapar hasta la isla de Faro. Con todo, el viento y la mala fortuna hicieron que el fuego se propagase hacia otras zonas de la ciudad alcanzando arsenales y almacenes donde había granos y libros. Si bien hay una discusión entre los historiadores, Canfora expone que esos rollos quemados (unos 40.000), o bien no pertenecían a la biblioteca o bien eran un regalo de la dinastía hacia algún ciudadano romano rico y ostentador. En cualquier caso, se trataría solo de una parte menor de los rollos de la biblioteca.

Descartado este episodio como el causante de la desaparición, restaría mencionar aquel que buena parte de la historiografía oficial señala. Se trata, claro está, del ocurrido a partir de la llegada de los árabes a Alejandría, allá por el 640 d. C., esto es, a casi 1000 años de la creación de la biblioteca.

Es allí donde el comentarista de Aristóteles, Juan Filopón, el infatigable, le pide a Amr, responsable de la conquista, que protegiera los libros de la biblioteca, pero éste, tras consultarlo con el califa Umar, recibe la siguiente contestación:

“En cuanto a los libros a los que has hecho referencia (…) [los de la biblioteca]: si su contenido está de acuerdo con el libro de Alá, podemos despreciarlos, puesto que, en tal caso, el libro de Alá es más que suficiente. Si, en cambio, contienen cualquier cosa disconforme respecto al libro de Alá, no hay ninguna necesidad de conservarlos. Procede y destrúyelos”.

Se dice que el proceso de destrucción de todo el material llevó seis meses y que solo se salvó un autor: Aristóteles. A propósito de él, Canfora narra algunas de las vicisitudes por las que tuvo que atravesar la obra del maestro, esto es: la decisión de Teofrasto de delegarle los libros de Aristóteles a Neleo, quien al no haber sido elegido maestro de la escuela peripatética se retira ofendido con los libros a su ciudad natal, Escepsis; el modo en el que éste engaña a los emisarios de la biblioteca de Alejandría que ofrecieron comprárselos cuando, gracias a una ambigüedad del lenguaje, afirma “estos son los libros de Aristóteles” para referirse a los libros que eran propiedad del estagirita y no los de su autoría; la decisión de los herederos de Neleo de enterrar los originales, arruinándolos, gracias a la humedad y a las polillas, la posterior venta a la biblioteca competidora, la de Pérgamo, y el destino posterior, aparentemente pasando a manos privadas, antes de perderse.

A propósito de Pérgamo, la biblioteca que surgió un siglo después de la de Alejandría, la rivalidad fue tal que dio lugar a turbas de estafadores que ofrecían rollos falsos o remendados que ambas bibliotecas aceptaban por el simple hecho de no favorecer a la otra.

La rivalidad escaló a tal punto que Egipto prohibió la exportación de papiro para perjudicar a Pérgamo, la cual se vio obligada a perfeccionar la técnica de origen oriental del tratamiento de las pieles para así crear el pergamino que luego acabaría imponiéndose.

Aunque Canfora entiende que, a lo largo de la historia, las grandes bibliotecas parecen estar condenadas a perecer en el fuego, lo cierto es que el ocaso de la biblioteca de Alejandría estaría vinculado, más bien, a un largo declive:

“Destrucciones, ruinas, saqueos, incendios, arruinaron, sobre todo, las grandes concentraciones de libros ubicados habitualmente en el centro del poder (…) Por ello aquello que ha perdurado no procede de los grandes centros sino de lugares marginales (los conventos) o de esporádicas copias privadas”.

Es más, para Canfora, independientemente de la intervención de Umar, (que habría sido sobre los “pocos” libros que quedaban, los cuales, a su vez, ni siquiera eran los originales de la época de Ptolomeo), hacia el final del siglo III d. C. ya se había dado el auténtico final de la biblioteca. Este habría sido durante el conflicto entre Zenobia y Aureliano, cuando Alejandría perdió el barrio donde tiempo atrás estaba la biblioteca y donde “ahora está el desierto”.

Dividido en dos mitades de 100 páginas, con una primera en la que el relato es casi detectivesco, y una segunda donde se discute con las fuentes, La biblioteca desaparecida es un texto que logra satisfacer tanto a neófitos como a especialistas y que brinda argumentos sólidos para desentrañar el destino de uno de los proyectos más ambiciosos de la civilización; destino cuyo final habría sido mucho menos épico de lo que se suponía, gracias a un largo languidecer de 1000 años en los que la destrucción, la ignorancia y la desidia ofrecieron una combinación fatal.

 

Hitler y Milei: la comparación incómoda (editorial del 14.6.25 en No estoy solo)

 

En la medida en que se ha instalado en cierto arco de los analistas la idea de un retorno del fascismo, la metáfora de la República de Weimar se ha transformado en un lugar común. Para quien no lo tenga del todo presente, hablamos del primer período democrático de Alemania vigente desde 1919 hasta 1933, momento en el cual se produce la deriva autoritaria de Hitler. Hablar de Weimar, entonces, supone advertir acerca de un estado de cosas previo al desastre por venir. Dicho esto, y dado que no son pocos los que incluyen a Milei dentro de un presunto giro fascista: ¿es la Argentina 2025 la República de Weimar? ¿Acaso lo fue la Argentina de Alberto Fernández como aquel desastre preparatorio para lo que vendría?

Apurando la respuesta, creo que ese planteo es errado desde el vamos, sobre todo porque, hasta ahora, no hay nada que muestre que el gobierno de Milei se parezca en algo al fascismo, salvo que alguien interprete que ser fascistas es hacer recortes presupuestarios, insultar periodistas, oponerse a políticas progresistas y estar involucrado con el episodio de una presunta criptoestafa que deberá aclarar en la justicia llegado el debido momento. Todo esto y mucho más pueden ser acciones que originen críticas con buenos fundamentos. Incluso, desde mi punto de vista, creo que hay claros rasgos populistas en Milei. Pero ahí no hay fascismo. No digamos boludeces que Mussolini se nos mea de risa.

Aun así, el episodio de Weimar puede ser útil para darnos algunas lecciones de la actualidad y para ello me serviré de El fracaso de la República de Weimar. Las horas fatídicas de una democracia (Taurus), el nuevo libro de Volker Ullrich, el periodista alemán graduado en Filosofía, Literatura e Historia que vuelve a deslumbrar con una obra de gran precisión.

Este libro me resultó particularmente interesante por una hipótesis que contradice buena parte de la mitología en torno a aquellos años. Me refiero a la afirmación de que la llegada de Hitler al poder era inexorable por una serie de razones que expondremos más adelante. Sin embargo, Ullrich demuestra otros destinos además de recordarnos que Hitler no llegó por los votos como se suele repetir. Más bien lo que hubo fue una serie de intrigas, errores, mezquindades, ambiciones y, sobre todo, una increíble cuota de azar, esto es, una serie de elementos que no siempre son tenidos en cuenta por aquellos que pretenden encontrar en la historia linealidades y necesidad.

Ahora bien, ¿por qué fracasó la República de Weimar? Los historiadores ofrecen distintos puntos de vista: están quienes dicen que la nueva Constitución que acababa con la monarquía no pudo sacarse de encima la rémora del Estado autoritario (en las élites económicas, en la burocracia estatal, en el ejército) o los que cargan las culpas sobre la humillación y la pesada carga económica que pesaba sobre los alemanes después del Tratado de Versalles, escenario propicio para la reacción de los ultranacionalistas.

Otras hacen énfasis en los defectos estructurales de la Constitución de Weimar que le daba al presidente prerrogativas extraordinarias (el famoso artículo 48), para disolver el parlamento y suspender las garantías y derechos ciudadanos, entre otras cosas, y no son pocos los que agregan la mezquindad y la miopía de los partidos y los sindicatos cuya intransigencia y división dejó la mesa servida a los sectores más radicalizados.

Ullrich indica que todo eso ha sido cierto pero que ni siquiera la unión de esos factores nos dirigirían a pensar en Hitler como el único desenlace posible. En el medio se perdieron decenas de oportunidades y el sendero de los hechos estuvo determinado por infinita cantidad de acciones.

Por ejemplo, a pesar de los grandes cambios sociales que los socialdemócratas incluyeron en 1918-19 (fin de la monarquía, libertad de expresión y de reunión, fin de la censura, sufragio universal para las mujeres, jornadas laborales de 8 horas, etc.) no se avanzó lo suficiente contra ciertas prerrogativas del antiguo régimen. Si no quisieron, si no pudieron, si no les dio el equilibrio de fuerzas, si era mejor la república posible a la verdadera, todo es especulación.

También se desaprovechó la oportunidad de sacar del medio a Hitler cuando, repelida su intentona golpista en 1923, se permitió que la justicia apenas lo condenara a cinco años de prisión y que se le diera libertad condicional a los pocos meses de estar preso.

Asimismo, si los comunistas hubieran superado sus diferencias, el monárquico Paul von Hindenburg jamás hubiera llegado a presidente como lo hizo en 1925. Se trató de un punto de inflexión porque el viejo Mariscal de campo del Imperio Alemán, aun cuando fue mucho más respetuoso de la Constitución de lo que se esperaba y se negaba a entregar el cargo de Canciller a Hitler, estuvo lejos de ser un republicano y no dudó en hacer uso de la potestad que le otorgaba la Constitución para suspender las garantías y disolver el Parlamento según las necesidades políticas.

A propósito de Hindenburg, Ullrich recoge una frase de Theodor Lessing, el filósofo de la cultura, con la que se puede graficar tantísimos líderes y momentos de la historia argentina:

“Según Platón, los filósofos deberían ser los líderes del pueblo. No sería precisamente un filósofo el que estaría subiendo al trono con Hindenburg. Más bien sería solo un símbolo representativo, un signo de interrogación, un cero. Uno podría decir: ‘mejor un cero que un Nerón’. La historia muestra, por desgracia, que siempre detrás de un cero se oculta un Nerón”.

Volviendo a la cuestión de las oportunidades, fue la ruptura de la coalición entre el centro y los socialdemócratas en 1930 lo que abrió la última puerta y allanó el camino a lo que sucedería tres años más tarde cuando, tras conspiraciones e intrigas palaciegas, el exCanciller Franz Von Papen, sediento de venganza por haber sido desplazado, acuerda con Hitler formar parte de su gobierno y convence a Hindenburg para que designe al Führer nuevo Canciller. Este punto es a tener en cuenta porque, si bien es cierto que Hitler fue el más votado, sus votos nunca se acercaron ni por asomo al 50% más 1 necesario para formar gobierno sin depender de coaliciones. De hecho, ni siquiera siendo el más votado tuvo la aprobación de Von Hindenburg hasta que, como decíamos, al final logran convencerlo.

Por último, el episodio inflacionario por el que atravesó el gobierno socialdemócrata fue, para muchos, determinante. Ullrich menciona tres grandes personalidades de la época que así lo grafican: Stefan Zweig quien, en su autobiografía, El mundo de ayer, afirmaba que nada había vuelto al pueblo alemán un pueblo “tan amargado, tan lleno de odio, tan listo para Hitler como lo volvió la inflación”; Sebastian Haffner, que en su libro Historia de un alemán, indicaba que esa vivencia de un dinero que se evaporaba dejó a Alemania lista “no para el nazismo en particular, pero sí en general para cualquier aventura fantástica”, y Thomas Mann quien indicó: “Hay un camino recto que lleva del delirio de la inflación alemana al delirio del Tercer Reich”. 

Ullrich no está de acuerdo en esta mirada y un buen dato a su favor es que la inflación acabó siendo controlada casi 10 años antes de que Hitler llegara al poder, más allá de que es cierto que la crisis del 29 también afectó económicamente a Alemania y que ese escenario podría haber contribuido con el auge de la derecha.

En la Argentina, la respuesta en las urnas a inflaciones altas no fue el fascismo sino el apoyo a gobiernos que emplearan ajustes y la controlaran, tal como sucedió con Menem y ahora con Milei. Sin llegar a concluir que la inflación crea monstruos, sí podría decirse que, al menos, hace a la sociedad más permisiva al momento de aceptar políticas de shocks porque nada se asemeja al dinero perdiendo valor día tras día.

En síntesis, mientras no exista un giro autoritario de Milei, y nada hace pensar que ese sea el camino, el caso de la República de Weimar, al menos tal como lo expresa Ullrich, puede ser útil ya no como advertencia de la llegada del monstruo sino para poner sobre la mesa la responsabilidad de los distintos actores que lograron que Milei llegue al poder y el modo en que las acciones de éstos podrían haber cambiado la historia. Esa es una comparación mucho más incómoda que la torpemente falsa entre Hitler y Milei.

Naturalmente es una tontería equiparar las intrigas palaciegas de Von Papen, operando a Von Hindenburg, con las internas a cielo abierto que paralizaron el gobierno del Frente de Todos, pero sí es cierto que Milei llega por una, casi imposible de rastrear, cadena de errores, mezquindades y cálculos políticos de sus adversarios. Sin enumerar en detalle y para no irnos hasta el 2001 o retroceder para comprender qué originó ese estallido, podríamos remontarnos a la crisis de 2008 donde se genera un parteaguas en la sociedad para luego mencionar a Moyano, a Massa, al boicot del propio gobierno a su candidato, Scioli, a candidatear a Aníbal Fernández en la provincia, al desastre económico de Macri a partir de abril de 2018, a la ya mencionada parálisis del gobierno que lo reemplazara entre la intransigencia de unos y la pusilanimidad de otros, y a la autodestrucción de Juntos por el Cambio. Cada caso merecería una explicación y he pasado por alto infinidad de situaciones, pero me he centrado en lo que podría considerarse “errores no forzados” para no incluir el modo en que los adversarios políticos jugaron su propio partido (especialmente durante el gobierno de CFK).

Teniendo la suerte de que Milei no sea Hitler, ahora falta que nuestros dirigentes sean lo suficientemente inteligentes, generosos y responsables para no cometer los errores que, en distintos momentos de la historia, abrieron la puerta a lo desconocido.

 

 

 

¿Y si con Cristina ya ni alcanza ni se puede? (editorial del 7.6.25 en No estoy solo)

 

Finalmente se confirmó que CFK será candidata por la tercera sección de la provincia de Buenos Aires en las elecciones de septiembre. Quien fuera presidente, vice, diputada y senadora nacional, entre otros cargos, da un paso que apenas unos meses atrás hubiera sido impensado.

La confirmación llegó en un reportaje televisivo evidentemente pensado para el anuncio y donde a lo largo de más de una hora el periodista no intervino con preguntas sino con una sucesión de comentarios indignados contra el gobierno. Una pena pues había mucho que preguntar especialmente después de un discurso como el del último 25 de mayo en el que se había visto una CFK sustantiva con algunas definiciones relevantes.

A la objeción más obvia, muy bien reflejada en la anécdota de Carlos Menem, aquella en la que afirma que quien llegó a papa no puede luego pretender ser monaguillo, CFK respondió rápido con el manual del militante político que entiende que, según las circunstancias, éste debe ubicarse en el lugar más conveniente para el movimiento. Una salida elegante que, sin embargo, esconde otras razones de fondo que, naturalmente, deben leerse como parte de la interna por el liderazgo del espacio. En este sentido, si la elección en CABA fue una interna abierta, una PASO de facto, entre la derecha y la derecha más radical, la elección de la provincia hará lo propio con el espacio de centro izquierda. Lamentablemente, como indicó la propia CFK el 25 de mayo, ni siquiera se trata de una disputa de ideas sino un asunto del ego (que no es solo el ego del propio gobernador sino, claro está, el de ella también).

La decisión puede pretender, además, un efecto claramente disciplinador porque, seamos claros una vez más, sin desdoblamiento de las elecciones provinciales, no había CFK candidata a la tercera sección. Las excusas de una u otra facción para justificar la decisión de desdoblar o ir juntas son atendibles, pero no representan las verdaderas motivaciones. En otras palabras, detrás del “desdoblamos para provincializar y que se evalúe la gestión del gobernador” debería leerse “desdoblamos porque no vamos a ser un títere de las decisiones de CFK y que nos digan Axel ‘presidenta’ como le decían a Alberto”; y detrás del “hay que unificar porque el verdadero adversario es Milei” debería leerse “no vamos a aceptar que el gobernador desplace a CFK y pretenda ser el conductor del espacio”.

La pulseada por desdoblar o no, la ganó el gobernador, sin embargo, un inesperado as estaba en la manga de CFK, una jugada en la que triunfará sea cual sea el resultado y que automáticamente ensombrecerá la figura del gobernador. Efectivamente, si CFK gana, (algo posible y esperable no solo porque ella mide bien allí sino porque uno arroja un ladrillo con el escudo del PJ y saca más de 40%), y ese triunfo le permite al peronismo ganar la provincia, el mérito se lo llevará ella; si ella gana, pero el peronismo pierde la provincia, quedará en evidencia que ella es la dirigente de mayor peso y la conductora; y si ella perdiera (lo cual llevaría a que el peronismo pierda la provincia), la culpa se le echará a la estrategia del desdoblamiento impulsada por Kicillof. Jaque mate.

Pero la pesadilla del gobernador podría recién iniciarse si CFK asume un oficialismo opositor desde la legislatura bonaerense (igual al que ejerció durante el gobierno de Alberto a nivel nacional) y le traba la administración a Kicillof, quien no puede reelegir y, al día de hoy, es el principal candidato a enfrentar a Milei en 2027.

Es más, aun cuando suene demasiado especulativo e incluso cuando existen posibilidades claras de que el Poder Judicial le impida candidatearse a cargos públicos después de esta elección, la estrategia de CFK de “bajar” a la provincia podría leerse desde la perspectiva de quien observa que, dado que en 2027 habría posibilidades ciertas de reelección del gobierno nacional, de lo que se trata es de retener la administración de la provincia, si no con ella como gobernadora, con alguien ungido por su dedo.

Aunque se trata de una estrategia de repliegue y CFK se candidatea para retener espacios cada vez más pequeños (solo le va a faltar ir como concejal en La Matanza), lo cierto es que si la estrategia mencionada funciona, el cristinismo (con una eventual Cristina proscrita por la justicia) haría pie en la provincia más importante sin adversarios internos como los tiene ahora porque, esto lo sabemos, hoy por hoy el kicillofismo no es ni un movimiento, ni un espacio, ni un ideario, sino apenas una administración que caduca en 2027.

Esto en lo que respecta al plano electoral. En cuanto a lo conceptual, el asunto es mucho más complejo porque, vale la pena repetir lo que alguna vez comentamos aquí, el problema de la oposición hoy no es electoral sino de programa, los mismos que ya existían en 2019 donde el choque de la calesita de un gobierno inepto como el de Macri le regaló el retorno a la versión remendada del kirchnerismo que quizás haya vuelto mujer, pero seguro que no volvió mejor.

Con Kicillof prometiendo canciones nuevas de un álbum que todavía no ha compuesto ni tiene donde grabarse, y ningún otro dirigente, al menos por ahora, con la potencia para recoger el guante (ojalá Massa sea candidato en la primera sección así al menos recupera el don del habla), la oposición, no solo en lo electoral, sino también desde lo conceptual, sigue dependiendo de CFK.

Y allí se plantean dudas, primero por la falta de autocrítica respecto a lo ocurrido entre 2019 y 2023. Y no me refiero a la decisión de llevar a Alberto Fernández como candidato. Caer sobre eso es injusto porque fue solo Guillermo Moreno el que advirtió del error con el diario del viernes. Luego, en el mejor de los casos, algunos lo vieron con el diario del lunes y otros con el diario del lunes de cuatro años después. Pero falta algún comentario crítico de qué hizo el kirchnerismo entre 2019 y 2023 además de algún diagnóstico de qué se hizo mal para perder una elección en 2015 después de varios años de una gestión que terminó con problemas pero cuyo resultado final, para las grandes mayorías, fue satisfactorio. La influencia de Clarín, el poder económico, Nisman, la opereta con La Morsa, los buitres…todo eso ya lo sabemos. Lo que nos falta es hablar de los errores no forzados. Las trampas del adversario ya las conocemos.

Pero incluso sin pedir tanto y sin ir tan lejos, al menos retomando algunas de las líneas del discurso del 25 de mayo, allí hay algo al menos para abrir una mesa de discusión: un “Estado eficiente” que reemplace al “Estado presente” que se parece más bien a un Estado bobo que dice “presente” pero que te da turnos de atención médica a los 3 meses y le ofrece dos días de clases a los pibes porque los docentes están de paro y el suplente del suplente del suplente del suplente del suplente del suplente pidió licencia por dolor de cabeza, es un buen punto de partida.

También podría serlo cuando habló del hecho de que un eventual fracaso de Milei no necesariamente derivará en un regreso de los votantes al peronismo o cuando se refirió a avanzar en una discusión seria acerca de una actualización del régimen laboral para un mercado de trabajo que no es ni siquiera el de hace 10 años.

Ahí hay algo por lo menos para discutir, para trazar algún sendero y ofrecer una perspectiva de futuro que va más allá del oposicionismo burdo y esa boludez de “este es un gobierno cruel”, como si 211% de inflación no hubiera sido una crueldad o como si las medidas de Milei fueran deseables en caso de que sea un poco menos malito.

¿Habrá posibilidad de darse esos debates, ya no de acá a septiembre, pero al menos de acá a 2027? A juzgar por la actitud de la militancia la respuesta es negativa. Cuando CFK daba su discurso, la militancia asentía, pero luego repiten la misma cantinela como si el asentir no tuviera que ver con el contenido sino con una actitud reverencial frente al líder el cual es interpretado como un mito viviente asociado a cierto ideario del cual no puede desprenderse diga lo que diga.

Si en CFK falta autocrítica, el mayor problema es que la falta de autocrítica es mayor en su propia militancia, aquella que entiende que es una traición poner en tela de juicio su conducción, pero no la escucha.

No hay que culparlos. Siempre es más fácil seguir a alguien que pensar por sí mismo. Pero eso tiene consecuencias. ¿Se acuerdan de eso que se decía allá en la previa al 2019? ¿Lo de “Con Cristina sola no alcanza, sin Cristina no se puede”? Resta saber si tanta cerrazón, tanto núcleo duro e incapacidad de delegación, confirmará que con Cristina no alcanza y que ahora con Cristina ya no se puede. O lo que es peor, que los continuos errores del kirchnerismo cumplan el sueño húmedo que muchos tuvieron durante años: que con Cristina no alcance y que solo se pueda sin Cristina.