martes, 28 de noviembre de 2023

Todos fascistas (menos uno) [publicado el 23/11/23 en www.theobjective.com]

 

En un famoso pasaje de Alicia a través del espejo, Lewis Carroll se mete de lleno en una clásica discusión acerca del origen del lenguaje. Así hace decir al personaje Humpty Dumpty que el significado de las palabras es arbitrario puesto que éstas significan lo que él quiere. Frente a ello, interviene Alicia quien advierte que, de ser así, muchas palabras significarían cosas distintas y sería imposible comunicarse. Entonces, ¿quién tiene razón? La respuesta la da Carroll en la línea que sigue pues Humpty Dumpty desliza una teoría del significado asociada al poder y afirma que, a la hora de conocer el significado de una palabra, “la cuestión es, simplemente, [saber] quién manda aquí”.

En tiempos de posestructuralismo para Dummies, donde se nos dice que todo es una construcción del lenguaje, el pasaje viene a cuento porque en diversas partes del mundo observamos que quien manda ha determinado que todo aquel que se oponga a la hegemonía cultural imperante sea un fascista. Así notamos que la lista de fascistas aumenta y que curiosamente reúne a todos los críticos del poderoso, esto es, a todos los críticos del que nombra.

Sin ir más lejos, en España son fascistas los ultras representados en el trasnochado que aquella noche gritó “Viva Franco” para que sea reproducido ad nauseam; pero de repente pasan a ser fascistas también los que defienden la Constitución y el Estado de Derecho; incluso caben dentro del término “fascismo” los liberales, los conservadores, los nacionalistas (siempre y cuando defiendan a la nación española), los soberanistas, la izquierda que no está en el gobierno, y cualquiera que critique la amnistía. Así, el fascista siempre es el otro.

Algo similar sucedió y sucede con los trumpistas en Estados Unidos o con los votantes de Milei en Argentina. En este último caso, y ya que está bien fresco, cabe decir que seguramente hay fascistas, autoritarios y hasta nostálgicos de la dictadura entre sus votantes, pero, afortunadamente, son solo una mínima expresión de ese casi 56% de electores que, equivocadamente o no, creen que el libertario es una opción de cambio para mejor.          

A propósito del uso generalizado del término “fascista”, recordé un artículo de Pier Paolo Pasolini que se lo puede encontrar en una compilación llamada El fascismo de los antifascistas. El artículo es de diciembre del 74, meses antes de que Pasolini fuera asesinado, se llama, justamente, “Fascista”, y comienza así:

“Existe hoy una forma de antifascismo arqueológico que es además un buen pretexto para procurarse una patente de antifascismo real. Se trata de un antifascismo fácil que tiene por sujeto y objetivo un fascismo arcaico que no existe más y que no existirá más”.

Aclaré la fecha porque sorprende la vigencia que tiene. Los sectores progresistas de la actualidad dicen disputar contra un enemigo que es un fantasma, lo cual hace que la disputa carezca de riesgo alguno. Así, si Pasolini viviera, probablemente adscribiría a esa máxima del filósofo italiano de izquierdas, Diego Fusaro, quien indica que esta izquierda progresista a la que él llama “fucsia” es “antifascista en ausencia del fascismo para no ser anticapitalista en presencia del capitalismo”.   

Pero además del beneficio de aparecer como víctima de un victimario imaginario, reducir toda diferencia a “fascismo” o “ultra derecha” conlleva el silenciamiento del adversario en el debate público puesto que con el fascista no hay diálogo posible. Nótese lo grave del fenómeno que ni siquiera se da aquella dinámica de la interacción social que se conoce como Ley de Godwin y que indica que cuanto más se alarga una conversación más posibilidades hay que alguno de los interlocutores mencione a Hitler. Más allá de que la ley es risueña, lo central es que cuando Hitler aparece en la conversación, ésta automáticamente se cancela. Pero lo que se está dando ahora es peor porque observamos que ya no hay ni siquiera una voluntad de conversación: ¿Usted está en contra de la decisión del que manda? Usted es facha. Punto. Fin del debate.      

Dicho esto, claro está, hay un lado B del asunto que se va construyendo en paralelo como una lenta pero inexorable sedimentación que un día acaba siendo incontenible. Es que como suele suceder con aquellas dinámicas que devienen cada vez más solipsistas y endogámicas, la incapacidad para escuchar y aceptar la crítica genera un proceso de aceleración de las purgas hasta que el colectivo finalmente tiende a parecerse demasiado a su líder. Y en ese proceso las voces críticas van aumentando hasta que son demasiadas, fenómeno que incluso los líderes más inteligentes suelen reconocer tarde. Pasó en Estados Unidos cuando de repente triunfó Trump; acaba de pasar en Argentina con el triunfo de Milei. Dicho de manera simple: son tantos los acusados de fascistas que un día se agrupan y son mayoría.  

Por último, el efecto más pernicioso de la banalización que supone acusar de fascista a quien no lo es, es que muchos jóvenes acabarán considerando que el viejo fascismo, al fin de cuentas, no eran tan malo. Como en aquel cuento de Borges en el que un individuo del futuro, miembro de una comunidad que despreciaba la memoria, considera que la cámara de gas donde decide ir a quitarse la vida es obra de un filántropo llamado Adolf Hitler.

Nos dirigimos, entonces, hacia sociedades donde todos aquellos que tengamos una voz crítica seremos acusados de fascistas. Y de tanto repetirlo puede que hasta terminen convenciéndonos. Así todos seremos fascistas menos uno. ¿Y quién creen ustedes que será ese uno? Por supuesto, será el que nombra, esto es, el que tiene el poder, el que manda.           

 

 

Jokers, antiestatismo popular y clases magistrales (editorial de No estoy solo publicado en Canal Extra el 25/11/23)

 

Lo veníamos diciendo hace años: algo se estaba gestando subterráneamente. Mientras la política hablaba el lenguaje de “los derechos” había un cambio “socio-antropológico” de base. Esa transformación, acelerada por la pandemia, era una transformación de la subjetividad. Mientras consumíamos perones y evitas andiwarholeados y nos trepábamos a las modas de los sobreescolarizados, la épica del héroe colectivo era reemplazada por la del “individuo roto”. Esa romantización de la marginalidad y la lumpenización se fue de las manos. Se acababa la era del Eternauta. Llegaba el momento del Joker. Cuando unos pocos tienen derechos, los derechos devienen un privilegio.  

Se cumplen 40 años de una democracia en la que muchos no tienen para comer y en la que se educa y se cura mal. Así, los aspectos sustantivos se diluyen para que la democracia sea solo un sistema de reglas, a veces, incluso, menos que eso: un sistema de selección de representantes. De aquí que no sea casual que lleguemos a las cuatro décadas cumpliendo el último paso de la crisis de la representación iniciada en 2001. En este espacio lo habíamos llamado el paso del “que se vayan todos” al “que venga cualquiera”; el cambio como significante vacío; el dientudo del video que corriendo la picada dice “si nos matamos, nos matamos”.    

A propósito, si lograr imponer el clivaje “casta vs anticasta” fue la clave para que Milei llegara al balotaje, evidentemente el clivaje “cambio vs continuidad” resultó central para que se alzara con el triunfo. Se trata, por cierto, de un fenómeno que ha devenido la regla del último lustro en Latinoamérica, ya que desde 2018 a la fecha, de las 23 elecciones que tuvo la región, en 20 triunfó la oposición. Algunos lo llaman “insatisfacción democrática”. Yo prefiero llamarlo “mayorías que viven como el culo”.

En esta línea, el triunfo de Milei sorprende menos que el hecho de que el oficialismo fuera competitivo. No olvidemos todo lo que ocurrió desde aquel representativo retroceso que implicó Vicentin hasta la fecha. Un gobierno articulado para satisfacer a los compartimentos estancos que se unieron “para que no gobierne la derecha”, donde los funcionarios que no funcionaban eran premiados con embajadas; un gobierno que gobernó “para que nadie se enoje” y logró que se enojaran todos; un gobierno liderado por un presidente alérgico a tomar decisiones que estructuró la gestión para que nadie tenga mucho poder; un “Frente de todos débiles” donde cada unidad ejecutora se trababa por las disputas intestinas: el ministro del espacio A trabado por el secretario del espacio B que a su vez era trabado por el subsecretario del espacio C que a su vez era trabado por la ineficacia de los empleados que responden a A a B y a C. Esta fue una de las razones por las que aquí consideráramos que “el albertismo” nunca existió porque fue una destrucción antes que una construcción política. De hecho, a juzgar por las últimas declaraciones, se confirman algunas presunciones: la presidencia de la nación como un trampolín para vivir de dar clases en España, dar conferencias en foros internacionales sobre desigualdad y cambio climático, y retirarse de la política; la presidencia como una línea de CV en una historia laboral; un presidente que aspira a ser recordado como un presidente que tuvo mala suerte. 

Con distintos niveles de responsabilidad, las otras patas de la coalición han hecho sus aportes a todo esto. Massa, cuya última imagen no lo deja tan mal parado, fue mejor candidato que ministro. Gracias a la tregua en los egos de sus socios, aptitudes personales y una campaña profesional abrumadoramente mejor que la de sus rivales, estuvo cerca del milagro con la agenda propia, aquella que adoptó allá cuando rompió con el kirchnerismo en 2013. Pero en materia económica su gestión fue mala.    

El caso de CFK es incomprensible: demiurgo del triunfo electoral y con la suficiente responsabilidad política e institucional como para no abandonar un barco atado al ego y al solipsismo de su comandante, hizo su aporte para un pimpinelismo de gobierno fundando el oficialismo opositor y ensimismada en una agenda demasiado personal. El mejor ejemplo es el inútil impulso del juicio a la Corte, iniciativa alejada completamente de las necesidades del ciudadano de a pie. A dónde quiere ir es un misterio como fue un misterio el modo en que el kirchnerismo torpedeó el acuerdo de Guzmán. Más allá de si ese acuerdo fue bueno o malo, el kirchnerismo corrió por izquierda al ministro para luego darle en bandeja el puesto y el rol protagónico a Massa, la figura más de derecha que ofrecía el espacio y quien estuvo a punto de alcanzar la presidencia. Lo más curioso y paradojal es que si Massa hubiera llegado a la Casa Rosada, las horas del kirchnerismo estarían contadas. Detrás de una figura como CFK uno supone que todo tiene una razón de ser. Lo doloroso es darse cuenta que esa razón no existía. De “lo personal es político” pasamos a “lo personal es política”. Un error demasiado importante.      

Pero lo más preocupante es la incomprensión del momento histórico en los referentes y seguidores del espacio, algo que atraviesa al peronismo y especialmente a esta variante progresista que ha hegemonizado el peronismo del siglo XXI.

Efectivamente, si el antiperonismo demuestra ser más estable y menos mítico que el propio peronismo, ahora aparece un “antiestatismo popular” que no estaba presente cuando ganó Macri. Hordas de pretendidos Self-Made-Man, (cansados del paternalismo de los CEOs de la pobreza), a los cuales el peronismo actual solo responde “Más Estado” como un acto reflejo, incluso cuando en muchos casos lo que hace falta es lo contrario, tal como se sigue ya no de la escuela austriaca sino de Perón.

Este conato de libertarismo intuitivo penetró en los sectores populares donde nunca pudo llegar el macrismo, más allá de que, como hemos dicho aquí también, sería un gran error de diagnóstico de las autoridades entrantes imaginar que la sociedad argentina se ha vuelto libertaria.     

En cuanto a la variante progresista que ha hegemonizado ideológicamente al peronismo siglo XXI, uno de los síntomas más evidentes de la transformación es el reemplazo de los actos por las clases magistrales. La política como evento universitario. Gente que se dedica a explicar y no a transformar; gente que prefiere hacer papers antes que cloacas.

Más que nunca se vio ese cambio en la composición del apoyo mayoritario al oficialismo. ¿Dónde lo encontramos ahora con más fuerza? En las capas medias de profesionales de mediana edad, sobreideologizados y con pánico moral (piensen si no en Massa cerrando la campaña en el Pellegrini, el colegio de los hijos de esas capas medias sobreideologizadas, cantando “el jingle”); vanguardias que subestiman y exponen las contradicciones de los votantes de Milei sin explicar cómo podría ser racional votar un gobierno que, con la inflación, dio el segundo paso de la “desorganización de la vida” iniciado por el experimento frustrado del neoliberalismo de Macri.

Los mismos que disfrutaron de las mieles del Estado de Bienestar y lo defienden frente a quien quiere exterminarlo, pero mandan a los pibes a escuela públicas de elite o a escuelas privadas porque al oído confiesan que están podridos de los paros y de los compañeritos “marrones” que “atrasan al nene”; los mismos que se atienden en OSDE porque “el hospital se cae a pedazos”.  

Son los que cantaban “Alberto presidenta” (SIC) y “Compañero de piquete cuando quieras sale un pete; compañera piquetera, cuando quieras hay tijera”, para luego hacer micromilitancia en trenes y redes llamando a votar “al normal” con esposa y dos hijos. Estaban deconstruidos pero les resultó sospechoso que el presidente electo no tuviera hijos, no se le conocieran novias y prefiriera los perros a los humanos.

Son los que primero acusaron de fascista a los fascistas pero luego acusaron de fascista a todo aquel que se opusiera a la agenda: fascista el que no se compromete, fascista el que no cancela, fascista el Estado de Derecho, fascista el que no abraza la patria latinoamericana, fascista el que come carne, fascista el heterosexual, fascista el que cree en el mérito, fascista la presunción de inocencia, fascista la O, fascista el que no es víctima, fascista Massa antes de ser el candidato, fascista el que quiere comprar dólares, fascista el que cree en Dios, fascista el youtuber fascista, fascista el que no alquila, fascista el que está en contra del aborto, fascista el que no recicla, fascista el que hace chistes, fascista la bandera, fascista el kioskero que aumenta, fascista el de Rapi… y así hasta lograr que, de repente, los supuestos fascistas sean mayoría y acaben creyendo que ser fascista es lo más normal del mundo. Si a esto le sumamos que también dicen que es fascista uno de los candidatos, lo más natural es que esa larga lista de presuntos fascistas “vote a uno de los propios”.         

En tanto hiperincluidos, están en el mejor de los mundos posibles porque arriesgan poco y tienen en Milei a esa suerte de caricatura provocadora de todo lo que está mal en el mundo, contra la cual es fácil indignarse, firmar un Change.org y viralizar un tiktok porque, además, no faltará oportunidad para hacerlo y con razón. Incluso muchos de los que habían dejado de ser progres por ser antiperonistas, podrán volver a ese rictus de indignación del ciudadano comprometido con el progreso de la sociedad porque en frente está Milei. Así podremos volver a ver en A dos Voces a todo un amplio arco ideológico que irá desde Nelson “Hubris” Castro hasta Bregman, la neutral.

Con su vida material más o menos resulta, los hiperincluidos alternarán mofa y enojo sobre las hordas de presuntos ignorantes que se dieron el tiro en el pie porque votaron “al fascista”. Viralizarán cada arrepentimiento de voto mileista para que funcione como lección, para que el arrepentido sea humillado y aun cuando seguramente tengan razón, fomentarán más odio, más Jokers.  

Y van a querer resistir con aguante porque no resisten escuchar; y van a decir que el pueblo se equivoca. ¿Saben por qué? Porque antes que gobernar, prefieren tener razón.  

 

miércoles, 22 de noviembre de 2023

Milei: el triunfo y las incógnitas (publicado el 20/11/23 en www.theobjective.com)

 

Finalmente, tras un agotador proceso electoral, Javier Milei es el nuevo presidente de la Argentina. Luego de haber alcanzado 30% de los votos en la primera vuelta, el candidato libertario trepó a casi 56% en el balotaje. De este modo venció al actual ministro de economía, Sergio Massa, que con 44% apenas pudo sumar 7% a su performance de octubre.

Si bien la gran mayoría de las encuestas hablaba de “empate técnico”, resulta evidente que los rápidos reflejos de Mauricio Macri fueron determinantes. Es que el líder del espacio conservador que había quedado relegado en octubre tras el pobre accionar de su candidata, Patricia Bullrich, salió a pedir públicamente el voto a Milei y logró que sus 24 puntos se trasladaran al candidato libertario.

Para quien no esté demasiado empapado de la actualidad argentina, digamos que esta elección tuvo una enorme cantidad de particularidades. La más importante, claro está, tiene que ver con que Javier Milei, un economista outsider de la política, se transforma en un líder popular con un discurso anarcocapitalista o, como él mismo indica, paleolibertario, en un brevísimo lapso de tiempo y sin ningún tipo de estructura. Si ya esto de por sí era sorprendente, al discurso economicista radicalizado que junto a sus características físicas y su irascibilidad lo hacían un fenómeno de consumo masivo en medios tradicionales y redes, Milei le agregó algo en el último tiempo: elementos de “batalla cultural” anti woke en línea con el trumpismo, el bolsonarismo y Vox, entre otros. 

Sin embargo, lo que fue determinante ha sido la habilidad de Milei para transformarse en el vehículo por el cual una mayoría de la sociedad argentina pudo canalizar su bronca, algo que fue muy bien explotado por él cuando instaló como eje de campaña la disputa contra “la casta política”. Como dijimos en otras intervenciones en este mismo espacio, Milei fue una suerte de Joker, un representante de una mayoría dispuesta a incendiarlo todo, harta de los privilegios de unos pocos que referenciaba en “El Estado”; un No Future que, especialmente después de la pandemia, fue llevado como bandera en mayor medida por los jóvenes con empleos precarios que otrora hubieran votado peronismo; como así también por aquellos otros de clase media hartos de las imposiciones hipermoralistas de la agenda progresista que los señalaba como victimarios por ser blancos, heterosexuales y amantes del asado argentino. 

El descontento era tal que una campaña errática y con un candidato que generaba mucho miedo, no alcanzó. Efectivamente, Milei, y los referentes de su espacio, han reivindicado a Margaret Thatcher, la “verdugo” de la guerra de Malvinas, pero además han hablado de dolarizar la economía; de prender fuego el Banco Central; de vender órganos como “un mercado más”; de volver al sistema privado de pensiones que en Argentina fue una estafa, como así también de privatizar las calles, el mar, la aerolínea de bandera y la principal empresa de energía; de dar el debate acerca de la venta de niños; de la posibilidad de que los varones puedan renunciar a las obligaciones de la paternidad; de implementar un sistema de vouchers para la educación y hasta han puesto en tela de juicio ciertos consensos básicos de la democracia argentina en torno a lo ocurrido en la última dictadura militar adoptando la terminología castrense. Y sin embargo, no solo nada de eso pareció ser determinante sino que es posible imaginar que, al igual que sucede en otras partes del mundo, es justamente esta actitud de dinamitarlo todo la que hizo que, al menos una parte de la población, votara al libertario. Porque hay que decirlo: Milei ofreció una verdadera revolución y, sobre todo, encontró un lugar en la necesidad de cambio que opera como un significante vacío. De hecho, hay encuestas cualitativas que muestran que muchos de los votantes de Milei están en desacuerdo con gran parte de sus propuestas, pero lo votan porque es “lo nuevo”.     

Luego, naturalmente, está el contexto. Es que Milei solo podía ganar en un escenario: enfrentando al peronismo (es decir, sumando a los antiperonistas). En este punto, bien cabe hacer un comentario: que el actual gobierno peronista haya sido competitivo después de una mala gestión que además padeció la pesada herencia del gobierno de Macri y vicisitudes como la pandemia, la guerra en Ucrania y la sequía, es verdaderamente milagroso. De hecho, no debe haber antecedente en el mundo en el que un oficialismo que llevó la inflación de 55% a 142% anual y tiene casi dos tercios de los menores de edad en condición de pobreza, pueda acaso pretender presentarse a elecciones.

¿Por qué sucedió? Porque el peronismo es, en Argentina, sobre todo, una cultura y una identidad más allá de que cada vez lo sea menos; porque el candidato era el candidato más de centro derecha que podía ofrecer; porque era además un buen candidato, tal como quedó demostrado en un debate en el que vapuleó a Milei; y porque hizo una campaña enormemente profesional al lado del amateurismo y el desorden que demostró la campaña libertaria.

Con el resultado puesto, lo que viene es verdaderamente incierto. Los mercados daban por descontado que ganaba Massa, y con una economía que arroja números de inflación de dos dígitos mensuales, la política de shock que promete Milei podría espiralizarla aún más y generar una tensión social preocupante. Por otra parte, como nunca antes en la historia, el espacio que preside el gobierno nacional no tiene ninguna de las 24 gobernaciones provinciales. Ni siquiera tiene un intendente. Asimismo, su fuerza parlamentaria es escasa e insuficiente para avanzar en las reformas radicales que pretende. De aquí que emerja como una figura de poder en las sombras, el expresidente Macri, el otro gran ganador de la jornada, un estratega frecuentemente subestimado.

Como se indicó anteriormente, el espacio liderado por Macri dio su apoyo públicamente y por estas horas se especula, o bien con la creación formal de una alianza de gobierno con referentes del macrismo ocupando lugares clave, o bien como una coalición de hecho que incluya, naturalmente, la importante representación que el espacio de Macri tiene en el congreso. De lo contrario, la fragilidad del gobierno naciente y un sistema de partidos estallado, deja abierto un escenario de enorme inestabilidad institucional que podría llevar a la Argentina por el camino de Perú aunque, claro está, con una hiperinflación como la que Perú no tiene.

De lo que no hay dudas es de que se abre una etapa completamente novedosa en la política argentina con un reagrupamiento de los partidos tradicionales y las coaliciones. El resto son incógnitas: la primera es alrededor del peronismo. Cómo se articulará en la oposición y cuáles serán los nuevos liderazgos con una Cristina Kirchner que parece hacerse a un costado, no lo sabemos. La segunda incógnita, y la más importante, es cuál será finalmente el plan de gobierno de Milei, cómo podrá sobrellevar socialmente medidas antipáticas cuyos resultados se verían a largo plazo y cómo convivirá con Mauricio Macri, el otro faro de poder que ahora se sabe más determinante que nunca.   

Triunfo de Milei: lo que pasó y lo que vendrá (publicado el 20/11/23 en www.canalextra.com.ar)

 

-El 2023 es el punto cúlmine de un largo proceso que comenzó en 2001 y que, con un paréntesis en los mejores años del gobierno kirchnerista, va del “que se vayan todos” al “que gobierne cualquiera”. El cambio como significante vacío es la clave del triunfo de Milei en el balotaje y, a su vez, su principal lastre en el gobierno pues ese significante no puede permanecer vacío indefinidamente.

-A propósito de ello, quedó en evidencia que los clivajes impuestos por Milei en el debate público fueron los más efectivos: primero el “casta vs anticasta” para llegar al balotaje; luego el “cambio vs continuidad”, con buena dosis de peronismo vs antiperonismo, para definir la elección.

-Otra manera de interpretar el escenario del triunfo en términos de clivajes nos llevaría a decir que la bronca venció al miedo, más allá de que, para la segunda vuelta, el factor Macri, presentado como garantía de racionalidad y templanza, pudo haber ayudado a disipar algunos temores.

-Macri es el otro gran vencedor de la jornada y deviene un poder en las sombras. Si fuera peronista ya estarían hablando de “doble comando”. Naturalmente es todo demasiado reciente pero, a nivel gobernabilidad hacia adentro del espacio ganador, la gran incógnita es cómo acabarán interactuando los egos de Milei y Macri, especialmente cuando el primero tiene la lapicera pero el segundo tiene la tinta, es decir, los equipos, los fierros mediáticos, los gobernadores, los intendentes y la fuerza necesaria para sacar leyes en el congreso.   

-Justamente en este sentido, es evidente que el sistema de partidos argentino ha volado por el aire y ya ni siquiera es posible sostener esa suerte de reagrupación que se había alcanzado a partir de 2015 entre una coalición de centro derecha y una de centro izquierda. Entendemos que formalmente o de hecho habrá una alianza entre Milei y el macrismo pero no sabemos qué ocurrirá con el sector del PRO perdidoso ni con los restos de Juntos por el Cambio: ¿acaso cederán a la jefatura de Macri? ¿Acaso intentarán articularse para crear un nuevo espacio de centro con el radicalismo a la cabeza?

 

-Interrogantes aún peores rodean al peronismo: ¿Massa se retira definitivamente o intentará, también en las sombras, ser quien mantenga unido al peronismo y encuentre puentes con otras fuerzas políticas frente al gobierno? ¿Qué rol jugará CFK y el kirchnerismo, hoy circunscriptos al conurbano en una provincia que gobierna Kicillof y que dependerá en demasía de la bondad del gobierno nacional? ¿Y qué hará el propio gobernador que, en 2027, no tiene reelección? ¿Tiene la espalda y la capacidad para articular un gran frente detrás de su figura?  

-Aunque resulte ahora anecdótico: no hubo fraude y el sistema electoral demostró ser robusto más allá de la ansiedad de los periodistas y las delirantes acusaciones de LLA; el peronismo perdió en todos los distritos excepto PBA, Formosa y Santiago; incluso en PBA, más de 100 de los 135 distritos quedaban en manos de LLA; la gente entendió que debía pronunciarse afirmativamente, de modo que el voto en blanco fue más bajo que lo esperado. 

-Otro elemento anecdótico ya: ganar un debate por paliza no garantiza votos; tampoco pareció ser determinante el apoyo de diversas corporaciones, desde artistas, pasando por deportistas, hasta sectores económicos.  

-El Massa candidato fue mejor que el Massa ministro y la excelente y profesional campaña presidencial de Massa fue todo lo que no fue la gestión de gobierno al que perteneció.

-Habrá tiempo para volver sobre el punto pero fue vergonzoso que ni Alberto Fernández ni Cristina Kirchner estuvieran presentes en el bunker con Massa. Si bien su ausencia durante la campaña podía obedecer, justamente, a intentar separar al candidato de la gestión, con distintos niveles de responsabilidad, este resultado tiene mucho que ver con la pésima gestión de gobierno. Alberto con su narcicismo, su incapacidad para construir y su maestría para disolver el poder, incluso el propio; y Cristina torpedeando desde el inicio un gobierno al que no renunció para posicionarse desde la comodidad de un insólito “oficialismo opositor”.    

 

-Otro punto sobre el que habrá tiempo para volver: si bien a mediano plazo, un eventual fracaso deja el espacio para el regreso estelar de un progresismo recargado, lo cierto es que hoy, buena parte del triunfo de Milei se debe a la deriva de la agenda progresista. Como pasó en Estados Unidos y en Brasil, si bien a priori no son agendas contradictorias, el énfasis en “los derechos” de minorías obturó hacer foco en las necesidades de las mayorías y eso se pagó en las urnas. Frente a un candidato que llegaba con un discurso anti privilegios de la casta política, la militancia solo ofreció pánico moral, un discurso estatista más zonzo que peronista, agitar el fantasma del fascismo y la dictadura, y salir a militar la existencia de ministerios.

-Sin embargo, no solo el progresismo fue vencido, sino que esta elección confirma que al peronismo en sí cada vez le cuesta más hacer pie en una sociedad de cambios vertiginosos. Nada es irreversible, pero el triunfó de Milei expone también la fibra de una nueva subjetividad individualista con la cual, al menos esta versión del peronismo, tiene dificultades para conectar.

 

-En el futuro mediato e inmediato, en línea con lo dicho anteriormente sobre el cambio entendido como “significante vacío”, Milei deberá lidiar con la peor de las expectativas, esto es, la expectativa que se genera cuando nadie sabe qué carajo vas a hacer. Desde el más ignorante que cree que cobrará dólares hasta el más cándido que considera que los problemas macroeconómicos obedecen al gasto político, en breve habrá hordas de votantes desilusionados para los cuales el teorema de la imposibilidad de Arrow o las discusiones teóricas de sectas paleolibertarias no serán suficiente, especialmente cuando se va al supermercado, se sube a un transporte público o se paga una factura de servicios.       

 

 

 

El espejo (publicado el 15/11/23 en www.disidentia.com)

 

Algunas semanas atrás, en la ciudad de Frankfurt, casi en paralelo a la masacre perpetrada por Hamas y al anuncio del inicio de la guerra por parte de Israel, se realizaba la famosa feria del libro de esa ciudad en la cual se premiaría a la escritora palestina Adania Shibli por su novela Un detalle menor. Sin embargo, en solidaridad con el Estado de Israel, la premiación fue suspendida, lo cual generó la reacción de unos 600 escritores de primera línea criticando la medida. Imaginamos que, además de la nacionalidad de la escritora, el conflicto se daba por la trama de la obra. Efectivamente, ambientada en el contexto de la guerra de 1948, una joven palestina se encuentra en las dunas del desierto de Néguev cuando una patrulla israelí la intercepta, la apresa, la encierra, la viola, la mata y la entierra en la arena. A partir de allí, y varios años después, una joven de Ramala da de casualidad con un elemento que le permite comenzar a desentrañar el macabro suceso y no cesará hasta exponerlo y dar con los responsables.

Más allá del posicionamiento personal y de nuestra opinión sobre el conflicto y la decisión de la Feria, lo que aquí cabe destacar es que en realidad a nadie parece importarle la calidad de la novela. Es más, podemos sospechar que no solo las razones para quitarle la premiación sino también las razones para premiarla originalmente, tenían que ver con razones políticas y no con su valor literario. Esto no quiere decir que la obra sea descartable. Quizás sea valiosísima y debería ser premiada en sí misma como tal, pero podemos sospechar que ambas decisiones, lamentablemente, no tienen nada que ver con la literatura. Así, seguramente, primero se buscó a través de la novela y de la nacionalidad de su autora, posicionarse políticamente criticando las acciones del Estado de Israel; luego, abrumados por las imágenes y por presiones de otros sectores, las autoridades de la Feria entienden que la veleta de la corrección política indica que los vientos han cambiado, al menos por ahora, y que es momento de posicionarse políticamente del otro lado.      

Vayamos ahora a Florida, donde gobierna el conservador republicano Ron DeSantis. Hasta hace pocos meses, y como parte también de la interna republicana, DeSantis ocupaba las principales noticias de los portales por su disputa sin cuartel contra Disney. Pero, en este caso, la noticia tiene que ver con la decisión de las escuelas públicas del Condado de Collier de censurar más de 300 libros, entre ellos, obras de Stephen King, Arthur C. Clarke, John Grisham y Joyce Carol Oates. La medida se basó en una reglamentación impulsada por el gobernador del Estado que permite a las juntas escolares impugnar contenidos que consideren, de una u otra manera, nocivos para los chicos, especialmente contenidos vinculados a la sexualidad. Sin dudas, se trata de una disputa política y cultural contra el avance de la izquierda woke que tiene una particular predilección por marcar su lineamiento ideológico en los libros escolares.  

La estadística muestra que, a su vez, no se trata de un hecho aislado sino que, en el último año, se ha triplicado la cantidad de libros censurados en Estados Unidos, a tal punto que se habla de más de 5800 libros censurados desde 2021. Si pensábamos que este tipo de noticias solo podían ser parte de un baúl de recuerdos o de novelas distópicas, lo cierto es que está sucediendo en el mundo libre, frente a nuestras narices y siempre en nombre del bien, claro.

Tanto el episodio con la escritora palestina en Frankfurt como la censura en Florida, han sido expuestos por medios de todo el mundo, aunque en especial por aquellos cuya línea editorial tiene una tendencia hacia la izquierda. En el primer caso, porque son críticos de la acción del Estado de Israel; en el segundo, porque se trata de la decisión de un Estado gobernado por la derecha. Son, salvo excepciones, claro, los mismos medios que o bien suelen impulsar las cancelaciones de quienes contradicen el nuevo paradigma, o bien callan cuando la persecución y la censura se realiza “por izquierda”, amparados en el victimismo y el nuevo criterio de minorías ofendidas que ha reemplazado el derecho a ofender, eje central de la libertad de expresión. Es que hoy solo se puede ofender a las mayorías y a la derecha. El resto compite en el mercado de la meritocracia inversa para justificar cuál víctima es más víctima que otra y así poder acallar toda voz crítica.

Como reflexión general, entonces, y en la línea que muchas veces hemos mencionado aquí, digamos que si la valoración del arte va a estar supeditada a los vaivenes acomodaticios que brinden las instituciones, y si el solo hecho de que un sujeto se sienta ofendido va a ser suficiente para limitar nuestra libertad de expresión, es de esperar que este tipo de episodios se multipliquen. De hecho, lejos de abrazar principios liberales, la derecha parece responder al estado policiaco y a las patrullas del escrache y la delación impulsadas por la izquierda, con la lógica del espejo, en una carrera alocada donde prima la sobreactuación y, sobre todo, la fuerza.        

Es como si todos estuvieran incómodos con los principios básicos de las democracias liberales que mínimamente han logrado ciertos marcos de convivencia básica en las últimas décadas. Así, si originalmente se trataba de reivindicaciones liberales/progresistas contra las censuras de las dictaduras por derecha o por izquierda, la nueva agenda adoptada por un progresismo punitivista e hipermoralista le ha servido en bandeja a la derecha la posibilidad de conectar con idearios de centro y liberales con los cuales tradicionalmente tuvo sus conflictos.

Sin embargo, la oportunidad de construir una derecha más o menos democrática donde puedan convivir elementos conservadores y liberales frente a la hegemonía cultural de la izquierda, acaba sucumbiendo en muchas partes del mundo frente al canto de sirena de los exabruptos de unas derechas populistas que canalizan la furia de sociedades insatisfechas pero que ofrecen salidas reñidas con consensos básicos democráticos que tanto costó conseguir. En ese escenario, y con la excusa, a veces real y a veces falsa, de un “regreso de la ultraderecha”, los bloques progresistas tienen vía libre para avanzar en una agenda monolítica indemne a la crítica y que, por oposición, tiene todo permitido.

Si cada vez vemos más replicado en las distintas sociedades del mundo una polarización creciente entre fuerzas que juegan al extremo y que riñen con los principios de las sociedades que les han permitido desarrollarse, es porque ambos polos se parecen cada vez más y porque la dinámica del espejo les resulta tan necesaria como funcional.