miércoles, 25 de septiembre de 2019

Diego Fusaro: ¿una Italia con ideas de izquierda y valores de derecha? (publicado el 18/9/19 en www.disidentia.com)


En la convulsionada Italia, esta semana, el joven filósofo Diego Fusaro acaba de fundar un nuevo partido denominado Vox Italiae, que se presenta como el único partido soberanista, populista y socialista. En una entrevista con La Tribuna del País Vasco, publicada el lunes 16 de septiembre, Fusaro explica el contexto y la necesidad de emergencia de este nuevo espacio: “En Italia tenemos partidos globalistas de derecha (Forza Italia de Berlusconi), partidos globalistas de izquierda (PD de Mateo Renzi y las otras formas de la izquierda fucsia y arcoíris), partidos soberanistas y liberales (Lega, Fratelli d´italia). No hay ningún partido que sea a la vez soberanista, populista y socialista, keynesiano y no thatcheriano, partido para las clases trabajadoras y no para el capital. Este partido es Vox italiae. La soberanía es, sin duda, la condición de la democracia, pero no es suficiente. La soberanía se dice de muchas maneras: Bolsonaro –un servidor de Estados Unidos, un liberal puro- no es Putin, Putin no es Evo Morales, etc. Por cierto, no tiene nada que ver con Vox España, que es soberanista pero liberal. Después de la desintegración del gobierno gialloverde hubo una tragedia: el gialloverde era populista y soberanista con identidad y tendencias socialistas. Ahora el Movimiento 5 estrellas ha vuelto a fluir hacia la izquierda cosmopolita fucsia y La liga hacia la derecha liberal azul. Cualquiera que sea el bando que gane, gana el liberalismo”.
Como usted notará, esta breve declaración repleta de conceptos, colores y tradiciones merece algún desarrollo y es una buena excusa para indagar en el pensamiento de Fusaro y en la plausibilidad de su propuesta. El primer ingreso más o menos masivo al debate público latinoamericano de este filósofo nacido en Turín en 1983, deudor de las ideas de Hegel, Gramsci y Marx, entre otros, fue en 2016 cuando viajó a La Paz para presentar su libro Capitalismo flexible, precariedad y nuevas formas de conflicto, junto al Vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, reconocido por su trayectoria intelectual. Sin embargo, en el campo del mundo de habla hispana comenzó a tener visibilidad particularmente durante 2019, año en el que brindó varias entrevistas a medios españoles, algunas de las cuales tuvieron repercusión gracias a sus afirmaciones polémicas. Enormemente prolífico, varios de sus textos, además del mencionado, ya se pueden conseguir traducidos en toda Iberoamérica, aunque yo me serviré de una compilación de artículos suyos escritos entre el año 2016 y 2018 que recientemente acaba de publicar la editorial argentina Nomos con el título de El contragolpe. La razón es que en esta edición es posible encontrar, sino un sistema acabado de su pensamiento, al menos varias de las aristas del mismo. En Argentina en particular, Fusaro está teniendo buena recepción porque, exceptuando detalles que aquí no vienen al caso, su propuesta no difiere demasiado de la columna vertebral de ese ente inasible que suele ser para los no argentinos -y para muchos argentinos también- el peronismo, a tal punto que en ciertos círculos se podría bromear con que Fusaro es peronista pero aún no se ha dado cuenta.          
Más allá de eso, Fusaro intenta romper con esta idea de que quien afirma que no es de derecha ni de izquierda, es de derecha. Y no rompe autodefiniéndose de izquierda o a través de alguna salida posmoderna y pospolítica sino reivindicando una idea de nación antiglobalista -pero tampoco nacionalista- que él denomina: “Interés nacional”. No es fácil a simple vista imaginar cómo lo logra pero Fusaro afirma, en la línea del jurista alemán bien conocido por los españoles, Carl Schmitt, que el globalismo, en nombre de la defensa de valores universales, deviene despotismo universal y que lo que hay que resaltar es el valor particular de cada una de las naciones en una coexistencia que transforme al mundo en un “pluriverso”. Antikantismo, mezclado con schmittianismo y una pizca de herderianismo interpretado en clave relativista le dan a Fusaro las herramientas para criticar ferozmente a la Unión Europea en tanto presunto instrumento de imposición de una visión monocromática del mundo regido por la violencia del capital desterritoralizado.  
Pero más allá de la apelación al concepto de nación, Fusaro, quien es criticado por la izquierda, que lo acusa de ser un Caballo de Troya del conservadurismo de derecha, y es criticado por la derecha, gracias a su reivindicación de ideas socialistas, entiende que la superación de la dicotomía “izquierda y derecha” no tiene que ver con la negación de las ideas y valores de la izquierda y la derecha sino con un tipo de fusión muy particular.       
Se trata de aunar ideas de izquierda como el trabajo, los derechos sociales, el sentido social de la comunidad, el bien común y la solidaridad antiutilitarista con valores de derecha, a saber: Estado nacional patriótico como límite a la privatización liberal, reivindicación de la familia contra la atomización individualista, rescate de la lealtad y el honor contra el imperio del mundo efímero y líquido del consumismo liberal, y regreso a una religión de la trascendencia frente a la religión del mercado en su forma de ateísmo nihilista de la mercancía.
La apelación a estos supuestos valores de la derecha son los que más desconciertan a la crítica pero hay que entenderlos en la línea de la reivindicación que Fusaro realiza de toda aquella tradición que comienza en Aristóteles, con su reivindicación del hombre como un animal político que solo puede realizarse en comunidad, atraviesa autores medievales neoaristotélicos, y culmina en la noción de eticidad hegeliana, línea que también da lugar a buena parte de lo que se conoce como Doctrina social de la Iglesia, tradición de la cual abreva el Papa Francisco (más allá de que Fusaro discrepe con éste en lo que respecta a la temática de la inmigración).
Es desde aquí que Fusaro critica a las izquierdas posmodernas y a las políticas de la identidad porque las identifica con una mutación al interior y funcional al capitalismo financiero, algo que también observamos en este mismo espacio cuando repasamos las críticas que hacía Daniel Bernabé en su libro La trampa de la diversidad. De hecho, Fusaro coincidiría con el español en que “el Mayo francés” no fue una revolución contra el capital sino la condición de su continuidad. En este sentido, aquel episodio que las izquierdas recuerdan con dejo de nostalgia simplemente permitió el fin del capitalismo fordista de derecha para dar paso a un consumismo ilimitado de izquierda tal como él denomina llamativamente al actual momento de la etapa financierizada del capital. El Mayo del 68 no fue, entonces, una revolución contra el capital sino una revolución contra los valores de derecha de la burguesía -ética del límite, autoridad, figura del padre, religión de la trascendencia, comunidad tradicional- que se habían transformado en un dique para las nuevas necesidades del capital. “La imaginación al poder” no devino utopía socialista sino anarco-capitalismo. Ganó Nietzsche antes que Marx. Cayeron los valores burgueses y el capital pasó a ser comandado por valores de izquierda o que, al menos, la izquierda no ha sabido contrarrestar cuando ha posado sus ojos en las políticas de identidad olvidando que la disputa esencial sigue haciendo la que se da entre el capital y el trabajo.
La defensa de la familia, la comunidad y toda esa estabilidad que brindaba la eticidad de la modernidad hace que Fusaro arremeta contra todos los discursos de la corrección política que hoy inundan los debates públicos. Así, por citar algunos ejemplos, en un contexto donde los medios de habla hispana discuten sobre un video viral en el que un grupo de veganas acusan a los gallos de violar gallinas, Fusaro afirma que el ataque contra la ingesta de carne es parte de la pretensión de hegemonía cultural del pensamiento único globalista impuesto por los demócratas norteamericanos para atacar las particularidades de las culturas en formato “gastronómicamente correcto”. 
Asimismo, contra el avance de la idea de la pluralidad de géneros, las identidades sexuales autopercibidas y flexibles, Fusaro indica que la glorificación de la soltería, homo o hetero, sumado a lo que él entiende que es la figura del “Trans” como reemplazo de la figura de “el padre”, no hace más que representar las necesidades de un capital que busca la destrucción total de las identidades estables para poder circular libremente adoptando una flexibilidad tan radical como para ser capaz de poner en tela de juicio lo que para el italiano es un dato de la biología.
Además, y a propósito de lo que mencionábamos anteriormente, está su disputa contra el llamado del Papa Francisco a acoger la inmigración que llega a Europa. En este punto Fusaro entiende que, en nombre de los valores universales de la dignidad humana, asistimos a una era del Homo migrans creada a imagen y semejanza del capital. Así, detrás de una buena causa como “salvar inmigrantes” estaría toda una política de “exportación” de mano de obra esclava que necesita circular sin derecho alguno para producir de manera más barata. La inmigración masiva sería una escena más de la gran carrera del capital líquido por hacerse cada vez más líquido y así acabar con la noción de comunidad y la idea de pueblo que tanto parece incomodar a las izquierdas. Para Fusaro, entonces, estas izquierdas, lejos de ser revolucionarias, son hijas de la modernización del capital que significó el Mayo del 68 y es por eso que sus reivindicaciones están lejos de ser antisistema. Estas izquierdas, dice, en la página 63 de El contragolpe “Son antifascistas en ausencia del fascismo para no ser anticapitalistas en presencia del capitalismo”.
Para finalizar, el italiano indica que la lucha de clases no ha terminado pero que, en todo caso, ya no enfrenta a una clase burguesa contra el proletariado sino a una oligarquía financiera contra un precariado conformado por los exproletarios y las exclases medias hoy completamente precarizadas.
Podrá decirse que es ambicioso, que tiene contradicciones, que otros lo han dicho antes e incluso que puede estar equivocado. Pero eso sí: nadie podrá decir que Fusaro evita las polémicas.  



domingo, 22 de septiembre de 2019

¿Hace falta dar la batalla cultural? (editorial del 20/9/19 en No estoy solo)


Especialmente a partir del conflicto con las patronales del campo, allá por el año 2008, se instaló fuerte la idea de que el verdadero cambio de la Argentina tenía que ser un cambio cultural. Para decirlo sintéticamente, se afirmaba que el sentido común argentino era un sentido común liberal antipopular que estaba siendo estructurado por los medios de comunicación. Era, entonces, el momento de dar “la gran batalla” que era “la batalla cultural”. Influenciados por ciertas lecturas del teórico italiano Antonio Gramsci, la misma idea atravesó buena parte de Latinoamérica y para muestra basten las palabras de Álvaro García Linera en el décimo encuentro de Intelectuales realizado en Caracas en el año 2014: “es más fácil hacer una revolución que profundizar la revolución. Porque es más fácil hacer una revolución aprovechando la crisis del orden neoliberal pero es mucho más difícil anular el orden neoliberal en el espíritu, en la ética, en el habla (…) en el sentido común”. (…) Hay que utilizar todas las herramientas posibles para desmontar el viejo orden lógico y ético del mundo para introducir las pautas de un nuevo orden lógico y ético del mundo: la escuela, la radio, la televisión, la universidad, los debates, las reuniones, la academia, los sindicatos, los barrios, las reuniones entre amigos, el teatro, el dibujo, absolutamente todo”.  
Creo que hay que ser muy obtuso para negar la importancia de las batallas culturales, más allá de que luego haya discusiones acerca de los diagnósticos, los modos, el alcance, etc. Pero a juzgar por el resultado de las elecciones que se vienen dando en Argentina últimamente hay diversas interpretaciones acerca de quiénes han sido los ganadores de esa batalla y hasta qué punto puede llegar a ser un error pensar que ésta es la única batalla que hay que dar.
Una mirada posible podría ser que el gran ganador ha sido Macri por varias razones: en primer lugar, su gobierno, enormemente inepto en casi todas las áreas, fue eficaz en lo que tiene que ver con “la batalla cultural” a punto tal que en los primeros meses del 2016 ya estaba instalado que el problema de la Argentina no eran los modelos económicos sino la corrupción, que los derechos eran prebendas, y que el Estado debía reducirse para impulsar el emprendedorismo individualista. En ese contexto, el macrismo revalida en las urnas, específicamente en las elecciones de medio término, permitiendo que un candidato menor como Esteban Bullrich triunfe ante la principal espada del peronismo: CFK. Y si en lugar de Esteban Bullrich ponían un ladrillo iba a ganar igual, con todo respeto por el actual senador. Es más, podría pensarse que el gran triunfo de Macri se confirma en el hecho de que en 2019 el kirchnerismo tuvo que ceder sus principales espacios a todos aquellos peronistas o no peronistas que lo criticaron: desde el propio Alberto Fernández, pasando por Felipe Solá, varios gobernadores, Pino Solanas, Massa y hasta un candidato en la ciudad que no se define como kirchnerista y lleva a Victoria Donda en la lista. Claro que no es comparable pero siempre se recuerdan aquellas declaraciones en las que Thatcher decía que su mayor legado había sido que su adversario, Tony Blair, hubiera tenido que acomodar su discurso y acabar “pareciéndose a ella”. Este no es el caso de Alberto Fernández, claro está, porque Fernández asumiría con un discurso que se aleja de Macri pero alguna pluma macrista optimista podría decir que estos cuatro años desastrosos al menos sirvieron para que el peronismo deba moderarse para ganar.
Sin embargo, por otro lado, algo parecido, y utilizando el mismo comentario de Thatcher, recuerdo haber escrito durante el año 2015 cuando Macri de repente se “kirchnerizaba”, se moderaba para parecer desarrollista y te decía que no ibas a perder nada de lo que era tuyo. Era un “MaKri” porque, al menos en las promesas de campaña, se escribía con K y el estar obligado a prometer lo que no iba a cumplir, a mostrarse como lo que no era para poder ganar la elección, podía interpretarse como uno de los grandes legados de una batalla cultural que el kirchnerismo parecía haber librado con relativa eficacia, o, al menos, eso era lo que parecía. Esto podría confirmarse tras la paliza electoral que en agosto último recibiera el gobierno. Es más, alguien podría decir, en caso de que en octubre triunfe Alberto Fernández, que nos la pasamos repitiendo que el sentido común argentino es liberal pero entre 2003 y 2023 tendremos 16 años de gobierno popular, y el peronismo, que estaba contra las cuerdas y a merced de un gobierno que lo persiguió y que además tuvo el apoyo del establishment nacional e internacional, los medios, Estados Unidos, el FMI y los presupuestos de Nación, Provincia y Ciudad, no solo resistió sino que se reinventó para arrasar en las urnas.
¿Este resultado supone que triunfó el discurso de la solidaridad por sobre el emprendedorismo, el del Estado de Bienestar contra el modelo de Estado mínimo, el de la patria grande latinoamericana por sobre el alineamiento a la política estadounidense? ¿Puede decirse que, contrariamente a lo que se piensa, el sentido común es más peronista que liberal? 
Sinceramente creo que no, aunque probablemente haya que pensar que no hay un solo sentido común en la Argentina sino que coexisten cosmovisiones distintas que según las tendencias y las épocas son más o menos preponderantes. A lo sumo, si hubiera un solo sentido común no se sigue de él necesariamente un voto hacia algún u otro candidato de esta dividida Argentina.
Pero en todo caso, y a manera de hipótesis, del mismo modo en que advertimos que es un error suponer que la economía es la única razón para determinar el voto, puede que el kirchnerismo haya depositado demasiadas esperanzas en el hecho de que librar esa batalla cultural y alzarse con la victoria, garantizaba resultados electorales. Es más, si bien el panperonismo se nutre fuertemente de ese kirchnerismo fuertemente ideologizado habría que admitir que el resultado de estas elecciones poco tienen que ver con batalla cultural alguna, al menos en lo que respecta a subir ese techo de 30 o 35 puntos que CFK tenía. De hecho se orillan los 50 puntos y es posible que se los supere gracias a una estrategia electoral muy inteligente y frente a una crisis económica descomunal capaz de arrasar con todo, incluso con el sentido común liberal, si es que fuese el único existente. Pero esos casi 20 puntos de diferencia no votaron a Alberto Fernández porque Clarín mienta o porque abracen la utopía de la patria grande. Quizás lo hicieron simplemente porque tienen menos plata en el bolsillo que hace 4 años.
Que la batalla cultural pueda no ser determinante y que deba admitirse que hay otras variables que inciden en el voto, no significa que sea una disputa que deba dejar de darse pero sí supone adjudicarle su real magnitud y relevancia. Porque lo más cómodo siempre es suponer que quien no vota kirchnerismo es un lobotomizado lector de Clarín. Pero eso no explica cómo puede ser que a veces, ese lector o algún lector que no votó kirchnerismo ni peronismo en los últimos años (porque no comparte para nada esa  cosmovisión), finalmente vuelva a depositar la confianza en el movimiento que liderara Perón. 




jueves, 19 de septiembre de 2019

CFK y el concepto de "nuevo orden" (editorial del 13/9/19 en No estoy solo)


Días atrás, en la presentación que hiciera en Misiones, CFK volvió a señalar la necesidad de plantear un “nuevo orden”. Los que viven de fantasmas y de apreciaciones sesgadas, sea por mala fe, sea por dificultades de lectocomprensión, la corrieron por derecha y se apresuraron a afirmar que se viene una reforma constitucional; otros, por las mismas razones, la corrieron por izquierda y agitaron la idea de que “orden” es sinónimo de “represión”.
No se trata de hacer aquí una exégesis del pensamiento de CFK pero parece claro que está diciendo otra cosa, vinculada a esta idea que viene desarrollando desde hace al menos dos años y que define al orden neoliberal como una “desorganización de la vida”. De aquí que hacia el final de su libro, en la página 589, ella indique: “Si alguien me pidiera que definiera a Mauricio Macri en una sola palabra, la única que se me ocurre es: caos. Sí… Mauricio Macri es el caos y por eso creo firmemente que hay que volver a ordenar la Argentina. Como se dice por ahí: que cada cosa esté en su lugar; la heladera en la cocina y el inodoro en el baño”.
Si bien no es del todo glamoroso hablar de cocinas e inodoros, tampoco es casual el ejemplo porque pareciera que CFK entiende que el tiempo de la épica de la batalla cultural ya pasó o, al menos, aquel tiempo debe ceder circunstancialmente ante la urgencia de que la mayoría de la ciudadanía ha padecido una creciente precarización de su vida y sus relaciones. Es un falso dilema, o una falsa oposición pero en tiempos posmo y de políticas de las “pequeñas cosas”, pareciera que CFK está pensando que antes de discutir la hegemonía cultural hay que lograr que la gente coma y tenga laburo.
En esta misma línea, su idea de “nuevo orden” no tiene ninguna pretensión de nueva constitución. De hecho, y sé que ameritaría un largo debate, hasta el propio mentor de la Constitución del 49, Arturo Sampay, en sus últimos años, reconocía que era posible un cambio estructural sin modificar el texto de la Constitución de 1853 sino reinterpretándolo. Tampoco ese nuevo orden, como les decía anteriormente, refiere a una supuesta implantación de un sistema represivo en las calles, más allá de que el kirchnerismo, y lo bien que hizo, en su momento, trató de poner alguna limitación razonable a la compulsión por el corte de calle. En otras palabras, habrá tensión en las calles porque es un hecho objetivo que hay hambre y que ese problema no se va a poder solucionar inmediatamente; también habrá tensión porque hay sectores y dirigentes que se sirven de la necesidad de la gente con hambre para administrar recursos y poder y, por último, habrá tensión porque al interior del espacio panperonista aparecerán disputas entre un progresismo que acoge acríticamente el discurso de la corrección política y sectores con pretensión de representar mayorías aun cuando éstas no piensen como les gusta a los progresistas.
Dicho esto, la noción de “nuevo orden”, desde mi punto de vista, debe pensarse como “nueva organización” en el sentido en que aparece ya en aquel mítico discurso de Perón que vio la luz bajo el título de La comunidad organizada.
Allí, más allá de citar innecesariamente a decenas de filósofos, Perón retoma una tradición que tiene continuidad, a groso modo, en Platón-Aristóteles, Santo Tomás, Hegel y en lo que se conoce como doctrina social de la Iglesia. En líneas generales se trata de la discusión acerca de si es posible pensar a la sociedad como una sumatoria de átomos, individuos con derechos capaces de realizarse por sí mismos e, incluso, muchas veces, contra la propia comunidad; o más bien deberíamos pensar que la realización individual se logra como parte de un colectivo y que la piedra fundamental de la sociedad es, antes que los individuos racionales y autointeresados, la familia como unidad esencial que guarda una relación de continuidad natural con el Estado.    
Si el individuo se realiza en la comunidad, el Estado es el espacio de articulación de esa realización. Un Estado presente y una comunidad en la que cada uno cumple el rol que el organismo social requiere es la gran utopía que difiere mucho de la propuesta liberal en la que el único Estado justificable es el mínimo Estado posible y en el que los individuos son arrojados a la intemperie en una carrera meritocrática en la que no todos corren en igualdad de condiciones.
Es ésta, entonces, la idea que, desde mi punto de vista, tiene CFK cuando habla de “Nuevo orden”, idea que es cara a la tradición peronista, que no viene a proponer una revolución institucional y anticapitalista en un sentido fuerte, y que se opone a la mirada trosko-nietzscheana, para seguir en la línea de citar filósofos, que, vinculando el orden a la represión, es funcional al desorden y a la desorganización de todas las estructuras e instituciones que dan estabilidad a una construcción colectiva.

miércoles, 11 de septiembre de 2019

Years and years: cuando el presente es una distopía (publicado el 4/9/19 en www.disidentia.com)


“Ya no entiendo el mundo. Hasta hace unos años tenía sentido.  Distinguías entre izquierda y derecha. EEUU era EEUU. Daba un beso a los niños, apagaba la luz y esperaba despertar. Ahora me da miedo. A diario (…) Y en lo que respecta al conflicto entre Israel y Palestina… me importa una mierda”. Quien realiza esta afirmación mirando a la cámara, y en medio de un debate televisivo, es Vivienne Rook, una candidata británica típica de la sociedad del espectáculo, antisistema, antipolítica y marginal que apenas cosechará algunos votos en la próxima elección y cuya única preocupación es la resolución de las pequeñas cosas, como ser, por ejemplo, que el Estado recoja la basura de la puerta. Muchos televidentes creen que jamás podría tener el apoyo de una mayoría. Pero hay otros que cansados de la corrección política empiezan a observar con simpatía a estos personajes outsiders que dicen lo que muchos piensan y no se atreven a decir. Las declaraciones de Rook causan zozobra pero no resultan inverosímiles; tampoco es inverosímil la reacción de los televidentes. Y es justamente ahí, en ese lugar, pero especialmente en esa temporalidad, en la que la zozobra se hace costumbre y en la que lo inverosímil se hace probable, que puede emerger alguien como Rook. Con todo, lo más importante es que si esa temporalidad no nos resulta ajena ni parte de una ficción es porque ya estamos inmersos en ella. Esta es una de las posibles lecturas de la serie Years and Years, estrenada en HBO, cuya primera temporada acaba de finalizar, y en la que este personaje de ficción llamado Vivienne Rook, interpretado por Emma Thompson, es uno de los ejes de la trama.
Years and Years, creada por Russell T. Davies, explora los destinos políticos, económicos y sociales de la humanidad desde el presente a un futuro inmediato, apenas pasado el año 2030, y lo hace a partir de las vicisitudes que atraviesa una familia, los Lyons, conformada por cuatro hermanos adultos y una abuela nonagenaria que funciona como centro. El tono distópico y el lugar que se le da a la tecnología le brindan a esta serie británica un espíritu “blackmirroniano”, algo que se puede observar en una adolescente que desea ser transhumana para que su conciencia se aloje en una suerte de “nube” de eternidad o en el momento en que una amiga de ésta, en el afán de incrustarse una cámara digital en el cuerpo, acaba perdiendo un ojo por arriesgarse a que la operación la realicen unos piratas modernos que hacen cirugías en barcos clandestinos. La tecnología también está presente en una suerte de computadora que responde a las exigencias de la voz y la cual es capaz de encender la luz del departamento, dar información de un personaje como si fuera Wikipedia y sobre todo, funcionar como un intercomunicador para reunir a toda la familia cuando las circunstancias lo ameritan. Pero salvo por el final de la temporada, el cual no revelaré, la tecnología, por suerte, no aparece como lo más relevante de la serie. Para ello tenemos a la mencionada Black Mirror. Lo más interesante, en cambio, es que los sucesos políticos, sociales y económicos que son parte de la inventiva de su creador son verosímiles. Menciono algunos: como ya ha sucedido con personajes del estilo de Vivienne Rook, ésta, finalmente, llega a Primer Ministro; Trump lanza una bomba atómica sobre una isla artificial china; Grecia abandona la Unión Europea produciéndose un Grexit; en España, la ultraizquierda sustituye a la izquierda en el gobierno y comienza una política de expulsión de todo aquel que no tenga nacionalidad española; hay apagones de luz constantes ocasionados por ciberataques que pueden ser realizados por Rusia, el ISIS o dos adolescentes aburridos en su cuarto (es tanta la pérdida de información que generan que la humanidad ha vuelto al papel); hay una nueva gripe llamada “del mono”; dimite el gobierno italiano y se instituye la ley marcial; Hungría quiebra; en Estados Unidos anulan el matrimonio homosexual y penalizan el aborto; el cambio climático genera intensas temporadas de lluvias, algo que, sumado a la radiactividad que ha llegado a Europa, provoca evacuaciones masivas y una normativa gubernamental por la cual toda persona que tenga una pieza ociosa en su hogar debe acoger a una familia de damnificados; se produce un nuevo crack bursátil y los bancos se quedan con el dinero de los ahorristas; hay una continua militarización de las calles y se crean campos de concentración para refugiados.        
Todos estos temas tocan de una u otra manera a los cuatro hermanos: Stephen, agente de bolsa, pierde su trabajo, vende su casa en más de un millón de libras y ese dinero acaba retenido en el banco. Así pasa de ser un “lobo de Wall Street” a trabajar precarizado haciendo entregas de productos en bicicleta y su mujer lo acaba echando por descubrir que tenía una amante a la que visitaba asiduamente en su monoambiente; Edith es una activista de causas nobles que sufre la radiación de la bomba de Trump y que va a ser protagonista a la hora de desenmascarar al gobierno de derecha británico; Daniel es gay, trabaja para el gobierno en el área de Vivienda y se enamora de un muchacho ucraniano que llega a Inglaterra perseguido por su condición homosexual. Su situación no mejora porque en Europa dejan de perseguirlo por homosexual pero empiezan a perseguirlo por indocumentado; por último, Celeste, que padece espina bífida, también está expulsada del mercado laboral formal y es una de las entusiastas seguidoras de Rook si bien luego reaccionará contra la impunidad policial.
No tengo información alguna acerca de cómo se desarrollarán las próximas temporadas aunque hay un riesgo de que la corrección política y esa estúpida idea de que cualquier relato distópico debe también ofrecer una esperanza o una salida, acabe transformando una serie interesantísima en un rejunte de lugares comunes con buenos y malos. Ese germen está en la temporada uno en la medida en que entre los principales personajes parecen cumplirse “los cupos” tácitos. Esto es, tiene que haber un negro, un latino, una mujer, un gay, un discapacitado, un refugiado. Asimismo, hacia el final, la tecnología aparece como instrumento de liberación y una gran revolución se produce cuando cada individuo decide acabar con la gente mala que siempre son los radicalizados, siempre es el populismo (en este caso de derecha), siempre es el Estado y siempre es la policía. La activista es la heroína y el resto se transforma en héroe en la medida en que sigue el modelo de la activista.
Sin embargo, aun con ese riesgo, me permito recomendarles fervientemente la serie, justamente, porque como varios comentaristas han señalado, lo interesante de Years and Years es que nos plantea que el futuro ya llegó, que la distopía es presente y que en el horizonte cercano, antes que autos voladores y un mundo cosmopolita y pacífico, lo que habrá es violencia, conflicto, tribalización, pauperización de las condiciones de vida de las mayorías y un crecimiento de la desigualdad. En todo caso, el mensaje progresista de esperanza que es posible derivar de la primera temporada también habría que entenderlo como parte de un presente y un futuro que ya llegó y que convive perfecta y funcionalmente con todos los aspectos negativos recién señalados. Entonces creo que hay que mirar Years and Years sabiendo que está limitada por el horizonte de posibilidades de un relato que pretende ser masivo y alcanzar varias temporadas pero que aun con esa limitación deja vislumbrar que hay otros relatos posibles como aquel discurso de la abuela hacia el final de la temporada que, si bien es el puntapié para una especie de “revolución ciudadana”, también es el discurso en que se hace un fuerte énfasis en las condiciones materiales de desigualdad. Así, encabezando la mesa y frente a toda su familia, la abuela dice algo muy interesante: debemos dejar de echarle la culpa a la economía, a Europa, a la oposición y al clima. ¿Por qué? Porque la culpa es de todos ya que no podemos resistirnos a comprar una camiseta de una libra que usaremos como camiseta de invierno y por la cual el que la realiza trabajando como esclavo en algún lugar de Asia recibirá 0,01 centavos; y porque no hicimos nada cuando en el supermercado reemplazaron a las cajeras por unas máquinas y lo aceptamos para poder llevarnos la mercadería sin tener que mirar a los ojos a la cajera que, por suerte, siempre cobra un poco menos que nosotros.
Claro que la realidad es mucho más compleja y que criticar a la cultura consumista sin más es un lugar común que se transita para que, paradójicamente, sea consumido porque quienes se oponen al consumo. Pero frente a tanto cine inoculando ideologías varias, Years and years tiene el mérito de, al menos, estimularnos a pensar.  

sábado, 7 de septiembre de 2019

Macri y la metáfora del agua (editorial del 6/9/19 en No estoy solo)


“Creo que durante este gobierno se trabajó mucho en la sala de máquinas de ese barco.  Algo en los camarotes, que es darle agua potable y cloacas. Nos faltó el salón comedor y ese es el mensaje de las urnas. Ahora, pase lo que pase, gane quien gane las elecciones, el desafío es estacionar el barco en el muelle el 10 de diciembre, no antes ni después”. Así declaraba, días atrás, el actual Ministro de Hacienda, Hernán Lacunza, cuando intentaba graficar el objetivo que le encomendó el presidente tras la renuncia de Nicolás Dujovne.
Las metáforas vinculadas al agua son parte esencial de nuestra civilización, sea para que las aguas se abran, se camine sobre ellas, naufraguemos, resistamos a las tentaciones, nos reflejemos hasta enamorarnos de nosotros mismos o seamos incapaces de bañarnos dos veces en el mismo torrente. También estamos atravesados por dichos populares asociados al agua: “claro como el agua”, “ha corrido demasiada agua bajo el puente” o “fuma bajo el agua” son solo un rápido muestreo que traigo aquí de memoria y que usted podrá ampliar inmediatamente.
Las declaraciones de Lacunza no son aisladas dado que en las semanas previas a la elección, el oficialismo, y Macri en particular, utilizaron recurrentemente metáforas vinculadas al agua, más específicamente, a un río que aparentemente los argentinos estábamos cruzando. La metáfora iba variando pero la idea era que el país estaba en el medio de una travesía que lo depositaría en un destino prometido tras haber logrado partir de una isla populista que nos mantenía incomunicados con el mundo; ese destino por venir, naturalmente, sería deseable y, en tanto tal, es el que nos impulsaría a abandonar aquel origen cómodo pero ficcional y de retraso. Ese futuro abstracto que estaría allí adelante funciona, entonces, como promesa y nos impone un esfuerzo en el hoy. De esta manera, la metáfora reproduce la tríada del relato religioso que el liberalismo vernáculo ha adoptado para sí: hay un pecado original/caída, un tránsito donde los penitentes debemos purgar nuestras culpas y una promesa de salvación. O sea, somos culpables de haber aceptado el presunto populismo. Por lo tanto debemos sacrificarnos y renunciar a los derechos que no son más que prebendas ficcionales, un placer momentáneo, simples tentaciones, porque allí a lo lejos, en este nuevo puerto, está la salvación liberal, donde cada uno tiene lo que le corresponde por mérito propio. Si en aquel puerto hay lugar para todos los que estamos en la travesía, es otro asunto, aunque uno intuye que en caso de no haber hecho el mérito suficiente, es deseable ser previsor y tomar algunas clases de resistencia en el agua.    
Las respuestas a las metáforas utilizadas por el oficialismo no han tardado en llegar y lo más fácil es, por supuesto, asociar la situación actual con el naufragio del Titanic. Sin embargo, vino a mi cabeza un breve fragmento de la primera novela del escritor francés Michel Houellebecq, Ampliación del campo de batalla, que viene a colación. Es que allí, nuestro autor, entiende que el liberalismo económico hace que los aspectos más básicos de nuestras vidas se transformen en un espacio que debemos conquistar individualmente ya que cualquier derecho, más allá de la integridad física, la propiedad privada y los derechos civiles, serían meras prebendas. La ampliación del campo de batalla se libra en cada aspecto de nuestras vidas, e incluso los más elementales, aquellos que considerábamos básicos, se transforman en una mercancía a ser disputada en la lógica del mercado.
Es allí cuando Houellebecq recurre a la metáfora del agua:
“A ti también te interesó el mundo. Fue hace mucho tiempo; te pido que lo recuerdes. El campo de la norma ya no te bastaba; no podías seguir viviendo en el campo de la norma; por eso tuviste que entrar en el campo de batalla. Te pido que te remontes a ese preciso momento (…) Acuérdate: el agua estaba fría. Ahora estás lejos de la orilla: ¡ah, sí, qué lejos estás de la orilla! Durante mucho tiempo has creído en la existencia de la otra orilla; ya no. Sin embargo sigues nadando, y con cada movimiento estás más cerca de ahogarte. Te asfixias, te arden los pulmones. El agua te parece cada vez más fría, y sobre todo más amarga. Ya no eres tan joven. Ahora vas a morir.”
Pongamos atención a este pasaje: “no podías seguir viviendo en el campo de la norma; por eso tuviste que entrar en el campo de batalla”. Digo que prestemos atención porque la consecuencia de entrar en ese campo es, dice Houellebecq, nadar y nadar sabiendo que ya no hay otra orilla; nadar ya no para progresar sino para no retroceder; nadar sabiendo que igualmente te vas a ahogar. Y esto es lo que parece haber quedado claro en los últimos días. Nos están pidiendo que nademos. Lo que no nos dijeron es que adelante, en realidad, no hay ningún puerto ni orilla. De tanto utilizar la metáfora del agua, queda claro que Macri nos ha quitado los salvavidas, el barco y solo nos ha dejado esto: agua.