Sean comunistas, nacionalistas,
teocráticos o monárquicos, los regímenes no liberales forman hoy sofisticadas
redes que incluyen estructuras financieras, entramados de servicios de
seguridad y expertos en tecnología capaces de proporcionar vigilancia, propaganda
y desinformación con un único fin: ganar dinero y sostenerse en el poder. Esa
es la hipótesis de Autocracia S.A.,
el nuevo ensayo de Anne Applebaum, autora de El Telón de Acero, Hambruna
roja y Gulag, libro por el cual
supo, en 2004, obtener el premio Pulitzer.
¿Por qué hablar de “autocracias”
y no lisa y llanamente de “dictaduras”? Porque a diferencia de las dinámicas
que estas últimas adoptaron a lo largo del siglo XX, las primeras actúan como
un conglomerado de empresas y no como un bloque homogéneo desde el punto de
vista ideológico.
Rusia, China, Irán, Corea del
Norte, Venezuela, Nicaragua, Angola, Myanmar, Cuba, Siria, Zimbabue, Malí,
Bielorrusia, Sudán, Azerbaiyán, y quizás otra treintena de países, serían,
según Applebaum, ejemplos de autocracias que no solo tejen redes entre sí sino
también con “democracias iliberales” como Turquía, Singapur, India, Filipinas,
Hungría, esto es, países que no siempre confrontan con Occidente. Pero no solo
eso: lo más escandaloso es que las autocracias también interactúan e influyen
en el “mundo libre” gracias a los vacíos legales y las estructuras financieras que
les garantizan buenos negocios y, con ello, beneficios personales para los
líderes y fortalecimiento interno para el sostenimiento de sus regímenes.
Sobre la autocracia rusa y el
ascenso de Putin, en particular, afirma:
“El teniente de alcalde de San
Petersburgo se enriqueció gracias a las empresas de Occidente que compraron las
exportaciones, a los reguladores de Occidente que dejaron pasar los contratos
irregulares y a los bancos de Occidente que extrañamente no sintieron
curiosidad por los nuevos flujos de dinero que entraban en sus cuentas”.
El ejemplo de la Rusia de Putin
viene a cuento porque, según la autora, desempeña un rol central en el mundo de
las autocracias en tanto creadora del matrimonio moderno entre cleptocracia y
dictadura. Asimismo, Rusia sería el país que más activamente intenta perturbar
el statu quo de las democracias
occidentales financiando ataques y buscando incidir en la política interna de
los países sobre los que tiene particulares intereses. Applebaum incluso va más
allá y afirma que el propio Trump podría haber recibido financiación directa o
indirecta de los rusos a través de oscuros personajes que compraron pisos
pertenecientes a los emprendimientos inmobiliarios del flamante presidente electo
de los Estados Unidos.
Las redes de las autocracias
apuntan, además, a dar una batalla comunicacional que, según la autora, es la
principal fuente de bulos y desinformación. Desde canales dependientes del
gobierno ruso como RT, hasta la financiación de Telesur por parte del chavismo,
pasando por señales del mundo árabe y, ahora, la versión de X con Elon Musk a
la cabeza, para Applebaum, todo es parte de un gran dispositivo que, en muchos
casos, es adoptado por las derechas occidentales para socavar los gobiernos
liberales y/o socialdemócratas de las repúblicas libres.
Aquí aparece un punto interesante
en el libro y es el que refiere al modo en que ha cambiado el escenario en las
últimas décadas respecto a la relación entre Occidente y las autocracias. Es
que siempre existió una idea asociada al liberalismo clásico de que el libre
comercio acabaría siendo una forma más efectiva de influir en las dictaduras y,
sin embargo, habría sucedido exactamente lo contrario. Un ejemplo en este
sentido es el caso del acuerdo en torno al gasoducto que llevaba el gas desde
la URSS a Europa y que estuvo en el eje del conflicto tras la guerra en
Ucrania. Lejos de haber desestabilizado a la URSS y, ahora, al gobierno de
Putin, los ha fortalecido con dinero fresco y ha significado una dependencia
fuertemente condicionante para Europa.
De hecho, Applebaum encuentra una
relación de causalidad entre el ascenso de la derecha en Alemania y esta fe
ciega en la capacidad aperturista del intercambio comercial:
“El cambio a fuentes de energía
más costosas [por el corte del gas desde Rusia] generó inflación. La inflación,
a su vez, generó insatisfacción. Esa insatisfacción, agravada por una campaña
rusa de desinformación, contribuyó a un brusco aumento del apoyo a la extrema
derecha”.
Incluso adoptando una
terminología de un autor como Carl Schmitt, a quien Applebaum no dudaría en llamar
“nazi”, la autora considera que una excesiva dependencia con Rusia o China
supone no solo un riesgo económico para Occidente, sino, sobre todo, un “riesgo
existencial”.
En este contexto, la autora
arriesga:
“Quizá, en el futuro, otras
autocracias ofrecerán también esa clase de paquetes. China podría prestarse a
invertir en el tipo de régimen adecuado para debilitar la eficacia de las
sanciones; Irán podría organizar una revuelta islámica para ayudar a derrocar a
un Gobierno democrático inestable; los venezolanos podrían aportar su
experiencia en el tráfico internacional de estupefacientes; los zimbabuenses
podrían contribuir con el contrabando de oro. Puede que todo esto parezca
descabellado, pero no debería. Un mundo en el que las autocracias colaboran
para mantenerse en el poder, promover su sistema y perjudicar a las democracias
no es una distopía lejana. Es el mundo en el que vivimos ahora”.
No conforme con tal temerario
diagnóstico, aparece una segunda mención a Trump, en quien, considera, se daría
la fusión completa del mundo autocrático y democrático en el caso de que su
nuevo gobierno logre dirigir contra sus enemigos a los tribunales y a las
fuerzas de seguridad en combinación con ataques a través de redes sociales.
Frente a este escenario, y como
suele ocurrir en este tipo de libros, a mitad de camino entre el periodismo y
el activismo, hay un último capítulo en el que se intenta responder al
interrogante acerca del qué hacer. Allí, insólitamente, Applebaum considera que
la multipolaridad y la idea de soberanía son solo excusas creadas por las
autocracias para garantizarse impunidad. De aquí que llame a una gran coalición
de las fuerzas de los países democráticos que incluya a los ciudadanos que persiguen
las ideas de la libertad y los derechos humanos al interior de las autocracias,
con el fin de enfrentar esta gran red cuyo enemigo principal son los valores
occidentales. Desde distintas estrategias de protesta pasando por bloqueos
económicos e intervenciones más o menos directas vía la OTAN, hasta reformas
del sistema financiero y la regulación de la IA y las redes sociales bajo la
excusa del peligro de la desinformación… todo sería válido frente al poder
autocrático.
Para finalizar, digamos que, más
allá de la novedad que podría aportar la idea de presentar a los regímenes no
liberales como parte de una red cuyo funcionamiento se asemeja más al de
empresas que al de los viejos Estados leviatanes, el libro tiene deficiencias. Sobre
todo, la imprecisión categorial: dentro del universo de “autocracia” entran un
sinfín de países o regímenes completamente diversos, con historias,
tradiciones, contextos e intereses inconmensurables. Aun cuando en algún
párrafo la autora hiciera la aclaración, a lo largo del libro pareciera que
autocracia es todo país que no se adecue a los cánones de las repúblicas
liberales occidentales y una definición tan amplia, en el noble intento de
hallar patrones o generalidades, acaba aportando confusión.
Más difícil aún se ponen las
cosas cuando ese espíritu autócrata también se les adjudica a las derechas de
los países occidentales, de modo tal que, en una divisoria groseramente
maniquea, Applebaum ubica el Occidente de centro y centro izquierda del lado
del bien y a las derechas occidentales, junto a cualquier otro sistema de
gobierno no occidental, del lado del mal absoluto, formando parte de esa gran
red de ayudas recíprocas con el fin de enriquecerse y eternizarse en el poder. No
hace falta abrazar el relativismo para darse cuenta que la evidencia empírica
muestra que, lamentablemente, las cosas no son tan simples.
En este sentido, si lo que se
busca son trazos gruesos y reforzar posicionamientos, el libro de Applebaum
cumple su cometido. Pero si lo que se pretende es comprender, asumir complejidades
y, eventualmente, aprender a convivir con los grises, serán necesarias otras
lecturas.