martes, 27 de septiembre de 2022

De trabajadores pobres y preguntas incómodas (editorial del 24/9/22 en No estoy solo)

 

El largo plazo es en la Argentina una rama de la literatura fantástica. A lo sumo, lo que entendemos por futuro es el camino más o menos previsible que llevará a uno u otro candidato a postularse. Las tendencias políticas se constituyen agregándole “ismo” al apellido del candidato elegido. No mucho más. El kirchnerismo, el último “ismo” sobre el cual vale la pena discutir, volvió como un sucedáneo negativo de sí mismo. En su forma edulcorada, evitó la continuidad del plan de Macri, pero no vino a ofrecer futuro sino nostalgia y la impotencia de tener que ser atendido por sus detractores. Así, es mayoritariamente defendido por lo que hizo y por el riesgo de lo que hay en frente pero no por lo que viene a ofrecer, lo cual, de hecho, tampoco resulta demasiado claro. Si allá por el 2010 era evidente que el voto de derecha era mayoritariamente un voto de “los viejos” mientras que la juventud se inclinaba hacia el kirchnerismo, hoy tenemos que el voto de derecha se concentra en los dos polos, los más viejos y los más jóvenes, dejándole al kirchnerismo un sector relevante de los que tienen entre 30 y 45 y viven en los grandes centros urbanos. Todo puede cambiar, como de hecho cambió desde el 2015, pero lo cierto es que hoy asistimos, en el mejor de los casos, a un mero plan de supervivencia del kirchnerismo, en todo sentido, no solo económico, sino social y político. Toda la épica posible está en militar que no explote y que no se note; todo el debate posible está en la gramática, el uso de plurales y el origen del odio.

Después está la realidad, y, en este caso, por ejemplo, los números oficiales muestran el afianzamiento estructural de un fenómeno que no es solo local y que lleva ya algunos años. Me refiero al de los trabajadores pobres.

Efectivamente, tenemos recuperación del empleo pero al mismo tiempo alrededor de un tercio de los asalariados son pobres. Antes tener un empleo era sinónimo de abandonar la pobreza. Hoy no necesariamente, ni siquiera entre los empleos registrados. Los datos abundan y sería abrumarlos con comparaciones pero lo cierto es que una familia tipo necesita algo más de 120000 pesos para no ser pobre en la ciudad de Buenos Aires. Y el sueldo no alcanza. Traigo este tema a colación para conectarlo con la dificultad del largo plazo que planteaba al principio ya que se trata de problemas cuyas soluciones no son inmediatas.

¿Hay una discusión robusta y capilar entre los sectores afines al oficialismo acerca del futuro del peronismo en este panorama? Dicho de otra manera, si la columna vertebral del movimiento es, o era, la clase trabajadora, ¿no hay nada para repensar de aquí en más tomando en cuenta que formar parte de esa columna vertebral hoy no alcanza para dejar de ser pobre?

Y estamos hablando de empleo formal. ¿No hay nada para decir acerca del trabajo asalariado no registrado y los cuentapropistas? ¿Lo único que hay para ofrecer es tercerización de la pobreza y presunta “economía popular”? ¿A qué peronista se le puede ocurrir defender el clientelismo para así cumplir con la mitología que el antiperonismo supo crear? 

 

¿Y cuál será la relación con la clase media? ¿Seguirá esa especie de guerra cultural zonza del peronismo de clase media contra la clase media, a pesar de haber sido el movimiento que más clase media ha generado? ¿La única respuesta es más impuestos a los que no los pueden evadir? Pensemos en alguien que hoy tenga unos 45 años y haya pertenecido siempre a la clase media urbana. Seguramente se formó en la escuela pública gratuita y hasta pudo continuar sus estudios en la universidad pública; tener alguna dificultad de salud no habrá sido un problema porque existían coberturas gracias al empleo formal de los padres o, eventualmente, la buena atención de la salud pública. Hoy en día, esa persona, probablemente de pensamiento progresista, reconocerá por lo bajo que elige mandar a sus hijos a una escuela privada y que lo que le queda del sueldo se le va por costear la prepaga. ¿Lo hace porque se aburguesó y se volvió de derecha o porque la educación y la atención médica están en decadencia incluso a pesar de la calidad de algunos de sus recursos humanos?

Tener garantizado un sistema público de salud y educación… ¡eso sí era redistribución efectiva! ¿Es posible volver a discutir ello sin consignismo barato? En otras palabras, el neoliberalismo destrozó buena parte de las prestaciones de calidad que ofrecía un Estado que, a veces mejor, a veces peor, funcionaba. Ahora bien, por ejemplo, ¿no hay algo para revisar también en los sindicatos del área de educación? ¿Y qué hay de la formación de los docentes? ¿Toda la culpa es de Menem?

Siguiendo con la clase media, ¿qué tiene para ofrecer el peronismo a aquellos cuentapropistas que trabajan para el exterior y cobran en dólares? ¿Qué respuestas hay para todo un circuito informal que va desde el mantero que vende ropa trucha y que cobra por Mercadopago, hasta aquel que se acerca al mundo de las criptomonedas porque no puede cobrar los dólares sin que se los pesifiquen a un valor que no existe? ¿Algo más que tratar de cobrarle impuestos podría ser? ¿Algo más que acusarlo de “pendejo libertario”?   

A propósito, ¿y si en vez de impulsar una cruzada patriótica contra el puñado de argentinos que puede viajar hasta Qatar, discutimos el proyecto productivo de país y las razones por las que estructuralmente faltan dólares?  

Esto se relaciona con lo que les mencionaba la semana pasada cuando les comentaba de esta nueva generación que, por derecha o por izquierda, no tiene demasiado apego al pacto democrático por, entre muchas razones, observar que con la democracia no alcanza para comer, curar ni educarse. ¿Y si buscamos por allí algún indicio de los niveles de violencia y odio que pululan y nos atraviesan transversalmente? No para justificarlos, claro, sino para tener un diagnóstico preciso que nos permita empezar a intentar resolverlo.

Por cierto, y de paso, ¿hay alguna alternativa a achacarle a las Fake News y a la falta de una ley de medios el hecho de que la gente no vote como nos gusta? ¿En serio alguien puede creer que el problema de la verdad se resuelve con una ley de medios que ya quedó obsoleta? ¿Y si el problema es que a veces, además de la comunicación, lo que falla es el contenido de lo que se quiere comunicar?

 

         Por otra parte, frente al manual del buen emprendedor que ya no obedece a un jefe para poder autoexplotarse, ¿los sectores progresistas ofrecerán algo más que la romantización de los pobres y la marginalidad? ¿Qué transformación material sustantiva son capaces de ofrecer hoy los espacios populares y de centroizquierda de cara a los próximos 5, 10 y 20 años? ¿Cómo compatibilizar seriamente sin acudir al término “sustentable” el discurso buenista del ecologismo oenegista y la plurinacionalidad, con la explotación de los recursos naturales que este país necesita para crecer? ¿Ya sabemos qué dirá la derecha pero qué solución realista tiene el resto para ofrecer (y por “solución realista” entendemos un proyecto que incluya a casi 50 millones de personas que necesitan comer y tener energía)?

Para finalizar, ¿hay quien entienda que gobernar no es solo diagnosticar como si todos fuésemos observadores externos de una realidad ajena? ¿Hay quien entienda que gobernar no es hacer un trabajo etnográfico de “la facu” donde nos referimos a grupos a los que nunca pertenecimos ni vamos a pertenecer?

El país del 2023 es muy distinto al del 2003 y lo que pudo ser una solución en aquel momento puede no serlo en la actualidad. Comenzar con las preguntas correctas, aun si éstas no tienen respuesta, puede ser un buen inicio para pensar lo que vendrá.  

miércoles, 21 de septiembre de 2022

El nuevo experimento chileno (publicado el 16/9/22 en www.disidentia.com)

 

El triunfo contundente del “Rechazo” al texto emanado del proceso constituyente en Chile, sorprendió no solo a quienes no siguen de cerca el día a día de la realidad social y política del país trasandino sino a las propias fuerzas políticas intervinientes y a los analistas nacionales e internacionales. Es que se daba por descontado que si un 80% de los chilenos se había pronunciado en 2020 a favor de cambiar la constitución, el camino del nuevo texto constitucional tendría los consensos, la espalda y la legitimidad suficiente. Sin embargo, no fue el caso y aunque los que impulsaban el “Apruebo”, entre ellos la fuerza liderada por el presidente Gabriel Boric, suponían que una derrota era posible, el 62% a 38% resultó un golpe fenomenal.

En este mismo espacio, hace poco más de un año, planteábamos algunas dudas de lo que podría llegar a suceder una vez que se conoció el perfil ideológico de los componentes de la Asamblea Constituyente. Así, mientras las perspectivas progresistas se excitaban hablando de paridad, gente común, golpe a la derecha y a los partidos tradicionales, horizontalidad, indigenismo, etc., desde aquí hacíamos algunas advertencias que, en buena medida, se transformaron en realidad algunos meses después.

En aquel momento planteábamos que una posibilidad era que se avanzara en la línea del nuevo constitucionalismo social detrás de lo que pudieran ser las últimas reformas constitucionales de Venezuela, Ecuador y Bolivia sumando la tan de moda política identitaria woke que por aquellos años no tenía tanta presencia en Latinoamérica. Al igual que en los países mencionados, podría pensarse que esta constitución tenía como finalidad resolver el problema de la desigualdad y el déficit de representación para ciertos sectores de la sociedad. Sin embargo, ese tipo de constituciones corre el peligro de plantear ambiciones tan lejos de lo posible, (y hasta de lo deseable, a veces), que se transforman rápidamente en letra muerta o una nostalgia de lo que jamás sucedió establecida para justificar la posibilidad de la indignación constante que tan bien le sienta a algunos grupos.

Asimismo, esta tradición surge de una clara desconfianza a la política ordinaria, aquella que sanciona las leyes del día a día y que tiene la versatilidad y la dinámica que una constitución no puede ni debe tener. Si bien hay buenas razones para esa desconfianza, lo cierto es que una constitución no puede responder a todas las necesidades, máxime en tiempos donde nuevas necesidades surgen por doquier. Pero digamos que parece haber una suerte de fetichismo de la constitución, la idea de que la nueva constitución es capaz de resolver todos los problemas, independientemente de la política del día a día que se juega en el ámbito ejecutivo y legislativo.    

Lo cierto es que si la constitución vigente sancionada en 1980 es la constitución “pinochetista” que representa el experimento neoliberal de los “Chicago Boys” (más allá de que desde aquella fecha hasta ahora ha sufrido 257 modificaciones en sus artículos), el texto que acaba de ser rechazado es una suerte de experimento progresista rebosante de idealismo y buenas intenciones pero ajeno a la voluntad popular y a la realidad chilena. Del experimento social de economistas liberales al experimento social de sociólogos de izquierda.

Nótese que el texto sometido a votación fue presentado como “La constitución con más derechos” o “La constitución más progresista del mundo”. Se trata de 388 artículos donde a una sociedad que legalizó el divorcio en 2004 se le proponía aborto legal, salud pública universal, paridad de género en el gobierno, sindicatos empoderados, autonomía para comunidades indígenas, derechos para los animales y garantía de acceso a una vivienda digna, al agua, a la educación, a internet, al aire limpio, a un sistema previsional que reemplace el de capitalización individual, etc.

Se trata de metas que en general parecen difíciles de rechazar y que, sin embargo, derivó en un 62% que dijo “No”, número que deviene más importante si se toma en cuenta que hubo una participación record de alrededor del 80%, casi el doble de la participación que hubo al momento de elegir a los constituyentes (43%). Es sintomático también observar que el “Apruebo” obtuvo casi los mismos votos que obtuviera Boric en una elección donde votó algo más de la mitad de los chilenos, lo cual muestra que ese 30% que no concurrió a votar en aquellas elecciones presidenciales pero sí lo hizo en éstas, votó por el “Rechazo”.

Desde el oficialismo, como suele hacer el progresismo cada vez que el resultado de una elección no es el esperado, se le echó la culpa a las fake news. El argumento es el de siempre: si ganan los nuestros, es el pueblo iluminado y liberado el que ha interpretado correctamente dónde está la verdad y la bondad; si ganan los otros, es que la mentira y la maldad han podido manipular a una masa de idiotas tiktokeros alienados.

Lo cierto es que más allá de la desinformación que es propia de todo proceso electoral, no solo fueron los sectores conservadores los que se opusieron sino también sectores de la izquierda y del socialismo. Al mismo tiempo, casi nadie defiende la constitución del 80 con sus reformas, al punto que hasta la derecha avanzó en un compromiso hacia una nueva constitución. Entonces todos acuerdan en que debe haber una nueva pero también acuerdan en que no puede ser la propuesta.

Y no se trata solo del aborto, que en general es un tema que divide a las sociedades en mitades sino de, entre otras tantas cosas, el pretender que Chile se convierta en una entidad plurinacional. Todos sabemos que hay antecedentes en Bolivia y Ecuador y que a lo largo del mundo hay distintos tipos de leyes que otorgan grados de autonomía a las comunidades indígenas (que en Chile suponen alrededor de un 13% de la población) pero aquí se avanzaba hacia unos márgenes que abren una serie de interrogantes en torno a la posibilidad de un pluralismo jurídico que entre en tensión con la unidad nacional y la propiedad de los recursos naturales, un aspecto sensible para los países latinoamericanos y para cualquier plan de desarrollo. Quedará para otra nota profundizar en la romantización del indigenismo que opera en sectores de la progresía a nivel mundial, aquella que infantiliza a los pueblos originarios como lo hicieron buena parte de los conquistadores, y que los presenta como los “buenos salvajes rousseaunianos” que vivían en armonía con la naturaleza, organizados bajo estructuras horizontales donde hombres y mujeres eran iguales, lejos de la maldad que llegó de la mano del hombre blanco. Que la historia muestre otra cosa, esto es, historias de luchas, violencia, verticalismo, sacrificios, sojuzgamientos sobre los miembros de la propia comunidad y sobre otras comunidades a nadie le importa. ¿Eso supone justificar los despojos o las condiciones de indigencia en las que muchas de esas comunidades viven por un Estado que a veces los margina? No. Pero tampoco parece que la mejor manera de colaborar con su visibilización sea subirse acríticamente a una reescritura falsa de la historia.     

Llegando al final, digamos que la cantidad de buenas intenciones del texto era proporcional a la irresponsabilidad con la que se hizo una lista ideal desde un deber ser marcado por una ideología que, cuando choca con la realidad, prefiere acomodar la realidad a sus creencias antes que revisar las mismas. De hecho, el texto parece confundir una constitución con un plan de gobierno o, lo que es peor, con una propuesta electoral que, por definición, está repleta de promesas incumplibles. La ajenidad del texto es tal que incluso los espacios políticos que abogaban por el “Apruebo”, algunos días antes de la elección, firmaron un compromiso de reformar el texto aun en el caso de que el Sí a la reforma hubiera prosperado. Es que una cosa es el maravilloso mundo del texto ideal y otra es la realidad de hacerse cargo de un gobierno. Este acuerdo incluía, entre otras cosas, respecto a la plurinacionalidad: que las consultas indígenas, el consentimiento previo de las comunidades, las autonomías territoriales y el pluralismo jurídico deben subsumirse a los intereses soberanos y las leyes del Estado nacional y sus compromisos con tratados internacionales, etc; y respecto a los derechos sociales, se garantizaba que tanto en lo que respecta a pensiones, como a prestaciones de salud y educación, el sistema estatal podrá coexistir con prestadores privados, lo cual incluye, entre otras cosas, continuar con el sistema de pensiones privadas para ir, en todo caso, a un sistema mixto.       

El experimento progresista de un texto que, por momentos, derivaba en un idealismo amateur y que pretendía reemplazar el experimento social de la constitución neoliberal de Pinochet, chocó con la realidad. Lejos de lo que dijera en Twitter el flamante presidente de Colombia, Gustavo Petro, cuando afirmara, minutos después de saberse el resultado, “Revivió Pinochet”, el “Rechazo” sumó votos transversalmente incluso en sectores de izquierda que buscan un cambio pero bastante diferente al propuesto. De hecho, el “Rechazo” ganó en las 16 regiones, incluyendo Santiago, el bastión del presidente, y solo triunfó en un “lugar” muy particular: los votantes chilenos en el extranjero. Efectivamente, una constitución para un país que solo es votada por los que no viven en el país. Todo un símbolo.

Las profundas desigualdades que derivaron en un estallido social algunos años atrás, han abierto una verdadera caja de Pandora en un Chile que, para muchos, era “modelo”. No parece haber vuelta atrás en la idea de avanzar hacia una nueva constitución pero un texto que preocupado por atomizadas minorías olvida que también debe ser el texto de las mayorías, ha demostrado, al menos por ahora, estar condenado al fracaso.   

 

 

sábado, 17 de septiembre de 2022

Matar a "la vieja" (editorial del 17/9/22 en No estoy solo)

 

Aun a riesgo de hacer psicología barata, llama la atención que en los chats que habrían intercambiado los perpetradores del atentado contra CFK se refieran a ella como “la vieja”. La expresidenta es una persona de 69 años pero su aspecto no es el de una “vieja”; ni siquiera recuerdo que en esas movilizaciones en las que sus más acérrimos adversarios despiden toda su rabia contra ella, se refieran a la actual vicepresidenta de esa manera. Por supuesto que al lado de los epítetos con los que generalmente la señalan sus detractores, poner el énfasis en su edad parece menor. Sin embargo, y a esto iba todo este rodeo, puede que en ese detalle superficial haya un elemento que no está siendo tenido demasiado en cuenta en el debate político: el factor generacional.

Efectivamente, y esto incluso se puede conectar con algo que la propia CFK mencionó en la aparición que realizó días atrás junto a los “curas villeros”, el atentado contra su persona marca una ruptura con el pacto democrático constituido desde 1983. Esta ruptura pueda entenderse desde lo ideológico pero, y he aquí el sentido de estas líneas, puede que también deba hacerse desde lo generacional.

Dicho en otras palabras, ha irrumpido en el debate público toda una generación para la cual la democracia y ciertos acuerdos básicos son puestos en cuestión. Excederían los límites de estas líneas dar cuenta de todas las razones para explicar este fenómeno pero el hecho de que hoy en día la posibilidad de una dictadura militar sea algo lejano ayuda a que la estabilidad institucional sea vista como algo “dado” que no hace falta defender simplemente porque “es”. Pero otro aspecto que seguramente juega es el largo proceso de deterioro de la vida en Argentina que algunos torpemente adjudican a la democracia y no a las decisiones económicas llevadas adelante por algunos gobiernos en particular. Lo cierto es que hay una generación que observa que con la democracia no se come o se come mal; que con la democracia se cura solo a veces porque la atención médica es muchas veces mala y/o cara; y que con la democracia no se educa porque el nivel de la educación es cada vez peor. Una vez más: ¿es culpa de la democracia? No. Pero es difícil hacérselo entender a todo el mundo, máxime a quien ha nacido en este sistema y cada año vive peor. 

Si bien en cada país esto tiene sus variantes, en el caso argentino se dio un cambio de modelo generacional que en este espacio denominamos el paso del “Eternauta al Joker”, esto es, el paso de una generación sub 45 (aquella que vivió los buenos años del kirchnerismo), comprometida con la idea de un héroe colectivo, a una generación sub 25, (aquella que llega a la vida adulta tras 10 años de un país, como mínimo, estancado) cuya conexión con lo público se produce desde el exabrupto individual. Son jokers, individuos marginales, precarizados, en algunos casos hasta con patologías psiquiátricas, cuyas acciones pueden generar estallidos sociales en escenarios donde el fracaso de la política brinda el caldo de cultivo necesario. Tienen bronca pero también se ríen sin saber bien el porqué. El ser nativos digitales les impide comprender con precisión si están asesinando en la realidad o en un videojuego. Son seudónimos e identidades múltiples “escondidos” en vivos de Instagram.

En general se los asocia con la derecha porque su discurso es antipolítico. Sin embargo, también hay violencias e individualismo en algunos discursos desde la izquierda y el progresismo. ¿O es que acaso el énfasis en la subjetividad como único criterio de verdad, los escraches y la cultura de la cancelación no pertenecen también a un clima cultural de disolución de lo comunitario y poco apego a las instituciones democráticas? 

Algo parecido sucede cuando enfocamos el modo en que las nuevas generaciones se relacionan con la historia bajo la suposición de que conocer lo que ha ocurrido puede ayudar a no cometer los mismos errores, presupuesto que, por cierto, la historia se ha encargado de rechazar.

Aquí nos enfrentamos con una veinteañera que cree que matar a la vicepresidenta es un acto patriótico que implica un coraje alcanzado gracias a estar “poseída” por el espíritu de San Martín. No lo dice por tener un brote psicótico. Lo dice porque está desquiciada, es impune y no entiende un carajo de la historia. Sin embargo, una vez más, la ignorancia no es solo el pan de la derecha. De hecho, una de las características de la línea progresista de izquierda en la actualidad es crear su propio Ministerio de la Verdad para adecuar la historia a los intereses y a la nueva moral imperante. Así, la historia acaba siendo ignorada por unos e inventada por otros.

Esto no significa que todo sea lo mismo. Tampoco debe leerse esto en la línea de que todo pasado fue mejor. De hecho, hasta no hace mucho tiempo la opción democrática era despreciada por la derecha pero por la izquierda también. Sin embargo, claro está, con el retorno de la democracia, ese debate que parecía estar saldado intenta renacer aunque más no sea con lo que afortunadamente parece ser un hecho gravísimo pero aislado.     

Y puesto que hablamos de fortuna y referíamos al discurso de la vicepresidenta, bien cabe mencionar un aspecto que pasó de largo probablemente por esa suerte de miopía que genera la irrupción de lo inesperado y lo indeseado. Es que CFK afirmó que no hacía falta ninguna ley contra “los lenguajes de odio”, que ya existían las normas adecuadas para combatirlo. Esto debería sosegar la pasión de los que pretenden ser más cristinistas que Cristina e intentan instalar la necesidad de nuevas regulaciones que, en la práctica, terminarían abriendo la puerta a censuras y autocensuras propias de un tiempo en que la libertad de expresión depende de cuán ofendido se puede sentir un individuo que se sienta aludido. Ante la magnitud de lo que ocurrió y pudo haber ocurrido, la sobreactuación para congraciarse con la líder o la tribuna, no llevan a buen puerto.         

Para finalizar, digamos que más allá de lo ideológico, quizás la preocupación tenga que posarse también en lo generacional, por derecha, pero también por izquierda. En todo caso, puede que estemos asistiendo a un nuevo capítulo de lo que habría inaugurado el mayo del 68, esto es, una revolución que opone generaciones antes que sistemas políticos o económicos. En otras palabras, si aquel París fue una revolución contra los padres antes que una revolución contra el capitalismo, puede que tengamos que tener en cuenta ese elemento al menos como una de las variables en juego. Por derecha, se nos ofrece la revolución de no pagar impuestos llevada adelante por lúmpenes que nunca los pagaron; por izquierda, se nos invita a liberar los cuerpos individuales tras fracasar el intento de liberar al pueblo y a la clase trabajadora.

Mientras la agenda de la juventud, de derecha a izquierda, pase por temas tales como oponerse a la vacunación, combatir la ansiedad climática o discurrir acerca de si debemos hablar con la “o” la “a” o la “e”, habrá motivo para ser pesimistas. Que tengamos conciencia de que no todo pasado ha sido mejor, no debería comprometernos con la tontera de suponer que todo futuro es superador.   

 

sábado, 3 de septiembre de 2022

El loco, el odio y el espejo (editorial del 3/9/22 en No estoy solo)



Han pasado apenas horas después de uno de los episodios más conmocionantes desde la recuperación de la democracia y tenemos la suerte de que el asesinato de CFK sea, en este momento, un mal sueño y, en todo caso, una hipótesis contrafáctica. Efectivamente, hoy podemos ponernos a pensar “qué hubiera pasado si…” porque afortunadamente no pasó y en ese ejercicio también podemos encontrar algunas explicaciones de lo que está pasando.

Primeramente, algo de coyuntura. No podemos decir que esta aberración haya sido el corolario natural de una escalada pero en los hechos se transforma en el episodio que da corte a un escenario que se originó con la puesta en escena del fiscal Luciani quien, en capítulos y como si fuera una serie de Netflix, trasladó al lenguaje jurídico todos sus prejuicios antiperonistas para concluir lo que muchos antiperonistas piensan, esto es, que el peronismo es una gran asociación ilícita. A esto le siguió la respuesta mediática de CFK y el natural apoyo de un sector de la militancia que transformó el barrio de la recoleta en una especie de santuario. Con el eje puesto en CFK, la interna cambiemita hizo el resto y obligó a Rodríguez Larreta a sobreactuar para transformarse en un halcón del orden antes que una paloma de la negociación. La torpeza de las vallas ofreció la provocación que faltaba y finalmente todo se tuvo que solucionar con una conversación y un acuerdo entre kirchnerismo y Ciudad. Mientras se paralizaba el país durante semanas, La Nación+ hacía de Luciani el héroe de las señoras del Bien y C5N azuzaba con una pueblada que no llegaba y una vigilia que aguardaba no se sabe qué. Insistimos: ¿de esta escalada se seguía un intento de asesinato? No. Hubo momentos de tensión social muchísimo peores en los últimos años y afortunadamente nunca sucedió algo así.    

Teniendo en cuenta el contexto de lo ocurrido en las últimas semanas, el segundo aspecto que debería resaltarse es que aunque el sistema democrático argentino, desde el 83 hasta ahora, ha demostrado robustez para salir adelante en momentos muy difíciles, la sensación que queda, después del intento de asesinato de CFK, es de extrema fragilidad. Hasta que no avance la investigación no sabremos si se trató del intento de un crimen político organizado o de la acción de un “Eróstrato solitario” pero lo más dramático es, justamente, que aún en esta última hipótesis, la estabilidad de la democracia argentina estuvo y está “a un loco del abismo” y allí demuestra una debilidad preocupante incluso más que si se tratara de un crimen político organizado porque locos y Eróstratos sueltos hay a la vuelta de la esquina.

Por supuesto que esto tiene que ver con la potencia de la figura de CFK, pero más que nunca se percibió que la estabilidad de la Argentina puede terminar dependiendo de un demente y/o marginal. Porque, seamos honestos, si esa bala hubiera salido se habría desatado en la Argentina un proceso de violencia cuyo alcance resulta desconocido. ¿O ustedes qué creen que hubiera pasado el día después del eventual asesinato de CFK? ¿Qué forma habría adoptado la movilización multitudinaria del viernes? Los incidentes y los hechos de violencia se darían por descontado y la única duda estaría en quiénes serían el blanco de los mismos y por cuánto tiempo perdurarían. ¿Imaginan lo que sucedería entre la multitud y la policía de la ciudad? ¿Cuántos muertos contaríamos y cuántos muertos resistiría un gobierno debilitado y esta democracia que tanto costó consolidar? ¿Qué sucedería con los que la multitud interpreta como principales propagadores del odio contra CFK? ¿Ustedes suponen que Alberto Fernández tendría la espalda para ponerle freno a la pueblada? Incluso hasta podría darse que la multitud arremeta contra el propio gobierno en tanto no se siente representado por éste y en tanto puede cargarle responsabilidades por eventuales errores en la protección de la actual vicepresidenta. Una muestra se observó el viernes en la plaza. Nadie estaba allí para apoyar al gobierno. La gente estaba allí para apoyar a CFK incluso contra el propio gobierno del cual forma parte, militando logros del pasado, “los tiempos en que fuimos felices” y que ya no son.

Señalar este aspecto de la fragilidad institucional en la que estamos viviendo me resulta mucho más interesante porque es lo que va a perdurar después de la hojarasca de los días previos al intento de asesinato y después de que nos recuperemos del estado de shock en el que hemos quedado como sociedad.

Sin embargo, lo que se discutirá en las próximas semanas será otra cosa. Efectivamente, como ya se observa, todo girará en torno a los responsables “indirectos” de la acción. Allí empezará un sinfín de pases de facturas entre un oficialismo que hablará de los tan de moda “lenguajes de odio” y una oposición que dirá que todo empezó con “la grieta” impulsada por el kirchnerismo. El archivo y los memes harán su trabajo y después de un tiempo razonable todos los intervinientes en el debate seguirán pensando lo mismo que pensaban antes, lo cual, claro, encaja bien con lo que llamaríamos “un debate inútil”.     

En este escenario bien cabe recordar que es una mala idea, además de una afirmación falsa, indicar que el “odiador” siempre es el otro. “Yo soy la democracia y los derechos humanos porque ellos son la dictadura y el odio” se parece bastante a “Yo soy la República y la bandera Argentina porque ellos son los populistas que dividen”.   En otras palabras, decir que nosotros somos buenos y ellos son malos, se parece bastante a la idea de Luciani de que todo lo que huela a kirchnerismo es parte de una asociación ilícita. ¿Qué convivencia democrática se puede plantear si, para los antiperonistas, los K son malos porque son ladrones y, para el kirchnerismo, los antikirchneristas son malos porque son “odiadores”? Claro que podemos decir que “la derecha mata” porque sobran los ejemplos históricos de cómo la derecha mata, pero también la izquierda mató y mata, y también hay mucho discurso de odio en las nuevas tendencias progresistas que denominan, paradójicamente, “lenguaje de odio” a cualquier cosa haciéndonos creer que es lo mismo un neonazi que un tipo que ose poner en tela de juicio los modos en que se intenta combatir el cambio climático.  

Asimismo, no hay duda de que los discursos públicos de los últimos años, propagados por políticos, periodistas e incluso sectores de la justicia, crean el caldo de cultivo para que sujetos “desequilibrables” se desequilibren. Sin embargo, establecer una conexión causal en sentido fuerte entre esos discursos y una acción particular es por lo menos discutible. En todo caso, si fuera tan directa la conexión no se explica cómo tras casi 15 años de grieta feroz es la primera vez que esto sucede. En este sentido, si se me permite una segunda hipótesis contrafáctica, imaginemos que pasara algo similar con Macri. ¿Qué sucedería en ese caso? ¿Habrá que reconocer que el que produce asesinos no es necesariamente el lenguaje del odio? ¿Habrá que reconocer que hay también lenguaje del odio del otro lado? ¿Fue el lenguaje de odio del propio Bolsonaro el que en forma de cuchillo se clavó en su abdomen durante la anterior campaña?

Quizás lo que haya que terminar aceptando es que se vive en un clima violento en general, tal como percibe cualquiera que salga a la calle. La gente vive mal, angustiada, indignada. Cualquier chispa enciende un conflicto: una mala maniobra en el tránsito, un golpe involuntario en un transporte público, alguien que tose, un comentario…, cualquier cosa puede encender una batalla campal tal como vemos a diario. Los factores para explicar ese fenómeno son múltiples y pueden incluir desde las desigualdades económicas pasando por la falta de sentido de comunidad hasta los efectos psicológicos de la pandemia. Hay una violencia que está atravesando las comunidades, no solo de Argentina, y que se la puede observar en un discurso de un partido de derecha como en un discurso a favor del veganismo. Esto no significa que haya algo intrínsecamente violento en los grupos mencionados sino que muestra que la sociedad es violenta y eso es algo que la derecha entiende mejor que la nueva izquierda, aquella que considera que la violencia siempre la ejercen los demás, y que, cuando la realidad le resulta incómoda, la deja de lado para ponerse a darnos lecciones de moralidad en el plano del deber ser.

El riesgo en el que estuvo la estabilidad democrática de la Argentina debería hacernos ver que si bien quienes tienen responsabilidades institucionales son los que poseen la obligación de brindar el ejemplo, el ciudadano de a pie tiene bastante para dar en este sentido. Si todo el tiempo estamos hablando de violencia pero violentos son todos menos “los nuestros”, no solo estamos faltando a la verdad sino que nos alejamos de las bases a partir de las cuales podamos cambiar el orden de cosas. Fue muy grave lo que pasó y es mucho lo que está en juego. Después de tratar de sacar tajada política de lo que pudo ser una tragedia personal y social, sería mejor dejar a un lado los gritos en pos de retomar el hábito de exponer nuestras prácticas sociales y políticas frente al espejo. No porque todo valga lo mismo y seamos iguales sino, justamente, para demostrar que podemos hacer algo distinto.