domingo, 24 de noviembre de 2019

Son todos lo mismo (editorial del 23/11/19 en No estoy solo)


Yo te voy a ser claro. Para mí son todos lo mismo y por eso yo no estoy ni con unos ni con los otros. Yo no pongo las manos en el fuego por nadie. Al fin de cuentas, gane quien gane, el lunes hay que laburar. ¿A vos te cambia en algo este gobierno o el que viene? ¿O un golpe de Estado por allá? Entonces no hay que darle bola. Todo es lo mismo. Tendrían que quitar la obligación de votar. Este país se va a salvar cuando los políticos devuelvan la que se llevaron. Yo leo Clarín pero no estoy con Clarín porque puede ser que mienta, apriete, opere, tergiverse y tenga posición dominante pero tampoco estoy con esos de 678, que nunca los vi pero un día, cuando salió al aire de madrugada tras la suspensión de Arsenal vs. Cambaceres, mostraron que en una plaza alguien escupió la foto de un periodista que dice estar en el medio. Y a mí no me gusta la violencia. Ni de un lado ni del otro. Porque así se empieza… alguien escupe la foto de un periodista que está en el medio y cuando te querés acordar la gente te escupe en la calle si pensás distinto…y se acabó la democracia y se acabó todo.
Las guerras son de lo peor porque yo no avalo lo que hicieron los milicos matando, torturando y secuestrando pero tampoco estoy con los guerrilleros pone bombas. Que unos lo hacían desde el Estado mientras que los otros… no importa. Yo me levantaba todos los santos días e iba a laburar. Y los argentinos somos gente de laburo. No somos violentos. Lo que hace falta es justicia. Ni mano dura ni mano blanda: mano justa. Y si te denuncian marche preso o que no puedas caminar por la calle. Cuando sea la gente la que imparta justicia y no estos corruptos…ya vas a ver.  
Y no estoy con el golpe de Estado en Bolivia que riega de sangre la calle y se lleva puesto a un gobierno popular que supuso ampliación de derechos para mayorías y minorías como nunca antes hubo en aquel país que siempre fue tan miserable….-si se venían a matar al hambre acá esos bolivianos-… pero tampoco estoy con Evo Morales porque parece que hace unos años hizo unos comentarios machistas. Y en esos pequeños detalles se conoce a las personas.
Y a ver… yo lo voté pero es verdad que Macri aumentó la desocupación, la inflación, la pobreza y la deuda pero con Cristina no podíamos confiar en el INDEC y nos gritaba por cadena nacional. Y a mí no me gusta que me griten ni ella ni vos ni nadie. Porque yo no grito. ¿Me entendiste? Yo estoy en el medio. Porque siempre hay que conocer las dos caras de las cosas. Ningún extremo es bueno. Por eso yo no estoy ni con Darwin ni con el diseño inteligente; ni con la redondez de la Tierra ni con aquellos que dicen que es plana. Escucho las dos campanas y luego decido. Mirá… en un diario yo vi que le dieron el mismo espacio a cada una de las posiciones y unos decían una cosa y otros decían otra. Lo mismo en la tele. De un lado había unos que decían que había que vacunarse y otros que decían que no. Por suerte el periodista estaba en el medio. Y esa me pareció la posición más sensata porque los otros dos se peleaban y se gritaban.
¿Viste cómo es esto? Ni con Dios ni con el Diablo. No hay que ser binario en la vida. Eso hay que dejarlo para los conservadores. ¿Cómo le dicen a lo que tenemos que hacer ahora? No sé. Es una palabra rara. Pero basta de grietas. Los humanos vivimos en las grietas desde las cavernas. Por eso yo no estoy ni con los neandertales ni con los floresiensis. Ni con los homo erectus ni con los homo habilis. Ni con los unitarios ni con los federales. Ni con el reloj de pared ni con el reloj de pulsera. ¿Por qué no podemos pensar un reloj que supere todo? Basta de etiquetas. Yo soy yo y soy libre y sé quién soy y con mi culo hago lo que quiero. Tengo mis derechos, pago mis impuestos y nadie me regaló nada.
Porque todos son lo mismo… menos yo. ¿Te gusta ese periodista? A mí me encanta. Siempre está muy centrado. Eso es lo que pido a los políticos. Que sean centrados. Por suerte los intelectuales de ahora también son gente muy centrada y como de a poquito se han transformado en héroes de los bárbaros puede que hasta los convenzan de votar en blanco y que encima éstos les compren sus libros. Yo la próxima voto en blanco o ni voy. Tienen razón esos que aparecen en C5N y ahora volverán a aparecer en TN para decir que son todos lo mismo. Yo igual no miro ni a unos ni a los otros. Prefiero mirar… no importa. Algo más equilibrado. Ni Boca ni River.   
¿Qué quilombo en Bolivia, viste? Algo habrá hecho. Me voy a dormir que mañana hay que laburar. Por suerte tuvimos dos hijos que si hubiéramos tenido tres… ya sabrías cuál sería mi favorito. 


domingo, 17 de noviembre de 2019

Alberto: en la búsqueda de un nestorismo originario (editorial del 16/11/19 en No estoy solo)

Que el títere, que el doble comando, que Cristina es Saturno devorando a sus hijos, que en el peronismo la nueva jefatura siempre acaba con la anterior… las especulaciones respecto a la relación entre Alberto y CFK abundan y naturalmente no son más que eso: especulaciones. Pero dado que no son más que eso, me permitiré realizar las propias en función de cierto conocimiento de los actores, de la política, algo de información y una buena dosis de intuición. ¿Puede fallar? Claro.
Es verdad que en estructuras verticalistas no pueden coexistir dos liderazgos. Sin embargo, tal como se puede inferir del libro Sinceramente, CFK piensa su relación con Alberto como el de una sociedad y así busca “reeditar” la que tuvo con Néstor en la medida en que acabó reconociendo que la muerte de él generó un vacío en lo que respecta a la construcción política. Por otra parte, está claro que será Alberto quien tome las decisiones y quien dude de ello lo hace porque no conoce el carácter de Alberto. Pero además, ello se sigue del respeto que CFK tiene hacia la institucionalidad y las jerarquías y sobre todo porque, al menos desde mi punto de vista, CFK ha decidido correrse a un costado. Es decir, el gesto de decidir ser la segunda en la fórmula es también el gesto de quien ya no quiere/no puede cargar sobre sus espaldas la responsabilidad de una presidencia. Suelo decirlo en este espacio: para mí CFK ya estaba “afuera” antes de 2017 y fue la presión de su entorno y la responsabilidad de saberse líder de su espacio lo que la hizo volver a presentarse aun sabiendo que era una batalla perdida. Asimismo, si participa en 2019 en medio del difícil cuadro de salud por el que atraviesa su hija, es porque se sabe portadora de un importantísimo caudal de votos que es necesario garantizar en un traspaso hacia nuevos dirigentes. Este “estar afuera” o aportar ya no desde la centralidad sino desde un costado, no supone, obviamente, que CFK acepte ser una figura decorativa. Por el contrario, entiendo que CFK fue determinante en el armado de la provincia de Buenos Aires y en la configuración del Senado a tal punto que uno de los conflictos allí tiene que ver con su deseo de imponer quién lidera el bloque. Entonces podrá, por supuesto, sugerir nombres para el Gabinete, en cajas como el PAMI, inundar de militantes de su núcleo duro las segundas y terceras líneas pero la apuesta fuerte por el futuro del cristinismo está en la provincia de Buenos Aires y en el Senado.
En cuanto al albertismo no existe hoy algo así. En todo caso, el albertismo es un conjunto de dirigentes del peronismo de la capital, -entre ellos Víctor Santamaría, si es que se confirman algunos de los nombres del gabinete que responderían a él-, pero por ahora es, sobre todo, nestorismo. Naturalmente, con Cristina al lado no dirá “El nestorismo soy yo” pero pareciera, analizando sus discursos, que él intenta posicionarse como un continuador de aquel kirchnerismo originario, pregrieta. Las circunstancias no son las mismas y llega con enorme legitimidad y con un apoyo popular claro pero entiende que serán clave sus primeros meses para obtener aun mayor legitimidad porque, a diferencia del 2003, tiene un país dividido en mitades y no fragmentado en pedazos. Además, lo que se ve en estos días es nestorismo puro: movidas políticas en secreto, gestos simbólicos y potentes como posicionarse sin ambages frente a lo que sucede  en Bolivia, reunir al grupo de Puebla en Buenos Aires, aparecer imprevistamente en la presentación de un libro sobre el caso de una mujer que acabó presa por un aborto y tomar posición acerca de la necesidad de legalizarlo, etc. Y será nestorismo si se confirma una figura como Nielsen en Economía ya que probablemente Alberto entienda, al igual que lo confesara Néstor Kirchner ante una pregunta de Orlando Barone, que en determinadas situaciones de debilidad hay que dar señales y esas señales a veces imponen una figura de perspectiva pragmático/liberal antes que “un flaco Kunkel”.    
El albertismo, entonces, si es que llegara a constituirse, se hará sobre la base del nestorismo originario, distinguiéndose o asimilando una parte del cristinismo y surgirá del equilibrio inestable entre los distintos espacios que forman el FDT. Si se logra consolidar un adversario común, el escenario de los conflictos objetivos se mantiene en el tiempo -por ejemplo, una renegociación de la deuda que se extienda más de lo previsto-, y la economía, entrando el año 2021 empieza a dar muestras de estabilización, el presidente tendrá algo de tiempo para construir su propia fuerza. Si eso no sucediese, a las presiones externas de los adversarios objetivos, le sobrevendrán las presiones internas. Paradójicamente puede que éstas sean las más preocupantes.    

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Nueva visita al gobierno de los cínicos: el gato que hacía “guau” (editorial del 9/11/19 en No estoy solo)



En noviembre del año 2016 publiqué, gracias a editorial Ciccus, un libro llamado El gobierno de los cínicos. En un principio el título iba a ser El gobierno de los idiotas ya que buena parte del libro estaba dedicado a lo que denominé “democracias idiotas”, esto es, el fenómeno por el cual en Argentina y en distintas partes del mundo, las mayorías, al momento de determinar quiénes debían estar al frente del gobierno, elegían a hombres y mujeres que, paradójicamente, despreciaban lo público. Se trataba de “idiotas”, no porque fueran tontos, sino tomado en el sentido clásico ya que  en Grecia se llamaba así a quienes, ocupados del sí mismo y el goce privado,  renunciaban a la Asamblea, que era el espacio de participación pública en el que se determinaban las leyes que regirían a la comunidad. Hablar de “democracias idiotas” en pleno auge del gobierno macrista tenía un sentido, más allá de que el concepto, insisto, trascendía lo que ocurría localmente y podía traspolarse hacia otras latitudes.
Sin embargo, luego de dudarlo bastante y por algunas sugerencias de mis lectores críticos, opté por poner en el título la palabra “cínicos” y construir el libro sobre ese eje. Visto a la distancia no me equivoqué ya que “democracias idiotas” hay y habrá pero si hay un signo de los tiempos es el cinismo.
Aquí, una vez más, hace falta un poco de etimología y remontarse a Atenas porque la definición actual de “cínico”, entendido como alguien que miente a sabiendas o defiende lo indefendible con plena conciencia de estar haciéndolo, dista mucho del origen de la actitud cínica que tuvo en Diógenes a su máximo exponente, allá por la época de apogeo del imperio de Alejandro Magno. Diógenes, apodado “el perro”, utilizaba la burla, la ironía y la insolencia como un desafío a la cultura imperante y al poderoso. Hoy, en cambio, es esa cultura imperante y ese poder el que se burla, ironiza y se muestra insolente frente al que nada tiene o frente al que está en una posición de debilidad. Siguiendo al filósofo alemán Peter Sloterdijk, esa transformación del cinismo antiguo al cinismo contemporáneo es “el paso de la insolencia plebeya a la prepotencia señorial”.
El término cínico proviene del griego kynikós, que significa “perruno” y fue el término elegido para designar a todos aquellos humanos que se comportaran como “perros”; o sea, todos aquellos que carecían de respeto y de vergüenza. Es que quienes tenían una actitud cínica en la antigüedad eran aquellos que, como Diógenes, despreciaban el dinero y toda posesión; iban por allí despojados de casi toda vestimenta y, como si fueran animales salvajes, orinaban donde la vejiga lo necesitara, se masturbaban o intentaban mantener relaciones sexuales, incluso en público, cuando el deseo llamaba. Visto desde la actualidad podríamos pensar que se trataba simplemente de un grupo de locos. Pero lo interesante es que esas actitudes, en el fondo, escondían una profunda crítica a la cultura ateniense que, según ellos, estaba desnaturalizando a los hombres.
Ahora bien, más allá de lo que uno pueda pensar de los cínicos en la antigüedad, hay un elemento que no se puede pasar por alto: la actitud cínica era una actitud de desafío al poder, basada no solo en el ejemplo de una vida despojada, sino en el expresarse y accionar con franqueza. El cínico hablaba con la verdad, o al menos con lo que consideraba verdadero, incluso cuando aquello pudiera poner en riesgo su vida. El ejemplo famosísimo al respecto es aquel en el que Alejandro Magno se encuentra con Diógenes echado en el suelo, como siempre, y le pregunta, en un gesto de magnanimidad: -“¿Qué es lo que deseas?”. Diogénes lo mira, y con tono despectivo le responde: -“Deseo simplemente que te corras porque me tapas el sol”. La anécdota culmina con Alejandro, el todopoderoso, afirmando -“Si no fuera Alejandro, desearía ser Diógenes” y la razón es clara: Alejandro se da cuenta que quien es capaz de prescindir de las imposiciones y los estímulos de la cultura es (casi) tan poderoso como él, que lo tiene todo.
El punto es que pasaron los siglos y el sentido peyorativo del cinismo continuó pero los cínicos ahora están del otro lado del mostrador. Efectivamente, gracias al interesante rastreo histórico que hace el ya mencionado Sloterdijk en su libro La razón cínica, caemos en la cuenta que ahora el cinismo es una actitud que se ejerce desde y no contra el poder.
Hay cinismo cuando desde el poder se titula, por ejemplo: “Contra las vacaciones: resistirse al descanso como estilo de vida” (La Nación, 22/2/16) y donde en el interior de la nota aparece un testimonio que afirma: “Alguien tiene que decirlo con voz clara de una vez: las vacaciones están sobreestimadas. Son un automartirio anual”; o cuando con el mismo grado de cinismo se titula: “Para Ferreres es mejor ganar un poco menos pero estar ocupado” (Fortuna, 7/2/16); “Diez años en la misma empresa puede ser un fracaso personal” (Clarín, 19/1/16); “La decisión más difícil: a la hora de despedir, se trata de un ser humano” (La Nación, 15/2/16). Esta última nota afirma en su “bajada”: “Tanto en la empresa como en el sector público, la desvinculación debe ser llevada adelante con cuidado extremo”. Pero déjeme avanzar en otro conjunto de notas cuyo mensaje es algo más sutil: “El turismo virtual no para de sumar millas” (La Nación, 17/1/16); “¿Compartimos el wi-fi?” (La Nación, 13/2/16); “Vivir en 30 metros cuadrados: una tendencia que crece entre los porteños” (Clarín, 23/12/15); “Marucha, un corte alternativo y económico para el asado” (La Nación, 25/2/16); “Volver al ventilador: el mejor aliado para combatir el calor y la crisis energética” (Clarín, 31/12/15); “Comprar alimentos más baratos y menos ropa, las formas de ahorro más elegidas” (Clarín, 24/2/16).
Como notará por la fecha, todos estos ejemplos datan del año 2016 y son los que utilicé en el libro. Naturalmente, desde aquel año hasta hoy, la lista se agigantó con decenas de intervenciones, no solo de editores de medios oficialistas, sino, especialmente, de asesores como Durán Barba, quien indicara que “Macri es de izquierda” o funcionarios públicos como González Fraga quien supo afirmar: “Tener dinero afuera es una necesidad para sobrevivir”, “Hay que ver qué tan pobres son los pobres” o “Le hicieron creer al empleado medio que podría comprarse celulares e irse al exterior”. Todo para llegar a quizás una de las máximas exposiciones del cinismo que se ejerce desde el poder. Me refiero al documento realizado por Marcos Peña a través de la Jefatura de Gabinete la semana pasada, titulado “Ocho puntos sobre la economía”. Allí se dice que Sin magia, sin mentira, sin ficción" (…)el país estará listo para crecer (…) [porque ya que se pudo] revertir la herencia de 2015”.  Además, agregaron: “por primera vez en mucho tiempo, Argentina tuvo una idea de largo plazo basada en reglas claras, estabilidad económica e inserción al mundo” (…); "no se puede eliminar la inflación de un día para el otro, pero en estos cuatro años hemos dado los pasos necesarios para empezar a ver una reducción sostenida y sostenible de la inflación (…);

   “En estos años tuvimos que pedir prestado, porque heredamos un déficit enorme y porque habían quedado muchas cuentas sin pagar del gobierno anterior, como la deuda con los holdouts. Decidimos financiarnos de forma transparente y clara. Estos años hicimos un gran esfuerzo para equilibrar nuestras cuentas (…)”. Por último culminan indicando: “se crearon 1.250.000 puestos de trabajo, incluidos los informales. El desempleo sube en parte porque hay más gente saliendo a buscar trabajo (hoy estamos en niveles récord)”.
Mi libro, El gobierno de los cínicos, pretendía hacer una reflexión sobre el poder, las nuevas subjetividades, ciertas paradojas de las democracias actuales y advertir sobre el cinismo como un signo de los tiempos que, naturalmente, transcendía a la Argentina y al gobierno de Macri en particular. Sin embargo, a la luz de los hechos, bien cabría pensar un nuevo libro en el que pudieran glosarse la infinita cantidad de acciones cínicas que desde el Estado y desde las principales usinas del poder fáctico que acompañó a este gobierno, se hicieron moneda corriente. Ese libro podría llevar casi el mismo título aunque habría que agregarle un subtítulo para ser más específico. Si quisiera que tuviera alguna gracia, aprovechando el origen etimológico del “cinismo” que lo vincula a los canes, habría que poner como subtítulo: “El gato que al final era perro” o “El gato que hacía “guau” para, de paso, hacer justicia con la comunidad felina y sacarles de encima este verdadero lastre de identificación con Macri. Si lo que se busca es algo más descriptivo podríamos simplemente titular:Nueva visita al gobierno de los cínicos. Argentina atendida por sus dueños”.
    


  




     







miércoles, 6 de noviembre de 2019

Latinoamérica: algo más que la crisis del neoliberalismo (publicado el 30/10/19 en www.disidentia.com)


En las últimas semanas varios países latinoamericanos fueron noticia y no precisamente por sus virtudes: la crisis económica en Argentina con devaluación del peso de 500% en menos de 4 años, inflación del 60%, desocupación de dos dígitos y pobreza cercana al 40% acaba de terminar con las pretensiones reeleccionistas del gobierno neoliberal de Mauricio Macri quien cayó derrotado por el peronismo con una diferencia de 8%; el “paquetazo” en Ecuador, esto es, una serie de medidas de ajuste exigidas por el FMI, culminó en una pueblada contra un cada vez más castigado gobierno de Lenín Moreno; el presunto oasis chileno cayó como un castillo de naipes con protestas enormemente violentas y una represión que a todos nos hizo acordar la noche oscura de la dictadura pinochetista; las elecciones en Bolivia arrojan un triunfo de Evo Morales en primera vuelta por obtener unas décimas más que las mínimas necesarias pero su consecuencia es una movilización masiva de la oposición impugnando los comicios y demostrando presencia en las calles. No sabemos qué ocurrirá en Bolivia pero en los otros tres casos, en los que se trata de gobiernos con políticas neoliberales, tanto Macri como Moreno y Piñera tuvieron que ceder. Macri, desesperado por haber caído por 15% en las elecciones internas de agosto (una suerte de “previa” a la elección definitiva que se celebró el 27 de octubre), perdió su centro, prometió lo imposible, derechizó su discurso hasta el límite de la pared y generó escenas de populismo explícito que merecerían que se le tapara los ojos a los niños; Moreno, acorralado por el movimiento indígena organizado de la Conaie, que hasta lo obligó a cambiar la sede de Gobierno a Guayaquil, dio marcha atrás con la serie de medidas que había establecido como “innegociables”. En cuanto a Piñera, no solo retrocedió con el aumento de 4 centavos de dólar del precio del subte sino que pidió perdón, exigió a todo el gabinete que ponga a disposición su renuncia, dijo que durante años los gobiernos chilenos fueron incapaces de ver la desigualdad existente y lanzó un paquete de medidas dignas de un gobierno socialista. Así, finalmente, pareció aceptar uno de los lemas de la protesta que rezaba: “No es por 30 pesos [refiriéndose a lo que aumentó el subte]. Sino por 30 años”.
Que todos estos sucesos se hayan desarrollado en un lapso de apenas semanas ha hecho que los analistas buscaran continuidades, apelaran a presuntas tendencias regionales y/o causalidades comunes, intentos más honestos que los de algunos de los referentes de los gobiernos de derecha de la región que insólitamente pretenden instalar que la crisis de los gobiernos neoliberales se debe a la injerencia de infiltrados enviados por Maduro y Castro. Cómo podrían hacer dos gobiernos aislados, con carencias económicas enormes, para tener la capacidad logística de desestabilizar a Chile, que era el modelo de país exitoso, montándose en un aumento de 4 centavos, no resiste el menos análisis.  
¿Pero existen esas tendencias, esas causalidades y esas continuidades? La respuesta es sí y no.
Sin duda hay algo en común en las crisis de Macri, Moreno y Piñera: se trata de la respuesta a política neoliberales que en los primeros dos países se encuentran dictadas directamente por el FMI y en el último se han institucionalizado desde la dictadura de Pinochet, aquella en la que a través de la doctrina del shock se impuso a sangre y fuego el manual de la liberal Escuela económica de Chicago. A propósito vale recordar las declaraciones que hiciera Friedrich Von Hayek, referente de este ideario, en 1981, al diario El mercurio, el cual, por cierto, fue incendiado por los manifestantes la semana pasada: “Estoy totalmente en contra de las dictaduras como instituciones de largo plazo, pero una dictadura puede ser un sistema necesario para un período de transición. A veces es necesario que un país tenga, por un tiempo, una u otra forma de poder dictatorial. Es posible que un dictador pueda gobernar una economía liberal como también es posible una democracia gobernada con falta de liberalismo. Mi preferencia personal se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático donde todo liberalismo esté ausente. En Chile, por ejemplo, seremos testigos de una transición de un gobierno dictatorial a un gobierno liberal. Y durante la transición puede ser necesario mantener ciertos poderes dictatoriales, no como algo permanente sino como un arreglo temporal”.
Otro elemento en común, y que resulta un dato novedoso, es que tanto en Argentina, a favor del gobierno de Macri, como en Bolivia, en contra del gobierno de Morales, la derecha, que en general despreció y desacreditó la movilización popular, ha decidido salir a la calle y ocupar el espacio público. En Argentina, incluso con un Macri que aparecía muy atrás en las encuestas, miles de ciudadanos de grandes centros urbanos decidieron brindarle apoyo al presidente argentino y en Bolivia, en los últimos días, se llama a salir a la calle desconociendo el resultado de las urnas. Un verdadero final abierto.  
Pero hasta ahí llegan las continuidades y las tendencias comunes porque la realidad de cada uno de los países es completamente distinta. En Argentina, si con una crisis económica como la existente, la gente no salió a la calle para repetir puebladas que son ya una tradición en un país signado por los colapsos periódicos, es porque hubo elecciones y hay expectativa con un nuevo gobierno, y porque Argentina es un país en el que existe el peronismo, hay canales institucionales donde vehiculizar las demandas, movimientos sociales organizados verticalmente, sindicatos fuertes y un Estado de Bienestar que, en comparación con los países vecinos, es de envidiar. Estos elementos no garantizan la ausencia de conflicto pero lo contienen. En cambio, en Chile, la alternancia entre gobiernos de derecha y socialista es la alternancia de lo mismo porque ninguno pone en tela de juicio los cimientos de un país cuyos números macro parecen incuestionables pero que, al mismo tiempo, esconde una de las peores desigualdades del continente y expone a una mayoría de la población a convivir con un Estado cuyo servicio de salud público es deficitario, una educación básica y universitaria inalcanzable para la mayoría y un sistema de jubilación, de capitalización individual, fuertemente criticado. Todo esto en el marco de una transición democrática que, a diferencia de Argentina, garantizó la impunidad para la dictadura y sostuvo el plan económico que ésta impuso.
Por su parte, Evo Morales, perteneciente a la etnia aymara y primer presidente indígena de la historia de Bolivia, llevó adelante el milagro de estabilizar, levantar y dinamizar al país más atrasado de la región con políticas de nacionalizaciones e impulso del mercado interno sin que ello derive en grandes desequilibrios del gasto público. Desde el 2006, año en que asumió, a la fecha, el PBI de Bolivia pasó de 9000 M a 40000 M de dólares; la pobreza extrema se redujo del 38% al 15%; el desempleo bajó de 8,1% a 4,2% y el salario mínimo pasó de 60 a 310 dólares. Sin embargo, parece estar padeciendo la gran dificultad de los líderes carismáticos y las construcciones verticales: la sucesión. Todo esto, claro está, en el marco de una sociedad cuya fragmentación es clasista pero también étnica a tal punto que durante su gobierno, allá por el año 2008, la “Bolivia blanca y rica” del oriente que limita con Brasil, buscó la secesión de la “Bolivia indígena y pobre”. Hasta dónde llegará la escalada esta vez no lo sabemos.
Ecuador, por su lado, con una economía dolarizada de la cual no ha podido salir ni siquiera el gobierno de centro izquierda de Rafael Correa, tiene poco margen para políticas redistributivas, posee instituciones democráticas enormemente débiles y un movimiento indígena autónomo que ha sido belicoso no solo con Lenín Moreno sino también con el gobierno de Correa. Aquí, al igual que en Chile, el enorme conflicto no se canaliza en vías institucionales ni hay partidos tradicionales capaces de ponerse a la cabeza del reclamo.
Para concluir, entonces, más allá de las épicas continentales que piensan una “Patria grande”, épicas bien fundamentadas en experiencias del pasado y objetivos proyectados a futuro, Latinoamérica no es una sola y cada país tiene particularidades que hacen muy difícil ubicar los sucesos en categorías comunes. Máxime cuando ni siquiera parece estar clara la tendencia ideológica hegemónica como ocurrió en los 80, cuando fueron gobiernos socialdemócratas los que hicieron la transición para salir de las dictaduras; en los 90, con la irrupción de gobiernos neoliberales que llevaron adelante el programa del Consenso de Washington, o en los primeros quince años del siglo XXI donde primaron gobiernos de centro izquierda y populares. La hegemonía continental no está clara y está en disputa porque lo que parecía ser la reconstrucción de una Latinoamérica de gobiernos conservadores y neoliberales con Macri y Bolsonaro a la cabeza está tambaleando no solo porque Maduro resiste, sino porque existe AMLO en México, volvió el peronismo a la Argentina, Moreno y Piñera, pero también Brasil, se encuentran en problemas, Perú no cesa de cargarse presidentes, la elección en Uruguay está abierta y Morales continuaría en Bolivia. Con todo, no puedo dejar pasar por alto que, desde mi punto de vista, se equivocan quienes desde las izquierdas hacen una lectura rápida y optimista de estas dificultades objetivas por las que estarían pasando los gobiernos neoliberales. Y la razón es la siguiente: el sujeto político que está disputando con los gobiernos neoliberales no es el mismo y no parece mayoritariamente estar exigiendo “la patria socialista”. Más bien, ese sujeto político resulta difuso y si tomamos como un conjunto a todos aquellos que están en las calles en los países mencionados encontraremos, claro está, anarquistas y socialistas pero también secesionistas, conservadores, jóvenes, pertenecientes a minorías disímiles, y sobre todo, miles y miles de ciudadanos con demandas individuales insatisfechas que no pretenden salirse del capitalismo sino ser incluido en él, incluso, dentro de modelos liberales o neoliberales. Esto significa que hay una crisis de los modelos neoliberales pero también hay crisis transversales a los modelos económicos ya que, en mayor o menor medida, en todos los países, hay descontento, sociedades polarizadas, fracturas entre la sociedad civil y las elites, crisis de los partidos, violencia e instituciones que parecen no dar cuenta de las demandas y de la celeridad de los tiempos. En otras palabras, estas características mencionadas se encuentran presentes también en sociedades que han elegido gobiernos con miradas alternativas al neoliberalismo. Por ello es innegable que en Latinoamérica hay crisis de los modelos neoliberales pero esta crisis es también algo más que la crisis del neoliberalismo.

        

lunes, 4 de noviembre de 2019

Alberto Presidente: la elección que ya había sucedido (editorial del 2/11/19 en No estoy solo)

Pasaron las elecciones y los análisis abundan. Parece que ahora hay un ganador legal y otro moral. El 49% del espacio popular en 2015 suponía una derrota que ameritaba autocríticas y autoflagelarse en la plaza pública. Sin embargo, el 40% del espacio no peronista en 2019, con el apoyo del establishment, el FMI, EEUU, los medios y la campaña más cara de la historia sostenida por todos los argentinos gracias a la insólita política monetaria del independiente BCRA, lejos de merecer autocrítica se transforma en una conquista moral y una apuesta por la dignidad que eleva a Macri a condición de líder republicano de la oposición. Curioso.
Con todo, si bien es verdad que no hay que dar por muerto a nadie políticamente, si la carrera política de Macri no está terminada será por alguna conjunción particular de los astros. Porque Macri fue el presidente sin votos. Nunca los tuvo. Logró, con habilidad y buen asesoramiento, ocupar el lugar del antiperonismo clásico y desde el 12 de agosto hizo todo lo posible por dejar en claro que allí quería estar. La derecha moderna perdió su modernidad y quedó derecha. ¿Obtener un 40% es mucho? Sí, si se lo piensa por lo catastrófico que fue su gobierno pero no si tomamos en cuenta que ese 40% es el número clásico del espacio no peronista. Por ejemplo, en el año 73, con Perón en su punto de popularidad más alto, Balbín y Manrique sumaron 37% de los votos. Incluso un poco más cercano en el tiempo, ¿cuánto podría sacar el candidato de un gobierno que tiene que abandonar la casa rosada seis meses antes con una inflación del 3000% anual? Sí, aunque resulte sorprendente, Eduardo Angeloz, el candidato de la UCR en 1989, obtenía 37% de los votos y si a eso le sumamos el 7% de Alsogaray el número es sorprendente. En este sentido, el 40% obtenido por Macri, el único candidato a presidente que habiendo decidido presentarse a una reelección, acabó derrotado, es un número previsible, máxime en unos comicios que se polarizaron como no ocurría desde el año 83. ¿Cómo resolverá la flamante nueva oposición su armado? Naturalmente van a decir que lo importante es mantenerse unidos pero seguramente llevará tiempo reacomodarse y Macri deberá bajar al llano para, mientras empieza a pasear por Tribunales, discutir de igual a igual con los radicales, con Vidal, que intentará volver en 2021, y con Rodríguez Larreta, aquel que sabiendo que los últimos dos presidentes no peronistas fueron anteriormente Jefe de Gobierno en CABA, tendrá legítimas pretensiones presidenciales. Si hubo 2019 para el peronismo, habrá 2023 para el espacio no peronista pero es de suponer que muchos poderosos de la Argentina deben estar molestos con Macri, el gran chocador de calesitas, porque perdió la oportunidad histórica de acabar con un peronismo que estaba contra las cuerdas y que le dio todas las ventajas. Porque el kirchnerismo en 2015 no jugó a perder pero tampoco hizo todo lo posible para que gane Scioli. Supuso que “era más o menos lo mismo” que ganara éste o Macri y que, al fin de cuentas, había que recluirse en la Provincia de Buenos Aires detrás de Aníbal Fernández. Lo que ocurrió en aquellas elecciones ya lo sabemos y lo que vino después también. Es que hasta que Cristina digirió la derrota del año 2017, el kirchnerismo había decidido posicionarse como minoría intensa, guardia moral progresista que cómodamente criticaría los desastres de Macri. Un 30% de piso y techo que eran todo de Cristina a tal punto que quienes la rodeaban la impulsaron a que se expusiera a una derrota segura en aquellas elecciones de medio término, con el agregado del enorme error electoral de no darle unas PASO a Randazzo, quien tenía a Alberto Fernández como armador. Mientras la militancia aplaudía la presunta épica y seguía explicando todos los problemas de la galaxia por Magnetto, Durán Barba y Clarín. En aquel 2017, CFK entendió que la presión de su núcleo cercano tenía buenas razones, y se presenta por responsabilidad partidaria y porque sabía que sin ella su espacio se debilitaría en las cámaras. Parecía que iba a ser el último gran esfuerzo de quien ya había dado todo de sí mientras era perseguida tanto ella como su familia. Sin embargo, con un país que ingresa en una profunda crisis económica en el primer semestre del 2018, casi sin proponérselo, su figura comienza a reflotarse, suficiente para obturar cualquier alternativa a Macri pero insuficiente para ganarle al oficialismo. Y allí toma la decisión electoral más inteligente. Se comunicó un 18 de mayo de 2019: Alberto candidato y ella como vice: “mis votos asegurados y la posibilidad de que vos, Alberto, subas el techo que yo no puedo subir”. Ese día se ganó la elección porque automáticamente implosionó el peronismo federal y el oficialismo quedó groggy a pesar de que tuvo tiempo para responder. Pero lo único que pudo hacer es, a contrareloj, entregarle la vicepresidencia a un peronista de derecha con impunidad para decir cualquier cosa. Pichetto no funcionó como un armador político que atrajo peronistas al oficialismo sino como una suerte de alter ego del presidente que decía todo lo que el presidente no podía decir. La elección no sucedió, dijo el presidente. Pero ya había sucedido el 18 de mayo.
Lo cierto es que todo lo que vino después de aquel día fueron detalles. Ese día CFK decidió ganar la elección en un gesto de renunciamiento que sus adversarios no le reconocen porque necesitan seguir construyendo esa imagen de ella como una mujer enferma de poder. Y aunque no les guste, CFK es un animal político pero también tiene responsabilidad partidaria y un profundo sentido institucionalista tal como quedó demostrado cuando en su disputa con Clarín, su gobierno se apegó tanto a los tiempos del poder judicial que la aplicación de la ley de medios quedó trunca. Macri hizo todo lo contrario: decreto para destrozar la ley y favorecer la concentración apenas iniciado el mandato, lista negra para determinados periodistas, y, a los medios opositores, la sentencia de muerte a través de la quita de la pauta o, en algunos casos, -incluso con empresarios que pretendían negociar y que en 2016 tenían una línea editorial que era una invitación a esa negociación-, la cárcel.   
Antes de finalizar, para no extenderme demasiado, haré simplemente un punteo de los temas que seguramente desarrollaré en futuras columnas.
De las últimas grandes crisis (1989 y 2001) Argentina tardó dos años en salir. Ninguna crisis es igual a otra pero quienes piensan que de ésta se sale fácil, mienten o son ingenuos. Asimismo, los famosos 100 días de todo gobierno, serán 60 porque la nueva oposición ya está haciendo todo lo posible para cargarle los 40 días de la transición a Alberto. De modo tal que lo que viene no es para ansiosos y merece una comprensión clara de los riesgos. En este sentido, hay que entender que antes que la batalla cultural y la patria grande, el diferencial que votó por Alberto y que acaba decidiendo las elecciones por fuera del tercio duro no peronista y el tercio duro peronista, votó como votó porque se está cagando de hambre. Y tengamos en cuenta algo más: la macroeconomía está a punto de estallar. Una devaluación severa se impone y más allá de los costos sociales, que el dólar suba todo lo que tiene que subir, sumado a la capacidad ociosa de las fábricas, puede reeditar las condiciones que llevaron a un crecimiento enorme y a unas cuentas equilibradas durante el gobierno de Néstor Kirchner. Por todo esto, el mejor escenario para el gobierno de Alberto es llegar al 2023 como estábamos en 2015. Sí, es triste saber que si a Alberto le sale todo perfecto a lo máximo a lo que podríamos aspirar es a estar como estábamos cuatro años atrás. Pero es así. Por ello, no tengo dudas que Alberto firmaría con las dos manos un 2023 con inflación del 25%, pobreza entre 25 y 30%, desocupación alrededor del 7% y recuperar el 20% de poder adquisitivo que se perdió entre 2015 y 2019.
Todo esto sabiendo no solo que la oposición entiende que 100 días ya son demasiado sino que, desde adentro, veremos cómo algún tiempo después, el FDT, esto es, este espacio que lejos de estar cohesionado nuclea compartimentos estancos, comenzará a tironear a un Alberto que deberá hacer un equilibrio digno de admiración. Porque, una vez más, que nadie se asombre cuando muchos de los que llegaron a espacios de representación con votos peronistas, acaben corriendo por izquierda al nuevo gobierno. Ya los conocemos. Son extorsionadores y juegan la política chiquita, la que tiene el tamaño de sus ombligos.
Y ahora sí, para terminar, pocos saben cómo será Alberto como presidente pero no es descabellado pensar que el modelo puede ser el de Néstor Kirchner, esto es, factor sorpresa, agenda propia y fuertes gestos desde lo simbólico. En este sentido, y ante la imposibilidad de brindar buenas noticias desde lo económico en lo inmediato, es probable que haya mucha agenda progresista de ampliación de derechos civiles y un intento de incluir a la mayor cantidad de sectores para tener una legitimidad que exceda esos importantísimos 48% de los votos.
Con todo, se trata de especulaciones y es un lujo que nos damos. Porque es tanta la urgencia que ni siquiera hay tiempo para especular.