miércoles, 31 de julio de 2019

La trampa de la diversidad: una crítica desde la izquierda (publicado el 24/7/19 en www.disidentia.com)


El último 12 de julio, Pablo Iglesias, en su programa Otra vuelta de Tuerka, entrevistó a Daniel Bernabé, autor del libro La trampa de la diversidad, el cual ha tenido un éxito sorprendente a punto tal de llevar ya nueve ediciones. Lo primero que le pregunta Iglesias es cuál ha sido el secreto para que un libro claramente de izquierda haya tenido tanta repercusión y tantos comentarios siendo que, al fin de cuentas, aborda un tema que, según Iglesias, lleva discutiéndose varias décadas. Frente a eso, Bernabé duda, refiere a la técnica de escritura (un estilo más periodístico que académico), a la abstracción de estar en el momento y en el lugar justo y, recién al final, esboza que quizás se trata de un tema que viene siendo fruto de debate pero que últimamente ha permanecido oculto. Probablemente todo esto sea verdad pero lo que, desde mi punto de vista, ni Iglesias ni Bernabé observan es que el libro ha tenido éxito sobre todo porque embate contra los discursos de la diversidad desde la izquierda.
Es que, en general, las críticas a las políticas identitarias provienen desde un arco ideológico que va de la derecha reaccionaria hasta sectores liberales moderados que encuentran allí un injustificable retroceso en los pilares de la igualdad sobre los que se constituyó Occidente. Sin embargo, son pocas las voces que se alzan contra las políticas identitarias y de la diversidad desde la izquierda o, en todo caso, esas voces son acalladas y desplazadas por no aggiornarse a la nueva agenda de las minorías y la corrección política que ha adoptado la izquierda tras la caída del muro de Berlín. En el texto de Bernabé, entonces, no vamos a encontrar una línea argumental que denuncie al “marxismo cultural” ni ahonde en pruebas científicas brindadas por la biología sino una crítica al modo en que el neoliberalismo ha utilizado las reivindicaciones identitarias para acabar con la izquierda. En otras palabras, la multiplicación al infinito de identidades (veganos, pansexuales, naturistas, friganos, antinatalistas, feministas, diversos, antiespecistas, etc.) lleva a la atomización y a la persecución de reivindicaciones cada vez más específicas que anulan la acción colectiva que es la única capaz de conmover sinceramente el sistema. ¿Por qué sucede esto? Porque allí aparecen representadas todas las identidades salvo una. En el prólogo del libro, Pascual Serrano lo describe así: “En nuestras series de TV vemos un emigrante, un gay, un vegetariano…y, con ellos, toda la conflictividad cotidiana presentada de forma banal, pero nunca aparece uno de los protagonistas volviendo del trabajo indignado porque su jefe no le paga las horas extras o porque ese mes lleva encadenados cinco contratos de dos días de duración. No existe la clase trabajadora, y menos todavía el conflicto social de clase”. Retomando una clásica distinción, según Bernabé, la izquierda está más preocupada por el reconocimiento que por la redistribución, esto es, está discutiendo la visibilización de “los diferentes” antes que la base material y la puja entre los trabajadores y el capital.
¿Cómo ocurrió todo esto? Según Bernabé, hay varios hitos pero contrariamente a lo que muchos suponen, la revolución de los años 60 con el hippismo y el mayo francés como estandartes establecieron el germen porque más allá de circunstanciales uniones, mientras los trabajadores discutían una salida colectiva desde los sindicatos y el interior de las fábricas, las luminarias de esas transformaciones acabaron abogando por una salida individual: menos revolución y más hachís y espiritualidad con algún gurú en la India. De hecho, afirma Bernabé, los grandes pensadores de la deconstrucción y el análisis de las microrelaciones, Deleuze, Guattari, Derrida, Foucault y también Vattimo, más allá de ser reivindicados muchas veces por el pensamiento de izquierda, contribuyeron al desarrollo de la posmodernidad y, con ella, al neoliberalismo.
La caída de los grandes relatos y la disolución de las identidades y las viejas estructuras de una modernidad que venía siendo atacada por los autores mencionados y anteriormente por la denominada Escuela de Frankfurt, derivó en una confusión total que tuvo su golpe de gracia con el surgimiento de Thatcher y el fin del bloque soviético.
El rol de la exprimer ministro británica ha sido determinante, según Bernabé, para instalar el nuevo clima de época. Es que allí se produce un deslizamiento sutil pero determinante operado sobre el término inglés “unequal” que tiene dos acepciones: la de ser “desigual” y la de ser “diferente”. Según Bernabé, Thatcher logró instalar que la “unequal” que defendían los conservadores no era “la desigualdad” (económica) producto de un sistema que beneficiaba a los dueños de los medios de producción, sino “la diferencia”, esto es, aquello que hace a cada individuo único frente a las pretensiones homogeneizantes del comunismo soviético. De ahí se seguiría que la desigualdad económica es fruto de la diferencia individual.
Expuesto así, a los diferentes solo les queda competir en la lógica del mercado. Es más, según Bernabé, “de la misma forma que consumimos carne o televisores, comida orgánica o teléfonos móviles, consumimos también identidades (…) relacionadas con esos productos”. Para ejemplificar, el autor menciona numerosos ejemplos entre los que podemos citar el modo en que una tabacalera logró que el consumo de su marca se transformara en el ícono de la reivindicación feminista que exigía poder fumar en público hacia fines de los años 20, o cómo la imagen de Frida Khalo en un brazalete ha ido a parar a Theresa May quien la reivindica por feminista para pasar por alto que, ante todo, Khalo era comunista.
Claro que Bernabé se encarga de aclarar varias veces que las reivindicaciones identitarias son atendibles y persiguen fines muy loables pero también indica que una lucha por la diversidad que no ponga en tela de juicio la distribución económica ni dispute las condiciones materiales, no podrá ser nunca una fuente verdadera de transformación del statu quo.
Es más, según el autor, el hecho de que la defensa de estas reivindicaciones identitarias hayan devenido hegemónicas y cada vez tengan más carnadura en políticas públicas impulsadas por las elites mundiales, ha permitido apropiarse a la derecha de la representación de todos aquellos que no se sienten visibilizados por algunas de estas reivindicaciones, espacio que crece en la medida en que se acuse de “fascista” a todo aquel que ose criticar algunas de las acciones que llevan adelante los activistas. El propio Bernabé transcribe un chiste que circuló en Twitter para graficar este escenario: “Me he encontrado a una persona que necesita ayuda pero no es ni mujer, ni LGTB, ni disfuncional, ni pertenece a ningún colectivo racial desfavorecido, así que le he pegado una paliza por facha”. 
Y no solo eso sino que, siempre según Bernabé, la hegemonía de las políticas de la identidad le sirve a la derecha el seductor rol de ser “antisistema” y “rebelde”, incluso de presentarse como una minoría oprimida. En este sentido, Trump, Bolsonaro y Vox son buenos ejemplos de cómo el presunto consenso sobre determinadas políticas no es tal y de cómo debajo de la superficie de la corrección política hay millones de ciudadanos que quieren poder expresar otra cosa. 
En cuanto a la faz propositiva, Bernabé le habla a un lector de izquierda y no hace nada por ocultar lo que podría verse como una suerte de perspectiva de marxismo bastante clásico, sin demasiadas sutilezas. Es enormemente crítico del relativismo progresista que es capaz de defender el uso del velo en culturas musulmanas como forma de presunto empoderamiento, y propone una salida universalista, laica y de una radicalidad republicana como para diferenciarse de alguna variante populista que él debe tener en mente pero que al menos en el libro no aparece expuesta. También afirma que es más importante ir contra la troika que a favor de la diversidad y que el triunfo de la izquierda no se logrará con la deconstrucción del lenguaje y el control de los medios de comunicación. Es que según él, el hecho de que una mujer de clase alta sea capaz de boicotear una reivindicación de mujeres de clase baja, muestra que la clase social es más importante que la identidad de género, del mismo modo que para un gay es más determinante el hecho de ser trabajador que su objeto de deseo.
De aquí que concluya: “La izquierda, presa de este mercado, cosificada también como una mercancía, presenta su seducción a través de las políticas de la diversidad. Una vez que se ha visto incapaz de alterar el sistema, de cambiar las reglas del juego, las acepta y, creyendo aún desempeñar un papel transformador, su única función es resaltar lo minoritario, lo específico, exagerar las diferencias, proporcionar una representación no solo a mujeres, homosexuales, o minorías raciales, sino a toda clase media aspiracional”.
Retomando lo que decíamos en la introducción de esta nota, intuyo que lo que ha hecho de este libro un éxito de venta y materia de controversia es el hecho de criticar a la izquierda desde la izquierda y acusarla de estar persiguiendo una agenda propositiva funcional al neoliberalismo. Se podrá o no acordar con estas críticas y con la propuesta del autor pero sin dudas ofrece una perspectiva capaz de enriquecer el debate.



viernes, 26 de julio de 2019

Alberto Fernández contra resto del mundo (editorial del 26/7/19 en No estoy solo)


El periodismo de guerra se encuentra ya completamente desplegado y augura meses extenuantes. Prácticamente toda la semana hicieron una polémica de la nada: que Cuchuflito y que Pindonga. Hasta fueron a buscar a Cuchuflito a ver si declaraba como un estadista republicano asustado por el hecho de que Argentina se transforme en Venezuela. Por suerte Pindonga decidió no exponerse. CFK es una gran oradora y al no preparar sus discursos a veces comete deslices. Pero no ha sido éste el caso. Está claro a qué se refería y que a lo que ella apuntaba era a los alimentos degradados que ofrecen algunas marcas. El objetivo de su alocución era hacer énfasis en que la crisis hace proliferar alimentos que no son tales. En tiempos de Fake News tenemos Fake Foods y todo se mezcla: los quesos devienen “alimentos a base de quesos”; la leche se transforma en “bebida láctea”; las noticias son “operaciones y publinotas a base de información”.
El periodismo oficialista intentó inferir de allí un desprecio de CFK por las segundas marcas y por las Pymes. Los datos mostrarían otra cosa: se estima que en los doce años de kirchnerismo las pymes crecieron un 50%. Durante el primer cuatrimestre de 2019 cerraron cuarenta y tres por día según números oficiales. Es evidente que Cuchuflito y Pindonga tenían más laburo antes.
Más controvertida fue la intervención de CFK cuando indicó que las entrevistas que le hacían a ella eran una suerte de interrogatorio. Insisto en que CFK se ha equivocado bastante en sus intervenciones por el hecho de la improvisación y además es natural que alguien que haya hablado en público durante ocho años como presidente deje frases que pueden ser descontextualizadas. Pero en este caso, si se ve en vivo el modo, la gestualidad, el tono, etc. resulta claro que de ninguna manera apunta a hacer semejante comparación. Sin embargo, aquello hizo que se sirviera en bandeja a los periodistas, que creen que su oficio y ellos mismos son el termómetro de las repúblicas democráticas modernas, la posibilidad de victimizarse. CFK o alguien cercano logró convencerla de pedir las disculpas del caso a quien había sido aludido. A nadie le importó demasiado. Las fieras ya habían obtenido su manjar.
Mientras tanto el historiador Luis Alberto Romero escribía en La Nación que el macrismo es de izquierda y CFK es de derecha, algo que seguramente hasta dibujó una mueca de piedad en el macrismo. Conmueve el esfuerzo de la gente a quien en general nadie le pide tanto. Y por si esto fuera poco, se viraliza un video que alguien tenía guardado por allí desde hace un año en el que Alberto Fernández le da un “panzazo” a alguien que lo insultaba en un bar. Hay que hacer de Alberto alguien muy pero muy malo.
Hablando de panzas y de Alberto Fernández, no se puede pasar por alto otra polémica: el Tigre Verón. Se trata de una ficción de POLKA en la que se recorren todos los lugares comunes y los prejuicios del antiperonismo y el antisindicalismo: patriarcas caudillistas con barrigas prominentes, campera de cuero, boxeo, hijos acomodados en puestos, violencia, corrupción. Otro caso de gente muy mala. La misma productora que también en vísperas de elecciones había estrenado, en su momento, El Puntero. Para casualidad parece mucho. Jorge Rial, en Intrusos, denominó a El Tigre Verón, el primer caso de una “publificción” trazando un parangón con las antes mencionadas publinotas en las que resulta obvio que alguien pone dinero para ser entrevistado. Aquí se estaría frente a una ficción con clara intencionalidad política, curiosamente, en el mismo momento en que el gobierno embate contra el sindicalismo y amenaza con avanzar con la reforma laboral. Sin embargo, en un claro error de estrategia comunicacional, los Moyano hicieron público a través de su abogado su deseo de denunciar a la productora e incluso al actor Julio Chávez. Un completo delirio y una completa ignorancia respecto a cómo funciona la comunicación y los medios. En tiempos donde vivimos en un mercado de la victimización, denunciar a una productora y al grupo Clarín (incluyendo allí a un actor por el papel que realiza) es hacer del victimario una víctima. Claro que la serie estigmatiza y juega políticamente. Pero eso no se resuelve judicialmente y menos yendo contra el actor incluso si él fuese consciente y eligiera adrede participar de ese papel para favorecer la estigmatización del sindicalismo (algo que no resulta inverosímil pero que, en principio, no me consta). A propósito del sindicalismo, otro error comunicacional ha sido el de la decisión de los pilotos de avión nucleados en el sindicato más crítico al oficialismo, de incluir un brevísimo comunicado, una vez que los vuelos llegan a tierra, denunciando que la política de cielos abiertos que lleva adelante este gobierno atenta contra las fuentes laborales y la soberanía. ¿El comunicado es agresivo contra el gobierno? No. ¿Es invasivo para los pasajeros? En grado mínimo salvo para Luis Brandoni. ¿Es verdadero lo que el comunicado indica? Sí. ¿Por qué, entonces, fue un error incluirlo? Porque todos sabemos que eso será usado contra el sindicalismo todo, contra el peronismo y contra Alberto Fernández. Cuando la oposición intenta instalar el debate económico, algunos sindicalistas le dan al gobierno y a la prensa oficialista la posibilidad de instalar una agenda que va contra el propio sindicalismo y los ubica en el lugar de los malos de la película. Indigna y enoja porque es injusto y es falso el ataque al sindicalismo como un todo pero a nadie le importa la justicia y la verdad, menos en tiempos de elecciones. Además, quien se indigna y enoja pierde.  
Y si de economía se trata, quien dio un gran reportaje y vapuleó a Joaquín Morales Solá fue Alberto Fernández. Ha sido tan resonante la supremacía que el Ministro Dujovne salió a contestar e hizo que los medios oficialistas tuvieran que ocuparse del tema. La entrevista demuestra que hay políticos blindados como Vidal a los que nunca se les hace una repregunta pero que eso ha hecho perder el timing de las entrevistas a algunos periodistas que no están acostumbrados a ser interpelados con datos y argumentos. Fue llamativo ver a un periodista de la trayectoria del columnista de La Nación aparecer tan desprovisto de herramientas y de fuentes. Usando la metáfora futbolística, cuando el rival es de fuste, los números 10 que solo tiran centros y dan pases gol para que el entrevistado cabecee, tienen que aprender a tirarse al piso, hacer tiempo, usar el VAR y trabajar la entrevista.
Por suerte para Alberto Fernández, algunos referentes políticos, sociales y del espectáculo, de aquellos que militan “sueltos” pero que siempre tienen cerca un micrófono, no están haciendo declaraciones que luego puedan ser usadas en contra del candidato del Frente de Todos. Desconozco si ha sido un pedido expreso o un ejercicio autoimpuesto guiado por la prudencia pero quien hoy lidera todas las encuestas, por más o menos puntos, tiene que lidiar, por un lado, con el “fuego enemigo” que es muy ordenado y funciona como una temible maquinaria aceitada de desinformación, intoxicación, instalación y penetración. Y por otro lado, con el “fuego amigo” que es la consecuencia de una descoordinación sorprendente, mensajes sin horizonte claro y llaneros solitarios que juegan la propia.
El Frente de Todos ha sido un armado electoral milagroso, impensable unos meses atrás. Salvo algún distrito en particular, creo que ofrece lo mejor que la oposición podía ofrecer y eso le está permitiendo soñar con el triunfo basándose en todos los votos del núcleo duro de CFK más la capacidad cada vez más evidente de Alberto Fernández quien se enfrenta con solvencia a todas las zancadillas y operaciones a las que el oficialismo lo somete. Si a eso le sumamos la evidencia de estar frente al peor gobierno desde el regreso de la democracia, pasando por alto a De la Rúa, claro, habría razones para ser optimistas. Sin embargo, un buen armado electoral y uno de los peores gobiernos de la era democrática pueden no alcanzar si los propios se siguen equivocando. El adversario de Alberto Fernández debería ser Juntos por el cambio. Por momentos pareciera ser Juntos por el cambio más resto del mundo.          



lunes, 22 de julio de 2019

Argentina: un enigma para politólogos y geómetras (editorial del 19/7/!9 en No estoy solo)


El gobierno que hizo de la despolitización un culto, necesita polarizar, disputar, crear una épica para movilizar a un electorado propio que es un electorado de baja intensidad. Debe hacer hervir a los tibios: Venezuela, La Cámpora narcotraficante, el gobernador comunista, Hezbollah kirchnerista, doctrina Chocobar y Servicio cívico voluntario en Valores. ¿Cómo lograr que los vuelva a votar el 34% que los eligió en la primera vuelta de 2015?
El progresismo cae en la trampa como siempre y se indigna, rezonga en su cámara de eco y trata de idiota a quien no vota progresista. Pero el progresismo elige buenos platos en Palermo, hegemoniza las agendas y tiene más causas nobles que votos. No le gusta reconocerlo. Sin embargo, lo abofetean en Brasil, en Estados Unidos y en Gran Bretaña. Aunque eso sí: en Twitter y en las universidades gana todas las discusiones.
Votantes macristas casi no hay ni hubo. Más bien, la gran mayoría de los votos de Macri son antikirchneristas y antiperonistas. No está ni bien ni mal o quizás sí pero no importa. Simplemente es y en las últimas elecciones esa suma de núcleo duro de derecha con espuma en la boca más unos cuantos asustados y otros tantos ingenuos que creyeron que no les iban a sacar nada de lo que tenían, alcanzó para ganar la elección. El electorado que acompaña a los Fernández es más intenso, politizado y movilizado. Suena mejor pero no alcanza para ganar en un sistema donde hay balotaje ni lo exime de evitar su microclima. Está sobresemiologizado: cree que todo es un asunto de comunicación. Hay una ingenuidad más grande que la que tenían los iluministas del siglo XVIII porque cree que, explicando, la razón guiará al electorado y los llevará a votar bien. Quien no vota bien lo hace por estar engañado por un señor muy malo llamado Durán Barba. Todo se puede deconstruir menos la terquedad.
Los Fernández se pueden beneficiar con que en las PASO no voten los menos comprometidos con la política. Ese perfil, naturalmente, es más propenso a votar al gobierno que ahora sale a buscar el voto “abuelo” que, los que gozan con bromas de mal gusto, llaman “senil”. La contrapartida de ello es la juventud. Allí los Fernández arrasan pero cruzan los dedos y esperan que el domingo de elecciones no funcione instagram. La grieta es multinivel: viejos contra pibes, k contra anti k, verdes contra celestes, republicanos contra populistas. Sí, siempre gana el gobierno.   
No todo es comunicación pero si vas a comunicar hacelo coordinadamente. El “Frente Todos”, en este sentido, parece el “Frente todas las partes” porque cada uno de los pedacitos que lo conformó comunica lo que quiere. Han hecho de Alberto un equilibrista antes que un candidato y lo ponen a la defensiva o en el rol de tener que explicar. Se desgasta como si fuera gobierno. En un reportaje Matías Lammens reconoce que no tuvo la posibilidad de reunirse ni con CFK ni con Máximo, a quienes ni siquiera conoce personalmente. Es el candidato a Jefe de Gobierno de la Ciudad. Días atrás circuló que se reunieron los equipos de comunicación del Frente Todos por primera vez para acordar algunos puntos y unificar el discurso. Faltan 20 días para las elecciones.
Para el macrismo el problema es el presente. No tiene nada que mostrar. Su gobierno no es el peor de la última era democrática porque existió el gobierno de De la Rúa. Mintieron, ejecutaron un plan para pocos y hasta fueron ineficientes en esa ejecución. Ya casi ni se preocupan en prometer. Dólar quieto hasta lo que dé. Luego estalla. Lo van a votar igual.
Para el kirchnerismo el problema es el pasado porque los votantes a los que debe seducir tienen instalados que el pasado es malo. Alberto juega con referenciarse en un pasado más remoto, casi un Edén virginal: Néstor. Estratégicamente está bien y hay que decirlo con el diario del viernes porque con el del lunes es fácil. Hay que decir que está bien incluso si sale mal como estuvo bien la estrategia de CFK de correrse del centro de la escena apareciendo como vice para garantizar todos los votos a la fórmula. En 2015 se intentó satisfacer a los propios poniendo a Zannini como el garante. No alcanzó. Se hizo campaña más por Aníbal que por Scioli. Perdió Aníbal, perdió Scioli y perdió la Argentina. Ahora la garante es ella. Todos los votos adentro. Punto. Quizás alcanza o quizás no pero tras años de cometer errores en la estrategia electoral, esta decisión fue buena y logró hacer explotar Alternativa Federal y la avenida del medio que nunca fue ancha. La Argentina es un país polarizado donde la mayoría dice ser ecuánime y estar equidistante. Casi todos dicen estar en el medio pero solo se ve que hay un lado y otro. Es un enigma para los politólogos. También lo es para los geómetras.      

miércoles, 17 de julio de 2019

El VAR en el fútbol: la caída de la utopía tecnocrática (publicado el 10/7/19 en www.disidentia.com)


Si hay personas más moralistas que los periodistas de la sección política, son los periodistas de la sección deportiva. Salvo contadas excepciones, la explosión del deporte como negocio nos expone a padecer horas y horas de hombres y mujeres que con una formación, en general, bastante deficitaria, se erigen como portavoces de lo que está bien y de lo que está mal, de lo que se tiene que hacer y de lo que no. Y para peor: no asumen sus dichos desde una perspectiva personal sino que se identifican como referentes del sentir popular; consideran que son un médium a través del cual el sentido común aflora. Pero además, en las intervenciones de los periodistas deportivos proliferan toda una gama de metáforas “sociales” acerca de cómo se comportan y conforman los grupos, y una serie de explicaciones psicológicas acerca del desarrollo humano individual que no superan el más mínimo análisis. A los periodistas deportivos sumemos todos aquellos referentes del fútbol con algún tipo de responsabilidad dirigencial. En este sentido no deja de llamar la atención cómo, en muchos casos, esa dirigencia, en nombre de la modernidad y de los “nuevos tiempos”, naturaliza las fantasías tecnocráticas más burdas, siguiendo, claro está, los senderos que proponen las dirigencias políticas nacionales. Insisto en que, por suerte, hay excepciones pero hoy hablaremos de la regla ya que esta breve introducción viene al caso para reflexionar sobre todos los prejuicios y el fuerte sesgo ideológico que se encuentra detrás de lo que parecería ser el acto nimio de la implementación de la tecnología en el fútbol y, en particular, de lo que se conoce como VAR, esto es, un sistema que permite brindar asistencia técnica a los árbitros que se encuentran en el césped. Dado que se van realizando continuos retoques a la reglamentación, diré, en general, que el VAR supone la existencia de una cabina de videoarbitraje con diversas cámaras de video que permiten a uno o más árbitros auxiliares junto a otros asistentes, examinar las jugadas controversiales, en particular, los goles, los penales, la utilización de las tarjetas y los problemas de identificación de algún jugador.
Las principales ligas del mundo comenzaron a utilizarlo aunque los que tomaron la iniciativa fueron los torneos internacionales, sean de selecciones o de equipos. Sin ir más lejos, hace algunos días culminó una nueva edición de la Copa América en la que Brasil fue coronado pero varios partidos culminaron en escándalo. A Uruguay le anularon tres goles en un partido (uno de ellos, como mínimo, con excesivo celo); a Argentina no le cobraron dos penales claros contra Brasil; Messi fue injustamente expulsado contra Chile y Perú fue perjudicado en la final contra Brasil cuando se le sancionó un penal en contra. En la UEFA Champions League también hubo jugadas polémicas donde el árbitro o quienes lo asisten tecnológicamente han confirmado o revocado fallos injustamente.
Prácticamente todos los protagonistas, incluso muchos de los periodistas deportivos que lo pedían a gritos en nombre de vaya a saber uno qué concepción de la justicia, coinciden en que la implementación del VAR tal como se ha desarrollado hasta ahora está desnaturalizando el juego especialmente porque se pierden muchos minutos y toda jugada de gol, incluso los off side, están a consideración de la mirada de la tecnología. A juzgar por lo que se ha visto en la Copa América, en breve, los jugadores dejarán de celebrar los goles para no quedar en ridículo ante la posibilidad de que éste sea anulado, y los simpatizantes más cautelosos aguardarán la confirmación de la tecnología para abrazarse con quien tuvieran circunstancialmente al lado. Perder la espontaneidad y el goce estético que supone el grito de gol no es una buena señal pues es de las cosas más lindas del fútbol y es de lo poco del espíritu amateur que al fútbol de megaestrellas le queda.
Por otra parte, cada vez resultan más difusos los criterios de la utilización del VAR y el espacio de discrecionalidad es aún mayor que el que existía antes. Así, lejos, de brindar mayor transparencia, la sensación de opacidad ha crecido: no se sabe por qué se analizan determinadas jugadas y otras no; el árbitro del campo de juego pierde autoridad y las sospechas crecen porque quienes finalmente acaban tomando las decisiones son aquellos que se encuentran en la sala de Videoarbitraje.
Pero hay todavía una pregunta previa, que es la que me interesa indagar porque sospecho que detrás de la implementación del VAR hay toda una concepción tecnocrática del mundo, aquella que considera que la tecnología está asociada a la transparencia y que ésta viene a solucionar todas las injusticias del deporte y del mundo; que los sistemas de derecho funcionan deductivamente sin opacidades, sin lagunas y sin discrecionalidad; y, asociado a este último punto también, que todo lo existente puede reducirse en última instancia a un dato duro, a un hecho incontrovertible. Y todo esto es falso más allá de quien reflexiona aquí no caiga en la moda de los relativismos tontos que creen que todo es una construcción social y que la materialidad del mundo es un invento de gente muy mala que quiere someter a otra. Dicho de otra manera, hay una materialidad existente, hay datos, hay hechos pero también hay interpretación, intervenciones subjetivas que interactúan, perspectivas que no hacen que todo valga lo mismo pero que no pueden tampoco dejarse de lado en función de algún ideal positivista decimonónico. Sin entrar aquí en un debate epistemológico, esto sirve para la percepción general de la realidad como para pensar la complejidad de los sistemas de derecho, entre los cuales me permito incluir el reglamento de un deporte como el fútbol. Subsumir un hecho en una determinada categoría de un sistema de derecho supone una interpretación del mismo como evaluar la intención de una infracción en el área supone una enorme cantidad de saberes y empatías que la sola imagen no brinda. Distinto, claro está, puede ser determinar si una pelota cruzó o no una línea, pero la gran mayoría de las jugadas controversiales, incluso las del off side en las que también, al fin de cuentas, se trata de trazar una línea imaginaria, hay controversias y juega, de una u otra manera sobre una base real y material, cierto sesgo interpretativo. No hay solución para eso más allá de todas las fantasías tecnocráticas que intentan erigirse como el Ojo ecuánime, pulcro y transparente de Dios.   
Todo esto, claro está, sin entrar en el debate, aun a riesgo de cierto romanticismo, que plantearía si la opacidad y, por qué no, la imprevisibilidad, la picardía y el error arbitral no son parte del mismo juego y uno de los condimentos maravillosos que hacen tan pasional y emocionante al fútbol. En eso, naturalmente, no es lo mismo un espectáculo como el fútbol cuyo sentido es también entretener, que un sistema de derecho que rige las relaciones interpersonales de una sociedad desde una perspectiva penal, civil, etc., aunque este punto, por supuesto, merecería un desarrollo mayor.
Quienes consideran que la opacidad no es parte del juego son los principales impulsores del VAR pero ahora caen en la cuenta que esa implementación la ha hecho crecer, no ha eliminado la picardía ni los errores y, por si esto fuera poco, ha aumentado la sospecha sobre la discrecionalidad y sobre quiénes son finalmente los que toman las decisiones. Dirán, claro está, que el sistema deberá mejorar su implementación y seguramente lo hará. Lo que nunca entenderán es que la supuesta perfección del sistema es inalcanzable porque la interpretación jugará siempre, sea del referí que está en el campo o de cien asistentes que vean una imagen desde una cámara. En el caso de un deporte y de un deporte como el fútbol, que esa perfección mecánica sea inalcanzable puede que sea una suerte.       



domingo, 7 de julio de 2019

Apuntes sobre la agenda de campaña (editorial del 5/7/19 en No estoy solo)


Mal que les pese a muchos, especialmente dentro de las perspectivas del análisis del campo popular, existe una extensa cantidad de bibliografía que demuestra que los medios no determinan completamente aquello que pensamos. Sería más cómodo que esa bibliografía no existiera, que esos estudios jamás se hubieran hecho y que las derrotas culturales y electorales se expliquen simplemente porque los medios controlan la cabeza de la gente como se creía ingenuamente en 1938 cuando Orson Welles adaptaba La guerra de los mundos de Herbert Wells al formato radial y hacía entrar en pánico a buena parte de sus oyentes. Sin embargo, esas mismas investigaciones muestran que si bien los medios no son capaces de determinar qué pensamos, sí son capaces de determinar o tener una influencia decisiva en los temas sobre los que pensamos y discutimos. Dicho más fácil: los medios son eficaces para instalar agenda y eso puede ser mucho más importante que la cuestión acerca de cuáles son las posturas que aparecen en el debate de esa agenda. En este sentido, resueltas ya las candidaturas y en el contexto de paridad entre las dos principales fuerzas, la cuestión de la agenda resulta central porque con buen tino todos los analistas advertimos que si la cuestión económica se instala como eje central es muy probable que ésa sea la llave del triunfo para los Fernández. Pero si la agenda se dispersara o tuviera otros ejes, el beneficiario será el gobierno. Y la maquinaria electoral y cultural del oficialismo no debe ser subestimada pues, de hecho, es probable que sea en los únicos dos aspectos donde han sido eficientes.
Es de suponer que el gobierno lance una campaña “de las pequeñas historias anónimas” a través de whatsapp. Al estilo de las narraciones que hacía Macri en campaña cuando siempre aparecía un nombre propio sin apellido, un Cacho, una María, ciudadanos anónimos harán circular mensajes presuntamente espontáneos contando que le pusieron una cloaca, que viaja más rápido, que al narco de la esquina lo llevaron preso, es decir, la agenda y las ficciones que son funcionales al oficialismo. Será difícil contrarrestar aquello pero seguro que no se logrará con mensajes y campañas en las que la oposición hable e interpele solo a los propios. De hecho, la decisión de CFK de hacerse a un costado de la centralidad de la fórmula y de la campaña, tiene que ver con el reconocimiento de que con los puros y duros solo se logran minorías intensas pero se renuncia a la construcción de mayorías. Ese reconocimiento supuso uno de los logros más difíciles en los tiempos de algoritmos: dar un paso más allá del microclima.
Y si de lo que hablamos es de microclima, otro punto importante y muy difícil de vehiculizar para los Fernández será lograr que la lógica y el perfil de la campaña de la ciudad de Buenos Aires no se expanda al resto del país. De hecho, la gestión de Rodríguez Larreta, siendo bastante deficitaria en muchos aspectos, es lo que Cambiemos y el PRO en particular pueden exhibir como logro, especialmente por algunas obras de infraestructura y algún que otro detalle estético; y a su vez, es en la Ciudad de Buenos Aires donde el peronismo y el kirchnerismo no logran hacer pie de ninguna manera ni acertar pues enhebran un sinfín de errores en lo que a perfil, política y selección de candidatos, salvo puntuales excepciones, respecta.
De hecho, el espacio panperonista de la ciudad parece haber elegido como eje la cuestión del aborto a sabiendas que en las grandes ciudades y especialmente en Capital hay una mayoría a favor de la despenalización y/o legalización. Sin embargo, eso intentará ser neutralizado por la decisión de postular a Martín Lousteau quien, junto a su esposa, ha tomado una posición clara y militante a favor del pañuelo verde. Por otra parte, este eje va a contramano de algunas declaraciones de la propia CFK quien más allá de haber cambiado su opinión respecto a legalización, dejó bien en claro que el espacio opositor debía incluir “pañuelos verdes y pañuelos celestes”, especialmente porque en el resto del país la presencia de los que postulan “la defensa de las dos vidas” es potente. Es probable, en este sentido, que CFK entienda que poner como eje de la campaña la discusión “entre pañuelos” lo único que hará es fragmentar a la oposición pues tradicionalmente, en general, el electorado peronista, a diferencia del progresista, ha reivindicado la causa de la igualdad de la mujer pero se ha opuesto a la despenalización y/o legalización del aborto.
Por último, otro aspecto de la agenda que será difícil de evitar para la oposición, que claramente favorece al gobierno y que es parte de una decisión editorial de los medios oficialistas, es tomar como eje del debate público cualquier cosa que diga o haga alguien que se diga o sea identificado como K. Si tres jóvenes no tienen nada más importante que hacer que jugarle una desagradable broma al presidente para lograr un saludo y luego incomodarlo verbalmente, los medios oficialistas dirigen el debate hacia el presunto autoritarismo k y cualquier referente del espacio está obligado a salir en los medios a tomar posición sobre este hecho. Lo mismo sucede cuando actores, referentes políticos marginales autodenominados peronistas o intelectuales brindan opiniones personales sobre temas relevantes y automáticamente son expuestos como portavoces de CFK, de Alberto Fernández, del Papa, etc. Esto hace que el candidato a presidente del espacio opositor pase buena parte de las entrevistas que le hacen aclarando que él no se siente representado por lo que tal o cual personaje ha dicho. Es decir, expone al candidato a presidente a adoptar una actitud defensiva, en tiempos donde ser peronista y/o kirchnerista se ha transformado, de por sí, en una imputación. Es muy difícil orgánicamente poder “controlar” o al menos homogeneizar un discurso cuando los medios están a la caza de cualquier bobería pero hay que hacer el esfuerzo mientras se cruzan los dedos para que el narcisismo de muchos inorgánicos cese y decidan dejarse llevar por un piadoso silencio, al menos temporalmente.                    
La lista de elementos a los que deberá enfrentarse la oposición en la disputa de la agenda es sin duda, más extenso, y probablemente aparezcan nuevas circunstancias y giros que implicarán repentización, astucia, imaginación y, sobre todo, eludir los microclimas con el profesionalismo que merece una campaña de esta magnitud. Son momentos donde la oposición debe comprender que el voluntarismo, la heroicidad individual y el perseguir reivindicaciones particulares independientemente del colectivo y la suerte del país, solo pueden generar victorias pírricas, chiquititas, que serán el germen de una gran derrota el día de mañana.  


lunes, 1 de julio de 2019

Serotonina y la revolución de las pastillas (publicado el 26/6/19 en www.disidentia.com)


“Náuseas, falta de libido e impotencia” son las contraindicaciones del antidepresivo que toma el personaje central de Serotonina, la última novela de Michel Houllebecq. La serotonina es una molécula que se encuentra en nuestro cerebro y en la cantidad adecuada genera un justo punto medio en los estados de ánimo. Pero el estrés hace que ésta disminuya y eso genera desequilibrios. El problema de la baja de serotonina es tan acuciante que ya se habla de una epidemia. De hecho podría concluirse que ése es el clima de la novela y de la época que Houllebecq pretende describir.
Porque los nuevos valores del emprendedorismo que nos dice que ya no hay explotadores ni explotados, no deriva en empoderamiento ni mayor autonomía sino en la explotación de cada uno de nosotros por nosotros mismos, introyección de la responsabilidad y depresión. En este sentido, en una sociedad donde lo que prima es la autoexigencia y el rendimiento, la única revolución posible parece ser la de las pastillas.   
Houllebecq es de esos escritores que uno recomendaría a alguien que quisiera conocer cuál ha sido el sentir del ciudadano medio europeo/occidental en los últimos 25 años, en un recorrido que va desde su primera novela, Ampliación del campo de batalla, donde denuncia el modo en que el retiro del Estado y la destrucción de “la norma” dejan al individuo a la intemperie, hasta sus últimas dos novelas, la recientemente mencionada Serotonina, y Sumisión, aquella en la que se postula la posibilidad de que un hipotético partido musulmán triunfe en las elecciones francesas.
Sin embargo, Houllebecq no solo es reconocido por su obra sino también por sus comentarios críticos de la corrección política. Esto le ha valido acusaciones de misógino, fascista, racista, etc. Sus personajes tienen bastante de eso, aunque claro está, hay quienes no se dan cuenta que solo son personajes.
En esta novela, el personaje principal que habla en primera persona es capaz de atacar a los holandeses, odiar a los burgueses ecoresponsables, afirmar que Francisco Franco es el creador del turismo en España (de hecho Houllebecq tiene una bonita casa en Almería y la historia del personaje comienza allí mismo), hacer comentarios críticos hacia el feminismo y llamar “mariquitas” a los gays.
A su vez, Houllebecq, como en casi todas sus novelas, no duda en ingresar en lo sórdido con un desapego que espanta, el mismo desapego del occidental clasemediero para el que nada vale demasiado la pena. De hecho puede contar suelto de cuerpo que su novia japonesa realizaba orgías en el cuarto que compartían y hasta practicaba zoofilia. También confiesa que en algún momento realizó los cálculos acerca de qué consecuencias podría traer matarla y que alguna vez dudó entre ingresar a un monasterio o irse de tour sexual a Tailandia. Naturalmente, no tuvo la decisión para realizar nada de eso ni tampoco la tuvo cuando planeó matar al niño de la ex novia cuyo amor pretendía recuperar sin compartirlo con ningún “extraño”. Menos aún se animó a hacer algo cuando descubrió que el vecino alemán de la cabaña de enfrente era un pedófilo.
Pero no hay que olvidar que el elemento político siempre aparece en Houllebecq, a veces en el centro, a veces en la periferia, pero siempre incómodo. Aquí gira en torno a la agricultura (téngase en cuenta que Houllebecq es ingeniero agrónomo) para, desde allí,  describir la tensión social en Francia. Es que mientras la novela comenta el proceso de gentrificación parisino, de repente la historia vira hacia un conflicto gremial que tiene como protagonista a un viejo amigo. Así, mientras advierte que el librecambismo, y más con Macrón, claro, siempre acaba imponiéndose sobre el proteccionismo, un corte de ruta realizado por productores de leche acaba con su amigo volándose la cabeza como un mártir frente a la policía y con una represión que arroja varios muertos.
Sin embargo, el eje central es la depresión como signo de la época. Se dice que Houllebecq la sufrió en los años 80, bastante antes de publicar su primera novela y ese tópico atraviesa casi todas sus obras pero, sin dudas, se halla con fuerza en ésta en particular. La depresión y la falta de afecto, claro, la distancia hacia todo y alguna mínima nostalgia hacia las historias de amor como la de sus padres, que deciden suicidarse juntos, de la mano, en su cama, cuando se enteran que uno de ellos sufría un cáncer terminal. Esa nostalgia que se observa cuando él no se anima a decirle a Camille, su novia, que se quede con él, porque entiende, racionalmente, que no correspondía frustrar el destino profesional de ella. Todo eso y el sexo como un falso motor o un exmotor, una iniciativa casi compulsiva que luego se entibia y que deja de ser tan importante, como todo lo que rodea al personaje. Ya no hay erecciones y tampoco le interesa demasiado pues al fin de cuentas se mantiene en el promedio del ciudadano medio europeo.
De hecho, en unos de los pasajes de la novela se puede leer: “Francia, y quizás todo Occidente, estaba sin duda retrocediendo al estadio oral, por decirlo en los términos del fantoche austríaco. Yo seguía el mismo camino, era indudable, engordaba poco a poco, y la alternativa del sexo ni siquiera se me presentaba claramente. (…) Habíamos vuelto en cierto modo al siglo XVIII, en el que el libertinaje estaba reservado a una aristocracia variopinta, mezcla de nacimiento, fortuna y belleza.
Quedaban también, quizás, los jóvenes, bueno, algunos jóvenes, pertenecientes en virtud de su simple juventud a la aristocracia de la belleza, y que creían todavía en ella durante unos años, entre dos y cinco, desde luego menos de diez (…) las chicas jóvenes, obedeciendo, me figuro, a un irreprimible impulso hormonal, seguían recordando al hombre la necesidad de reproducir la especie, objetivamente no se las podía censurar (…) estaban allí pero era yo el que ya no estaba, ni para ellas ni para nadie, y no tenía pensado volver a estar (…) El tiempo de las relaciones humanas había caducado, al menos para mí”.
Lo que sí hay son planes de suicidio aunque también hay falta de decisión; hay un cuerpo desequilibrado que no para de engordar y que espera la muerte pero quiere consumirse todo el dinero para no dejarle nada a ninguna Fundación benéfica y hay, sobre todo, un psiquiatra que le provee el antidepresivo y le advierte que equilibrar la serotonina baja la testosterona. Por ello agrega: “Desprovisto tanto de deseos como de razones para vivir (…) mantenía la desesperación a un nivel aceptable, se puede vivir desesperado, e incluso la mayoría de la gente vive así, no obstante de vez en cuando se pregunta si puede concederse una bocanada de esperanza, bueno, se lo pregunta antes de responder negativamente. Sin embargo persevera, y se trata de un espectáculo impactante”.
Tan impactante como el momento en que el psiquiatra le hace un análisis y le dice que está muriendo de pena, que la cantidad de cortisol que ha generado lo va a hacer engordar cada vez más hasta ser un obeso y que hay un montón de alternativas médicas pero que, al fin de cuentas, no debería desestimar la posibilidad de dejar todo e ir de putas.
Pero pasaron dos o tres meses y el personaje prefirió el antidepresivo y mudarse a un barrio donde pudiera estar cerca de un batallón de terapeutas, uno por cada órgano:
“Comprendí que en adelante mi vida iba a reducirse a eso: a disculparme por las molestias”.
Culminemos entonces con una breve descripción de los efectos de los antidepresivos que aparece hacia el final de Serotonina, quizás para que usted entienda que la autoayuda miente cuando dice que es más efectiva que éstos o cuando le sugiere que leyendo más a Platón evitará tomar Prozac.
“Es un comprimido pequeño, blanco, ovalado, divisible. No crea ni transforma; interpreta. Lo que era definitivo lo convierte en pasajero; lo que era inevitable lo vuelve contingente. Proporciona una nueva interpretación de la vida: menos rica, más artificial, e impregnada de cierta rigidez. No procura ninguna forma de felicidad, ni siquiera un verdadero alivio, su acción es de otra índole: transformando la vida en una sucesión de formalidades, permite engañar. Por lo tanto, ayuda a los hombres a vivir, o al menos a no morir….durante un tiempo”.