lunes, 26 de octubre de 2020

Confianzas (editorial del 24/10/20 en No estoy solo)

 

“Confianza” es la palabra. Todo el tiempo se dice que el problema de la Argentina es la falta de confianza. Los economistas, aquellos que creen que manejan una ciencia rigurosa, siempre culminan los análisis abrazándose a su fe: “la confianza”. Que el orden económico y, con él, el político y el social se manejen en base a la confianza es un problema pero es propio de estos tiempos posmodernos donde la subjetividad y el “lo que a mí me parece” se ha elevado a verdad indubitable. La confianza tiene grados y cada uno de nosotros establece tácitamente distintas pruebas para alcanzarla. Hay gente más o menos abierta a confiar en el otro por las razones que fueran. Buena parte del establishment no confía en este gobierno por razones ideológicas. Entonces no es un problema de dinero. Se trata de sectores que se hicieron millonarios con gobiernos peronistas pero “no confían”. En realidad, simplemente, no les gusta el gobierno y, por supuesto, exponen sus razones, algunas mejores que otras. El actual gobierno puede garantizarle a ese sector más o menos negocios. Pero nunca podrá ganar su confianza.   

Los analistas parecen creer que es el establishment el único que necesita confianza o que finalmente la confianza es una categoría económica. Se equivocan. Todos la necesitamos. De hecho no hay comunidad posible sin ella. Buena parte de los que votaron a Alberto también necesitan confianza no solo para invertir sino para abrazarse a la esperanza de un cambio. Esto es, esperan que se cumpla el contrato electoral y ahí aparece el problema porque no se está cumpliendo.

Elegir a Alberto en la fórmula, es decir, elegir a quien, de alguna manera, era visto como un “traidor” a la causa kirchnerista, fue paradójicamente un activo de Alberto. De hecho cada archivo de Alberto diciendo cosas contrarias a las que algunos años después afirmaría en campaña, le sumaba votos. No es que se valoraran sus contradicciones ni que se hiciera un culto a la veleta. Lo que se valoraba era el arrepentimiento del kirchnerismo. Alberto era la autocrítica de CFK. Entonces ya no se pedía que se votara a un presunto traidor sino que lo que se pedía era que se votara una autocrítica: “Volver mejores” era el mensaje y la síntesis. El punto es que en la medida en que las expectativas de los votantes del FDT no se cumplan lo que emerge es la desconfianza que no recae, naturalmente, sobre CFK sino sobre Alberto. La confianza del votante duro de CFK para con ella se mantiene, en buena medida, incólume. El punto es que cuando las cosas no funcionan como se esperaba resurgen fantasmas. Así se piensa “el que ha traicionado una vez puede volver a hacerlo” y entonces los ojos se posan sobre Alberto y se examina con quién se reúne, a quién considera su amigo, si nombra más a Alfonsín que a Perón. Hace poquito leía una nota de la analista de opinión pública, Shila Vilker, que asimilaba a Alberto con ese personaje del comic de Batman llamado Harvey “dos caras”, cuya principal característica es que puede hacer el bien o el mal por razones azarosas y antes de tomar una decisión lanzaba la moneda al aire. Se trataría así de una especie de naturaleza jánica que en su afán por complacer a la mayoría en un consenso amplio puede acabar completamente desperfilado habiendo hecho enojar a propios y extraños.

La pandemia no ayuda a darle una identidad al gobierno y cuesta explicarle a un marciano qué tipo de gobierno tiene la Argentina. Para ese diferencial de 10 o 15 puntos que votó al FDT por la presencia de Alberto, esto es, por la autocrítica de CFK, la confianza se gana con bienestar económico. No votaron la reforma agraria ni la patria grande. Tampoco les alcanzaría con los avances en derechos civiles. No volvieron a votar a Macri porque con él les fue mal. Votaron a Alberto porque consideraron que con él les podía ir mejor. Y, como les decía, eso no está sucediendo, en parte por el desastre de la pandemia; en parte por falta de pericia.

El sector de los incondicionales es distinto. Está vinculado por la confianza ciega hacia el liderazgo de CFK. Si algo sale mal le echarán la culpa a Alberto. Si en la actualidad putean lo hacen por lo bajo. Entienden que un gobierno malo del oficialismo es preferible al mejor gobierno de la oposición. En ese sector, la confianza tiene mucho de componente ideológico también y en ese sentido el actual gobierno no aporta toda la claridad necesaria. En realidad, seamos justos, la confusión ideológica no es propiedad de este gobierno sino un signo de los tiempos. Pero en este punto se está dando una situación particular: el antiperonismo ha hecho del peronismo una caricatura para poder pelear con ese fantasma como quien pelea con un espantapájaros. Pero a veces pareciera que el peronismo aceptase esa caricaturización. Como si el caricaturizado decidiera mimetizarse con la caricaturización. Y se levantan banderas confusas y no se entiende bien ya qué se quiere defender. El artista plástico Daniel Santoro me comentaba en una entrevista radial algunos días atrás que él consideraba que el peronismo viene a ponerle sensatez al capitalismo. Creo que tiene razón. Que no lo entiendan los antiperonistas es atendible. Pero que no lo entiendan muchos militantes del actual gobierno preocupa. Ponerle límite a la usura es la forma en que debe entenderse el “combatiendo al capital” que suena en la marcha. Es un límite al capital. No anticapitalismo. Algo parecido sucede con el supuesto enfrentamiento entre el peronismo y la clase media. Claro que hay mucha clase media antiperonista, mucho medio pelo, etc. pero el peronismo, en tanto movimiento policlasista, ha sido un gran creador de clase media, el que llevó adelante políticas que derivaron objetivamente en una movilidad social ascendente y hasta el día de hoy una buena parte de sus votantes son de clase media. ¿A qué trasnochado moralista se le puede ocurrir que el peronismo acusará de traidores a la patria a la familia que quiera irse de vacaciones una semana a Brasil? El peronismo ofrece a sectores bajos y medios el consumo que las clases altas pretenden en exclusividad. El peronismo no es anticonsumo. Es exceso de consumo. Y es eso lo que molesta.

Por último, una vez más, podemos escuchar declaraciones de aggiornados gorilas que dicen que el peronismo, que alguna vez representó a los trabajadores, hoy representa a los que no trabajan, a los vagos. Como recurso retórico es muy ingenioso pero, una vez más, el problema es que se lo crea el propio oficialismo y acabe considerando que antes que crear trabajo lo que hay que hacer es seguir repartiendo planes o asumiendo como propias todas las causas perdidas y marginales habidas y por haber. En este revisionismo que sepulta la historia para vivir en un presentismo que moraliza, con categorías del presente, todo lo sucedido, dentro de poco nos van a decir que Perón era vegano y si eso perjudica a Mc Donalds, o a los hermanos malos Etchvehere y Macri, será la gran causa “popular” a militar en Twitter. Mientras tanto, no se habla de “pueblo” para no ser acusados de populistas; no se habla de “explotación” porque es una categoría marxista y es mejor que hoy cada uno se explote a sí mismo; con 63% de pibes pobres se habla de “inclusión” sin incluir a los pobres. De repente, peronismo es igual a Estado gigante y bobo como primera opción, como respuesta a todo, cuando la tradición de la doctrina social de la Iglesia de la cual abreva el peronismo explica que el Estado debe ser la última y no la primera respuesta; que todo aquello que pueda ser resuelto por la organización popular sin la intervención del Estado debe ser resuelto por la organización popular.

Por cierto, con toda esta enumeración no intento exponer que la salida está en el peronómetro o en un peronismo mítico y esencial, pues de hecho el propio Perón hablaría de una actualización doctrinaria por la cual no se pueden encarar los problemas del 2020 con las soluciones del 45 o el 49. Lo que quiero decir es que estas grandes confusiones enmarcan la otra “desconfianza”. Aquella que no es la de los mercados que van a desconfiar siempre de este gobierno. Es la de esa mitad de la población que votó al oficialismo y hoy tiene incertidumbre, esto es, una de las formas que adopta la cara opuesta de la confianza. Una economía que empeora y una gestión deficitaria de la pandemia generan desconfianza en el sector moderado que apoya al FDT. Y la pretensión de amplios consensos que obliga a desperfilar ideológicamente al gobierno genera desconfianza incluso en su ala más dura, aunque no lo admita. Quizás sea, finalmente, un problema de confianza. Pero la única confianza que está en juego no es la de los mercados.     

jueves, 22 de octubre de 2020

¿Un Papa marxista y populista? (publicado el 14/10/20 en www.disidentia.com)

 

Días atrás se dio a conocer una nueva encíclica del Papa Francisco titulada Fratelli tutti. Si la anterior, Laudato si, fue interpretada como la encíclica “ecológica” dedica al cuidado de “La Casa Común”, el núcleo del nuevo texto se posa, desde mi punto de vista, en un tema sensible para Europa: la cuestión migratoria. La ocasión parece propicia para indagar en la perspectiva de un Papa que algunos sectores han calificado de “populista” y hasta de “marxista” pero que también recibe críticas desde la nueva izquierda.

¿Por qué Francisco es acusado de populista y marxista? En principio, por su diagnóstico. Es que él entiende que el actual sistema económico apoyado en el individualismo y en ese relativismo cultural tan propio de los tiempos posmodernos, deriva en lo que él denomina una “cultura del descarte”. A esto debemos sumarle el hecho de que Francisco afirma que este modelo deviene necesariamente en un globalismo que acaba imponiendo una cultura hegemónica que elimina la diversidad cultural. Bajo esta lógica globalista, la fraternidad es solo aparente y los humanos, en vez de transformarse en prójimos, se convierten en, apenas, socios.

Pero, sobre todas las cosas, Francisco considera que hay una prioridad del Bien Común y que la comunidad es más que una suma de individuos. En este sentido, el sujeto de la historia es “el pueblo” y en especial, el “pueblo trabajador”. Sin embargo, en Fratelli tutti lanza varias advertencias a quienes intenten acusarlo de “populista”. Por un lado porque afirma que los débiles son manipulados tanto por los liberales como por los populistas; y por otro lado porque se encarga de aclarar que defender la idea de “pueblo” no lo transforma en un “populista”. Es que para Francisco, a diferencia de lo que podría afirmar la denominada “izquierda populista neomarxista y neolacaniana” de, por ejemplo, Ernesto Laclau, para la cual el pueblo no es algo dado sino una “construcción” que se genera tras la articulación de demandas insatisfechas, el pueblo es una entidad “mítica”. En el parágrafo 158 lo indica así: «Pueblo no es una categoría lógica (…) Es una categoría mítica […] Cuando explicas lo que es un pueblo utilizas categorías lógicas porque tienes que explicarlo: cierto, hacen falta. Pero así no explicas el sentido de pertenencia a un pueblo. (…). Ser parte de un pueblo es formar parte de una identidad común, hecha de lazos sociales y culturales. Y esto no es algo automático, sino todo lo contrario: es un proceso lento, difícil… hacia un proyecto común»”.

Sin embargo, Francisco inmediatamente trata de separarse de las lecturas del “populismo de derecha” porque entiende que éstas acaban en un nacionalismo expulsivo que en vez de entender que “pueblo” es una categoría abierta, arrojada a la interacción con los otros, postulan una noción cerrada de pueblo como algo homogéneo y dado.

Este intento de evitar tanto las miradas individualistas como las colectivistas no es ninguna novedad y es parte de la que se conoce como doctrina social de la Iglesia cuyo texto fundamental es la Rerum Novarum del Papa León XIII escrita allá por 1891 y la encíclica Quadragessimo anno, escrita por Pío XI en 1931. Estos textos inauguran dentro de la Iglesia Católica la cuestión social en una tradición que tuvo distintas derivaciones y que según el país y el continente adoptó ciertas particularidades y entrecruzamientos. Por mencionar solos dos casos relativamente conocidos, en Argentina las fuentes del muchas veces inasible peronismo, tan pocas veces comprendido desde Europa, no son otras que las de la doctrina social de la iglesia; y, en el viejo continente, desde mi punto de vista, podría mencionarse la corriente distributista impulsada por Hilarie Belloc y el gran G. K. Chesterton quienes abogaban por una organización social de pequeños propietarios y acusaban tanto a capitalistas como a comunistas de acaparar la propiedad: los primeros en manos de una oligarquía y los segundos en manos de una burocracia centralizada.   

Excedería el espacio de estas líneas desarrollar en profundidad todo lo que implican las enseñanzas de la doctrina social, pero a propósito de la encíclica hay un principio utilizado por Francisco que es central para su propuesta y es, justamente, uno de los más controvertidos. Me refiero a lo que se conoce como “Función social de la propiedad”. Que la propiedad tenga una función social pone en tela de juicio la sacralidad de la propiedad privada individual y se basa, a su vez, en lo que se conoce como “El destino universal de los bienes”, esto es, la idea de que los bienes de la creación han sido otorgados a la humanidad en su conjunto. En el parágrafo 120 Francisco lo explica así: “Vuelvo a hacer mías y a proponer a todos unas palabras de san Juan Pablo II cuya contundencia quizás no ha sido advertida: «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno». En esta línea recuerdo que «la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada». El principio del uso común de los bienes creados para todos es el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social», es un derecho natural, originario y prioritario. (…) El derecho a la propiedad privada sólo puede ser considerado como un derecho natural secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes creados”.

El punto es que esta función social de la propiedad no solo es pensada por Francisco para justificar eventualmente una redistribución de la tierra al interior de los países sino que la utiliza más allá de las fronteras para fundamentar el derecho de los migrantes a ser acogidos en condiciones dignas por los países receptores. En este sentido, en el parágrafo 124 se puede leer: “La convicción del destino común de los bienes de la tierra hoy requiere que se aplique también a los países, a sus territorios y a sus posibilidades. Si lo miramos no sólo desde la legitimidad de la propiedad privada y de los derechos de los ciudadanos de una determinada nación, sino también desde el primer principio del destino común de los bienes, entonces podemos decir que cada país es asimismo del extranjero, en cuanto los bienes de un territorio no deben ser negados a una persona necesitada que provenga de otro lugar”.

Más allá de estas afirmaciones que naturalmente darían lugar a críticas desde el centro y de la derecha, el Papa también intenta distanciarse de la agenda de la nueva izquierda aunque lo hace de manera sutil. Porque se mete de lleno con la agenda contra el racismo y también indica en el parágrafo 23 que todavía queda mucho por hacer en materia de igualdad entre mujeres y varones. Sin embargo, en el parágrafo 102 parece advertir que las denominadas políticas de la identidad no harían otra cosa que quitar fortaleza a la unidad del pueblo trabajador y acabarían debilitándolo en su búsqueda de mayor equidad: “¿Qué reacción podría provocar hoy esa narración, en un mundo donde aparecen constantemente, y crecen, grupos sociales que se aferran a una identidad que los separa del resto? ¿Cómo puede conmover a quienes tienden a organizarse de tal manera que se impida toda presencia extraña que pueda perturbar esa identidad y esa organización autoprotectora y autorreferencial?”. Por su parte, en el parágrafo 13 pareciera meterse de lleno en una disputa teórica contra el posestructuralismo y la corriente “deconstructivista” que ampliando el campo de libertad hasta la determinación de la propia identidad estaría siendo funcional a la lógica de un mercado que derriba todo límite: “se alienta también una pérdida del sentido de la historia que disgrega todavía más. Se advierte la penetración cultural de una especie de “deconstruccionismo”, donde la libertad humana pretende construirlo todo desde cero. Deja en pie únicamente la necesidad de consumir sin límites y la acentuación de muchas formas de individualismo sin contenidos”.

Para finalizar, recuérdese que la cuestión migratoria es uno de los ejes del papado de Francisco. De hecho su primer viaje oficial fue a la isla de Lampedusa, ejemplo trágico de la situación de los refugiados que intentan llegar a Europa como sea, empujados por la situación que padecen en Estados fallidos o lastrados por guerras, hambrunas y persecuciones étnicas, políticas y religiosas. Fratelli tutti intenta, entonces, dejar el legado teórico de Francisco sobre esta problemática y nos permite indagar en los fundamentos de una toma de posición que no logra comprenderse del todo si se la piensa en los términos simples de derechas e izquierdas.

domingo, 18 de octubre de 2020

Macri vuelve (y el gobierno se lo agradece) [Editorial del 17/10/20 en No estoy solo]

 

Es tentador analizar psiquiátricamente la primera entrevista que brindara el expresidente Mauricio Macri en TN algunos días atrás. Pero vamos a intentar evitarlo. Centrémonos entonces en que esta “nueva” versión es una continuidad del Macri que el lunes posterior a las PASO hizo lo que un político no debe hacer: enojarse con la gente. Con esto no quiero decir que la gente siempre tenga razón pero el que se enoja pierde. Lo cierto es que a partir de ese día entró en una suerte de loop de radicalización y búsqueda de revancha cuando, como castigo, no hizo nada para evitar la devaluación y se lo enrostró a la ciudadanía: ¡ustedes son los culpables de no votarme! ¡Ahora jódanse! Le fue mejor en la primera vuelta pero no le alcanzó. Si Vigilar y castigar no fuera el título de un libro famoso bien podríamos usarlo para caracterizar los gobiernos de Macri que siempre se encargaron de “vigilar” pero, en su última etapa, también de “castigar”. Su perspectiva es inversa a la de una mayoría de argentinos que cree que lo único bueno que tuvo su gobierno fue que no pudo, por incapacidad y por resistencias opositoras, realizar todo lo que se propuso. Él, por su parte, afirma que si falló en algo fue en delegar en su ala política filoperonista el manejo de “la política”. La culpa fue siempre del otro y la que venía a ser una derecha moderna en un gobierno de coalición devino verticalismo, ceguera y cínica declamación. Aunque para ser más precisos habría que decir que para Macri la culpa siempre es del otro si ese otro es peronista. Es que “peronismo” es un significante vacío no solo para los peronistas, que bajo esa denominación pueden incluir variantes de derecha, de izquierda, desarrollistas, populares, liberales, socialdemócratas, sino también para la derecha que incluye ahí todos los males sobre la tierra. El peronismo es para Macri el equivalente a la caja de Pandora que se abre y desparrama todas las desgracias que asolan a la Argentina. Muy lejos quedaron sus intentos, allá por el comienzo de su carrera política, de ser candidato tardío de un peronismo neonoventista. Ahora el peronismo ha sido “secuestrado” por la otra caja de Pandora abierta, el otro significante vacío: “Cristina”. Si hablar de “secuestro” fue la forma que encontró para no romper todo lazo con los votantes peronistas o para justificar tenerlo a Pichetto y al puñado de dirigentes peronistas que permanecerían en Juntos por el cambio, no sé si es el mejor camino. Pero el combo “la culpa fue de mi ala filoperonista” más “el peronismo fue secuestrado” por su variable de, llamemos, izquierda, muestra un Macri que, en un antiperonismo furioso, expone su radicalización. Como dijimos aquí algún tiempo atrás, el macrismo de 2020 intentará reproducir el desarrollo del cristinismo desde 2016, esto es, radicalizarse para ganar un núcleo duro y luego ser indispensable para ganar. Porque será difícil ganar diciendo que el peronismo hoy está cooptado por la irracionalidad pero un buen porcentaje de ultras lo va a seguir. Claro que no ayuda si cuando le piden autocrítica Macri dice que el gran error fue no advertirle a la gente lo mal que estaba todo cuando el 11/12/15 recibió la administración; o cuando miente y dice que “el 11/8/19, cuando terminó su gobierno económico” [SIC], la pobreza estaba en el mismo número en el que la recibió a pesar de que los datos muestran que su gobierno la aumentó 8 puntos. No ayuda porque es una tomada de pelo y porque un nivel de negación tal nos llevaría a un terreno de análisis en el que prometimos no ingresar. Asimismo, no creo que haya un acuerdo con Rodríguez Larreta en este sentido pero es muy probable que en la misma lógica espejo que les indicaba antes, en breve se busque instalar que la superación del kirchnerismo moderado deba ser un macrismo moderado y se vuelva a la cantinela de los pactos de La Moncloa y al “todos sentados en una mesa…”. Se dirá que para superar la grieta la Argentina tiene que dejar atrás a CFK y a Macri, que después de Alberto es el turno de los Rodríguez Larreta, los Vidal, etc. Si eso finalmente es así y si en ese armado va a ocupar un lugar preponderante Macri, como lo ocupa CFK, solo el tiempo lo dirá aunque me parece que la diferencia es evidente: los votos de CFK son de CFK; los votos de Macri son del antiperonismo y, por lo tanto, van a ir a cualquiera que ocupe ese lugar.         

Ahora bien, si volvemos a la cuestión de la crítica a su ala filoperonista, creo que sería un error considerar que se trata simplemente de una obsesión antiperonista. Es que en ese comentario lo “filoperonista” equivale a “la política”. Por lo tanto es más un comentario antipolítica que gorila. Como si Macri sintiese que no ha sido fiel a su historia política, aquella que emergió de la gran crisis de representación pos 2001. Es que en algún punto Macri y Kirchner son emergentes de ese momento antisistema y su éxito estuvo en sus actitudes “antisistema”. Kirchner porque vino a darlo vuelta todo, el partido, el país, a trastrocarlo todo desde adentro, repolitizando ese vacío lo cual era, en ese momento, claramente un gesto antisistema porque el sistema poscrisis repudiaba a la política. Y Macri, por supuesto, enarbolando directamente las banderas de la antipolítica, de la novedad, buscando diferenciarse de lo que había, de lo que se estaba generando, e intentando dar una respuesta no política a la política. Claro que tanto Kirchner como Macri no acabaron con todo lo que había pues, a su manera, se apropiaron, por ejemplo, de los dos grandes partidos: el primero desde adentro del PJ, más allá de sus idas y vueltas, y el segundo desde afuera, alquilando la estructura de la UCR para lograr presencia nacional.

La reaparición de Macri tiene que ver con intentar capitalizar esa estudiantina baby boomer que sale a protestar y tiene su cámara de eco en los mundos paralelos de Majul, Leuco, etc. Para ese sector, la calle es un territorio novedoso que se ocupa mientras la barbarie está contenida. Es un sector que ocupa la calle más como un happy hour que como un derecho. Se trata de aprovechar una promoción mientras el lobo peronista no está. Allí se pregunta, -“¿Lobo está?”. Y el lobo peronista responde: “Estoy haciendo la cuarentena”. Mientras tanto, en el terreno de las paradojas, la militancia y los votantes del oficialismo quedan presos de una disyuntiva: si no salen a la calle se la entregan a la oposición; y si salen desacreditan la voz del presidente que pide que todos se queden en casa. La solución intermedia es un 17 de octubre virtual para la hinchada que seguramente será un gran espectáculo y que permitirá a alguna militancia joven, a la que en algunos casos le importa menos militar que mostrar que está militando, inundar las redes sociales con patas en la fuente en 3D, perones “wharholeados” y evitas aggiornadas.

Mientras el gobierno exhibe enormes dificultades de gestión en materia sanitaria y económica, Macri reaparece y el gobierno agradece ya que le recuerda al 48% de argentinos que votaron a Alberto por qué lo hicieron. Al menos por ahora, un Macri declarando lo que declara, es quien más ayuda a extenderle el crédito al gobierno de Alberto.      

lunes, 12 de octubre de 2020

Francisco y una encíclica para discutirlo todo (editorial del 10/10/20 en No estoy solo)

 Esta última semana el Papa Francisco dio a conocer una nueva encíclica titulada Fratelli tutti. Tomando en cuenta que la anterior, Laudato si, tuvo una gran relevancia para el debate de ideas políticas más allá del ámbito del cristianismo y el catolicismo, bien merece un breve análisis de sus aspectos más relevantes. Si Laudato si fue interpretada como una encíclica “ecologista” que tuvo como eje central “el cuidado de la Casa Común”, podría decirse, desde mi punto de vista, que aquí el eje central es la cuestión migratoria. Por supuesto que en paralelo, al igual que en la encíclica anterior, se abordan diferentes temáticas pero el núcleo tiene que ver con una problemática que se está discutiendo en todo el mundo pero especialmente en Europa y que a Francisco le ha preocupado desde el inicio de su papado. De hecho su primer viaje oficial fue a la isla de Lampedusa la cual se había transformado de hecho en un gran campo de refugiados que vivían en condiciones inhumanas y que frecuentemente era testigo del hundimiento de balsas o estructuras precarias con decenas y hasta centenares de personas que escapaban desesperadas hacia Europa empujadas por la persecución y las hambrunas.

Ahora bien, desde el punto de vista de la Argentina, no es ésa una problemática que esté en agenda más allá de que la cuestión migratoria suele reaparecer espasmódicamente cada vez que hay crisis económica. Sin embargo, como indicaba, la encíclica toma posición en otros temas que sí forman parten de la agenda del debate público en nuestro país y lo hace, claramente, desde lo que se conoce como la doctrina social de la Iglesia, esto es, el conjunto de ideas del cual abrevó el peronismo. Me interesa, entonces, repasar las principales afirmaciones porque dan herramientas para la discusión en un contexto donde el gobierno que lleva diez meses en la administración recibe críticas de sus adversarios pero también críticas internas especialmente por sus decisiones en materia de política económica, comunicacional y exterior.

A los fines expositivos podría decirse que en Fratelli tutti se sostiene una idea rectora de Francisco: el individualismo relativista propio de los tiempos posmodernos es la matriz cultural que da vida al neoliberalismo y que redunda en una cultura del descarte. El resultado de ello es mayor desigualdad y aumento de la cantidad de pobres. La idea de “abrirse al mundo”, afirma Francisco, ha sido cooptada por el neoliberalismo y el lenguaje económico para propiciar el flujo de mercancías y avanzar hacia una globalización que homogeniza y universaliza olvidando las diferencias. En este punto, Francisco hace suyas críticas clásicas al universalismo que el liberalismo ha heredado de la ilustración y lo expone como una suerte de individualismo ahistórico que lejos de ser neutral impone una cosmovisión del mundo.  

Sin embargo, antes de que lo acusen de “populista”, como si la crítica al individualismo solo pudiera realizarse desde esa inasible categoría, Francisco advierte en el parágrafo 155: “El desprecio de los débiles puede esconderse en formas populistas, que los utilizan demagógicamente para sus fines, o en formas liberales al servicio de los intereses económicos de los poderosos. En ambos casos se advierte la dificultad para pensar un mundo abierto que tenga lugar para todos, que incorpore a los más débiles y que respete las diversas culturas”.

El ataque al individualismo, comentaba, está presente en la gran mayoría de las intervenciones de Francisco y es uno de los ejes de la doctrina social y del peronismo para los cuales la comunidad es más que la suma de las partes. Y esto lleva a uno de los puntos más controversiales de la tradición y que más críticas recibe desde la perspectiva liberal. Me refiero a la función social de la propiedad que era el núcleo de la constitución peronista del 49 frente a la constitución de tradición liberal e inspiración alberdiana. Que la propiedad tenga una función social que está por encima del derecho individual se basa en lo que se conoce como “el destino universal de los bienes”, esto es, la idea de que los bienes de la creación han sido otorgados a la humanidad en su conjunto. En tiempos donde se discute el derecho a tomar tierras y qué tipo de actitud debe adoptar el Estado, en el parágrafo 120 Francisco afirma: “Vuelvo a hacer mías y a proponer a todos unas palabras de san Juan Pablo II cuya contundencia quizás no ha sido advertida: «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno». En esta línea recuerdo que «la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada». El principio del uso común de los bienes creados para todos es el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social», es un derecho natural, originario y prioritario. (…) El derecho a la propiedad privada sólo puede ser considerado como un derecho natural secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes creados”.

A juzgar por los carriles que suele transitar la discusión actual, independientemente de la posición que se adopte al respecto, ésta parece ser la idea más revolucionaria y controvertida de la encíclica, si bien, como se indicaba, está lejos de ser novedosa. Lo que sí en todo caso cabe resaltar, es que Francisco la utiliza no solo como herramienta para justificar una redistribución de la tierra dentro de cada Estado sino también para fundamentar el derecho que tienen los migrantes a ser acogidos en condiciones dignas por los países receptores. 

Asimismo, en relación al populismo, Francisco parece meterse de lleno en una discusión conceptual interesantísima en los parágrafos que van del 156 al 160. Por un lado advierte que las perspectivas liberales globalistas utilizan el término “populista” de manera peyorativa para desacreditar cualquier punto de vista crítico lo cual lleva, paradójicamente, a incentivar la polarización que estos sectores dicen combatir.  Pero por otro lado también parecería querer discutir con la tradición de la izquierda populista de Ernesto Laclau. Es que para Francisco el pueblo no es una “construcción” articulada de demandas insatisfechas sino una entidad mítica. Lo dice así: “(…) existe un malentendido: «Pueblo no es una categoría lógica, ni una categoría mística, si lo entendemos en el sentido de que todo lo que hace el pueblo es bueno, o en el sentido de que el pueblo sea una categoría angelical. Es una categoría mítica […] Cuando explicas lo que es un pueblo utilizas categorías lógicas porque tienes que explicarlo: cierto, hacen falta. Pero así no explicas el sentido de pertenencia a un pueblo. La palabra pueblo tiene algo más que no se puede explicar de manera lógica. Ser parte de un pueblo es formar parte de una identidad común, hecha de lazos sociales y culturales. Y esto no es algo automático, sino todo lo contrario: es un proceso lento, difícil… hacia un proyecto común»”.

Asimismo arremete contra cierto populismo de derecha y nacionalista para el cual el pueblo sería una categoría cerrada que debe expulsar todo elemento foráneo cuando afirma “la categoría de “pueblo” es abierta. Un pueblo vivo, dinámico y con futuro es el que está abierto permanentemente a nuevas síntesis incorporando al diferente. No lo hace negándose a sí mismo, pero sí con la disposición a ser movilizado, cuestionado, ampliado, enriquecido por otros, y de ese modo puede evolucionar”.

De la reivindicación de pueblo se sigue, a su vez, la reivindicación de que el pueblo al que se quiere rescatar es al “pueblo trabajador”. En este sentido, Francisco parece entrar de lleno en otro de los grandes temas de la agenda argentina. Si lo central y lo que da dignidad es el trabajo, no debe haber lugar para los planes sociales. En todo caso, indica en el parágrafo 162, la ayuda estatal a los pobres mediante planes y asistencialismo debe ser siempre provisoria. Otro punto que no quisiera pasar por alto es el del rol de un principio que es central en la doctrina social de la Iglesia y en el peronismo: el principio de subsidiariedad. Efectivamente, se ha instalado en la actualidad, desde la oposición al peronismo pero también desde sectores del oficialismo, que el peronismo considera que la única solución a los problemas es “asistencialismo y agrandamiento del Estado”. Sin embargo, el principio de subsidiariedad indica que el Estado se encargará solo de aquellas cuestiones orientadas al bien común que, por distintas razones que pueden tener que ver con recursos, logística, etc., no puedan ser resueltas por los individuos o por organizaciones intermedias. Es decir, el Estado es la última y no la primera respuesta. Si un problema lo pudo resolver antes la gente en sus relaciones interpersonales o la organización social, ¿para qué hace falta el Estado?        

Por último, respecto de los debates actuales que atraviesan al movimiento feminista, a lo largo de la encíclica hay referencias directas e indirectas. En el parágrafo 18 se pronuncia abiertamente contra el aborto pero en el 23 indica “la organización de las sociedades en todo el mundo todavía está lejos de reflejar con claridad que las mujeres tienen exactamente la misma dignidad e idénticos derechos que los varones”. Más sutil parece la referencia que se hace en los parágrafos 102 y 13. En el primero parece referir a las denominadas políticas de la identidad que, fragmentando las reivindicaciones, romperían la unidad del pueblo y desplazarían a un segundo plano el énfasis en la dignidad del trabajo: “¿Qué reacción podría provocar hoy esa narración, en un mundo donde aparecen constantemente, y crecen, grupos sociales que se aferran a una identidad que los separa del resto? ¿Cómo puede conmover a quienes tienden a organizarse de tal manera que se impida toda presencia extraña que pueda perturbar esa identidad y esa organización autoprotectora y autorreferencial?”. En lo que respecta al segundo parágrafo mencionado, Francisco parece seguir la crítica que advierte que la lógica de la deconstrucción es funcional al individualismo neoliberal que busca quebrar toda estabilidad porque piensa la identidad como una mercancía que arbitraria y subjetivamente se puede elegir en una góndola de supermercado: “se alienta también una pérdida del sentido de la historia que disgrega todavía más. Se advierte la penetración cultural de una especie de “deconstruccionismo”, donde la libertad humana pretende construirlo todo desde cero. Deja en pie únicamente la necesidad de consumir sin límites y la acentuación de muchas formas de individualismo sin contenidos”.

Para finalizar, en el parágrafo 246, Francisco pareciera tener en mente uno de los grandes temas de la Argentina posdictadura y enfoca explícitamente si es posible y deseable una suerte de “gran reconciliación”. Frente a esto indica: “no es posible decretar una “reconciliación general”, pretendiendo cerrar por decreto las heridas o cubrir las injusticias con un manto de olvido. ¿Quién se puede arrogar el derecho de perdonar en nombre de los demás? Es conmovedor ver la capacidad de perdón de algunas personas que han sabido ir más allá del daño sufrido, pero también es humano comprender a quienes no pueden hacerlo. En todo caso, lo que jamás se debe proponer es el olvido”. 

Como se puede ver, más allá de lo que considero que es el tema central de la encíclica, existen varios pasajes que marcan con claridad cuál es la posición de Francisco en temas que están en la agenda cotidiana de la discusión pública argentina. Que la encíclica no haya tenido la suficiente difusión hasta ahora puede tener que ver con que genera incomodidades varias: no solo a la oposición sino también al propio gobierno, inmerso en problemas de gestión y tensiones ideológicas varias. En tiempos donde nadie quiere apartarse del confort de la confirmación de prejuicios, la máxima autoridad de los católicos se propone discutir las políticas migratorias, la sacralidad del derecho individual de la propiedad, los planes sociales, el rol del Estado, el sujeto de la historia y el sentido de la memoria histórica. Independientemente de si se es católico o si se comparte lo dicho por Francisco, habría que celebrar un texto que se propone discutirlo todo.    

 


lunes, 5 de octubre de 2020

Cuando el manipulado siempre es el otro (publicado el 30/9/20 en www.disidentia.com)

 

Netflix acaba de estrenar un documental de producción propia que está teniendo gran repercusión a lo largo del mundo. Se llama “The social dilemma” (El dilema de las redes sociales), está dirigido por Jeff Orlowski y revela lo que para cierto público podrían ser grandes novedades con el plus de que quienes hacen las revelaciones son programadores, diseñadores, empleados y un buen número de máximos responsables de las principales empresas de tecnología de Silicon Valley. Si lo pensamos en términos de producto, no hay nada que seduzca más que un documental donde aparecen presuntos arrepentidos, máxime si lo que esos arrepentidos indican puede agruparse en una narrativa apocalíptica donde aparece gente muy mala capaz de asustar a padres progresistas respecto a qué mundo le estamos dejando a sus hijos.

¿Por qué deberían asustarse los padres progresistas? En primer lugar, porque el documental muestra al famoso psicólogo Jonathan Haidt afirmando que desde 2009 las tasas de autolesiones y suicidios aumentaron exponencialmente entre las adolescentes. ¿Qué tiene que ver esto con las redes sociales? Es que Haidt adjudica el fenómeno a que en el año 2009 llegaron las redes sociales masivamente a los teléfonos celulares y los que nacieron en 1996 son la primera generación que tenía redes sociales cuando ingresó al colegio secundario. Pero hay algo más de qué preocuparse: me refiero a la cada vez más extendida “Dismorfia de Snapchat”, esto es, el crecimiento de cirugías estéticas en adolescentes que buscan parecerse a las imágenes de ellos mismos atravesados por los populares filtros de la red social mencionada. En las fotos y con filtros todos somos lindos. El problema es que en algún momento parece que hay que salir a la calle y cruzarse con gente.

Ahora bien, más allá del susto de los padres, ¿qué es lo que revela The social dilemma? Que el modelo de negocios creado por cincuenta diseñadores de California ha logrado transformar al mundo y que si no pagas por el producto, el producto eres tú porque son los anunciantes, y no los usuarios, los verdaderos clientes de las empresas que han moldeado internet. Los usuarios, en todo caso, somos el producto que se le ofrece a los anunciantes y por lo que los anunciantes pagan.

Entonces, antes que vender nuestros datos, aun cuando eventualmente lo hubieran hecho, lo que empresas como Facebook hacen es construir, tomando como base la información que brindamos en nuestras navegaciones, modelos capaces de predecir nuestras acciones. Se trata de los famosos algoritmos creados gracias a la inteligencia artificial y que, según los arrepentidos, “se nos han ido de las manos”. En este punto, el documental cae en el clásico escenario frankesteiniano de la creación artificial humana que cobra autonomía y luego se vuelve contra la humanidad.  

La pregunta que surge entonces es por qué seguimos en las redes sociales. Y el documental tiene una respuesta para ello. Es que dado que el modelo de negocio implica que la gente se mantenga la mayor cantidad de tiempo en pantalla, Google, Instagram, Twitter y cada una de las empresas en cuestión, nos ofrecen una serie de incentivos capaces de generar adicción. Uno de ellos, quizás el más popular, es el “Me gusta” de Facebook y su éxito estaría basado en una lógica conductista básica. Así, se entrevista a Anna Lembke, Directora de adicciones de la Universidad de Stanford para explicar que “hay un imperativo biológico para conectarnos con la gente que afecta directamente la producción de dopamina como recompensa”. Resulta entonces que los ingenieros que diseñaron este modelo consideran que los humanos funcionamos como lo imaginaba la psicología conductista hace mucho tiempo y que respondemos como perros al castigo y al premio. El punto es que, según el documental, no estamos hechos para recibir aprobación social todo el tiempo y eso genera grandes saltos emocionales, de la euforia a la frustración, y, sobre todo, mucha ansiedad. En este sentido, se recrea una situación en la que una adolescente publica una selfie en una red social en la que automáticamente recibe gran cantidad de “Me gusta” y corazoncitos hasta que uno de sus seguidores se burla de sus orejas y allí, claro está, comienza la desesperación. Le pasa a los adolescentes con sus fotos pero también les pasa a los adultos y especialmente a los periodistas, incluso a los que tienen lindas orejas, por la sencilla razón de que están poco acostumbrados a que alguien objete su trabajo.   

En realidad, el documental prácticamente sigue la línea del libro Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato, publicado en 2018 por Jaron Lanier, una suerte de gurú de la realidad virtual y las redes, quien lleva tiempo siendo crítico de lo que, considera, son algunas derivas peligrosas de este modelo de negocio. Entre otras cosas, Lanier, quien interviene repetidamente en el documental, entiende que internet y las redes sociales se han transformado en un gran sistema de manipulación que va transformando tu conducta y tu percepción y, a partir de ahí, tanto el libro como el documental tematizan cada una de las obsesiones de la progresía bienpensante con un mensaje subrepticio: el manipulado siempre es el otro. Entonces las fake news; la polarización de las sociedades; los resultados inesperados de elecciones como las de Estados Unidos, Brexit o Brasil; los fundamentalismos; el populismo; las teorías conspirativas y el terrorismo, son producto de oscuras manipulaciones. En este sentido, The social dilemma reproduce de manera calcada la misma lógica que otro documental de Netflix, The Great Hack, sobre el caso Cambridge Analytica, el cual supe comentar aquí mismo. En aquella ocasión advertí que la intención de poner énfasis en el modo en que una empresa de minería de datos utilizó la  información de usuarios para incidir de alguna manera en elecciones como las de Estados Unidos en 2016 y la del Brexit, era la última esperanza progresista para explicar el gran fracaso de su agenda identitaria y el solipsismo en el que habían caído todos sus hegemónicos medios afines. Consumada la gran sorpresa, no hubo autocrítica ni ninguna intención de revisar por qué, por ejemplo, sectores de trabajadores afectados por la globalización decidieron votar a Trump a pesar de que siempre se habían volcado hacia el partido demócrata. Algo parecido sucedió en Gran Bretaña cuando un poco más de la mitad de la ciudadanía dejó en claro que no quería pertenecer a este modelo de Unión Europea. ¿Cuál fue la respuesta de los derrotados? Echar las culpas a las reacciones conservadoras, los resabios que se resisten al progreso y a la derecha fascista. Y por supuesto que algo de eso hay pero como es difícil imaginar que esas resistencias superen el 50%, el tiro de gracia debía venir por la manipulación. Entonces mis adversarios son tontos: pueden ser manipulados. Yo, por supuesto, no.          

Así, el resultado electoral que no nos gusta se explica por las mismas razones que se explican las fake news y las teorías conspirativas. De hecho el documental menciona un estudio que indica que una noticia falsa se viraliza seis veces más rápido que una verdadera. Pero también se encarga de explicar cómo el algoritmo detecta quién es proclive al consumo de teorías conspirativas y lo induce a que consuma otras de modo tal que el terraplanista acaba siendo un antivacuna que niega la llegada del hombre a la luna y cree que en los sótanos de las pizzerías funcionan redes de pedofilia. Todo es lo mismo. Todos manipulados. Del antivacuna al votante de Trump. Todos imbéciles que fueron llevados de las narices por el algoritmo de Youtube que “se les fue de las manos” a los ingenieros porque encontró en la polarización y en la propagación de delirios una forma de mantener a la gente en la pantalla microsegmentándolos para saber qué producto venderles. A propósito de esta posibilidad de individualización, el documental menciona la posibilidad de que, en un futuro próximo, cada usuario reciba la noticia que más se adecua a su satisfacción. Pero en realidad esto ya sucede puesto que según la región, las búsquedas y el perfil del usuario, el buscador de Google puede arrojar distintos resultados. Así, alguien de izquierdas en un distrito demócrata puede poner en su buscador “Cambio climático” y Google lo completará con “es la destrucción de la naturaleza”; pero ante la misma búsqueda, quien viva en un distrito republicano y sea de derechas, verá completada automáticamente su búsqueda con “(el cambio climático) es una farsa”.

La narrativa apocalíptica culmina con uno de los entrevistados afirmando que vamos a una guerra civil, otro dice que se va a destruir la civilización por ignorancia voluntaria, un tercero se escandaliza con la posibilidad de que no se resuelva el problema del cambio climático y así podríamos seguir con otras intervenciones en las que se indica que se degradarán las democracias, se arruinará la economía y quizás no sobrevivamos. Pero por suerte, el documental nos ofrece una salida y allí el film pasa del apocalipsis y de un enfoque conspirativo sobre las conspiraciones, a una serie de respuestas cándidas que no pueden más que dibujarnos una mueca en el rostro.

Si tomamos por ejemplo algunas de las afirmaciones de quien es el principal arrepentido y quien marca el eje del relato, Tristan Harris, quien trabajara en el área de ética de Google, su solución para las fake news es regresar a que todos podamos percibir una única realidad, una base empírica común. Cómo después de 2500 años de filosofía occidental alguien puede afirmar que la solución para la mentira, ante el hecho del pluralismo y en el marco de un sistema que estimula la diferenciación al máximo, es percibir un único mundo o, al menos, consensuar una base empírica común, parece casi una burla. Lo mismo sucede cuando Roger McNamee, uno de los primeros inversores de Facebook, se manifiesta preocupado por lo que significaría Facebook en manos de un dictador o un gobierno autoritario. ¡Como si no hubiera razones suficientes para estar preocupado por el hecho de que nuestros datos estén en manos de estas empresas! De aquí se seguiría que el modelo de negocios no es el problema sino que solo deberíamos preocuparnos por la posibilidad de que una herramienta presuntamente neutral y realizada con buena voluntad, cayera en las manos indeseadas de los enemigos de siempre: Rusia, China, etc.    

Asimismo, a lo largo del film se deja entrever que las redes sociales están dando pie a persecuciones individuales, genocidios y actos de terrorismo de “lobos solitarios”. Seguramente es así, y aprovecho este momento para indicar que buena parte de lo que se indica en The social dilemma es verdad. Pero el documental pasa por alto que además de preocuparnos por estos supuestos exabruptos del sistema, estos “errores de la matrix”, lo que debería preocuparnos es el sistema mismo. Dicho de otra manera: no tenemos que preocuparnos solo por la “anormalidad” que arroja el sistema sino por la “normalidad” del sistema. Antes que por los lobos solitarios preocupémonos por la manada, por esa uniformidad que es más terrorífica que la diferencia monstruosa.

Por último, y no es casualidad que se elija a un especialista en ética para guiar el relato, el documental se desarrolla completamente descontextualizado como si el modelo de negocios hubiera sido una creación de algoritmos autónomos. No se toma en cuenta que ese modelo de negocios es el modelo adecuado para esta etapa del capitalismo y la mejor solución que el film ofrece son algunas regulaciones y una salida “ética” e individual. Algo así como “podemos cambiar el sistema desde adentro si somos buenas personas. Yes, We can!”. La famosa solución de la autoayuda por la que cada uno aporta el granito de arena y el cambio interior para que luego la sumatoria de cambios interiores individuales derive en un mundo mejor y así podamos vencer a la gente fea que puede usar nuestras invenciones para hacernos mal. ¡La revolución ética ha comenzado y vencerá a populismos, rusos, chinos, virus, locos y derechas! Todo depende de nosotros y del algoritmo que pronto nos sugerirá ver The social dilemma. Si usted es un padre progresista, entonces, puede dormir tranquilo: el manipulado siempre es el otro.