lunes, 23 de enero de 2023

Confesiones de un villano del clima (publicado el 19/1/23 en www.disidentia.com)

 

Cuál es el tamaño de mi casa; en qué década se construyó; cuál es la fuente de calefacción; si tengo aire acondicionado; si mi edificio tiene acceso a electricidad de fuentes ecológicas; si intento reducir el uso de electricidad; cuántas personas viven en casa; cuántas mascotas tengo; si soy propietario de más de una propiedad y cuál sería el tamaño de las mismas.

 

Cuántos viajes hago en avión; si tengo coche propio; si realizo la práctica de compartir el coche; si tomo taxis, ferrys o transporte público; si me muevo a pie o en bicicleta.

 

Si como carne vacuna; si soy vegetariano; si compro productos de temporada y de origen local; si desperdicio comida; si uso plástico; si consumo aceite de palma; si hago muchas compras; si compro de segunda mano; si regalo o vendo artículos usados; si reciclo; si compenso mi huella de carbono donando dinero a proyectos que reducen las emisiones de CO2…

 

Estas son algunas de las preguntas que aparecen en un test que realicé para conocer mi huella de carbono (www.calculadora-co2.climatehero.me), esto es, la manera en que mis actividades individuales contribuyen o no al calentamiento global. Al finalizar dicho examen el resultado arrojaría si soy un “Villano”, un “Farsante”, un “Amigo” o un “Héroe” del clima. Naturalmente, debo confesarlo, obtuve el título de “Villano” y se me indicó que para poder transformarme en “Héroe” mi vida debería cambiar radicalmente, esto es: debía ser propietario de un único departamento más viejo, más chico y convivir junto a más personas y mascotas que no emitan flatulencias; debería reducir mi consumo de electricidad o, en su defecto, vincularlo a fuentes ecológicas. Además, debería dejar de viajar en avión, en barco y en taxis para moverme a pie, en bicicleta o, en su defecto, en transporte público. Por último, debería abandonar mi dieta de carnes para devenir vegetariano, consumir productos de temporada y origen local, dejar el plástico, reciclar, no comprar productos nuevos sino de segunda mano y, sobre todo, claro está, lavar la culpa por mi villanía aportando dinero a alguna ONG que se encargue de recordarme lo poco que hago por salvar el mundo.    

 

Esta propuesta me recordó el texto “They Killed Their Mother: Avatar as Ideological Symptom”, del crítico británico Mark Fisher, publicado allá por el 2010, acerca de la primera entrega de Avatar. Allí se acusa a esta película de ser un “ecosermón” y de ofrecer una demostración cabal de los discursos anticapitalistas que curiosamente provienen de los entornos y las empresas más capitalistas. Así, por ejemplo, no es casual observar una película de la corporación Disney con un discurso anticorporaciones, o productos que hacen del antimarketing un marketing fenomenal y exitoso. Seguramente filmar una película como Avatar supone acrecentar la huella de carbono que daña al planeta pero, en todo caso, dejemos ese asunto para otro momento pues me interesa centrarme en otro aspecto que señala Fisher. Esto es, la recurrencia a una salida “primitivista”. Efectivamente, si repasamos cuál sería el modo de salvar el mundo, la propuesta pareciera la de un retorno a míticas comunidades originarias que viven colectivamente y que son reacias a los valores de la modernidad.

 

Esto está presente en lo que se conoce como “discursos colapsistas” y/o “decrecentistas” que, como su nombre indica, afirman que es inminente un colapso civilizacional y que la salida está en un “decrecimiento”, es decir, abandonar el paradigma moderno del crecimiento y el progreso hacia unas formas de vida que algunos las ubican entre la práctica ascética y el retorno a cosmovisiones ancestrales de pueblos remotos.

 

De hecho, alguna vez lo mencionamos en este espacio, hasta existe una serie francesa llamada El Colapso, lanzada apenas antes de la pandemia que, inspirada en estas ideas, nos plantea distintos escenarios catastróficos en los que se puede ver desde jóvenes de clase media que acaban robando un supermercado ante la escasez de toallitas femeninas, y una aldea en la que dos grupos se enfrentan por las raciones de comida; hasta una central de energía que no se puede mantener por la falta de combustible, y un hogar de ancianos que es saqueado y donde el único enfermero realiza un suicidio asistido a su paciente favorita antes de que muera de hambre. Si bien la corriente colapsista suele referirse a colapsos múltiples de todo orden, el último capítulo de la serie da a entender que el colapso ha sido ambiental y que los ambientalistas radicalizados finalmente tenían razón.

 

Ahora bien, quienes no vivimos en países del primer mundo asistimos a un test como el mencionado y a series como El colapso con una sensación de ajenidad y distancia que seguramente no es la adecuada pero que existe.

 

Es que no deja de ser extraño que quienes viajan y viajaron en avión nos digan que ahora debemos dejar de hacerlo; que quienes tienen el dinero para costearse una dieta vegana nos digan a quienes vivimos en países donde la carne vacuna es un bien cultural y económico, que debemos abandonarla, etc. En términos generales, digamos que es curioso que los países que ocupan hoy un lugar central en la economía mundial gracias al proceso de industrialización que explica buena parte de la contaminación, les digan a los países que llegaron tarde a ese proceso que ahora es momento de una reconversión energética que será, justamente, liderada por aquellos países que más afectaron el ambiente.

 

A propósito, en estos días se viralizó un discurso del humorista ruso Konstantin Kisin en la universidad de Oxford en el marco de un debate organizado por esta casa de estudios cuyo título es “This House Believes Woke Culture Has Gone Too Far”. En el caso de Kisin, sus dardos fueron dirigidos contra el pensamiento progresista que privilegia su preocupación por el clima en detrimento de problemáticas sociales y económicas https://www.youtube.com/watch?v=zJdqJu-6ZPo . Decir que ocuparse del clima supone automáticamente desentenderse de la pobreza es falaz. No obstante, Kisin da en la tecla cuando menciona a los cientos de millones de personas en África, Asia y Sudamérica que necesitan de progreso material básico sostenido porque no tienen cloacas, ni vivienda ni trabajo y viven con menos de 7 dólares diarios mientras los chicos de Oxford tienen “ecoansiedad” o “solastalgia” (tristeza por el clima) por no poder solucionar el problema del cambio climático. Por qué esos mismos estudiantes carecen de “pobreansiedad” y “pobrestalgia” para resolver el problema de la pobreza es una pregunta que bien podríamos hacer pero, en todo caso, si nos restringimos a la cuestión climática, la respuesta está más bien en cómo solucionar a futuro la problemática.

 

Aquí estoy pasando por alto una infinidad de detalles y debates que se dan al respecto pero me cuesta pensar que la solución posible y deseable sea revivir el mito del buen salvaje, un regreso romántico a un estadio premoderno en el que por no haber capitalismo pareciera que los humanos fueran todos buenos y amantes de los animalitos mientras viven en paz y armonía con la naturaleza, sin guerras, sin explotación y sin sometimientos de un pueblo sobre otro.

    

Lo importante es que esta visión progre “woke” a la que se refiere Kisin no tiene en frente solo a negacionistas que si por ellos fuera destruirían toda posibilidad de mundo habitable. También tiene posturas sensatas por derecha e incluso por izquierda, tal como se sigue de la postura de Fisher, que no son “villanas del clima”. De hecho, en el artículo mencionado, el británico cita el siguiente pasaje de Primero como tragedia de Zizek:

 

“La fidelidad a la idea comunista significa que (…) debemos permanecer resueltamente modernos y rechazar la demasiado fácil generalización por la cual la crítica del capitalismo se transforma en la crítica de la ‘razón instrumental’ o de la ‘civilización tecnológica moderna’”.

 

De este párrafo Fisher concluye: “el problema es, más bien, cómo la civilización tecnológica moderna puede ser organizada de un modo diferente”.

 

Sería pretencioso suponer que las discusiones aquí expuestas pueden resolverse en un texto de esta extensión. Sobre la mayoría de los temas que aquí aparecen lo que surge son más bien dudas o, en el mejor de los casos, la aceptación de la complejidad y la necesidad de evitar los falsos dilemas del estilo “pobreza versus ecología”. Sin embargo, intuyo y razono que la salida está adelante (y no atrás) e incluye a la tecnología. Esto no necesariamente implica evitar replanteos acerca de las formas en las que vivimos o consumimos. Pero no parece haber regreso de la civilización tecnológica y de muchas de los valores y conquistas de la modernidad aun con todos sus bemoles. Algunos dirán “para mal”. Yo diré “para bien”.       

 

martes, 10 de enero de 2023

La risa de los ángeles (publicado el 5/1/23 en www.disidentia.com)

 

Se sabe que a Stalin le gustaba contar anécdotas a sus colaboradores más cercanos y entre sus favoritas estaba la de las 24 perdices. Sucedió en lo que era un día de caza, algo habitual para el georgiano. Tomó una parka, sus esquíes y su fusil para recorrer 13 kilómetros bajo las inclemencias del tiempo. Allí, de repente, observa 24 perdices en la rama de un árbol con tanta mala suerte para él que solo tenía 12 cartuchos. Aun así, decide disparar, mata 12 perdices, luego regresa a la casa que había quedado 13 kilómetros atrás, recoge otros 12 cartuchos, se vuelve a movilizar hasta donde estaban las restantes 12 perdices que seguían en la misma rama, y las mata.

La anécdota aparece en el libro de Milan Kundera, La fiesta de la insignificancia, que a su vez remite a otro libro, en este caso, Las memorias de Jrushchov, el sucesor de Stalin. Pero lo curioso no es la anécdota en sí sino lo que sucede en quienes la escuchan. Porque estoy seguro que el lector, al igual que me ha sucedido a mí, lo primero que hace es reírse puesto que todos sabemos que es imposible que esa anécdota sea real. Sin embargo, Kundera afirma que los colaboradores de Stalin no rieron. De hecho, solo se indignaron y así lo expresaron cuando Stalin se retiraba. Todos interpretaron que era una mentira. Lo que no entendieron es que era una broma. ¿Por qué? Kundera responde: “porque todos [alrededor de Stalin] habían olvidado ya qué es una broma. Y, a mi entender, eso anunciaba ya la llegada de un nuevo gran período de la Historia”.

Kundera anuncia así el crepúsculo de las bromas y la era de las posbromas, más allá de que no ahonde mucho más sobre este punto en el libro. Sin embargo, no solo todos los libros de Kundera tienen un gran sentido del humor sino que además la risa y los chistes han estado presentes desde su primera novela, de 1967, la cual justamente se titula La broma.

A propósito, en este mismo espacio, tiempo atrás habíamos hablado de este libro para graficar el modo en que la continua ampliación de la censura que impone la corrección política y que nos indica también sobre qué y sobre quiénes es posible reír y burlarse, no hace más que mostrar dónde está el poder. Porque pasarán las generaciones, los sistemas, los valores pero algo que sigue sin tolerar el poder es que se rían de él. En La broma, el personaje principal, estudiante universitario, manda una carta a una joven militante a la cual pretende seducir con la mala idea de incluir al final una broma que hace que las autoridades lo consideren un trotskista. Allí comenzarán los pesares del protagonista y también los pesares del propio Kundera quien, tras la publicación de la novela, fue perseguido por el gobierno comunista de Checoslovaquia y debió emigrar. Claro que el destierro de antaño es reemplazado hoy por la cancelación, la cual tiene un costado más perverso porque en el mundo globalizado con la web llegando a cada rincón del planeta, es imposible escapar del estigma, máxime cuando nunca faltará algún idiota útil con ánimo de perseguidor que en algún recóndito lugar crea estar haciendo justicia por una causa noble que leyó en Wikipedia.

En el artículo mencionado, vinculábamos La broma de Kundera con La mancha humana de Philip Roth, otro autor ineludible para comprender buena parte de los fenómenos de la actualidad. Publicada en el 2000, en esta novela Roth ya observa el germen del aparato persecutorio de un “fascismo de las buenas causas” que se estaba gestando en las universidades estadounidenses y que tiempo después se transformaría en la agenda del mundo progresista en nombre del respeto por las minorías. Allí es un veterano profesor quien hace una broma y se pregunta si los alumnos que no habían venido a clase se habían hecho “humo negro”, con la mala suerte de que los alumnos eran efectivamente negros. Si bien ese dato era desconocido para el profesor, la acusación de racismo y la persecución posterior es de antología aunque, lamentablemente, se trata de ese tipo de ficción profética que deviene obsoleta ante una realidad que tristemente la supera.

A propósito de Kundera y Roth me gustaría ir concluyendo con unas reflexiones que surgen de una entrevista que este último le hiciera al primero y que fuera publicada en español en el número 1 de la Revista Quimera en 1980. Allí el escritor estadounidense le pregunta al checo acerca de los distintos tipos de risa que éste menciona en El libro de la risa y el olvido, en particular, la risa del diablo y la risa de los ángeles. Kundera ensaya una respuesta que vale transcribir en su totalidad:

“(…) El hombre usa la misma manifestación fisiológica, la risa, para expresar dos actitudes metafísicas diferentes. Dos amantes corren por un prado, cogidos de la mano, riendo. Su risa no tiene nada que ver con los chistes, con el humor, es la risa seria de los ángeles expresando su alegría de vivir. Los dos tipos de risa forman parte de los placeres de la vida, pero cuando la risa se lleva al exceso también denota un apocalipsis dual: la risa entusiasta de ángeles fanáticos, tan convencidos de su concepción del mundo que están dispuestos a colgar a cualquiera que no comparta su alegría. Y la otra risa, que nos llega desde el lado opuesto, y que proclama que nada tiene sentido, que incluso los funerales son ridículos y el sexo en grupo una mera pantomima cómica. La vida humana está limitada por dos abismos: el fanatismo por un lado y el absoluto escepticismo del otro”.

La distinción viene a cuento porque es verdad que aun cuando hemos dejado atrás dictaduras como las de Stalin, la cultura imperante que ha penetrado los sistemas educativos está produciendo generaciones enteras que, recelosas de establecer los límites sobre aquello que es pasible de risa, pronto olvidarán qué es una broma de la misma manera que lo habían olvidado los colaboradores de Stalin. 

Sin embargo, claro está, la risa no ha desaparecido pero asimismo se expresa en estas dos actitudes metafísicas que menciona Kundera y que tan bien describen el espíritu posmoderno. Este punto es central porque solemos caer en la idea de que la posmodernidad solo ha traído relativismo y escepticismo de lo cual se sigue que toda risa sería una risa cínica. Y sin dudas la posmodernidad es esto que Kundera identificaría con la risa descreída del diablo, la risa que es propia de los que consideran que ya nada tiene sentido. Pero la posmodernidad es también la risa de los ángeles y no precisamente la de los amantes que corretean por el prado. Ese es precisamente el problema: es la risa de los ángeles que creen tan fanáticamente en su concepción del mundo que son capaces de llevar adelante la inquisición en nombre de la justicia social, la diversidad y el cuidado del planeta. No ríen de felicidad. Ríen como señal para identificar a los propios y marcar a quienes no comparten el entusiasmo por el bien, la belleza y la verdad que impone el canon; es la risa que crea algoritmos policíacos que determinan quién no se ríe fanáticamente. Una risa que no es la consecuencia de una broma sino el apego acrítico a una ideología que determina que algunos son ángeles y otros son diablos; como si la única respuesta al escepticismo fuera obligarnos a vivir atormentados de sentido. 

A lo largo de la historia toda lógica autoritaria ha impuesto a sus súbditos también sobre qué reírse. Pero a diferencia de aquellas épocas en las que las imposiciones eran determinadas por líderes autoritarios, asesinos e hijos de puta, quienes vivimos en estos tiempos tenemos la fortuna de que los inquisidores son todas buenas personas, seguramente víctimas de un tiempo presente o pasado. Estar obligados a reír y eventualmente ser censurados no es grato pero pareciera que debe soportarse cuando es por una buena causa y, sobre todo, cuando su perpetrador es nada más y nada menos que un ángel.