A punto de cumplir su primer año
de gestión, el gobierno llega en su mejor momento: superávit fiscal, una macro
más ordenada, expectativa de crecimiento para el 2025, inflación perforando el
3%, una reactivación despareja pero reactivación al fin, un blanqueo
exitosísimo, un dólar controlado y a la baja con brecha en mínimos históricos,
y caída del Riesgo País augurando la posibilidad de volver a los mercados para
refinanciar deuda. Ni el más optimista de los libertarios imaginaba este
escenario. “Dolor mandriles”, diría el león.
Asimismo, a la luz de los hechos,
se confirma que la desregulación de los alquileres fue una opción superadora a
la insólita ley de alquileres que destrozó el mercado y jodió a propietarios e
inquilinos. Además, sin represión sino gracias a la interrupción del
financiamiento, eliminó el extorsivo corte de calles diario de los piqueteros
sin perjudicar a quienes necesitaban los planes. Durante años fue el tema de agenda
pública y de repente se acabó, simplemente cortando la intermediación y el
chorro de guita que utilizaban los líderes para movilizar a los beneficiarios
amenazándolos con quitarles lo que les correspondía. Es incómodo decirlo, pero,
en este punto, la derecha tenía razón y los resultados están a la vista. Lo
hacían “con la nuestra”.
Acierta también el gobierno en
llamar “periodistas ensobrados” a los periodistas ensobrados. Lo hace de mala
manera, generalizando y apuntando, en algunos casos, a aquellos que,
simplemente, son menos condescendientes que ese círculo íntimo de periodistas
oficialistas que hacen de voceros o presta micrófonos. Si se hiciera sin
agravios y mostrando los hilos quedarían todavía más expuestos para aceptar que,
siempre en los carriles de un debate respetuoso, la participación pública y la
defensa de determinados intereses puede traer como consecuencia la crítica. Hay
que bancarse la pelusa. No los aprietes ni las listas negras como las hubo años
atrás, en algunos casos, ante el silencio de muchos de estos periodistas (de
los ensobrados y los no tanto). Pero sí la crítica: son periodistas, muchachos.
No son el médium ni de la verdad ni de la neutralidad. ¿Quieren opinar y bajar
línea? Acepten que otros opinen y critiquen la línea que bajan. Si el gobierno
va más allá de eso, denúncienlo, pero si se queda en la crítica, no se
victimicen, que en la carrera de la victimización hay muchos delante de ustedes
y el periodismo tradicional es una de las instituciones/casta con menos
credibilidad, desprestigio que han sabido ganar con esmero día a día, por
cierto.
Por último, aun cuando está a la
vista que el ajuste no lo ha pagado la casta, lo cierto es que la ciudadanía
apoya la quita de determinados privilegios, especialmente a gremios como los
aeronáuticos, con algunos referentes que no son Dios pero se creen dueños del
cielo y del tiempo de la gente. Lo mismo con esa suerte de título de
nobleza/cargo hereditario en algunas dependencias del Estado. Uno entiende el
sentido de la medida en su momento, pero los tiempos han cambiado. Que en el
fondo el gobierno apunte allí porque su voluntad es atacar lo público y privatizarlo
todo, (lo que da déficit y lo que no), no invalida muchos de los señalamientos
que realiza. Lo hace con provocaciones y, una vez más, con generalizaciones
injustas, pero esos casos existen. Si el gobierno anterior hubiera querido defender
lo público, en vez de hacer la vista gorda, debió haber actuado. Pero, claro
está, no lo hizo.
En otros aspectos, en cambio, la
actual administración entra como elefante en el bazar y muestra improvisación,
sobreideologización, medias verdades y mucho argumento ad hoc. Se vio algo de eso con las universidades cuando buena parte
de sus argumentos son atendibles (la denuncia de las cajas políticas, por
ejemplo) pero son razones que se esgrimen a cuenta gotas para ganar el debate
de la semana ante la ausencia evidente de un plan general para la educación y
la ciencia vinculado a un modelo de país.
Más torpe aún es cuando ingresa
en debates como los de la literatura presuntamente pornográfica en los colegios
secundarios de la provincia de Buenos Aires. No sabemos en qué porcentajes,
pero la cruzada anti progre le ha traído una buena cantidad de votos al
gobierno, del mismo modo que esa agenda permite entender parte del triunfo de
Trump, pero, como suele ocurrir, ha habido una sobreactuación a partir de un
par de páginas que, en todo caso, pueden ser de mal gusto o no, pero que han llevado
el debate a un terreno superado. Me refiero al de la educación sexual como
asunto del Estado o de la familia. Para decirlo brutalmente, las miradas más
conservadoras consideran que los temas de la sexualidad son responsabilidad de
los padres y la casa, mientras que los sectores más progresistas entienden que
la escuela cumple un rol formativo en ese aspecto como lo hace con el resto de
las asignaturas. Como suele ocurrir, el debate escondía ese debate más de fondo
pero, además, plantea un falso dilema en el que la mayoría no repara. Es que
para el progresismo, educación sexual devino sinónimo de ESI. Entonces el falso
dilema es: conservadurismo de dinosaurios o ESI. Y se puede decir que no a
ambas cosas, es decir, alguien podría defender la educación sexual en los
colegios y sin embargo poner en tela de juicio al menos parte del contenido
woke de la ESI. De hecho, antes de la ESI también existía educación sexual.
Pero es más simple plantear el debate en términos de viejos vinagres contra espíritus
libres progres que vuelven a su lugar más confortable y denuncian “censura”.
Bienvenido sea ese retorno, por cierto, porque en los últimos años, quienes
persiguieron, cambiaron los planes de estudios, se preocuparon por cómo
debíamos hablar, modificaron frases, argumentos y finales de obras clásicas, reescribieron
la historia a piacere, cancelaron
gente y censuraron libros en función de la moral del autor, no fue la derecha,
ni fue la Iglesia: fue el progresismo. Ahora hace falta que vuelva a ser
rebelde, aunque algunos signos muestran que para eso falta tiempo. Imaginen: el
presidente anarco capitalista entra a los actos cantando La Renga y la
principal candidata opositora con los pibes para la liberación, deja las
banderas rojas y negras del Indio y las reemplaza por “Es mi fanático, me
vuelve loca, toda la noche me sueña y se toca” de Lali Espósito. ¡Cosas
veredes, Sancho!
Llegamos finalmente a la insólita
idea de la creación del “brazo armado” del mileismo con aclaración posterior de
que no se trataba de un escuadrón parapolicial sino de una metáfora: “el brazo
armado con celulares”, en la línea ya algo pasada de moda de las
interpretaciones naif respecto del rol de la tecnología y las redes. Recuerdo
incluso que ya sonaba vetusto cuando Durán Barba y Santiago Nieto publican La política en el siglo XXI en 2017 y en
la edición argentina incluían una mano sosteniendo un celular en la tapa. Es
que entre la revolucionaria primavera árabe y los algoritmos de Facebook
fomentando la polarización y siendo partícipes necesarios de genocidios, tal
como mencionábamos días atrás leyendo Código
Roto de Jeff Horwitz, ha pasado poco tiempo, (algo más de 10 años), pero
muchas cosas. Agreguemos a esto la controversia actual en torno a X (ex
Twitter), con medios como The Guardian
o La Vanguardia abandonando sus
cuentas después de aducir que, con la llegada de Musk, la red devino difusora
de las ideas de ultraderecha.
Y sí, efectivamente, no solo en
Twitter, hoy parece haber un retroceso a nivel político, cultural y social de
las ideas progresistas que dominaban la discusión hace apenas 5 años atrás. Si
esta huida hacia “espacios seguros”, tan propia del progresismo, supondrá algún
cambio, no lo sabremos, aunque sospechamos que solo generará más cámaras de eco
y más polarización.
En síntesis, forzando la
interpretación pareciera entonces que “el brazo armado con un celular” es dar
una batalla cultural en redes denunciando marxismo por todos lados contra
progresistas que acusan de fascismo todo lo que no sea progre.
Veremos qué deparará el futuro,
aunque ya hemos visto que las tendencias son cambiantes y que lo que retorna,
nunca retorna igual.
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