jueves, 28 de noviembre de 2024

Las verdades incómodas de Milei (editorial de No estoy solo del 23.11.24)

 

A punto de cumplir su primer año de gestión, el gobierno llega en su mejor momento: superávit fiscal, una macro más ordenada, expectativa de crecimiento para el 2025, inflación perforando el 3%, una reactivación despareja pero reactivación al fin, un blanqueo exitosísimo, un dólar controlado y a la baja con brecha en mínimos históricos, y caída del Riesgo País augurando la posibilidad de volver a los mercados para refinanciar deuda. Ni el más optimista de los libertarios imaginaba este escenario. “Dolor mandriles”, diría el león.  

Asimismo, a la luz de los hechos, se confirma que la desregulación de los alquileres fue una opción superadora a la insólita ley de alquileres que destrozó el mercado y jodió a propietarios e inquilinos. Además, sin represión sino gracias a la interrupción del financiamiento, eliminó el extorsivo corte de calles diario de los piqueteros sin perjudicar a quienes necesitaban los planes. Durante años fue el tema de agenda pública y de repente se acabó, simplemente cortando la intermediación y el chorro de guita que utilizaban los líderes para movilizar a los beneficiarios amenazándolos con quitarles lo que les correspondía. Es incómodo decirlo, pero, en este punto, la derecha tenía razón y los resultados están a la vista. Lo hacían “con la nuestra”.  

Acierta también el gobierno en llamar “periodistas ensobrados” a los periodistas ensobrados. Lo hace de mala manera, generalizando y apuntando, en algunos casos, a aquellos que, simplemente, son menos condescendientes que ese círculo íntimo de periodistas oficialistas que hacen de voceros o presta micrófonos. Si se hiciera sin agravios y mostrando los hilos quedarían todavía más expuestos para aceptar que, siempre en los carriles de un debate respetuoso, la participación pública y la defensa de determinados intereses puede traer como consecuencia la crítica. Hay que bancarse la pelusa. No los aprietes ni las listas negras como las hubo años atrás, en algunos casos, ante el silencio de muchos de estos periodistas (de los ensobrados y los no tanto). Pero sí la crítica: son periodistas, muchachos. No son el médium ni de la verdad ni de la neutralidad. ¿Quieren opinar y bajar línea? Acepten que otros opinen y critiquen la línea que bajan. Si el gobierno va más allá de eso, denúncienlo, pero si se queda en la crítica, no se victimicen, que en la carrera de la victimización hay muchos delante de ustedes y el periodismo tradicional es una de las instituciones/casta con menos credibilidad, desprestigio que han sabido ganar con esmero día a día, por cierto.  

Por último, aun cuando está a la vista que el ajuste no lo ha pagado la casta, lo cierto es que la ciudadanía apoya la quita de determinados privilegios, especialmente a gremios como los aeronáuticos, con algunos referentes que no son Dios pero se creen dueños del cielo y del tiempo de la gente. Lo mismo con esa suerte de título de nobleza/cargo hereditario en algunas dependencias del Estado. Uno entiende el sentido de la medida en su momento, pero los tiempos han cambiado. Que en el fondo el gobierno apunte allí porque su voluntad es atacar lo público y privatizarlo todo, (lo que da déficit y lo que no), no invalida muchos de los señalamientos que realiza. Lo hace con provocaciones y, una vez más, con generalizaciones injustas, pero esos casos existen. Si el gobierno anterior hubiera querido defender lo público, en vez de hacer la vista gorda, debió haber actuado. Pero, claro está, no lo hizo.       

En otros aspectos, en cambio, la actual administración entra como elefante en el bazar y muestra improvisación, sobreideologización, medias verdades y mucho argumento ad hoc. Se vio algo de eso con las universidades cuando buena parte de sus argumentos son atendibles (la denuncia de las cajas políticas, por ejemplo) pero son razones que se esgrimen a cuenta gotas para ganar el debate de la semana ante la ausencia evidente de un plan general para la educación y la ciencia vinculado a un modelo de país.

Más torpe aún es cuando ingresa en debates como los de la literatura presuntamente pornográfica en los colegios secundarios de la provincia de Buenos Aires. No sabemos en qué porcentajes, pero la cruzada anti progre le ha traído una buena cantidad de votos al gobierno, del mismo modo que esa agenda permite entender parte del triunfo de Trump, pero, como suele ocurrir, ha habido una sobreactuación a partir de un par de páginas que, en todo caso, pueden ser de mal gusto o no, pero que han llevado el debate a un terreno superado. Me refiero al de la educación sexual como asunto del Estado o de la familia. Para decirlo brutalmente, las miradas más conservadoras consideran que los temas de la sexualidad son responsabilidad de los padres y la casa, mientras que los sectores más progresistas entienden que la escuela cumple un rol formativo en ese aspecto como lo hace con el resto de las asignaturas. Como suele ocurrir, el debate escondía ese debate más de fondo pero, además, plantea un falso dilema en el que la mayoría no repara. Es que para el progresismo, educación sexual devino sinónimo de ESI. Entonces el falso dilema es: conservadurismo de dinosaurios o ESI. Y se puede decir que no a ambas cosas, es decir, alguien podría defender la educación sexual en los colegios y sin embargo poner en tela de juicio al menos parte del contenido woke de la ESI. De hecho, antes de la ESI también existía educación sexual. Pero es más simple plantear el debate en términos de viejos vinagres contra espíritus libres progres que vuelven a su lugar más confortable y denuncian “censura”. Bienvenido sea ese retorno, por cierto, porque en los últimos años, quienes persiguieron, cambiaron los planes de estudios, se preocuparon por cómo debíamos hablar, modificaron frases, argumentos y finales de obras clásicas, reescribieron la historia a piacere, cancelaron gente y censuraron libros en función de la moral del autor, no fue la derecha, ni fue la Iglesia: fue el progresismo. Ahora hace falta que vuelva a ser rebelde, aunque algunos signos muestran que para eso falta tiempo. Imaginen: el presidente anarco capitalista entra a los actos cantando La Renga y la principal candidata opositora con los pibes para la liberación, deja las banderas rojas y negras del Indio y las reemplaza por “Es mi fanático, me vuelve loca, toda la noche me sueña y se toca” de Lali Espósito. ¡Cosas veredes, Sancho!    

Llegamos finalmente a la insólita idea de la creación del “brazo armado” del mileismo con aclaración posterior de que no se trataba de un escuadrón parapolicial sino de una metáfora: “el brazo armado con celulares”, en la línea ya algo pasada de moda de las interpretaciones naif respecto del rol de la tecnología y las redes. Recuerdo incluso que ya sonaba vetusto cuando Durán Barba y Santiago Nieto publican La política en el siglo XXI en 2017 y en la edición argentina incluían una mano sosteniendo un celular en la tapa. Es que entre la revolucionaria primavera árabe y los algoritmos de Facebook fomentando la polarización y siendo partícipes necesarios de genocidios, tal como mencionábamos días atrás leyendo Código Roto de Jeff Horwitz, ha pasado poco tiempo, (algo más de 10 años), pero muchas cosas. Agreguemos a esto la controversia actual en torno a X (ex Twitter), con medios como The Guardian o La Vanguardia abandonando sus cuentas después de aducir que, con la llegada de Musk, la red devino difusora de las ideas de ultraderecha.

Y sí, efectivamente, no solo en Twitter, hoy parece haber un retroceso a nivel político, cultural y social de las ideas progresistas que dominaban la discusión hace apenas 5 años atrás. Si esta huida hacia “espacios seguros”, tan propia del progresismo, supondrá algún cambio, no lo sabremos, aunque sospechamos que solo generará más cámaras de eco y más polarización.  

En síntesis, forzando la interpretación pareciera entonces que “el brazo armado con un celular” es dar una batalla cultural en redes denunciando marxismo por todos lados contra progresistas que acusan de fascismo todo lo que no sea progre.

Veremos qué deparará el futuro, aunque ya hemos visto que las tendencias son cambiantes y que lo que retorna, nunca retorna igual.              

 

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