miércoles, 4 de junio de 2025

Judith Butler: enfrentar el odio sin la censura estatal (publicado el 26.5.25 en www.theobjective.com)

 

Desde que la discusión pública ha comenzado a girar en torno a la agenda de las minorías, uno de los grandes temas en debate ha sido el de los denominados “discursos de odio”. La definición más o menos estándar entiende por tales aquellos enunciados ofensivos que se profieren contra algún individuo o una comunidad por razones religiosas, de raza, género, elección sexual, etc., y deduce de allí que es necesaria la intervención estatal para regularlos.

Sin embargo, claro está, dado que el intento de regulación podría entrar en tensión con la libertad de expresión, indagar en las características propias de este tipo de enunciados y en las respuestas legales y políticas frente a ellos, se hace imperioso y es una buena razón para leer la primera edición en español de Palabras que hieren (Paidós), perteneciente a Judith Butler, probablemente una de las mayores referentes intelectuales de la temática y de lo que podría denominarse movimiento queer.

Este último dato viene al caso porque un lector desprevenido y prejuicioso podría frenar aquí mismo la lectura e inferir que estamos frente a una autora que, en línea con las políticas de los gobiernos progresistas del mundo y las universidades Woke, buscará justificar la censura contra este tipo de discursos elevando a la condición de víctimas esenciales y eternas a las minorías señaladas. Y no es el caso. Más bien debería decirse que, aun cuando la Judith Butler más académica, en algunas circunstancias, difiera de la Judith Butler más activista e incluso cuando esa diferencia, muchas veces, intente ser salvada de modos no siempre felices, lo cierto es que se le suele adjudicar a Butler cosas que Butler no sostiene.

“Cuando escribí este libro, quise señalar que las palabras por sí solas no tienen poder para herir, que los artistas y los músicos pueden y deben trabajar con las palabras más hirientes para demostrar su carácter hiriente, para mostrar ese dolor, para oponerse a él y para drenar el poder lesivo que contiene la expresión. Quería salvaguardar la ‘resignificación’ como práctica lingüística, una forma de performatividad que es política”.

Estas palabras, provenientes del prólogo que ella escribiera en 2020 revisando su propia obra, permiten una primera aproximación a una explicación que es compleja. Pero aun cuando, paso seguido, ella admita que, a la luz de los acontecimientos, su mirada en el año 97, fecha de la primera edición del libro, haya sido demasiado optimista, aquí se encuentra el eje de su propuesta: la respuesta frente a los discursos de odio no puede ser (solamente) legal. Debe ser, sobre todo, política. En otras palabras, puede ser que, ante casos muy evidentes, se deba admitir algún tipo de regulación, pero darle al Estado esa potestad es peligroso. De aquí que lo que se deba hacer frente a este tipo de discursos es apropiárselos para transformar el estado de cosas y subvertir el sentido estigmatizante que el emisor pretendió dar.

Nótese que esto va en contra de toda la literatura Woke de las universidades estadounidenses atestadas de victimismo, espacios seguros y las denominadas trigger warnings, esto es, advertencias sobre el contenido de un determinado material capaz de sensibilizar al alumnado.

Naturalmente, Butler, que en este punto es más una anarquista o, si se quiere, una suerte de antiestatalista antipunitivista, no propone una salida “por derecha” afirmando que las nuevas generaciones deben ser fuertes y ser educadas para un futuro de disputa y competición. De hecho, admite que, efectivamente, hay palabras o contenidos que pueden ser insoportables para una persona y que eso debe ser tenido en cuenta. Sin embargo, al mismo tiempo indica que no hay mejor manera de superar un trauma que enfrentarse al mismo. De aquí que se oponga también a la cultura de la cancelación indicando que cuando algo no puede nombrarse se transforma en un tabú y, por ello mismo, conserva su poder.

La clave de su argumentación, la cual, les adelantaba, no es apta para lecturas rápidas, parece estar en las características del discurso de odio y en el hiato temporal que se produce entre el momento del enunciado de éste y el momento de la recepción del mismo.

Para ello, Butler, refiere a la distinción entre actos de habla ilocutivos y perlocutivos que J. L. Austin ofreciera en su célebre Cómo hacer cosas con palabras. Los primeros son aquellos actos de habla que hacen lo que dicen en el momento en que lo dicen (el juez que afirma “Te condeno” crea un estado de cosas nuevo con esas palabras porque, en su decir, hay un hacer). Los segundos son actos de habla que producen ciertos efectos a posteriori (por ejemplo, la acción que realiza el receptor ante un pedido o ante una amenaza). El discurso ilocutivo es el que actúa por sí mismo de manera instantánea (la condena empieza a regir al momento en que el juez lo indica); el perlocutivo simplemente conduce a ciertos efectos posteriores que no necesariamente son aquellos que el discurso y el emisor pretendieron.

Quienes, en general, promueven la censura de los discursos de odio, suelen basarse en la idea de que éstos son ilocutivos, es decir, producen un daño inmediato y suponen una agresión similar a la agresión física. Pero Butler desacuerda en este punto e, interpretándolos como enunciados perlocutivos, busca justificar que el enunciado estigmatizante no cumple esa función al momento de ser enunciado, no es eficaz, sino que está abierto a ser resignificado porque sus efectos posteriores nunca pueden ser del todo controlados. En otras palabras, en lo que haga el insultado con ese insulto cuyo significado siempre excede a la intención de su emisor y está determinado por una cadena de significaciones pasadas, hay una esperanza de lucha por el sentido mucho más valiosa y práctica que la que podría surgir de la decisión censora del Estado o de una normativa universitaria que prohíbe determinadas palabras para que nadie se ofenda.

“Quiero cuestionar de momento la presunción de que el discurso de odio siempre funciona, no para minimizar el dolor que provoca, sino para dejar abierta la posibilidad de que su fracaso abra la puerta a una respuesta crítica”.

Aun cuando Butler reconozca que no es abogada y que en el ámbito legal la discusión puede y, probablemente, deba ser otra, un repaso por Palabras que hieren puede resultar de relevancia, especialmente cuando se lo lee a la luz de todo lo ocurrido desde su primera edición hasta la actualidad. En el mismo sentido, podría ser una guía incluso para toda una generación de activistas progresistas que nacieron después de la primera edición y se reconocen butlerianos pero, al menos en lo que refiere a discursos de odio, promueven agendas intervencionistas y punitivistas en tensión constante con la libertad de expresión y, vaya paradoja, con aquello que la propia Butler postulara. 

 

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