En el año 2002, un proyecto que
intentaba concientizar acerca de la erosión de las costas de California,
publicó varias imágenes entre las que se encontraba, de manera casual, la
mansión perteneciente a Barbra Streisand. La reacción de la actriz fue inmediata:
denuncia al fotógrafo y exigencia de compensación económica y retiro de la
foto. Pero el resultado no deseado también se evidenció rápidamente: si la
imagen original había sido descargada solo 6 veces hasta ese momento, en los
siguientes 30 días el número llegó a 420.000. La intención de que algo no se
vea, la lisa y llana pretensión de censura, generó el efecto contrario haciendo
que esa información llegara incluso a aquellos a los que nunca hubiera llegado.
Tomó tal estado público este evento que, desde aquel momento, se habla del Efecto Streisand para describir cómo los
intentos de censura acaban, paradójicamente, difundiendo aún más la información
que se quería ocultar. “Le prohibieron la manzana, solo entonces la mordió. La
manzana no importaba. Nada más la prohibición”, reza la canción.
Hace 15 días que la opinión
publicada no hace otra cosa que hablar de “los audios” y diversas encuestas
muestran que la gran mayoría de la ciudadanía está al tanto del tema. Sospecho
que, por torpeza, aunque también podría ser una estrategia comunicacional, tras
días de zozobra y silencio, el gobierno logró ahora enlodar la discusión
pública de modo tal que ya nadie sabe qué es lo que se está discutiendo. Porque
los audios de Karina no dicen nada, pero hoy parecen más importantes que los
verdaderos audios escandalosos: los de Spagnuolo. Asimismo, la delirante
denuncia impulsada por Bullrich, la cual incluía pedidos de allanamientos a
periodistas y conexiones ruso-venezolanas corrió el eje del debate a “libertad
de expresión” y le pareció exagerada hasta al propio fiscal Stornelli, si bien
halló buena recepción en un juez que necesita hacer favores para que se los
devuelvan rápido en el Consejo de la Magistratura.
A la hipótesis ruso-venezolana,
el presidente le agregó la advertencia de un presunto intento de magnicidio, no
sabemos si a partir de ese brócoli volador que lo sorprendió en plena caravana,
inaugurando así un período de anarco-capitalismo
mágico donde su soledad no necesitará 100 años para quedar en evidencia.
El enlodamiento de la discusión
pública, insisto, sea como estrategia, sea como efecto casual de la inoperancia
y los delirios, traslada el terreno de la discusión desde la verdad al de la
posverdad. Es que cuando el escenario está tan saturado de información tóxica,
ya nadie toma en cuenta los hechos en sí sino cuál es la interpretación de
ellos que mejor se ajusta a su ideología previa. Se trata de una estrategia de
repliegue porque pierde eficacia en los sectores moderados, pero garantiza el
núcleo duro cuando todo parece desmoronarse.
En cuanto a las elecciones, resta
ver cuánto de este escándalo repercutirá en los números finales, si bien, salvo
un resultado sorprendente a favor o en contra, será muy difícil de medir. Por
ahora, la mayoría de encuestas hablan de paridad, con cierto favoritismo del
peronismo para septiembre y cierto favoritismo para LLA en octubre. Pero todo
cerca del margen de error y con dificultades para medir el impacto de un
gobierno al que le está costando “estar en control”.
La semana pasada ya mencionamos
una lista enorme de errores no forzados de la administración Milei. A ella
podemos agregar una decisión político-electoral también errada: presentar la
elección de septiembre/octubre como un plebiscito de la gestión cuando incluso
antes de la revelación de los audios había buenas razones para suponer que el
gobierno podía perder. Uno entiende el factor simbólico, la relevancia de la
provincia de Buenos Aires, pero el gobierno entró solito a una batalla a la
cual podría haber ingresado con pretensiones modestas para, ante una eventual
derrota, poder construir la épica del derrotado digno en terreno hostil. La
temeridad y el impulso a quemar las naves le ha resultado útil a Milei. Pero
cuando deja de ser una estrategia para convertirse en un modo de gobernar,
falla. No siempre hay que ir alocadamente al frente, especialmente cuando
delante solo te espera la pared y cuando los tiempos vienen muy acelerados:
hace un mes, el presidente, el ministro de economía y un conjunto de
funcionarios que conocen la calle por Street
View, a pesar de hacerse los cocoritos en Twitter, se mofaban indicando que
el dólar flota. Ahora los estamos viendo hocicar cuando anuncian la
intervención del BCRA y cuando le echan la culpa a un banco chino de mover el
precio del dólar por comprar 30 millones de dólares. Si no aceptan su
inoperancia y/o su complicidad, al menos acepten la sugerencia de ser menos
soberbios.
El error de la estrategia se
podrá ver, además, si, como es más que factible, al final de octubre, incluso
habiendo perdido la provincia de Buenos Aires, el acumulado de los 24 distritos
dé ganador al gobierno. Sin embargo, el hecho de haber puesto todo contra la
provincia gobernada por Kicillof y, eventualmente, haber fracasado, dejará
flotando la idea de una mala elección que objetivamente no sería tal pues
estaría ganando cuando tiene, en el haber, la baja de la inflación pero, en el
debe, el resto de las variables de la economía las cuales prometen agravarse en
lo inmediato, incluso si el gobierno recibe apoyo en las urnas. Es que los
votos no multiplican los dólares que hacen falta para que la economía se
sostenga sin irse a la mierda. En todo caso, en el mejor escenario, un apoyo
popular podría darle margen para algunos ajustes extra y recibir nuevos
endeudamientos hasta llegar a la nueva cosecha y así… hasta que un día el
mercado diga “Basta”. Y no es que lo afirmemos por adivinos: es que ya hemos
estado ahí.
Es más, y con esto podemos
cerrar, es claro que el gobierno no quiere perder, pero si gana, deberá hacerse
cargo de la explosión de la macro que hoy todavía mantiene a raya dilapidando
dólares y con tasas en pesos astronómicas. En cambio, una eventual derrota le
permitiría hacer la Gran Macri del
día posterior a las PASO 2019 y adjudicarle el lunes negro que vendrá al tránsito
de la potencia al acto del riesgo Kuka.
La devaluación no sería así la consecuencia necesaria de la impericia y de un
modelo que no cierra sino fruto del temor a que vuelvan los Orcos.
Es curioso, porque el
kirchnerismo se parece cada vez más a la Armada Brancaleone auspiciada por
Adidas. Sin embargo, el gobierno lo señala como a tiro de recibir el último
clavo del cajón y, a su vez, como una fuerza maligna a nivel internacional capaz
de la operación de inteligencia más sofisticada.
No sabemos, entonces, si estamos
ante un kirchnerismo Shrödinger, muerto y vivo a la vez, o simplemente frente a
un gobierno carente de buenas excusas y en acelerado proceso de descomposición.
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