lunes, 15 de septiembre de 2025

¿Gobernar para las mayorías o tener razón? (editorial del 13.9.25 en No estoy solo)

 

Pasó la elección de la provincia con un resultado que nadie previó: un triunfo abrumador del peronismo. A diferencia de esas elecciones donde “todos ganan”, en el sentido de que cada uno de los actores puede adoptar una perspectiva desde la cual sentirse vencedor, aquí el resultado fue contundente. ¿El escándalo de presunta corrupción de la hermana de Milei fue relevante? Si le creemos a las encuestas previas y queremos ser condescendientes con ellas, golpeó mucho más de lo que se preveía y es lo que permitiría justificar que la distancia fue mayor a la esperada.

En cuanto a los números, dicho rápidamente y para no marear: diferencia de casi 14 puntos; ganador en 6 de las 8 secciones; más de 100 de los 135 municipios en manos del peronismo; 34 de las 69 bancas a favor del oficialismo provincial lo que le permitirá tener quorum propio en la cámara de Senadores; municipios como los de Ensenada, Malvinas Argentinas, Avellaneda y Berazategui con alrededor de 2/3 de los votos de sus electores a favor de los oficialismos municipales; triunfos en municipios “del campo”, siempre reticentes al peronismo desde 2009. No hay mucho más que agregar. El león tuvo culo de mandril y hocicó, si se me permite un poco de teratología soez.

Ahora bien, aunque no sea del todo real, en cada elección acaba siendo más importante el lunes posterior que el domingo de la votación, en el sentido de cuál es la narrativa capaz de imponerse al momento de explicar los resultados.

Si dejamos de lado los exabruptos (gente que vota mal porque son negros que les gusta cagar en baldes), para entender cómo recibió el golpe el gobierno, alcanza con prestar atención al discurso de Milei el domingo por la noche en el búnker.

A propósito de ello, se trató del acto cúlmine de una serie de errores en la estrategia electoral rayanos en el amateurismo: hacer de una elección provincial, en la que los aparatos de los intendentes jugarían todo, un plebiscito de la gestión nacional; ponerse al frente de la campaña con su hermana al lado; elegir candidatos mayoritariamente desconocidos y, finalmente, dar la cara el día de la derrota en vez de dejarle ese privilegio a los artífices de la estrategia. El mileísmo es Milei y en vez de cuidar lo único que tienen, lo exponen a que trague todo el costo político gratis.

Volviendo al discurso, que algunos interpretaron como contradictorio, cabe decir que, por el contrario, fue muy claro y coherente: cuando se refirió a revisar los errores y a corregir, habló de la política; cuando se refirió a no moverse ni un centímetro del plan, habló de la economía. Una demostración más de que en la cabeza de Milei ambas están separadas y que, para él, lo que está fallando es aquello esencialmente corrupto, a diferencia de esa ciencia que insólitamente él cree exacta.

De la devaluación inminente, de la desconfianza del mercado, de la recesión, de los dólares que se acaban… nada. Falló la política, nos peleamos mucho entre nosotros. Vamos a tener que generar una mayor armonía y establecer diálogos constructivos con los hijos de puta.

Quien escribe estas líneas entiende que efectivamente ha fallado la política. Es más, varias veces hemos escrito que el mayor enemigo del gobierno está adentro y que la interna se lo iba a fagocitar. Pero también está fallando la economía pues, a no engañarnos: ni los votantes de Milei en 2023 eran todos anarcocapitalistas, ni los que le retiran el apoyo hoy son todos republicanos que duermen abrazados a la estampita de Carrió y al gesto indignado de Nelson Castro. Habrá un sector cuyo antiperonismo rabioso justifique votar cualquier cosa, pero hay otros donde el bolsillo prima y si bien este gobierno nunca ofreció bonanza, sí brindó control de la inflación y, sobre todo, esperanza de que la cosa iba a mejorar. Casi que en términos económicos podría decirse que el activo de Milei, junto con la baja de la inflación, era esa esperanza que puede traducirse en una compra anticipada de tiempo. Los argentinos compramos dólares; el gobierno había logrado esperanzar a un sector y, con ello, comprar tiempo (cuando, como el resto de los argentinos, hubiera sido mejor que comprara dólares). El punto es que, siguiendo con la analogía, el dólar sigue bajo, pero el tiempo ya está cotizando demasiado alto y se está acabando. Dar un golpe de timón o al menos ofrecer varios golpes de efecto, ya que nadie le exige a Milei que se vuelva keynesiano, parece la única posibilidad de un relanzamiento del gobierno de cara a su segunda parte del mandato. El punto es que a Milei le interesa más tener razón que gobernar. Su accionar está comandado por una mezcla de delirio místico y una nostalgia de estudiantina universitaria mal saldada por la cual su enfrentamiento con Kicillof deviene académico-personal. Milei no conoce lo que es una asamblea universitaria, pero en su fantasía juvenil, él le gana el debate al representante de los keynesianos y demuestra ser el mejor liberal. Todos tenemos de esas fantasías pero, en la mayoría de los casos, pasado los 20 entramos en razón y nos damos cuenta que no valía la pena o, en todo caso, que hay cosas más importantes donde depositar la libido.

¿Y qué ocurrió del otro lado? El gran ganador fue Kicillof, hacia afuera, contra Milei, y, hacia adentro, contra el sector de CFK y la Cámpora que lo torpederaron hasta el final, incluso en plena campaña, por la osadía del gesto político de autonomía que suponía desdoblar. Porque fue nada más y nada menos que eso: mentía Kicillof cuando decía que desdoblaba para que se evalúe la gestión provincial y era mentira que el kirchnerismo se opusiera porque aquello nacionalizaba la campaña y auguraba un mal resultado: estaban midiéndose y el gobernador, que todavía debe las nuevas canciones, estaba diciendo “Yo no quiero ser Alberto”. Y jugó y ganó de la única manera que le podía salir bien, esto es, ganando por lejos. Aun cuando el kirchnerismo duro pueda achacarle algo a él y a los intendentes si el resultado en octubre es menos holgado, lo cierto es que Kicillof sale enormemente fortalecido y la foto del acto, sin Máximo y con representantes de La Cámpora al costado, lejos del centro de la escena, fue elocuente. Y quienes afirmen que el triunfo de Kicillof fue posible gracias a los resultados obtenidos por los municipios que gobierna La Cámpora, o que esos resultados demostrarían que esos intendentes jugaron con el gobernador, son miopes o nos toman el pelo. Pues, ¿qué esperaban? ¿Que los intendentes de La Cámpora jueguen para atrás y pierdan peso en sus Concejos para joderlo a Kicillof? No nos subestimen. Somos grandes.

El discurso de Kicillof también fue correcto y generoso: volvió a agradecer a Massa, a quien subió al escenario, y tuvo un gesto de magnanimidad señalando a Cristina y exigiendo su liberación. Podría no haberlo hecho, como sucedió, por ejemplo, con el comunicado del PJ que olvidó mencionar el nombre del gobernador.

Ahora bien, el clima de euforia que rodeó el triunfo, no solo entre muchos dirigentes, sino en militantes y formadores de opinión cercanos al kirchnerismo, merece una advertencia y abre una pregunta acerca de si se están comprendiendo adecuadamente las razones del triunfo.

Tomemos algunos datos y algunas declaraciones casi al azar como para llamar a la cautela: comparado con 2021, Kicillof obtuvo unos 375.000 votos más. Es algo para destacar porque el ausentismo respecto de esa elección aumentó casi un 10 por ciento. Sin embargo, también hay que decir que al padrón se sumaron alrededor de 1.600.000 nuevos electores. Podría decirse entonces que Kicillof obtuvo algo menos que la elección legislativa pasada pero, en todo caso, se trata de una diferencia poco relevante. De modo que, número más, número menos, Kicillof obtuvo los mismos votos. Los que perdieron votos escandalosamente fueron sus adversarios: 1.500.000 respecto de la legislativa 2021 si sumamos lo que obtuvieron LLA y PRO por separado. ¿A dónde se fueron esos votos? A la casa de cada uno de los electores porque entre aquella votación y ésta, hubo 2.500.000 votos “perdidos” extra si se suman los ausentes, los blancos y los nulos que pasaron de unos 3.800.000 en 2021 a unos 6.300.000 en 2025. Dicho en buen criollo, por las razones que fueran, quien no votó a la LLA/PRO, no votó al peronismo ni a ninguna de las otras fuerzas: anuló o se quedó en la casa. Ese voto está ahí, entonces, latente, esperando una motivación, sea por la positiva (una nueva esperanza blanca) sea por la negativa (no permitir que vuelva al gobierno la esperanza de los negros).

Naturalmente, la última frase es una provocación: ya hemos dicho hasta al hartazgo aquí que la composición social del mileísmo se alejaba de ese conglomerado clasista antiperonista más tradicional que apoyó al PRO. Así fue, por lo menos, en 2023. Si eso comienza a cambiar ahora, como podría inferirse de algunos datos donde Milei empieza a tener más apoyos en sectores altos y comienza a perder fuerza en sectores bajos, deberá confirmarse.

Pero en todo caso, el desencanto mileísta no devino apoyo al peronismo. Con que los desencantados se queden en su casa, le alcanzará al peronismo para obtener buenos resultados. Pero confiar en que ello será siempre así es peligroso. Por otra parte, de manera arbitraria, viene a mi mente una declaración de una periodista afirmando algo así como que al final el ministerio de la mujer no era tan piantavotos, o la propia Mayra Mendoza adjudicando el triunfo a CFK.  ¿En serio alguien cree que el triunfo de Kicillof obedece a una reivindicación del ministerio de las mujeres? Seguramente habrá votantes que consideren el ministerio como algo de enorme relevancia, pero suponer que ello es determinante de este resultado o que por sí mismo podría explicar el regreso del gobierno que prometía “Volver Mujeres” parece, una vez más, una demostración de un espacio que prefiere tener razón a gobernar. En el mismo sentido, nadie puede pasar por alto que Kicillof fue una creación de Cristina y que muchos de sus votos se deben a su identificación con ella, pero este triunfo no es de Cristina. Sería exagerado decir que ha sido contra ella porque eso supondría que los votantes fueron allí a dirimir una interna, lo cual sería una tontería. Pero hace tiempo que el kirchnerismo no hace gestos en pos de favorecer la unidad, más bien lo contrario, y los principales artífices de este triunfo han sido Kicillof, con su estrategia, y los intendentes.

En síntesis, el poder de fuego de todo gobierno (recordemos si no la remontada de Macri pos PASO) más la posibilidad de una lectura equivocada de las razones del triunfo, deberían llamar a la cautela. El mismo gobierno que hoy parece en estado de descomposición, un mes atrás arrasaba. La política argentina vive una temporalidad vertiginosa. Rodeada de cisnes negros, su excepción es la aparición de un cisne blanco, quizás uno que plantee que es mejor gobernar para las mayorías que pretender tener siempre la razón.

 

No hay comentarios: