Pasó la elección de la provincia
con un resultado que nadie previó: un triunfo abrumador del peronismo. A
diferencia de esas elecciones donde “todos ganan”, en el sentido de que cada
uno de los actores puede adoptar una perspectiva desde la cual sentirse
vencedor, aquí el resultado fue contundente. ¿El escándalo de presunta
corrupción de la hermana de Milei fue relevante? Si le creemos a las encuestas
previas y queremos ser condescendientes con ellas, golpeó mucho más de lo que
se preveía y es lo que permitiría justificar que la distancia fue mayor a la
esperada.
En cuanto a los números, dicho
rápidamente y para no marear: diferencia de casi 14 puntos; ganador en 6 de las
8 secciones; más de 100 de los 135 municipios en manos del peronismo; 34 de las
69 bancas a favor del oficialismo provincial lo que le permitirá tener quorum
propio en la cámara de Senadores; municipios como los de Ensenada, Malvinas
Argentinas, Avellaneda y Berazategui con alrededor de 2/3 de los votos de sus
electores a favor de los oficialismos municipales; triunfos en municipios “del
campo”, siempre reticentes al peronismo desde 2009. No hay mucho más que agregar.
El león tuvo culo de mandril y hocicó, si se me permite un poco de teratología
soez.
Ahora bien, aunque no sea del
todo real, en cada elección acaba siendo más importante el lunes posterior que
el domingo de la votación, en el sentido de cuál es la narrativa capaz de
imponerse al momento de explicar los resultados.
Si dejamos de lado los exabruptos
(gente que vota mal porque son negros que les gusta cagar en baldes), para
entender cómo recibió el golpe el gobierno, alcanza con prestar atención al
discurso de Milei el domingo por la noche en el búnker.
A propósito de ello, se trató del
acto cúlmine de una serie de errores en la estrategia electoral rayanos en el
amateurismo: hacer de una elección provincial, en la que los aparatos de los
intendentes jugarían todo, un plebiscito de la gestión nacional; ponerse al
frente de la campaña con su hermana al lado; elegir candidatos mayoritariamente
desconocidos y, finalmente, dar la cara el día de la derrota en vez de dejarle
ese privilegio a los artífices de la estrategia. El mileísmo es Milei y en vez
de cuidar lo único que tienen, lo exponen a que trague todo el costo político
gratis.
Volviendo al discurso, que
algunos interpretaron como contradictorio, cabe decir que, por el contrario,
fue muy claro y coherente: cuando se refirió a revisar los errores y a
corregir, habló de la política; cuando se refirió a no moverse ni un centímetro
del plan, habló de la economía. Una demostración más de que en la cabeza de
Milei ambas están separadas y que, para él, lo que está fallando es aquello esencialmente
corrupto, a diferencia de esa ciencia que insólitamente él cree exacta.
De la devaluación inminente, de
la desconfianza del mercado, de la recesión, de los dólares que se acaban…
nada. Falló la política, nos peleamos mucho entre nosotros. Vamos a tener que
generar una mayor armonía y establecer diálogos constructivos con los hijos de
puta.
Quien escribe estas líneas
entiende que efectivamente ha fallado la política. Es más, varias veces hemos
escrito que el mayor enemigo del gobierno está adentro y que la interna se lo
iba a fagocitar. Pero también está fallando la economía pues, a no engañarnos:
ni los votantes de Milei en 2023 eran todos anarcocapitalistas, ni los que le
retiran el apoyo hoy son todos republicanos que duermen abrazados a la
estampita de Carrió y al gesto indignado de Nelson Castro. Habrá un sector cuyo
antiperonismo rabioso justifique votar cualquier cosa, pero hay otros donde el
bolsillo prima y si bien este gobierno nunca ofreció bonanza, sí brindó control
de la inflación y, sobre todo, esperanza de que la cosa iba a mejorar. Casi que
en términos económicos podría decirse que el activo de Milei, junto con la baja
de la inflación, era esa esperanza que puede traducirse en una compra
anticipada de tiempo. Los argentinos compramos dólares; el gobierno había
logrado esperanzar a un sector y, con ello, comprar tiempo (cuando, como el
resto de los argentinos, hubiera sido mejor que comprara dólares). El punto es
que, siguiendo con la analogía, el dólar sigue bajo, pero el tiempo ya está
cotizando demasiado alto y se está acabando. Dar un golpe de timón o al menos
ofrecer varios golpes de efecto, ya que nadie le exige a Milei que se vuelva
keynesiano, parece la única posibilidad de un relanzamiento del gobierno de
cara a su segunda parte del mandato. El punto es que a Milei le interesa más
tener razón que gobernar. Su accionar está comandado por una mezcla de delirio
místico y una nostalgia de estudiantina universitaria mal saldada por la cual
su enfrentamiento con Kicillof deviene académico-personal. Milei no conoce lo
que es una asamblea universitaria, pero en su fantasía juvenil, él le gana el
debate al representante de los keynesianos y demuestra ser el mejor liberal.
Todos tenemos de esas fantasías pero, en la mayoría de los casos, pasado los 20
entramos en razón y nos damos cuenta que no valía la pena o, en todo caso, que
hay cosas más importantes donde depositar la libido.
¿Y qué ocurrió del otro lado? El
gran ganador fue Kicillof, hacia afuera, contra Milei, y, hacia adentro, contra
el sector de CFK y la Cámpora que lo torpederaron hasta el final, incluso en
plena campaña, por la osadía del gesto político de autonomía que suponía
desdoblar. Porque fue nada más y nada menos que eso: mentía Kicillof cuando
decía que desdoblaba para que se evalúe la gestión provincial y era mentira que
el kirchnerismo se opusiera porque aquello nacionalizaba la campaña y auguraba
un mal resultado: estaban midiéndose y el gobernador, que todavía debe las
nuevas canciones, estaba diciendo “Yo no quiero ser Alberto”. Y jugó y ganó de
la única manera que le podía salir bien, esto es, ganando por lejos. Aun cuando
el kirchnerismo duro pueda achacarle algo a él y a los intendentes si el
resultado en octubre es menos holgado, lo cierto es que Kicillof sale
enormemente fortalecido y la foto del acto, sin Máximo y con representantes de
La Cámpora al costado, lejos del centro de la escena, fue elocuente. Y quienes
afirmen que el triunfo de Kicillof fue posible gracias a los resultados
obtenidos por los municipios que gobierna La Cámpora, o que esos resultados
demostrarían que esos intendentes jugaron con el gobernador, son miopes o nos
toman el pelo. Pues, ¿qué esperaban? ¿Que los intendentes de La Cámpora jueguen
para atrás y pierdan peso en sus Concejos para joderlo a Kicillof? No nos
subestimen. Somos grandes.
El discurso de Kicillof también
fue correcto y generoso: volvió a agradecer a Massa, a quien subió al
escenario, y tuvo un gesto de magnanimidad señalando a Cristina y exigiendo su
liberación. Podría no haberlo hecho, como sucedió, por ejemplo, con el
comunicado del PJ que olvidó mencionar el nombre del gobernador.
Ahora bien, el clima de euforia
que rodeó el triunfo, no solo entre muchos dirigentes, sino en militantes y
formadores de opinión cercanos al kirchnerismo, merece una advertencia y abre
una pregunta acerca de si se están comprendiendo adecuadamente las razones del
triunfo.
Tomemos algunos datos y algunas
declaraciones casi al azar como para llamar a la cautela: comparado con 2021,
Kicillof obtuvo unos 375.000 votos más. Es algo para destacar porque el
ausentismo respecto de esa elección aumentó casi un 10 por ciento. Sin embargo,
también hay que decir que al padrón se sumaron alrededor de 1.600.000 nuevos
electores. Podría decirse entonces que Kicillof obtuvo algo menos que la
elección legislativa pasada pero, en todo caso, se trata de una diferencia poco
relevante. De modo que, número más, número menos, Kicillof obtuvo los mismos
votos. Los que perdieron votos escandalosamente fueron sus adversarios: 1.500.000
respecto de la legislativa 2021 si sumamos lo que obtuvieron LLA y PRO por
separado. ¿A dónde se fueron esos votos? A la casa de cada uno de los electores
porque entre aquella votación y ésta, hubo 2.500.000 votos “perdidos” extra si
se suman los ausentes, los blancos y los nulos que pasaron de unos 3.800.000 en
2021 a unos 6.300.000 en 2025. Dicho en buen criollo, por las razones que
fueran, quien no votó a la LLA/PRO, no votó al peronismo ni a ninguna de las
otras fuerzas: anuló o se quedó en la casa. Ese voto está ahí, entonces, latente,
esperando una motivación, sea por la positiva (una nueva esperanza blanca) sea
por la negativa (no permitir que vuelva al gobierno la esperanza de los
negros).
Naturalmente, la última frase es
una provocación: ya hemos dicho hasta al hartazgo aquí que la composición
social del mileísmo se alejaba de ese conglomerado clasista antiperonista más
tradicional que apoyó al PRO. Así fue, por lo menos, en 2023. Si eso comienza a
cambiar ahora, como podría inferirse de algunos datos donde Milei empieza a
tener más apoyos en sectores altos y comienza a perder fuerza en sectores
bajos, deberá confirmarse.
Pero en todo caso, el desencanto
mileísta no devino apoyo al peronismo. Con que los desencantados se queden en
su casa, le alcanzará al peronismo para obtener buenos resultados. Pero confiar
en que ello será siempre así es peligroso. Por otra parte, de manera
arbitraria, viene a mi mente una declaración de una periodista afirmando algo
así como que al final el ministerio de la mujer no era tan piantavotos, o la propia
Mayra Mendoza adjudicando el triunfo a CFK.
¿En serio alguien cree que el triunfo de Kicillof obedece a una
reivindicación del ministerio de las mujeres? Seguramente habrá votantes que consideren
el ministerio como algo de enorme relevancia, pero suponer que ello es
determinante de este resultado o que por sí mismo podría explicar el regreso
del gobierno que prometía “Volver Mujeres” parece, una vez más, una
demostración de un espacio que prefiere tener razón a gobernar. En el mismo
sentido, nadie puede pasar por alto que Kicillof fue una creación de Cristina y
que muchos de sus votos se deben a su identificación con ella, pero este
triunfo no es de Cristina. Sería exagerado decir que ha sido contra ella porque
eso supondría que los votantes fueron allí a dirimir una interna, lo cual sería
una tontería. Pero hace tiempo que el kirchnerismo no hace gestos en pos de
favorecer la unidad, más bien lo contrario, y los principales artífices de este
triunfo han sido Kicillof, con su estrategia, y los intendentes.
En síntesis, el poder de fuego de
todo gobierno (recordemos si no la remontada de Macri pos PASO) más la
posibilidad de una lectura equivocada de las razones del triunfo, deberían
llamar a la cautela. El mismo gobierno que hoy parece en estado de
descomposición, un mes atrás arrasaba. La política argentina vive una
temporalidad vertiginosa. Rodeada de cisnes negros, su excepción es la
aparición de un cisne blanco, quizás uno que plantee que es mejor gobernar para
las mayorías que pretender tener siempre la razón.
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