Charlie Kirk, el joven polemista conservador fuertemente identificado con
Trump, fue asesinado mientras participaba de un debate público. Las imágenes
del horror dan la vuelta al mundo, se transforman en una cuestión de Estado y llevan
la polémica allende los Estados Unidos.
El debate era para Kirk su lugar natural y este evento iba a ser el primero
de su gira semestral, titulada The American
Comeback Tour, por la cual iría a terrenos hostiles, ideológicamente
hablando, y abriría el micrófono a quien deseara intercambiar opiniones. En
este caso, era la Universidad de Utah, pero se trataba de una práctica habitual
más allá de que muchas veces su participación era boicoteada y cancelada por
quienes no pensaban como él y, evidentemente, consideraban estar tan en lo
cierto que no necesitaban debatir.
Nacionalista cristiano, Kirk, era un defensor de la libre portación de
armas y muchas de sus declaraciones siguen siendo hoy reproducidas por sectores
de izquierda como ejemplos de sentencias racistas, misóginas o transfóbicas. Con
apenas 18 años había creado Turning Point, una organización que buscaba
promover un gobierno limitado, el libre mercado y los valores tradicionales, y
en poco tiempo se había convertido ya en una referencia, lo cual le permitió
nuclear a cientos de miles de jóvenes conservadores y ser una de las
organizaciones que más activamente participó de la campaña presidencial de
Trump difundiendo su mensaje y recaudando fondos. Para tener una idea de la
magnitud, Turning point afirma tener presencia en 3500 universidades y escuelas
secundarias estadounidenses además de emplear a 450 personas.
Si el asesinato a plena luz del día y frente a las cámaras fue lo suficientemente
conmocionante, la miserabilidad de las polémicas posteriores no se quedó atrás.
Antes de conocer al asesino, automáticamente el gobierno republicano culpó
a la izquierda de la violencia política y, como contraparte, en redes sociales
miles de mensajes o bien celebraban la muerte del “fascista” o bien, al menos,
la justificaban.
En este último caso, hasta se publicaron estadísticas que mostrarían que
hubo más casos de violencia política de derecha a izquierda que viceversa y se
apeló a la idea del efecto búmeran que la izquierda progresista suele esgrimir
contra la derecha cada vez que el atacado no es de su bando: la violencia es de
derecha, por lo tanto, si es alguien de izquierda el que la ejerce, solo se
trata de un vehículo que canaliza la violencia original hacia su verdadera
fuente. Se sigue de aquí que, si el asesino es de derecha, la culpa la tiene la
derecha; y si el asesino es de izquierda, la culpa la tiene la derecha también.
Incluso hasta que se confirmó la identidad del asesino se lo intentó
vincular con sectores de ultra ultra derecha más a la derecha del ultraderechismo
de Kirk; también se llegó a afirmar que los mensajes antifascistas que el
asesino había dejado eran señuelos, etc. Por estas horas, las investigaciones
están mostrando que se trataría de un joven que se habría radicalizado en ideas
de izquierda y que aparentemente tenía una pareja transgénero, información que,
naturalmente, los sectores radicales de derecha utilizan para vincular el
transgenerismo con la violencia. Un poco de su propia medicina a los sectores
progresistas que por alguna razón insondable afirman que las personas
transgénero son más buenas que las que no lo son o que el amor entre personas
del mismo sexo es un espacio libre de violencia.
Hablando de propia medicina, las redes y los medios progresistas ahora se
horrorizan por algunos casos de despidos de aquellas personas que se burlaron o
justificaron el asesinato de Kirk. Los mismos que impulsaron la cultura de la
cancelación, ahora invocan la libertad de expresión, y los que invocaban esta
última frente a la selectividad cancelatoria del progresismo, devuelven
gentilezas.
En el medio, demostraciones flagrantes de la presencia de hecho del derecho
penal de autor, aquel identificado con el nazismo donde no importan los hechos
sino las características personales del autor. Esto se complementa con otra
cara: la de la víctima esencial sobre la cual tampoco importa qué hizo sino qué
es. ¿Mataron a alguien? OK. Pero, ¿el
agresor es mujer o varón? ¿Es negro o blanco? ¿Es de izquierda o de derecha?
¿Es gay o hetero? ¿Y la víctima? ¿A qué grupo pertenece? Eso es todo lo hay que
juzgar porque, hoy en día, determinadas identidades o determinados
posicionamientos políticos te ubican como agresor o víctima independientemente
de lo que hagas, a nivel civil, sin dudas, y, a nivel legal, también, al menos
en algunos casos. Por cierto, se trata de una violencia que, en este punto hay
que decirlo, no comenzó la derecha.
Pero un elemento tan sorprendente como preocupante ha sido el modo en que a
poco a poco la violencia política se instala coqueteando, al menos desde lo
discursivo, con la idea de una guerra civil. Probablemente sea una exageración,
pero The New York Times https://www.nytimes.com/2025/09/12/technology/charlie-kirk-shooting-civil-war.html se ocupó de medir las menciones a “civil war” en las redes tras los últimos eventos de violencia
política y el número va dramáticamente en aumento. Por ejemplo, cuando, en
2022, la justicia estadounidense perseguía a Donald Trump y realizó un
allanamiento en Mar-a-Lago, hubo más de 118.000 menciones a “civil war” en 48hs; cuando sucedió el
intento de asesinato a Trump, en la misma cantidad de tiempo, la cifra ascendió
a más de 260.000 y tras el asesinato de Kirk el número superó los 340.000.
Insisto en que el dato sea probablemente anecdótico y de las menciones en redes
sociales no se sigue un hecho, pero en todo caso sí parece una prueba del
recalentamiento de una polarización que ya viene demasiado recalentada.
A propósito, en este mismo espacio, el año pasado les comentaba sobre la
película Civil War, del británico Alex Garland, el mismo de Ex Machina, Devs y Annihilation,
quien confesara que comenzó a imaginar la trama tras los incidentes de la toma
del Capitolio en 2020.
De aquí que no sea casual que el film esté ambientado en Estados Unidos,
pero lo interesante es que la película es reacia a cualquier identificación con
alguna de las partes en pugna. De hecho, hay momentos en que no queda claro a
qué bando pertenecen los combatientes que circunstancialmente aparecen en
escena. Sabemos que el presidente habría ingresado en una deriva autoritaria
intentando ir por un tercer mandato inconstitucional y que habría disuelto el
FBI. También sabemos que esta guerra enfrenta a las fuerzas leales al gobierno
con las fuerzas occidentales secesionistas de Texas y California, no
casualmente, un Estado, digamos, republicano, y un Estado claramente
identificado con los demócratas, como para no dar lugar a interpretaciones
tendenciosas o segundas lecturas. Sin embargo, no sabemos si el presidente es republicano
o demócrata.
Esta es una de las razones por las que la película resulta incomodísima
porque no nos da digerido quién es el malo y quién es el bueno, de modo que nos
impide tomar posición, lo único relevante en el debate público moralista de la actualidad.
Y lo que es peor: nos obliga a juzgar hechos sin conocer la identidad de los
ejecutantes; la obra con autores anónimos.
Para cerrar, Ezra Klein, un columnista progresista del The New York Times escribió un artículo https://www.nytimes.com/2025/09/11/opinion/charlie-kirk-assassination-fear-politics.html que le valió muchas críticas de sus lectores donde, tras
listar los casos de violencia política en Estados Unidos de los últimos años,
afirmó que Kirk hacía política de la manera correcta aun cuando los separara un
abismo ideológico. Pero, sobre todo, lo más interesante es que Klein señaló
que, con la excepción de las más brutales dictaduras, la violencia política
nunca es unidireccional y nunca va solo contra “nuestros enemigos”.
En esta misma línea, podemos afirmar que, de tanto preguntarnos quiénes son
los buenos y quiénes son los malos para saber de qué lado ponernos, nos hemos
olvidado de acordar qué es lo malo y lo bueno en sí y, sobre todo, cuáles son
los límites que nuestras guerras culturales no deberían superar si es que
queremos que esas guerras no destruyan aquello poco que todavía tenemos en
común.
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